Traducido para Rebelión por Germán Leyens
«¿Y qué bestia hirsuta, por fin llegada su hora
Se arrastra hacia Belén para nacer en ella?»
William Butler Yeats, La segunda venida
Cabe poca duda de que el Holocausto nazi fue algo tan cercano al mal incondicional como todo lo que haya sido revelado a través de toda la sangrienta historia de la especie humana. Su carácter masivo, su intención abiertamente genocida, y su dependencia de la mentalidad y los instrumentos de la modernidad dan a su realización en los campos de la muerte de Europa una condición especial en nuestra imaginación moral. Esta condición especial se exhibe en la continua presentación de sus horrendas realidades a través de películas, libros y una variedad de artefactos culturales, más de seis decenios después del cese de los eventos en cuestión. La memoria permanente del Holocausto es también mantenida viva por la existencia de varios notables museos dedicados exclusivamente a la presentación de los horrores que tuvieron lugar durante el período del régimen nazi en Alemania.
Ante este trasfondo, me duele particularmente, en mi calidad de judío estadounidense, verme obligado a describir el continuo y cada vez más intenso abuso del pueblo palestino por parte de Israel utilizando una metáfora tan inflamatoria como «holocausto.» La palabra deriva del griego holos (que quiere decir ‘completamente’) y de kaustos (que quiere decir ‘quemado’), y fue utilizada en la antigua Grecia para referirse a la quema de una ofrenda expiatoria a una divinidad. Debido a que ese trasfondo implica un acto religioso, existe una cierta inclinación en la literatura judía a preferir la palabra hebrea ‘Shoah’ que puede ser traducida aproximadamente como ‘calamidad,’ y fue el nombre dado a la épica narración de nueve horas en 1985 de la experiencia nazi del cineasta francés, Claude Lanzmann. Los propios alemanes fueron más antisépticos en su denominación, llamando oficialmente su empresa «solución final de la cuestión judía.» La etiqueta es, por cierto, inexacta ya que también se atacó a una variedad de identidades no-judías en ese asalto genocida, incluyendo a los roma y sinti (‘gitanos’), los Testigos de Jehová, gays, personas minusválidas, opositores políticos.
¿Es una exageración irresponsable si se asocia el trato dado a los palestinos con este historial criminal nazi de atrocidad colectiva? Pienso que no. Los recientes acontecimientos en Gaza son particularmente inquietantes porque expresan de manera tan vívida una intención deliberada de parte de Israel y de sus aliados de someter a toda una comunidad humana a condiciones de extrema crueldad que ponen en peligro su vida. La sugerencia de que este modelo de conducta es un preparación-de-holocausto representa un llamado bastante desesperado a los gobiernos del mundo y a la opinión pública internacional para que actúen urgentemente para impedir que estas actuales tendencias genocidas culminen en una tragedia colectiva. Si alguna vez es aplicable el espíritu de ‘una responsabilidad de proteger.’ recientemente adoptado por el Consejo de Seguridad de la ONU como base para la ‘intervención humanitaria,’ debería ser para actuar ahora y comenzar a proteger a la gente de Gaza de aún más dolor y sufrimiento. Pero sería poco realista esperar que la ONU haga algo ante esta crisis, considerando el modelo del apoyo de EE.UU. para Israel y teniendo en cuenta la medida en la que gobiernos europeos han prestado su influencia a los recientes esfuerzos ilícitos por aplastar a Hamás como fuerza política palestina.
Incluso si las presiones ejercidas sobre Gaza fueran reconocidas como de potencial genocida e incluso si la impunidad de Israel gracias al paraguas geopolítico de EE.UU. es dejada a un lado, hay poca seguridad de que se emprendería algún tipo de acción protectora en Gaza. Hubo fuertes señales anticipadas en 1994 de que se aproximaba un genocidio en Ruanda y a pesar de ello no se hizo nada por detenerlo; la ONU y el mundo contemplaron cuando en 1995 tuvo lugar la masacre de bosnios en Srebenica, un incidente que la Corte Mundial describió como ‘genocidio’ hace unos pocos meses; del mismo modo ha habido repetidas afirmaciones de conducta genocida en Darfur durante los últimos años, y apenas se ha levantado un dedo internacional de advertencia, sea para proteger a los amenazados o para resolver el conflicto de alguna manera que comparta el poder y los recursos entre los grupos étnicos en contienda.
Pero Gaza es mucho peor desde el punto de vista moral, aunque todavía no ha resultado en muertes masivas. Es mucho peor porque la comunidad internacional observa mientras el horrible espectáculo se desarrolla y algunos de sus miembros más influyentes alientan y ayudan a Israel en su actitud en Gaza. Son cómplices no sólo EE.UU., sino la Unión Europea, así como países vecinos como Egipto y Jordania, aparentemente motivados por sus temores de que Hamás esté de algún modo relacionado con sus propios problemas que tienen que ver con la creciente potencia de la Hermandad Musulmana dentro de sus propias fronteras. Es útil recordar que las democracias liberales de Europa rindieron homenaje a Hitler en los Juegos Olímpicos de 1936, y luego rechazaron a decenas de miles de refugiados judíos que huían de Alemania nazi. No sugiero que la comparación deba ser considerada literalmente, pero insisto en que un modelo de criminalidad asociado con las políticas israelíes en Gaza realmente ha sido apoyado por las principales democracias del Siglo XXI.
Para fundamentar esas afirmaciones, hay que considerar los antecedentes de la actual situación. Durante más de cuatro décadas, desde 1967, Gaza ha sido ocupada por Israel de una manera que ha convertido a esa área abarrotada en una caldera de dolor y sufrimiento diarios para toda la población, en la que más de la mitad de los gazanos viven en miserables campos de refugiados y dependen cada vez más de la ayuda humanitaria para satisfacer necesidades humanas básicas. Con gran fanfarria, bajo la dirección de Sharon, Israel supuestamente terminó su ocupación militar y desmanteló sus asentamientos en 2005. El proceso fue en gran parte un engaño ya que Israel mantuvo el pleno control de las fronteras, del espacio aéreo, del mar, así como reafirmó su control militar de Gaza, emprendiendo violentas incursiones, lanzando misiles en Gaza a su gusto para misiones de asesinato selectivo que en sí violan el derecho humanitario internacional, y ha logrado asesinar a más de 300 civiles gazanos desde su supuesta partida física.
Por inaceptable que sea esta primera parte de la historia, hubo un cambio dramático para peor cuando Hamás ganó las elecciones legislativas nacionales de enero de 2006. Es una amarga ironía que Hamás haya sido alentado, especialmente por Washington, para que participara en las elecciones y demostrara su compromiso con un proceso político (como alternativa a la violencia) y luego fuera terriblemente castigado por tener la audacia de vencer. Esas elecciones fueron controladas internacionalmente bajo la dirección del antiguo presidente estadounidense, Jimmy Carter, y declaradas como totalmente correctas.
Carter calificó recientemente de ‘criminal’ en sí la negativa israelí/estadounidense de aceptar el resultado de un semejante veredicto democrático. Esa actitud también desacredita profundamente la campaña de la presidencia Bush de promover la democracia en la región, un esfuerzo que también está fuertemente ensombrecido por el fracaso de la política en Iraq.
Después de ganar las elecciones palestinas, Hamás fue fustigado como organización terrorista que no ha renunciado a la violencia contra Israel y que se ha negado a reconocer al Estado judío como entidad política legítima. En realidad, la conducta y el enfoque de Hamás son bastante distintos. Desde el comienzo de su acción política Hamás mostró su disposición de colaborar con otros grupos palestinos, especialmente Fatah y Mahmud Abbas, para establecer un gobierno de ‘unidad’. Más que eso, su dirigencia reveló su voluntad de moverse hacia una aceptación de la existencia de Israel si Israel por su parte aceptaba retornar a sus fronteras de 1967, implementando por fin las Resoluciones unánimes del Consejo de Seguridad 242 y 338.
De manera aún más dramática, Hamás propuso una tregua de diez años con Israel, y llegó a declarar un cese al fuego unilateral que duró dieciocho meses, y fue roto sólo para iniciar ataques bastante patéticos que tuvieron lugar sobre todo como reacción ante violentas provocaciones israelíes en Gaza. Como se dice que declarara Efraim Halevi, ex jefe del Mossad israelí: «Lo que Israel necesita de Hamás es un fin de la violencia, no el reconocimiento diplomático.» Y eso es precisamente lo que Hamás ofreció y fue rechazado por Israel.
La principal arma disponible de Hamás, y de otros elementos extremistas palestinos, fueron los misiles Qassam que resultaron en no más de 12 muertes israelíes en seis años. Aunque cada muerte de un civil es una tragedia inaceptable, la relación entre muertes y heridas de los dos lados es tan desigual como para cuestionar la lógica de medidas de seguridad que infligen continuamente una fuerza excesiva y el castigo colectivo a toda la población asediada de Gaza, considerada con razón la mayor ‘prisión’ del mundo.
En lugar de poner a prueba la democracia y de respetar los resultados democráticos, Israel y EE.UU. utilizaron su influencia para invertir el resultado de las elecciones de 2006 organizando una variedad de esfuerzos internacionales con la intención de que Hamás fracasara en sus intentos de gobernar en Gaza. Esos esfuerzos fueron reforzados por la falta de voluntad de los elementos derrotados de Fatah de cooperar con Hamás en el establecimiento de un gobierno que representara a los palestinos en su conjunto. La principal táctica contra Hamás que utilizaron fue el apoyo a Abbas como único dirigente legítimo del pueblo palestino, la imposición de un boicot económico de los palestinos en general, el envío de armas para milicias de Fatah y el enrolamiento de países vecinos en estos esfuerzos, particularmente de Egipto y Jordania. El gobierno de EE.UU. nombró a un enviado especial, el teniente general Keith Dayton, para que trabajara con las fuerzas de Abbas, y ayudó a canalizar 40 millones de dólares para reforzar la Guardia Presidencial, las fuerzas de Fatah asociadas con Abbas.
Fue una política particularmente ignominiosa. Las milicias de Fatah, especialmente en Gaza, habían sido corruptas durante mucho tiempo y a menudo utilizaron sus armas para aterrorizar a sus adversarios e intimidar a la población con una serie de métodos matonescos. Fue un tipo de abuso de Fatah que tuvo mucho que ver con la victoria de Hamás en las elecciones de 2006, junto con los sentimientos populares de que Fatah, como actor político, no tenía ni la voluntad ni la capacidad para lograr resultados positivos para los palestinos, mientras Hamás había dirigido la resistencia y esfuerzos de servicio comunitario que fueron ampliamente admirados por los gazanos.
La última fase de esa fase externa/interna fue inducir el antagonismo civil en Gaza que condujo a una toma total por las fuerzas de Hamás. Con la ironía acostumbrada, una serie de políticas adoptadas por Israel junto con EE.UU. produjo una vez más exactamente lo contrario de lo que se proponían. El impacto de la negativa de honorar los resultados de la elección ha hecho que Hamás sea mucho más fuerte después de 18 meses en todos los territorios palestinos, y llevó a su control de Gaza. Un resultado semejante recuerda un efecto similar en la Guerra del Líbano de 2006 que fue emprendida por la cooperación estratégica de Israel y EE.UU. para destruir a Hezbolá pero tuvo la consecuencia real de hacer que Hezbolá se haya convertido en una fuerza mucho más poderosa, más respetada en el Líbano y en toda la región.
Israel y EE.UU. parecen estar atrapados en una lógica defectuosa que es incapaz de aprender de sus propios errores, y que considera cada derrota como una señal de que, en lugar de cambiar de orientación, hay que expandir e intensificar su proyecto, que el fracaso haya sido el resultado de haber hecho demasiado poco, en lugar del hecho real: que lo hicieron fue erróneo. Así que en lugar de aprovechar el repetido llamado de Hamás a favor de un gobierno de unidad, de su aclaración de que no está contra Fatah sino que sólo «hemos luchado contra una pequeña camarilla dentro de Fatah, (Abu Ubaya, comandante militar Hamás), Israel parece más determinado que nunca a fomentar la guerra civil en Palestina, a hacer que los gazanos paguen con su bienestar y sus vidas en la medida necesaria para aplastar su voluntad, y separar de una vez por todas los destinos de Gaza y de Cisjordania.
La insidiosa nueva orientación de la política de ocupación israelí es la siguiente: empujar a Abbas para que adopte una actitud de línea dura de ningún compromiso hacia Hamás, subrayada por el nombramiento de un gobierno de ‘emergencia’ no elegido para remplazar a la dirigencia elegida. El gobierno de emergencia nombró a Salam Fayyad, para remplazar al líder Hamás, Ismail Haniya, como jefe de la Autoridad Palestina. Es revelador si se recuerda que cuando el partido de Fayyad estuvo en la lista para la elección de 2006 sus candidatos obtuvieron sólo un 2% de los votos. Se informa también que Israel estaría dispuesto a reducir algunas de las restricciones de movimientos en Cisjordania a fin de convencer a los palestinos de que pueden esperar un futuro mejor si repudian a Hamás y apuestan por Abbas, que ahora es un personaje político extremadamente desacreditado que ha traicionado sustancialmente la causa palestina para ganar el favor y el apoyo de Israel/EE.UU., así como a fin de imponerse en la lucha interna palestina por el poder.
Es concebible, aunque poco probable, que a fin de promover esos objetivos, Israel podría liberar de la prisión a Marwan Barghouti, el único líder creíble de Fatah, siempre que Barghouti esté dispuesto a aceptar el enfoque de Sharon/Olmert al establecimiento de un Estado palestino. Este último paso es dudoso, ya que Barghouti es una persona bien diferente de Abbas, y es muy poco probable que esté de acuerdo con menos que una retirada total de Israel a las fronteras de 1967, incluyendo la eliminación de los asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este.
Este último vuelco político tiene que ser entendido en el contexto más amplio de la negativa israelí de llegar a un compromiso razonable con el pueblo palestino desde 1967. Se reconoce en general que un resultado semejante dependería de la retirada israelí, del establecimiento de un Estado palestino con plena soberanía en Cisjordania y Gaza, con Jerusalén Este como capital, con suficiente ayuda financiera externa para dar a los palestinos la perspectiva de la viabilidad. La verdad es que no existe una dirigencia israelí con la visión o el respaldo para negociar una tal solución, y por ello la lucha continuará con violencia de los dos lados.
El enfoque israelí ante el desafío palestino se basa en el aislamiento de Gaza y en la división en cantones de Cisjordania, dejando intactos los bloques de asentamientos, y apropiándose de toda Jerusalén como capital de Israel. Durante años la conducta israelí ha estado dominada por esta elusión de la diplomacia, incluso durante el proceso de paz de Oslo iniciado en el césped de la Casa Blanca en 1993 con el famoso apretón de manos entre Yitzhak Rabin y Yasir Arafat.
Mientras hablaban de paz, se duplicó la cantidad de colonos israelíes, se invirtieron sumas inmensas en carreteras para conectar los asentamientos directamente con Israel, y el proceso de asentamientos israelíes y de desplazamiento de los palestinos de Jerusalén Este avanzó a un ritmo regular. Significativamente también, el ‘moderado’ Arafat fue totalmente desacreditado como líder palestino capaz de negociar con Israel, y lo trataron como peligroso precisamente porque estaba dispuesto a aceptar un compromiso razonable. Es interesante que hasta hace poco, cuando se hizo útil en el esfuerzo por abolir la victoria electoral de Hamás, Abbas fue tratado por Israel como demasiado débil, demasiado carente de autoridad, para actuar en nombre del pueblo palestino en un proceso de negociación, una excusa más para persistir en su camino unilateralista preferido.
Estas consideraciones hacen que sea muy poco probable que Barghouti sea liberado de la prisión a menos que haya un cambio dramático de opinión del lado israelí. En lugar de trabajar hacia alguna forma de solución política, Israel ha construido un muro de seguridad complicado e ilegal en territorio palestino, expandido los asentamientos, hecho intolerable la vida de 1,4 millones de personas apiñadas en Gaza, y pretende que semejantes ‘hechos en el terreno’ ilegales constituyan un camino hacia la seguridad y la paz.
El 25 de junio de 2007, dirigentes de Israel, Egipto, Jordania, y la Autoridad Palestina se reunieron en Sharm El Sheik en el Mar Rojo para avanzar con su diplomacia contra Hamás. Israel propone liberar a 250 prisioneros de Fatah (de 9.000 palestinos detenidos actualmente) y entregar ingresos palestinos a Abbas en cuotas, siempre que ninguna parte de los fondos sea utilizada en Gaza, donde se desarrolla una catástrofe humanitaria con cada día que pasa. Esos dirigentes se pusieron de acuerdo para cooperar en este esfuerzo por destruir a Hamás y por imponer una Autoridad Palestina dirigida por Fatah a una población palestina que se le opone. Hay que recordar que Hamás venció en las elecciones de 2006, no sólo en Gaza, sino también en Cisjordania. Es casi seguro que el intento de negar a los palestinos su derecho a la autodeterminación va a tener un efecto contraproducente del mismo modo que intentos similares, produciendo una versión radicalizada de lo que tratan de destruir. Lo han dicho algunos comentaristas: ¡liberarse de Hamás significa establecer a al Qaeda!
Israel endurece actualmente el boicot de las relaciones económicas que ha llevado a la gente de Gaza al borde de la hambruna colectiva. Este conjunto de políticas, realizado durante más de cuatro décadas, ha impuesto una existencia subhumana a un pueblo que ha sido repetida y sistemáticamente objetivo de una serie de formas severas de castigo colectivo. Tratan a toda la población de Gaza como si fuera el ‘enemigo’ de Israel, y en Tel Aviv ni siquiera tratan de reconocer la inocencia de esa sociedad civil convertida en víctima desde hace tanto tiempo.
La persistencia en una actitud semejante bajo las circunstancias presentes es ciertamente genocida, y arriesga con destruir a toda una comunidad palestina que forma parte integral de un conjunto étnico. Esta perspectiva es la que hace que sea apropiado advertir que se prepara un holocausto palestino, y debería recordar al mundo la famosa promesa post-nazi de «nunca más.»
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