Traducido para Rebelión por LB.
Así pues, ¿será tragedia, farsa o turismo? El Davy Crockett de la frontera periodística estadounidense y rey filósofo del New York Times (también conocido como maese T[homas] Friedman) afirma que Obama es un turista, pero se equivoca. El ganador del Premio Nobel de discursos públicos será, como mínimo, un superturista al que solamente en Jerusalén acompañarán 10.000 guías turísticos armados, israelíes y estadounidenses. Mire, señor, ahí está el muro. No, no El Muro, sino la empalizada otomana que flanquea la puerta de Damasco de la ciudad.
Pero, naturalmente, si Obama decide ir al Santo Pesebre tendrá que echar un vistazo – ¿no es cierto? – al verdadero muro (también conocido como «valla/barrera de seguridad»). Cierto, Berlusconi dijo que no lo veía, aunque Mussolini al menos se habría percatado de sus dimensiones fascistas. Pero, mire usted por dónde, el «benéfico» presidente tiene la intención de «contactar» con la gente, con la gente joven. Sobre las cabezas de sus amos dirigióse a los jóvenes. El problema es que los jóvenes de la modalidad israelí y palestina no parecen tener mucha confianza en el hombre.
Sin embargo, hay que sentir lástima por Obama. ¿Qué otro estadista habría viajado a Israel tras convocar a los líderes de la comunidad judía de Estados Unidos y prometerles -en realidad, insistirles- que no habrá grandes iniciativas de las que preocuparse?
¿Nos acordamos de la Humillación del Santo Barack? Cuando el año pasado en la Casa Blanca Obama comenzó a perorar sobre la frontera de 1967 y Netanyahu le cortó para decirle que se olvidara del tema y el presidente simplemente se quedó sentado, corrido como una pasa, aplastado por el indómito Benjamin. De modo que se acabaron las discusiones sobre las fronteras de 1967 o sobre la Resolución 242. De todos modos, Obama ha estado recibiendo asesoramiento por parte de un asesor que ha resultado ser el mayor fracaso de la política exterior de EEUU desde los tiempos de Joseph Kennedy: el muy aclamado y absolutamente inútil Dennis Ross.
Ni que decir tiene que vamos a tener que soportar los clichés habituales, ya sea vertidos por el Santo Barack o por sus sapos de prensa. Otra vez habrá que «encarrilar» el infame proceso de paz, o quizá tengamos que oír hablar de la «hoja de ruta», la cual posiblemente no podrá volver a «encarrilarse» ya que los trenes no ruedan sobre asfalto. Y no nos olvidemos de Irán, país en relación al cual nuestro héroe dirá a los israelíes que «todas las opciones están sobre la mesa». ¿Y por qué sobre «la mesa», hombre de Dios? Más probable será que las opciones estén en búnkeres, quizá en los innombrables, indemostrables e inefables silos en los que el indómito Benjamin acopia alrededor de 250 misiles nucleares. Y luego nos recordarán a todos los Macbeth que salpican la región; no al decapitador de Riad, por supuesto, porque ése es amigo nuestro, pero sí sin duda al chiflado de Teherán, al mortecino Morsi, al tío ése que ocupa el palacio presidencial de Damasco y a todos esos salafistas Calibanes – ¿o son talibanes? – impacientes por destruir la civilización occidental (a la que pertenece Israel, ¿no es cierto?).
Oh, sí, va a levantarse una bonita polvareda como Obama no se ande con cuidado. Los israelíes han escondido a los palestinos detrás de El Muro y el único auténtico líder histórico palestino (olvídense de Abbas) a quien Obama verá será el viejo Gran Mufti, sentado junto a Hitler en la foto del memorial del Holocausto de Yad Vashem: al-Husseini, el que contamina de nazismo a todos los palestinos hasta el fin de los tiempos.
¿Aparecerá Blair? Por favor, Dios mío, que no lo haga. Ya corre suficiente sangre de Cristo en Oriente Medio como para que asome sus narices el doctor Fausto. Pero uno no puede dejar de preguntarse si no habrá nadie que se atreva a señalar que un grupo – los palestinos – están siendo ocupados por otro – los israelíes – , a quienes apoya de forma incondicional un tercero, a saber, el Santo Barack y sus alegres comparsas. Quizá quiera dar por finiquitada la cosa ésa del «proceso de paz» y echarse a correr. Un repliegue de la política exterior de EEUU. Igual que el repliegue de Napoleón en Moscú, o el repliegue británico en Dunquerque. Le hace a uno sentir lástima por los palestinos, ¿no? Y por los israelíes también.