Traducción por S. Seguí
El jueves pasado, el presidente Barack Obama fue el anfitrión de una reunión de emires, príncipes herederos y ministros de alto nivel pertenecientes a las monarquías petroleras árabes del Golfo Pérsico, una colección de regímenes dictatoriales que constituyen los principales aliados de Washington en el mundo árabe.
Al comparecer ante la prensa con representantes de los seis regímenes que integran el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), Obama se refirió a sus invitados como algunos de los «asociados más íntimos» de Washington, y confirmó el compromiso de Estados Unidos de «ayudar a nuestros socios del CCG contra ataques externos.»
La cumbre de Camp David fue una especie de medida de compensación, bastante torpe, por parte de Washington frente a su intento de llegar a un acuerdo con Irán sobre el programa nuclear de este país y tantear la posibilidad de un acercamiento con Teherán. A esta política se oponen decididamente las sectarias monarquías suníes del Golfo, que ven a Irán como una amenaza, en gran medida debido a la represión de sus las poblaciones chiítas de sus propios países.
La presencia de sólo dos de las seis cabezas coronadas que integran el GCC -los emires de Kuwait y Qatar- fue en general interpretada como un desaire deliberado a la administración de Obama por parte las monarquías petroleras, mediante el cual expresaron su hostilidad a las negociaciones con Irán y la preocupación de que el imperialismo de Estados Unidos pudiera estar debilitando su compromiso, que data de décadas, de defender a estos regímenes como bastiones de la reacción en el mundo árabe.
El más notable de los ausentes fue rey de Arabia Saudita, Salman bin Abdulaziz Al Saud. Salman, que ascendió al trono recién el pasado mes de enero, parece sufrir la enfermedad de Alzheimer y demencia senil, y probablemente no hubiera sido capaz de tener ningún papel en las conversaciones de Maryland. En cualquier caso, el rey envió a los dos miembros más altos funcionarios de su régimen, su sobrino, el príncipe Mohammed bin Nayef, y su hijo, el príncipe heredero Mohammed bin Salman. Juntos detentan las riendas de las fuerzas de seguridad y el ejército de Arabia Saudita.
El rey de Bahrein, Hamad bin Isa al-Khalifa, se saltó la cumbre y asistió junto a la reina Isabel de Inglaterra a un espectáculo de caballos en el castillo de Windsor.
La decepción producida por la incapacidad del gobierno de Obama de lograr un pacto de defensa mutua, al estilo del de Japón, ente Estados Unidos y las monarquías del Golfo puede haber tenido un papel en los casos de ausencia. En las discusiones de la semana pasada en París con los ministros de Exteriores del CCG, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, hizo declaraciones que fueron interpretadas por algunos en la región en el sentido de que tal acuerdo iba a producirse.
Otra expresión de desagrado de los regímenes del Golfo fue el compromiso expresado por una figura destacada de la familia real saudí, el príncipe Turki bin Faisal, de 70 años, ex jefe de la inteligencia saudí, de que Arabia Saudita iba a construir su propio programa nuclear. «Todo lo que los iraníes tengan, lo tendremos nosotros también», dijo en la víspera de la cumbre. Irán siempre ha negado que su programa nuclear esté destinado a cualquier cosa que no sean fines pacíficos.
Como parte de la prolongada campaña del imperialismo estadounidense para afirmar su hegemonía sobre Oriente Próximo y sus riquezas energéticas, los sucesivos gobiernos estadounidenses han jurado defender Arabia Saudita y las monarquías petroleras menores. Al proclamar la llamada doctrina Carter, en el período inmediatamente posterior a la revolución iraní de 1979, el presidente Jimmy Carter declaró que cualquier intento por parte de una potencia extranjera para afirmar su control del Golfo Pérsico sería «considerado como un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos de América, y tal ataque será repelido por todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar.»
El temor entre los saudíes y otros monarcas petroleros es resultado del acercamiento a Irán combinado con el «pivote hacia Asia» de Washington, que podrían acarrear la reducción de la presencia militar estadounidense en la región, que estos regímenes no democráticos y ampliamente despreciados consideran esencial para su propia supervivencia.
En lo que pareció ser un indicio de la falta de avances sustantivos en las conversaciones de Camp David, Obama afirmó que iba a «asegurarse de que esto no fuera sólo una sesión de fotos,» y organizará una reunión similar para el próximo año.
La cumbre sirvió principalmente para subrayar la sangrienta catástrofe que el imperialismo estadounidense ha causado en la región y para exponer la hipocresía y la duplicidad de los fundamentos utilizados para justificar las políticas de Washington.
Obama declaró que él y los emires de petróleo y príncipes habían debatido sobre una estrecha colaboración en la lucha contra el «terrorismo», en un intento de homologación de Irán con Al Qaeda y el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). En realidad, ISIS y el afiliado sirio de Al Qaeda, el Frente Al Nusra, se han convertido en las principales unidades de combate en la sangrienta lucha sectaria para el cambio de régimen en Siria, precisamente por el sustancial apoyo financiero y de armamentos prestado por las monarquías petroleras sunitas, con la colaboración de Washington.
Y a pesar de toda su palabrería sobre la defensa de los países de la región contra la agresión exterior, el gobierno de Obama está proporcionando apoyo logístico crítico y de inteligencia junto con las bombas y los misiles que se han utilizado para convertir gran parte de Yemen en escombros, en una guerra criminal de agresión que ha matado a más de 1.400 yemeníes y herido a otros 6.000; la gran mayoría de ellos, civiles.
Obama dijo que en el transcurso de la cumbre había reafirmado «el férreo compromiso de Washington con la seguridad de nuestros socios del Golfo.» Y afirmó que dicho compromiso se concretaría en un aumento de las «operaciones de seguridad ya existentes» con ejercicios militares más frecuentes y otras medidas destinadas a la construcción de las fuerzas de seguridad en estos estados dictatoriales. Asimismo, señaló que incluiría la promoción de «fuerzas de reacción rápida» destinadas a «misiones de mantenimiento de la paz.» El precedente de este tipo de operaciones se estableció cuando Arabia Saudita envió sus tanques a Bahrein, en 2011, para reprimir las protestas por parte de la mayoría chiíta oprimida en esa monarquía sunita.
También dijo que su gobierno «simplificaría y agilizaría» el flujo masivo de armamento de Estados Unidos a la región y promovería un sistema antimisiles regional integrado, lo que significará enormes beneficios para Lockheed Martin y otros comerciantes de armas estadounidenses.
A pesar de toda la verborrea sobre la amenaza iraní, las monarquías del Golfo gastaron alrededor de 100 millones de dólares en armamentos el año pasado, frente a un gasto de 15 millones de dólares por parte de Irán, que tiene tres veces más ciudadanos que todos los países del CCG juntos.
Sin que se le escapara la risa, Obama afirmó que él y los emires y príncipes también había discutido la importancia de la «gobernanza inclusiva» y los «derechos humanos». En casi todos estos estados, la tortura, la supresión de las libertades de expresión y reunión, el encarcelamiento de los disidentes políticos y las ejecuciones brutales son los medios preferidos de apuntalar el poder de sus familias reales gobernantes. Además, a pesar de la retórica de Obama, lo hacen con la estrecha colaboración de la CIA y el Pentágono.
Fuente original: http://www.wsws.org/en/articles/2015/05/15/arab-m15.html