Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Cuando el presidente de la Autoridad Palestina decidió ir a las Naciones Unidas para solicitar la admisión de Palestina como miembro de pleno derecho, parecía haber pasado por una epifanía. ¿Había finalmente comprendido que durante las últimas dos décadas él y su partido Fatah iban por un camino que no llevaba a ninguna parte? ¿Que Israel solo está interesado en él como conducto para lograr su objetivo colonial en el restante 22% de la Palestina histórica? ¿Que su proyecto nacional -basado en el siempre evasivo proceso de paz- no conseguía ni la paz ni la justicia?
Abbas afirma que esta vez va en serio. A pesar de todos los intentos de intimidación por parte de EEUU (por ejemplo, amenazándole con retirarle la financiación), y a pesar de la intensificación de las tácticas israelíes (incluidas nuevas armas para que los ilegales colonos judíos combatan la posible movilización palestina en Cisjordania), fue sencillamente imposible persuadir a Abbas de que no intentara integrar a Palestina como miembro de las Naciones Unidas este septiembre.
Durante meses, los intelectuales, historiadores, expertos juristas y académicos palestinos han advertido contra el azaroso y poco estudiado movimiento de Abbas. Algunos han defendido que si su aventura en las Naciones Unidas responde a una maniobra táctica, sus repercusiones legales pudieran ser demasiado graves como precio a pagar a cambio de muy poco o de nada. Si «Palestina» sustituye a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) -actualmente reconocida por las Naciones Unidas como la única representante del pueblo palestino-, entonces los palestinos se arriesgan a perder el único órgano unido que tienen en común (su sustitución representaría tan solo a los dos millones de palestinos de la ocupada Cisjordania).
La OLP, que durante décadas sirvió de baluarte de la lucha nacional palestina, continúa existiendo hoy, pero solo en teoría. La AP, que se fundó en 1994 como autoridad transitoria para supervisar una transición palestina a la estatalidad, ha secuestrado y debilitado, lenta pero decididamente, las instituciones de la OLP.
Es más, la misma AP no tiene ni legitimidad ni credibilidad. Lo que queda de la segunda lo perdió durante la guerra israelí contra Gaza y con la publicación de los llamados Papeles de Palestina por Al-Jazeera y el Guardian. Los documentos mostraban que los mismos individuos que ahora se han puesto al frente del intento por la estatalidad palestina en las Naciones Unidas colaboraban regularmente en otro tiempo con Israel para aplastar a la resistencia palestina. Ayudaron a Israel a socavar la democracia palestina, a aislar al movimiento democráticamente elegido de Hamas, a traicionar el derecho al retorno de los refugiados, y lo que es peor, a despojar a los palestinos de cualquier soberanía significativa en la ocupada Jerusalén.
En cuanto a su falta de legitimidad, el asunto no necesita de documentos filtrados. De hecho, el rechazo de Fatah a aceptar los resultados de las elecciones de 2006 llevó a las circunstancias que acabaron en una guerra civil en Gaza. El asedio de Gaza (consecuencia directa de las elecciones y de la guerra civil) continúa sirviendo por igual tanto a Israel como a la AP. Esta última está funcionando en Cisjordania sin un mandato popular, sobreviviendo de las limosnas internacionales y de la coordinación con el ejército israelí en el área de la seguridad. Incluso ha expirado el mandato de Abbas como presidente de la AP.
Todo esto plantea una cuestión urgente: ¿Cómo puede una autoridad que carece de legitimidad jurídica como representante del pueblo palestino asumir un papel que podría cambiar el curso de todo el proyecto nacional palestino?
Una opinión jurídica filtrada por el profesor de derecho de la Universidad de Oxford Guy Goodwin-Gill advertía de las consecuencias legales de la propuesta de Abbas, incluida la marginación de la OLP. Goodwin-Gill intentó «atraer la atención sobre cuestiones que requieren mucha reflexión, como sería que una proporción sustancial del pueblo palestino pudiera verse accidentalmente privada de sus derechos». Un tema igualmente preocupante es la historia de la AP de actuar de forma que contradice los intereses del pueblo palestino. Años en tal sentido han dejado a la mayor parte de los palestinos con mucha menos tierra y los derechos en gran medida también recortados. Por otra parte, un pequeño segmento de la población palestina ha prosperado. Evidentemente, los nuevos ricos de Palestina están todos afiliados a la AP, Fatah y a unos pocos en el estrato superior.
Esta injusta situación habría fácilmente continuado si no hubiera sido por la denominada Primavera Árabe, que empezó a demoler el statu quo que gobernaba en los países árabes. El corrupto régimen de Abbas era también miembro del enfermizo aparato político árabe. Su existencia, como la de otros, se impulsaba mediante el apoyo de EEUU y otros países de Occidente. Para evitar que la ira estallara en Palestina y en la región, el liderazgo palestino se vio obligado a presentarse a sí mismo como rompiendo el viejo paradigma.
Es más, según Joseph Massad escribió en Al-Jazeera, «la AP se siente abandonada por EEUU, que le asignó el papel de colaborador con la ocupación israelí, y se siente atascada en un ‘proceso de paz’ que no lleva a parte alguna. Los políticos de la AP optaron por el voto en las Naciones Unidas para forzarle la mano a los estadounidenses y a los israelíes, con la esperanza de que un voto positivo garantice a la AP más poder político y apalancamiento para aprovechar al máximo su dominio en Cisjordania».
Las razones tras la tentativa de la AP por la estatalidad fluctúan entre la política táctica (que implicaría a Israel y EEUU) y el intento de desviar la atención de sus propios fracasos. La política elitista ignora casi completamente al pueblo palestino. Si los palestinos le importaran realmente a Abbas, habría empezado por unificar las facciones palestinas, revigorizando a la sociedad civil (en lugar de sofocarla) y poniendo en marcha el proceso necesario para reformar la OLP (en lugar de destruir su tan duramente ganada legitimidad internacional).
En efecto, el pueblo palestino está harto de victorias simbólicas. Puede que a Abbas y a sus hombres les hayan garantizado toda la parafernalia del poder, pero no han logrado recuperar ni un centímetro de la Palestina ocupada, bien al contrario.
Ramzy Baroud es editor of PalestineChronicle.com. Sus artículos aparecen publicados en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Sus últimos libros son The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle (Pluto Press, London), y «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, London).
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