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Objetivo Kioto

Fuentes: El País

Un viaje de mil kilómetros, comienza con un paso. La entrada en vigor del Protocolo de Kioto es sólo un paso en un largo viaje, pero es un paso en la buena dirección. Ahí radica su importancia, no tanto en las metas cuantitativas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero contempladas en el […]

Un viaje de mil kilómetros, comienza con un paso. La entrada en vigor del Protocolo de Kioto es sólo un paso en un largo viaje, pero es un paso en la buena dirección. Ahí radica su importancia, no tanto en las metas cuantitativas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero contempladas en el Protocolo, que son modestas.

 

La primera etapa de ese viaje abarca los 20 años que van desde la cumbre de Río de Janeiro, en 1992, hasta la finalización del período al que hace referencia el Protocolo de Kioto, 2012. En ella se han producido, de momento, cuatro avances muy notables :la aprobación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 1992; la aprobación en 1997 del Protocolo de Kioto y su posterior entrada en vigor en 2005; el extraordinario avance en la ciencia del clima protagonizado por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), cuyos informes científicos han centrado el estado de la cuestión y, finalmente, el firme liderazgo político desempeñado por la Unión Europea en la arena internacional. El principal fracaso de esa primera etapa es no haber conseguido que el primer emisor de gases de efecto invernadero, Estados Unidos, haya suscrito el compromiso de Kioto.

 

En virtud del principio de responsabilidad diferenciada recogido en la Convención, los países económicamente desarrollados se comprometen en esta primera etapa a recortar sus emisiones en valores absolutos -un 5% respecto a sus emisiones de 1990-, mientras que los países en vías de desarrollo no se ven afectados por ningún tipo de restricción. Se trataba, en parte, de enviar una clara señal de responsabilidad por parte de los países ricos hacia los que están en vías de desarrollo. En ese sentido, el balance de estos años es muy modesto.

 

Por un lado, el Protocolo de Kioto ha necesitado siete largos años para ser ratificado, debido a la actitud cicatera y calculadora de Rusia, actitud que para nadie ha pasado desapercibida. Por otro, el rechazo de la principal potencia económica y tecnológica del planeta a suscribir el Protocolo constituye un poderoso contra-ejemplo para países como China, India, Brasil, Indonesia o Sudáfrica. El mensaje latente es que si un país rico y poderoso no es capaz de asumir un compromiso de reducción de emisiones ante la comunidad internacional, con qué fuerza moral se va a demandar compromisos a países mucho más modestos económica y tecnológicamente. Y el trágico dilema es que sin la participación de esos países en la segunda etapa, post-Kioto, la humanidad sencillamente no podrá dar pasos significativos en la solución del problema del calentamiento global de su atmósfera y de sus océanos. Hoy día, China es ya el segundo emisor de gases de efecto invernadero del mundo y, muy posiblemente, en dos décadas sea el primero. India es ya el quinto emisor y sus índices crecen anualmente de manera importante.

 

La Unión Europea ha traducido el objetivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de evitar una interferencia antropogénica peligrosa en el clima de la Tierra en una meta cuantificable y, por tanto, capaz de referenciar las políticas y estrategias sobre el cambio climático, tanto internas de la UE como de la comunidad internacional. La meta es evitar que la temperatura media de la atmósfera terrestre sobrepase en 2 Cº la existente en los tiempos preindustriales. A finales del siglo XX ya era 0,6 Cº superior.

 

La comunidad científica ha advertido de que por encima de ese umbral los impactos sobre la salud humana, sobre los ecosistemas, sobre la biodiversidad, sobre la disponibilidad de agua, así como la incidencia de eventos climáticos extremos -huracanes, olas de calor, sequías, gota fría, etc.- serán numerosos y muy graves. De hecho, investigaciones recientes están concluyendo que incluso el umbral de 2 Cº es poco ambicioso, ya que por debajo del mismo se están produciendo ya y van a continuar exacerbándose importantes impactos sociales, económicos y ambientales.

 

No obstante, hay que tener presente que fijar un determinado umbral en la temperatura media de la atmósfera significa delimitar los niveles de concentración permisibles de gases de efecto invernadero y, consecuentemente, supone condicionar los objetivos de control y reducción de emisiones que habrán de consensuar los foros internacionales. Dadas las dificultades que se han visto para dar los primeros pasos prácticos (Kioto) la Unión Europea considera suficientemente ambiciosa la meta de los 2 Cº. Esa meta implica una reducción de las emisiones globales en torno al 20% para el año 2050, algo imposible de alcanzar sin la colaboración de EE UU, China, UE, Rusia, Japón e India.

 

Es en ese contexto en el que hay que situar los pésimos resultados que presenta España y los muy malos del País Vasco. Ocho años de gobierno del Partido Popular han significado ocho años de desinterés, cuando no abierto menosprecio, por todo lo que significaba asumir responsablemente las obligaciones de Kioto. La derecha popular y los grupos empresariales a ella vinculados en el fondo nunca creyeron -e hicieron votos en esa dirección- que el Protocolo de Kioto fuese a entrar formalmente en vigor a nivel internacional. Por ideología y talante se sentían más cercanos a las posiciones de la derecha republicana de Bush que a las de la Comisión Europea.

 

El resultado está a la vista. España es el país industrializado que presenta el peor balance en sus emisiones de gases de efecto invernadero en relación a los compromisos de Kioto. A finales de 2004, las emisiones eran un 45% superiores a las del año de referencia 1990, cuando el máximo permitido a España es el 15% en el período 2008-2012. Un resultado sencillamente bochornoso.

 

En el País Vasco las emisiones de gases de efecto invernadero se situaron al finalizar el año 2003 en un 28% por encima de las del año de referencia. El sector de la energía y el transporte son los responsables absolutos de esa situación, mientras que la industria vasca ha protagonizado una evolución altamente positiva al disminuir en un 25% sus emisiones entre 1990 y 2003. Aunque el balance de las emisiones es todavía negativo, se percibe voluntad política en el Gobierno Vasco de hacer que este país esté entre los cumplidores estrictos de los acuerdos de Kioto.

 

La estrategia energética vasca recientemente aprobada, la petición de cierre de las antiguallas térmicas de Pasaia y Santurtzi, así como el anuncio de una estrategia específica sobre cambio climático, son señales importantes en la buena dirección. Entre el conjunto de medidas a adoptar los próximos años, el cierre de las centrales de Pasaia y Santurtzi es, con diferencia, la más importante. En 2003 ambas centrales emitieron ,45 millones de toneladas de CO2 sobre un total de emisiones de 19,4 millones de toneladas en el conjunto del País Vasco. Su sustitución por centrales de ciclo combinado supondrá una disminución muy sustancial de emisiones -una central de gas genera la tercera parte de las emisiones de la central de carbón de Pasaia y la mitad de la central de fuel de Santurtzi-.

 

Iberdrola, propietaria de ambas centrales térmicas, ha hecho una importante apuesta corporativa por las energías renovables y por la tecnología de ciclo combinado. Es de esperar que la empresa energética vasca sepa calibrar la importancia que en los próximos años va a adquirir para este país el estar entre los cumplidores de los compromisos de Kioto. Si aparece como un obstáculo para ese objetivo es posible que se enfrente a una importante marea política y social en su contra. En ese escenario, el esfuerzo de los últimos años de generar una imagen corporativa de empresa con visión de futuro en el campo de la energía quedará completamente en entredicho.

 

Sería muy positivo que el gobierno que salga de las urnas tras las elecciones autonómicas cree una Oficina Interdepartamental para el Cambio Climático que articule y ejecute la estrategia sobre el cambio climático del País Vasco.

 

Kioto es sólo un paso, pero es un paso extraordinariamente importante. Cumplir con él ha de ser el principal objetivo ambiental del País Vasco en los próximos años.