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Nuestra democracia

Fuentes: Bohemia

Cercanas las elecciones de delegados a las asambleas municipales del Poder Popular, que tendrán la primera vuelta el próximo 25 de abril, valga citar una vez más, no a Martí ni a Bolívar, sino al norteamericano Abraham Lincoln, cuando definió: «Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Con ese […]

Cercanas las elecciones de delegados a las asambleas municipales del Poder Popular, que tendrán la primera vuelta el próximo 25 de abril, valga citar una vez más, no a Martí ni a Bolívar, sino al norteamericano Abraham Lincoln, cuando definió: «Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».

Con ese espíritu se hicieron en Cuba las guerras de independencia contra el poder colonial español y se aprobó más de una Constitución de la República en Armas, desde la primera en Guáimaro.

Para establecer esa democracia lucharon y entregaron sus vidas muchos compatriotas durante la república neocolonial, impuesta a Cuba por Estados Unidos tras la intervención oportunista de la naciente potencia imperial, en 1898, en la contienda prácticamente ganada ya por las armas mambisas.

La Constitución de 1940, que todavía hoy muchos recuerdan, fue un intento notable de respaldar jurídicamente los derechos y libertades del pueblo, pero, después de aprobarse, fue letra muerta.

Hacía falta una Revolución como la que encabezó Fidel Castro hasta llevarla al triunfo en enero de 1959, para establecer realmente en Cuba «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».

De esa Revolución surgió esta democracia que hoy ejercemos, fundada en el derecho inalienable de todos los ciudadanos con derecho a voto, según la Constitución y la Ley Electoral, a elegir a sus representantes, para gobernar en nombre de los electores ante los cuales rinden cuenta periódicamente y por los cuales pueden ser revocados en cualquier momento si hubiese razón. Porque «aquí -como dijo Fidel hace muchos años- el que manda es el pueblo».

Los vecinos en cada barrio o comunidad proponen, según su soberana voluntad, a sus candidatos a delegados -como ocurrirá en las asambleas de nominación del 24 de febrero al 24 de marzo próximo- y los eligen, además, con su voto secreto, como también ocurre cada cinco años con los delegados provinciales y diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, órgano de poder supremo de nuestro Estado socialista.

Del cumplimiento de esos procesos acordes con la ley son responsables las comisiones electorales -desde la circunscripción hasta la nación-, integradas por representantes de las organizaciones de masa. Bien conocido por todos los cubanos es que no es el Partido Comunista quien nomina y elige, ni son los militantes del Partido o la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) los únicos con derecho y posibilidad de ser nominados y elegidos, como repite falazmente la propaganda enemiga.

Cualquier ciudadano con los requisitos que establece la Ley Electoral puede ser propuesto. Son su prestigio ante la comunidad, sus méritos, virtudes y capacidades los que cuentan, y es la asamblea de vecinos, la masa, el pueblo, quienes deciden su nominación, sea el propuesto militante o no, hombre o mujer, negro o blanco, joven o viejo, creyente o no, obrero o reconocido intelectual.

Forma de democracia como esta no se practica en otro lugar de este mundo, empezando por Estados Unidos y la comunidad europea, desde donde tanto nos la critican con aviesa intención.

En nuestras elecciones, a diferencia de la mal llamada democracia representativa, no contienden en las urnas fortunas, intereses empresariales ni profesionales de la política; no compiten partidos por las prebendas que logran con el poder; no se ocultan a la ciudadanía las listas de electores, ni hay que pagar para incluirse en ellas; no custodian los colegios los militares, sino los pioneros; no se secuestran urnas, ni los votos se cuentan a escondidas.

Sería mejor, entonces, cambiar aquella «democracia» por esta, si del concepto de Lincoln realmente se trata. Faltaría que le dieran al pueblo, en aquel escenario, la verdadera facultad de elegir.

Con todo, nuestra democracia no es perfecta. Le falta ahora mismo, por ejemplo, privilegiar la nominación y elección de más mujeres, negros y jóvenes, insuficientemente representados entre los delegados por diferentes causas, entre ellas prejuicios que todavía subsisten en nuestra sociedad.

Falta también que el delegado tenga más poder real sobre las estructuras administrativas, sea más conductor de soluciones en nuestros barrios y comunidades, con el apoyo y la participación de sus electores; más fiscalizador ocupado en que cuanto hay que hacer, se haga bien, o mejor.

En el fortalecimiento de nuestra institucionalidad también está continuar perfeccionando el sistema de Poder Popular, en el que democracia no es solo ejercicio electoral, sino práctica real del derecho del pueblo a gobernar, mediante sus delegados y diputados.

Fuente:http://www.bohemia.cu/2010/02/05/opinion/editorial.html