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Norman Briski: el arte y la política, «la misma cosa», vida

Fuentes: www.izquierdadiario.com.ar

Incansable. Imparable. La vida y obra(s) de Norman Briski (actor, director, dramaturgo, militante -con o sin partido-) transcurren a lo largo de diferentes -y a veces muy difíciles- períodos de la historia, pero siempre firmes en el compañerismo, el amor y la solidaridad, en la política y el teatro -esta su principal actividad y pasión-. […]

Incansable. Imparable. La vida y obra(s) de Norman Briski (actor, director, dramaturgo, militante -con o sin partido-) transcurren a lo largo de diferentes -y a veces muy difíciles- períodos de la historia, pero siempre firmes en el compañerismo, el amor y la solidaridad, en la política y el teatro -esta su principal actividad y pasión-. Todo esto se lee en Mi política vida (Bs. As., Dunken, 2013), una entrevista a fondo realizada con el periodista Carlos Aznárez. Briski relata allí su infancia en Santa Fe (y los orígenes de su familia), su juventud en la Córdoba obrera, rebelde y luchadora, su viaje a Buenos Aires y a los Estados Unidos -ya dedicado a la actividad teatral-, su visita a la Cuba revolucionaria y sus experiencias, artísticas y políticas, como parte del Peronismo de Base, en el Grupo Octubre, a comienzos de la década de 1970, una muy interesante -e intensa- experiencia que es parte de la historia del teatro popular (y de vanguardia). 

Como ha relatado el mismo Briski en otro libro suyo, «había en el Grupo Octubre una idea de tomar los temas de los barrios, e inventar algo bien creativo, que no fuera seguidista ni panfletario, sino que tuviera características de humor, de farsa. Algo que produjera mucha simpatía, sin ser ‘trágica’ ni ‘culta’. […] este método movilizaba muchísimo. Esa fue la primera experiencia y luego hicimos unas 200 obritas en total, con las giras realizadas por todo el país en una casa rodante con la que parábamos en cada uno los pueblos» (De Octubre a Brazo Largo. 30 años de teatro popular en Argentina). Para Briski, «Toda esa militancia peronista que vivíamos en los barrios fue como un estallido de vitalidad. Pero hay que aclarar que nace sin Perón […]. Nace porque tiene ganas de volver a ese peronismo originario, pero de otra forma distinta. Perón quedaba corto con esa potencialidad que se vivía» (Mi política vida, p. 42).

En el libro también está el recuerdo de personas importantes en la vida del artista: María Escudero, quien lo acercó a la actividad teatral y fue fundadora de la experiencia de «Libre teatro libre» (LTL); «junto con Octubre uno de los grupos de teatro popular más importantes que tuvimos en este país». Se relatan las experiencias formativas de Briski en Estados Unidos, con Strasberg y Etiene Decroix. Aparecen Nacha Guevara, Juan Carlos Gené, y Marie Pascal (de quien aparece además un testimonio-recuerdo en el libro); la «bohemia» de artistas como Miguel Briante, Aldo Pellegrini y Carlos Alonso, y sus actividades en el teatro, la TV y el cine (sus primeros sucesos con Briskosis, Historias para ser contadas y La fiaca). Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Mario Benedetti y muchos y muchas más aparecen mencionados/as en estas vivencias.

Por supuesto, el golpe militar de marzo de 1976, con Briski ya en el exilio (atacado, amenazado y condenado por la Triple A previamente), cortó toda esa dinámica actividad artística y política. Así lo cuenta Aznárez en «El teatro se hizo fábrica y barrio», prólogo al libro De Octubre a Brazo Largo: «ya no había espacio para andar de la mano por los barrios, buscando historias, generando respuestas culturales.

Vinieron entonces, la muerte, la cárcel, el exilio. Años de dispersión pero jamás de falta de memoria, y mucho menos, de práctica.

Allí están las andanzas de Norman en el Cuzco peruano, en Madrid, junto a la resistencia de los exiliados que no bajaban la cabeza, y luego, en los barrios ‘rojos’ de Nueva York, enganchado en propuestas de cultura tercermundista, en medio del corazón del enemigo».

En efecto: la dictadura aplastó el proceso de radicalización política, social y cultural-artística que había en Argentina (y en otros países de América Latina). Pero eso no impidió que el artista siguiera desarrollando sus labores, aunque en condiciones difíciles, complicadas. Siguió con la actividad teatral, y militante, hasta que se presenta la oportunidad de retorno a la Argentina. Mi política vida cuenta entonces las primeras dificultades tras el regreso al país, la búsqueda de un lugar propio -el teatro Calibán– y nuevas conclusiones -y posiciones- políticas: el anticapitalismo y la perspectiva del socialismo. «En un momento determinado tuve claro que la instancia del peronismo como proyecto reformista estaba agotado, más allá de que no lo esté en la realidad, porque todo lo que vivimos actualmente en Argentina es reformismo», dice Briski hacia el final del libro -recordando además a su amigo de toda la vida, «Tato» Pavlovsky, y la experiencia política junto a Luis Zamora-.

Y luego, esta declaración vital: «Da la impresión que si uno estudia mucho, se tiende a elaborar el odio. Sin embargo, sin odio no se puede hacer nada, y esa es mi llamita, mi fósforo, el odio que tengo a esta sociedad que no deja jugar ni ser solidario. Se trata del odio al capitalismo que vive del trabajo ajeno».

Mi política vida trae también algunos anexos: «De culturas y solidaridades»: diversos textos, algunos publicados en diarios; y «Briski a pura opinión»: reportajes sumamente interesantes, por las reflexiones teóricas y de oficio alrededor de la actividad artística y teatral (y la compleja relación artistas-procesos sociales-históricos), y por el desarrollo político que expresan. Por ejemplo en un reportaje en Nueva York a comienzos de 1980, analizando las diferencias (y prejuicios) que hay entre «artistas» y «políticos», plantea: «Yo creo que la mejor manera de articularlas es teniendo en claro la definición de revolución. O sea, una clase oprimida que se organiza y toma el poder. Y si hay una toma de posición del artista con respecto a eso, primero hay una aceptación racional como en los casos de artistas de extracción burguesa o clase media como soy yo.

El asunto pasa por aliarse con la clase obrera. No se trata de un ‘sentimiento’ ni una experiencia real de explotado, pero si no se hace esto, la lucha se vuelve artificial. Tan artificial como el discurso -aunque es bueno empezar con un buen discurso: ¡nos aliamos a la clase obrera! Ese sería el primer paso. El segundo: me gustaría ver cómo son y trabajar con ellos y que ellos trabajen conmigo y considerándome, yo, artista, como parte de la clase obrera. Eso es lo mejor.

En argentina nunca se llegó a ese estadio. Se llegó a los Carpani, a los Briski y a algunos otros que pensamos que el proceso era interesante, que nos vitalizó como artistas y que nos metimos en él arriesgando no solamente nuestro trabajo sino también nuestras vidas. Hasta ahí llegamos» (pp. 118-119).

Desde esta perspectiva de artista comprometido con la clase obrera, y deseoso de cambiar la sociedad por una nueva, mejor, socialista, Briski ejerce también la crítica ideológica y política ante el reformismo y progresismo, ante el kirchnerismo y sus antagonistas (como la burguesía rural en el conflicto interburgués de 2008). Entre diversos análisis y críticas que trae esta sección del libro plantea: «No quiero un capitalismo generoso porque nunca existirá, porque nunca voy a creer en un patrón bueno. Esto es un gatopardismo que apunta a un cambio sin que cambie nada». Para el artista, el kirchnerismo «representa un capitalismo dependiente con aspecto progresista. Muchos piensan que este es el mal menor, pero yo ya no estoy para el mal menor…» (p. 149). «El progresismo es la forma que tiene el capitalismo para reparar los daños hechos por el libre mercado. No hay que engañarse más. El progresismo es una reparación de lo que nos dejaron Menem, De la Rúa, etcétera. Una reparación que vuelve a dejarle a la derecha el camino libre para las próximas elecciones» (p. 142).

Finalmente, el libro trae la obra teatral Maquinando, creación colectiva del grupo de teatro popular Olifante, dirigida por Briski, y estrenada en la fábrica gráfica Patricios (la obra recorrió por tres años fábricas y colegios tomados, y fue presentada por última vez en Neuquén, en la ex ceramista Zanon -que además él visitó en 2008-, actual Fasinpat).

Este infatigable y aguerrido artista cierra su libro -un imperdible, valioso testimonio que hay que leer para conocer, profundizar y reflexionar acerca de la historia argentina, sus luchas y las experiencias del arte y de la política: pura vida- con una nota esperanzadora en su epílogo: «Nada será apocalíptico». Y también se observa y nos dice: «Con orgullo escribo mis cicatrices». A «esos compañeros» les dedica su «grito armado».

 

 Fuente original : http://www.izquierdadiario.com.ar/El-arte-y-la-politica-la-misma-cosa-vida