En la casa donde crecí se escuchaba con frecuencia aquella frase de que «el diablo está en los detalles», por otrxs conocida como «hay que leer las letras chiquitas». Bueno, esa frase se hizo presente con frecuencia mientras leía el texto de Pedro Rivera Ramos titulado «La centralidad del trabajo cultural en el mundo neoliberal: […]
En la casa donde crecí se escuchaba con frecuencia aquella frase de que «el diablo está en los detalles», por otrxs conocida como «hay que leer las letras chiquitas». Bueno, esa frase se hizo presente con frecuencia mientras leía el texto de Pedro Rivera Ramos titulado «La centralidad del trabajo cultural en el mundo neoliberal: una aproxiación (sic)». Bueno, es una aproximación, pensé. Pero luego me di cuenta de que un acercamiento no podría terminar bien si parte de una serie de afirmaciones generalizadoras, además de que me despertó otras consideraciones.
Reconozco que el trabajo de Pedro es interesante, existen algunas ideas que creo se podrían desarrollar con mayor detalle y convertirse en parte de las herramientas de problematización del mundo que habitamos, como aquella de una educación mercantilizada. Empero, en este espacio, quisiera señalar algunas ausencias que desde mi perspectiva podrían ser problemáticas, porque lejos de abonar a la comprensión del entorno, podrían darlo por evidente, darlo por resuelto.
Si bien es cierto que en el neoliberalismo, diferente a la globalización, ésta como proceso histórico y aquél como resultado de las burocracias internacionales; existe un proceso de homologación cultural, también lo es que existe uno de apertura totalizante que es igual de peligroso y que ha recibido el bonito nombre de multiculturalismo. Concepto polisémico: en su acepción descriptiva es la coexistencia de diversas culturas en el seno de una comunidad territorial. Pero también puede servir para designar políticas liberales. El término es estadounidense y surge como una reacción contra la supuesta homogenización que derivaría de la globalización, es entonces una propuesta antiasimilacionista y a favor del pluralismo cultural.
El primer proceso el de la homologación, que es el que le preocupa a Pedro, es ese donde los países nortes (no necesariamente geográficos -Bouaventura de Sousa-) imponen modelos explicativos interpretativos de la realidad, a través, entre otras cosas, de los aparatos ideológicos del estado (Althusser).
Desde esa perspectiva el capitalismo se da a la tarea de develarnos un mundo-uno, incuestionable, comprensible por todxs. Básicamente un mundo en el que lxs ciudadanxs son anónimxs frente a las autoridades para buscar la neutralidad en la esfera pública. Según esta acepción del concepto, nuestra libertad y nuestra igualdad está en lo que tenemos en común: independientemente de raza, religión, etnia, o sexo, existen cosas que todxs, o casi todxs compartimos o procuramos: techo, comida, libertad, capacidad de elegir y ser elegidxs, etcétera, en este sentido las instituciones no deben esforzarse por reconocer nuestras particularidades sino por tratarnos como ciudadanxs iguales. Sin embargo, esto es a todas luces una trampa, para todxs ser iguales debemos de tener, por ejemplo, igualdad de oportunidades.
El anterior es el famoso mundo Mcdonalizado del que habrá que ocuparse en otro espacio. Y que propone, velado de amenaza de no inserción al grupo, estéticas, modas, consumos de todo tipo para poder ser parte de este mundo-uno y desarrollarse como sujeto en sociedad. A este peligro se respondió con la idea de la cultura propia e inalienable de cada comunidad. Tópico cuestionable, pues nos muestra una cultura relativizada que a la larga es usada por el neoliberalismo, mejor dicho, capitalizada por el sistema económico, porque la diferencia en lxs sujetos es también la diferenciación en sus consumos. Hay quienes compran «A» como los que compran «B», como lxs que escuchan «C» y así ad infinitum, de ahí la idea de que podemos elegir.
En el mundo uno, el Mcdonalizado, las diferencias son soslayadas para que todxs tengamos un acceso a todo, es decir, se propone hacer del mundo un lugar habitable y comprensible por todxs. Ojo, en realidad esta pretendida integración es un exceso del totalitarismo. Este borrar las diferencias significa, A), el desconocimiento de las particularidades, como bien apunta el artículo aquí citado y B), lo que posiblemente sea lo más terrible, es la imposición de un sistema único de ideas, no sólo de consumos como le preocupa a Pedro.
Por otro lado, la exageración de las diferencias también tiene sus bemoles. El multiculturalismo, o esta apuesta por la diferencia, capitaliza ese ser no-igual. Pero luego viene el problema de que lxs diferentes no hegemónicos, somos dejadxs de lado, puestxs como un material de museo cuya descripción reza: Estxs son. Advertencia: no lxs toque, no lox contamine. Pareciera que tiene sentido, que llegaríamos a la posibilidad de hacer lo que quisiéramos sin necesidad de atender a nadie ni nada, basadxs exclusivamente en nuestras ancestrales costumbres, que por viejas, y esto es algo que no logro comprender, asumimos siempre como mejores.
Eso es doblemente puntiagudo: pensemos en una en una «democracia liberal» inscrita en esta corriente. De acuerdo a los principios antes descritos, no se debería de juzgar ninguna manifestación cultural, en ese sentido se tendría la obligación de permitir y facilitar los mecanismos necesarios para el nacimiento de un partido nazi. También para el consuetudinario ejercicio del acose a las mujeres y niñxs y ¿por qué no?, el tradicional sobajamiento a lxs indixs. Todas estas acciones que, efectivamente, están insertas en su cultura. Eso sí, en pos de una «identidad cultural específica».
Para bien o para mal, el mundo está interconectado, y en ciudades como México, Buenos Aires, Londres o Nueva York, miles de identidades específicas están en contacto. Apostar por preservar cada una de estas es una idea casi fascista, que aboga por la protección de lo que nos es propio y que no debemos compartir porque se contamina, perdiendo así su pureza. Si lo pensamos desde Giddens, entenderemos que este contacto que tanto le preocupa a Huntington porque modifica las culturas propias de los países receptores derivará en nacionalismos recalcitrantes, véase Europa, atiéndase la frontera norte de México y las construcción de triples muros, que según Wendy Brown, son respuesta a las exigencias de lxs ciudadanxs estadounidenses que ven endeble su identidad propia y piden al estado mecanismos de contención contra lo que no pueden comprender, contra lo ajeno: el idioma extraño, la comida picante, el baile en pareja y la música acústica, y luego replanteémonos la idea de las identidades propias y después, la de los procesos de aculturación.
En realidad, no hay tal cosa como la aculturación, ni aún, me atrevería a decir, en la colonización, no existe la pérdida total de la cultura ni de partes de la misma, existen procesos de reapropiación, de reinterpretación. Pensar que las culturas se imponen de forma abrupta es hacer de lxs sujetos entes inmóviles y no agentes dinámicos capaces de cuestionar y elaborar sus propias condiciones de vida.
Si el argumento es que todxs usamos tenis nike, y conocemos alguna canción de Miley Cyrus porque los medios masivos nos inducen al consumo de ese calzado y esa música, habrá que decir que es un ejemplo un poco débil. Que use nike y escuche pop gringo, no significa que no conozca la canción mixteca o sepa el paradero de algún zapatero, tampoco que mi interés máximo se MTV o la NBA.
La existencia de necesidades creadas nadie las pondría en tela de juicio, de hecho escribo esto desde una computadora portátil con una batería con autonomía de 8 hrs. Pero esto no me representa la felicidad, este aparato que me abre como blanco fácil a los Aparatos Ideológicos del Estado, también me posibilita el consumo y transmisión de muchas otras informaciones a las que no podría acceder de otra manera. Si los aparatos ideológicos sólo funcionaran para el Estado, este no tendría necesidad de regularlos. Veamos el caso de México y las reformas a la Ley de Telecomunicaciones que nos abren a la vigilancia a quienes navegamos por internet. O el cierre de megaupload, o la fuerza de lxs anonymus.
No existen tal cosa como «los auténticos valores y principios humanos», eso es homologar, y hemos hablado antes de los peligros de la homologación. Para finalizar, tenemos que pensar que la respuesta para el actuar cultural frente a las posibilidades de Mcdonalización o de multiculturalismo nos la dan, una vez más, lxs compas del EZLN, que nos han enseñado que ni borrar las diferencias ni hacerlas más grandes. Lo que tendríamos que atender es al Respeto, diferente a la tolerancia, ésta presupone que se asumen otras manifestaciones siempre y cuando no se conviertan en una amenaza, digamos, tolero algo que no me hace daño y que no me interesa porque está bien colocado en un cajón donde lo puedo sacar y meter cuantas veces quiera.
El Respeto dice no, no se trata sólo de estar con los que piensan igual que nosotros, o similar. Tampoco de abrazar todas las manifestaciones, se trata de una reflexión profunda desde algo que podemos denominar moral, no en un sentido religioso sino en tanto reflexión selectiva.
Las ciudades, por ejemplo, se pueden resumir como encuentro de moralidades, pero dice el zapatismo, no se puede respetar algo que a todas luces carece de moral. Por eso las acusaciones de: no eres zapatista porque usas tenis de marca, no eres porque no hablas tzeltal, tojolabal o chol, no, porque no ha sufrido hambre, son acusaciones pueriles. Al zapatismo que yo interpreto, lo que le parece imprudente no es que alguien no tenga hambre o decida vestirse con zapatos deportivos, sino quienes se muestran racistas, sexistas, sectarixs, agresivxs. Lxs inmorales en cuanto dañan o amenazan a otrxs que somos nosotrxs. El Respeto a la diferencia y el cuestionamiento permanente del entorno, es el encabezado cultural emancipatorio a discutir. Lo otro, son políticas de comportamiento.
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