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Árabes y judíos

Normalización y resistencia conjunta

Fuentes: Mondoweiss [Imagen: Manifestante portando un cartel donde dice: “No a la ocupación”, mientras fuerzas israelíes arrestan a palestinos y activistas solidarios que se manifiestan contra los asentamientos judíos ilegales y las políticas de expulsión en el barrio de Sheik Jarrah de Jerusalén Este, 22 de septiembre de 2023. Foto: Saeed Qaq-APA Images]

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Con el fracaso de la solución de los dos Estados, es más importante que nunca que las personas de buena voluntad, que luchan por la justicia y la coexistencia pacífica entre judíos israelíes y palestinos árabes, busquen nuevas formas de colaborar en pro de un futuro común.

Con anterioridad al proceso de Oslo era habitual que judíos y árabes cooperaran y se manifestaran juntos contra las maldades de la ocupación, la insidiosa anexión y el proceso de opresión y desposesión de los palestinos particularmente marcado por el movimiento de los colonos y las políticas opresivas de dominación. No obstante, con el proceso de Oslo se produjo una notable disminución de dichas actividades conjuntas. Muchos israelíes pensaron que para avanzar en la solución de los dos Estados tenían que abstenerse incluso de viajar a Cisjordania. La opinión predominante era que “nosotros estamos aquí y ellos allí”.

Cuando la Autoridad Palestina (AP) comenzó a desarrollar sus instituciones cayó en la trampa de la hafrada (separación), una característica básica del sistema de apartheid en los territorios palestinos ocupados. El sistema implicaba la construcción del Muro de Separación (geder hafrada), el complejo sistema paralelo de carreteras, infraestructuras y procesos administrativos, así como las diferentes leyes aplicables a árabes y judíos en los territorios ocupados. Los palestinos de estos territorios no podían ir a Israel ni tan siquiera a las colonias solo para judíos sin el correspondiente permiso. Al mismo tiempo se advertía a judíos e israelíes que incluso la entrada al Área A, supuestamente bajo el control de la Autoridad Palestina, no solo era peligrosa, sino que estaba prohibida por ley.

Eso demostró ser suficiente para desanimar a la mayoría de israelíes liberales de siquiera tratar de reunirse con palestinos en los territorios ocupados y apoyarles en su lucha contra la ocupación, dejándolos solos en sus enfrentamientos con los colonos judíos y el ejército israelí. Algunas valientes organizaciones israelíes, como el Comité Israelí contra las Demoliciones de Viviendas, Rompiendo el Silencio (Breaking the Silence) y  el Círculo Afligidos (familiares de víctimas) continuaron acudiendo a los territorios ocupados y uniéndose a los palestinos en actos contra la ocupación y el sistema de apartheid, pero la mayoría de judíos liberales se concentró en combatir el fascismo dentro de Israel, en tratar de recuperar poder en el Knesset (parlamento israelí) y mantener vivo el espejismo de la solución de los dos Estados.

Al mismo tiempo, los palestinos se habían hecho mucho más conscientes del  modo en que las actividades conjuntas de judíos y árabes se utilizaban para legitimar y «normalizar» la situación y desdibujar su mensaje anticolonial y antisionista. Muchas actividades bienintencionadas pretendían reunir a judíos y árabes en condiciones muy controladas, con el objetivo aparente de promover la coexistencia sin abordar ni cuestionar verdaderamente la injusticia subyacente. Algunas de estas actividades declararon abiertamente que pretendían apoyar el proceso de paz de Oslo. La mayoría de los palestinos consideraban que esto normalizaba una situación cada vez más intolerable e inaceptable.

Además, el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) pretendía utilizar la herramienta no violenta del boicot no solo contra los productos israelíes y las acciones de los colonos sino que también hacía un llamamiento para boicotear a individuos, instituciones y organizaciones israelíes que consideraba estaban “normalizando” el statu quo y solo pretendían mejoras cosméticas sin oponerse de manera radical al propio sistema.

Algunos palestinos elaboraron un complejo sistema para determinar qué israelíes eran aceptables, pues la colaboración con ellos no suponía “normalización”. A menudo se solicitaba a los interlocutores israelíes que apoyaran los tres principios básicos del BDS: el fin de la ocupación, el derecho al retorno de los refugiados y la igualdad entre árabes y judíos en Israel, antes de considerarlos “socios legítimos” para actos conjuntos. Sin embargo, para muchos palestinos era más sencillo evitar toda cooperación con israelíes o sionistas con el fin de no ser etiquetados de “normalizadores”. La propia Autoridad Palestina, al tiempo que cooperaba abiertamente con las fuerzas de seguridad israelíes, también participó en una retórica similar al denunciar por “normalizadores” a miembros de la sociedad civil que buscaban la cooperación con israelíes.

Pero, al margen de las presiones de la AP, muchos palestinos pensaron que era preferible evitar todo contacto con israelíes que organizar actos conjuntos contra la ocupación y las estructuras de las colonias. En cierto modo, al igual que el «proceso de paz» creó un mal concepto de la propia paz, la estrecha cooperación en materia de seguridad entre la administración de la AP y las fuerzas de ocupación hizo más difícil y sospechosa cualquier cooperación entre activistas israelíes y palestinos.

Años antes de que la “normalización” creara ese dilema para los activistas escribí un artículo llamado “La trampa del diálogo” sobre los riesgos implícitos en las conversaciones con los israelíes y cómo dicho diálogo asumía a menudo una falsa simetría, era un sustituto de la acción o legitimaba y reafirmaba el opresivo statu quo. Sigue siendo válido hoy en día y es relevante para todo el debate sobre la normalización.

No obstante, con el fracaso de la solución de los dos Estados, cada vez es más evidente que la política colonial y de apartheid afecta tanto a los árabes de Israel como a quienes viven en territorios ocupados. La totalidad del sistema está edificada sobre los privilegios y la supremacía judía. Para combatir al sistema, tanto árabes como judíos necesitan encontrar un terreno común.

El privilegio, la libertad, el acceso y la relativa inmunidad que disfrutan los judíos tanto en Israel como en los territorios ocupados les proporcionan instrumentos y protección de los que carecen los árabes palestinos. Su mera presencia suele atenuar la violencia, ya que es menos probable que tanto los colonos como los soldados utilicen la fuerza letal contra ellos. Además, disponen de herramientas para vigilar, obstruir e incluso presionar al gobierno israelí que no están al alcance de los palestinos. También gozan de más credibilidad. Estos privilegios, por injustos que sean, les dan ventaja y les permiten desempeñar un papel importante en la lucha por la libertad y la igualdad. Al mismo tiempo, son los beneficiarios del sistema que favorece abiertamente a los judíos y sus derechos frente a los palestinos. Por lo tanto, no les basta con elegir algunos de los elementos más escandalosos del sistema opresivo a los que oponerse mientras se niegan a reconocer su propia complicidad en el sistema.

Los excesos del actual gobierno israelí y el abandono de la apariencia de democracia por parte de sus elementos más derechistas ofrecen una oportunidad para reconsiderar el sistema en su globalidad y para buscar una nueva visión conjunta en la que árabes y judíos luchen por un futuro mejor no basado en la supremacía sino en la igualdad y la genuina democracia para todos. Para ello ambas partes necesitan abordar el asunto de la “normalización”, buscar formas genuinas de corresistencia y abandonar la pretensión de que la coexistencia es posible dentro del marco de un sistema de apartheid en cualquier lugar de la Tierra.

Fuente: https://mondoweiss.net/2023/09/normalization-and-co-resistance/

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