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Nuestros gobiernos no nos protegen

Fuentes: Rebelión

La serie de atentados perpetrados en París el pasado viernes 13 de noviembre, de confirmarse su autoría por el Estado Islámico (EI), supondría un salto cualitativo de primer orden en el actuar de este grupo yihadista. Hasta la fecha, todos sus crímenes habían sido cometidos contra los propios musulmanes, en sus áreas de influencia, lo […]


La serie de atentados perpetrados en París el pasado viernes 13 de noviembre, de confirmarse su autoría por el Estado Islámico (EI), supondría un salto cualitativo de primer orden en el actuar de este grupo yihadista. Hasta la fecha, todos sus crímenes habían sido cometidos contra los propios musulmanes, en sus áreas de influencia, lo que ellos consideran como su territorio natural.

La dimensión del acto, que puede resultar escandalosa para la acomodada sociedad europea, resulta algo cotidiano en la vida de los desgraciados pueblos del Oriente Próximo, en particular, de aquellos que cuentan o han contado con gobiernos que se resisten a los dictados del imperio euroatlántico. Cabe recordar, entre tanto ruido mediático, que la misma víspera se produjo un atentado en Beirut que saldó con 39 muertos y que apenas produjo citas en los medios. Y la lista de atentados terroristas en cualquiera de los países musulmanes resulta interminable. Para no hablar de las intervenciones militares directas de occidente en Palestina, Afganistán, Irak o Libia, ni de aquellas que se libran a través de actores interpuestos, como son los casos de Siria o Yemen.

De manera que resulta extremadamente hipócrita tanta muestra de dolor, compasión y respeto por las víctimas de los atentados de París y sus allegados, sin hacer mención alguna a tantos millares y millares de víctimas, directas o indirectas, de las intervenciones imperialistas en el Oriente Próximo.

Pero lo más preocupante de todo es la inmensa cortina de humo que políticos y medios de masas occidentales arrojan sobre las desconcertadas conciencias y emociones de los europeos: ni una sola mención a la responsabilidad de occidente en la creación de los sucesivos grupos fundamentalistas islámicos con los que han venido actuando contra gobiernos legítimos que, con todas las limitaciones que se les pudieran poner, defendían su soberanía y su derecho a organizarse como pueblo, frente a las pretensiones de occidente. Afganistán, Libia y ahora Siria e Irak, han visto florecer, una tras otra, a las sucesivas formaciones de milicianos islamistas radicalizados que, convenientemente alimentadas por los servicios secretos y los cuerpos de operaciones especiales de EEUU y sus aliados de la OTAN, además de Israel (o, abiertamente, por sus aliados, las retrógradas monarquías del Golfo), resultaban funcionales a sus deseos: derribar a los gobiernos díscolos.

Las dos olas de atentados recientes en el mundo euroatlántico coinciden con dos potencias secundarias que tienen su propia agenda, incluso puestas en cuestión por los propios EEUU en los últimos tiempos: Turquía, en su lucha contra los kurdos y Francia, en su empeño neocolonial que trata de recuperar los proyectos de un Oriente Próximo subordinado, bajo el control francés. El efecto sobre ambas poblaciones, más proclives sus gobiernos a la intervención directa en Siria, sería la de incrementar la demanda de seguridad, en forma de intervención militar abierta. En especial, tras la aparición inesperada de Rusia con una acción decidida de apoyo al gobierno legítimo de Siria.

Han conseguido su objetivo: Hollande ha declarado la guerra la Estado Islámico aprovechando el estado de shock de los franceses, en un gesto de venganza que recuerda (a otra escala) a la invasión de Afganistán por los EEUU tras los atentados de las torres gemelas. Y, una vez más, ignorando la frágil e insuficiente legalidad internacional, en una operación en territorio Sirio sin su consentimiento ni mandato de la ONU alguno. Un subidón para el orgullo nacional de Francia, pero un paso más en la espiral descendente a los infiernos de la violencia imperial.

Todo ello se produce en el contexto de una descontrolada crisis de refugiados que huyen del caos provocado por las intervenciones de occidente en Oriente Próximo y que ha sido además hábilmente manipulada para fomentar la sensación de inseguridad; en especial, desde los países de Europa Oriental, que se inclinan cada vez más a soluciones de extrema derecha y que desean la ruptura definitiva de Europa con Rusia para fortalecer el vínculo trasatlántico, más favorable a los negocios de sus corruptas élites.

Y de camino, las demandas securitarias ya han supuesto recortes en las libertades con el estado de emergencia nacional decretado por Hollande y del que anuncia su voluntad de modificar la Constitución para poder prolongarlo. Francia ya tiene su «Patriot Act», esa ley de excepción que permitió a los EEUU el laminado de muchos de los derechos y libertades civiles tan difícilmente alcanzados y que supuso la implantación, entre otros, de los programas de vigilancia masiva: será más fácil ahora para su gobierno el control de la disidencia.

Estaremos entretanto sufriendo una intensísima campaña de intoxicación desde los medios de persuasión con eternos debates sobre la forma de enfrentarse al terrorismo yihadista sin que se ponga en cuestión la raíz del problema: el empeño del imperio euroatlántico en reordenar el próximo oriente a la medida de los intereses de las grandes corporaciones y del capital financiero, en momentos de crisis terminal del sistema capitalista y de ineluctable declive de su capacidad de influencia, fuera de la mera fuerza militar.

De manera que nuestros gobiernos no nos defienden: por el contrario, defienden los intereses del gran capital imponiéndose por la fuerza y arrastrando a los pueblos, tanto de la periferia como de los países centrales, a una espiral de violencia de consecuencias impredecibles y en la que les toca poner las víctimas. El bloque euroatlántico debe sacar sus manos, de una vez por todas, de Oriente Próximo. Y los pueblos europeos tienen que exigir de sus gobiernos el abandono definitivo de la OTAN como instrumento de fuerza y máxima expresión del poder imperial y que detengan esta alocada carrera de destrucción y muerte.

Para terminar, mi sentido homenaje a las víctimas de París, a las de Beirut, a las de Palestina y a las de los centenares de miles de vidas perdidas en todo el mundo musulmán como consecuencia del empeño de occidente de mantener su control y el saqueo de sus materias primas. El deber impostergable de los supervivientes será el combatir la lógica imperial de nuestros gobiernos.

Manuel Pardo de Donlebún. Capitán de navío de la Armada, en la Reserva y miembro del Colectivo Anemoi

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.