Son aplaudidos en determinados ambientes y repudiados en otros. Para algunos son «el futuro de Israel», pero entre sus familiares y amigos no faltan quienes les tachan de «traidores». Negarse a servir en el ejército no cae nada bien en una sociedad con arraigados valores militares y su decisión les obliga desde hoy a pagar […]
Son aplaudidos en determinados ambientes y repudiados en otros. Para algunos son «el futuro de Israel», pero entre sus familiares y amigos no faltan quienes les tachan de «traidores». Negarse a servir en el ejército no cae nada bien en una sociedad con arraigados valores militares y su decisión les obliga desde hoy a pagar un alto precio: su ingreso en prisión.
Emelia, Or y Efi tienen entre 18 y 19 años, pero hablan como si la vida ya les hubiese curtido. A diferencia de muchos de los jóvenes israelíes de su edad, no sintieron ganas de convertirse en ‘héroes’ cuando recibieron la carta del gobierno para hacer el servicio militar, obligatorio en Israel durante tres años para los chicos y dos para las chicas.
Fue en ese momento cuando empezaron una lucha que ha acabado hoy con su encierro en las celdas de una cárcel militar sin fecha de salida.
La razón: «no queremos formar parte de un ejército al servicio de la política de ocupación en territorios palestinos», afirma Efi, a quien el título de «disidente» en la prensa local le costó que su padre lo echara de casa.
«La ocupación ha convertido la realidad de los palestinos en algo insoportable. Los puestos de control, la ocupación de tierras, el ‘muro del apartheid’, la construcción de carreteras sólo para israelíes, los asentamientos, los juicios injustos y los asesinatos han destruido Cisjordania durante cuatro décadas», afirman los jóvenes en una carta que enviaron al primer ministro, Benjamin Netayahu, y al Parlamento israelí.
«El asedio de Gaza y el bloqueo que impide la entrada de alimentos básicos y de ayuda humanitaria hace imposible que los palestinos de la franja cuenten con las condiciones de vida mínimas. No podemos tolerar esta realidad», prosigue la carta, leída en la cámara por un parlamentario árabe días atrás.
Sobran argumentos para que estos objetores no quieran enrolarse en el ejército de su país, aunque afirman que no apoyarían a ningún otro. Son pacifistas, y eso es precisamente lo que más disturba al «comité de conciencia» de la armada israelí, que hace unos meses llamó a Emelia y a Or a comparecer.
«¿Eres un puro pacifista? ¿estás en contra de todo tipo de violencia? ¿significa es que si violaran a tu madre te quedarías de brazos cruzados?», fueron algunas de las preguntas que tuvieron que responder.
«Lo que quieren es que acabes reconociendo que la violencia es necesaria para la autodefensa y que está justificado tener y servir en el ejército», explica Or.
En un país obsesionado con la necesidad de «sobrevivir» a la «amenaza existencial» que pesa sobre ellos, según palabras que utiliza el propio ministro de Defensa, Ehud Barak, la «autodefensa» se convierte en el perejil de todas las salsas. No sólo sirve para justificar muchas de las políticas emprendidas por el gobierno central, sino que es la explicación ante cualquier acusación que recae sobre el ejército.
Pero «¿Se trata de una verdadera fuerza de defensa o de un instrumento para seguir avanzando en la ocupación?», se pregunta Hagai, que ya cumplió su pena en prisión entre 2002 y 2004. «Continuar la ocupación por razones de seguridad no tiene fundamento», defienden los objetores en su carta.
A pesar de ser una obligación, el 26 por ciento de los jóvenes israelíes logran evadir la llamada a formar filas cada año alegando incapacidad física o mental, o la realización de estudios bíblicos en una «yeshiva» (escuela para el estudio de la Torá). Además, un 25 por ciento abandona el servicio después del primer año, según datos de «New Profile», la organización que asiste este tipo de casos.
Para Or, Efi o Emelia decir que sufrían depresión hubiese sido el camino más corto, pero «se niegan a mentir». Quieren «mandar un mensaje de esperanza a los palestinos y romper el tabú ante la sociedad israelí», dice Or.
«Nos inculcan valores militares desde la escuela primaria. Los mandos militares hacen visitas al colegio y desde niños vemos a soldados armados hasta las cejas en la calle como si fuese algo normal. También nuestros medios de comunicación están militarizados», denuncia la joven refiriéndose a la radio del ejército, la más escuchada en el país.
«Queremos romper el tabú y el precio que pagamos por ello merece la pena», añade la joven por teléfono mientras prepara la bolsa horas antes de ingresar en prisión.
A partir de hoy y sin saber hasta cuando, Or y sus compañeros pasarán periodos de entre 7 y 28 días en prisión, tras los que volverán a ser llamados a hacer el servicio militar. Todos están dispuestos a seguir renunciando hasta que la paciencia les ponga de nuevo en libertad.