Discurso leído en la Universidad de las Madres con ocasión del 24 aniversario de las matanzas de Sabra y Chatila
Es importante para mí que sepan que mi discurso no es político sino moral, y como consecuencia de mi anhelo de fidelidad y coherencia con mi conciencia -que voy adquiriendo paulatinamente y atreviéndome a ella en la misma forma-, sólo puedo adherir a una postura política que contenga » mis» principios morales. Si «Estado Judío» significa limpieza étnica para conservar la mayoría judía, no es moral, es racista. Toda acción política que derive de este objetivo es racista, consecuente con una administración de estado racista.
Ayer ví la película «la novia Siria». En el documento que muestran dice «identidad indefinida» ¿Cuánto más negación del otro, cuánto más postergación y usurpación de su identidad, de sus creencias, de sus tradiciones, «de lo que le pertenece», por ancestros? Hoy está ampliamente demostrado que Palestina fue utilizado como botín de guerra en la repartija entre los vencedores en la segunda guerra mundial. El Estado de Israel se montó sobre la necesidad de reparación al genocidio judío actuado por los nazis alemanes con la complicidad de Europa y Estados Unidos. El Hogar Nacional Judío -la intención de esa reparación- se transformó en un enclave usurpador, ya que era una enorme mentira el lema «un pueblo sin tierra para un territorio sin pueblo».
Leyendo a Martin Buber – con quien acuerdo el principio básico del diálogo para llegar al consenso-, habla de la redención de la tierra por manos judías. Y yo me pregunto ¿qué hacían los palestinos con las tierras trabajadas por sus manos y su esfuerzo en todas las generaciones a lo largo de la historia? Hoy esto ya me suena a soberbia y racismo, aunque él ni se lo sospechara.
En el año 2000 tuve la oportunidad de asistir en Tel Aviv a un encuentro organizado y moderado por Uri Avneri -para recaudar fondos destinados a la defensa de un estudiante de doctorado de historia que creo tenía como tutor a Ilan Pappe. Su tesis de graduación tenía que ver con la masacre de una división del ejército -Alexandroni- ejecutada en Tantura, donde luego se construyó un poblado judío. Por supuesto el estudiante debió retirar su tesis para poder continuar con la romántica historia del discurso oficial. Pero una conciencia moral sabe que Palestina estaba llena de pueblitos y ciudades palestinas. Y que el incipiente ejército israelí -conformada en principio por diferentes grupos que defendían cada cual sus fidelidades- infundía el terror para devastar y expropiar las tierras. Y no hay más que mencionar a Deir Yassin, donde sus ocupantes fueron expulsados, con numerosas victimas civiles. Planes de expulsar a los palestinos ya estaba en la cabeza -hay testimonios escritos- de los dirigentes judíos como Ben Gurión, mucho antes de la independencia del 48.
Cada día conocemos más las posturas erráticas de ese organismo internacional llamado naciones Unidas, que puede haber nacido con las mejores de las intenciones, pero que está a años luz de ser neutral y democrático, lo cual hace sospechar que la famosa partición en dos estados pudo haber sido también presión de las potencias en un acuerdo unilateral, como siempre, dejando a los indefensos en las líneas de fuego. El mensaje de la unilateralidad judía instalado en la dirigencia y hacia los ciudadanos es: «nos quieren tirar al mar», ó «ellos ó nosotros», «nosotros tenemos derechos, ellos no», «nuestro pasado de víctimas en la historia nos da el derecho de vivir en un estado militarizado y consecuentemente, usar las armas mortíferas que fabricamos y nos proveen con tanta generosidad los capitales extranjeros», en definitiva «ustedes son los intrusos». Y éstos mensajes se pueden sostener cómodamente sabiendo que se tiene como guardianes y garantes un enorme poder tanto económico como de la opinión pública «bien intencionada» occidental. Y como verán me cuido mucho de encasillar los discursos dentro de religiones, porque yo no estoy de acuerdo en identificar religiones con discursos terroristas, tanto por respeto hacia mis ancestros que me han transmitido mis características judías como aquellos que se identifican con otras religiones. Si yo no ejerzo en mí el respeto hacia el otro, no puedo esperar el respeto del otro hacia mí.
La utilización del holocausto judío como escudo protector ante cualquier crítica formulada hacia la política del Estado de Israel. Esta es una argucia que me parece de manipulación y aprovechamiento de un acontecimiento trágico para la humanidad que debiera hacernos -a nosotros, los judíos, ser guardianes del sufrimiento del otro, ser solidarios con las injusticias de otros pueblos y entidades. En cambio, sale inmediatamente el mote de antisemita, ante cualquier crítica o hacia quien no convalide la política del estado de Israel ó sus acólitos.
Escuché a un rabino decir que habíamos superado la Ley del Talión. El argumento continuo para las acciones bélicas de exterminio a mansalva y el encierro a la población palestina en guetos hasta llegar a la inanición -ya no es suficiente la expropiación, se debe llegar a la devastación espiritual, la pérdida de la propia identidad de personas- es para responder al mensaje de miedo que se perpetúa ya desde el 48, aunque hoy sólo les quede a los palestinos hacerse bombas de sí mismos, en una acto de desesperación y horror, con las últimas fuerzas que les quedan. ¿de qué superación me está hablando?
También escuchamos en la «prensa occidental y libre» decir que «ellos» son los fundamentalistas. Fundamentalismo es considerar mi juicio como única verdad. De ahí la unilateralidad para decidir y armar el mapa del Medio oriente a gusto y «piaccere». Choque de Civilizaciones es juzgar que las creencias del otro son inferiores y debe adoptar las del poder hegemónico. Por eso les traemos nuestra corrupta democracia. Y por si esto fuera poco, hacemos los grandes negociados «reconstruyendo a nuestro buen gusto y entender» las ciudades y pueblos destruídos. Siempre hay ganancias para la ideología en la que lo único que importa es «ganar dinero ó influencias».
En todo este camino muy claro para los objetivos del sionismo, se debate la lamentable izquierda israelí que supuestamente integra el campo de la paz. Dice Gideón Levy en su artículo «el movimiento de protesta en Israel es ilusorio»: .Un movimiento de protesta que no se pronuncia contra la destrucción terrible que infligimos al Líbano, que calla sobre la forma en que matamos a cientos de civiles inocentes y sobre la manera en que los transformamos por decenas de miles en refugiados, reducidos a la pobreza, no es por definición un movimiento moral. ¿Durante cuánto tiempo aún vamos a estar replegados sobre nosotros mismos y ver sólo nuestra propia miseria? ¿Es demasiado pedir a los manifestantes, que se suponen sean los cuadros de vanguardia, que miren lo que hemos hecho a otra nación? ¿Cómo entender que tras las masacres de Sabra y Shatila, que no eran directamente obra nuestra, la gente saliera en masa a la calle y que hoy nadie diga nada sobre la destrucción que hemos sembrado con nuestras propias manos en Líbano? .
Y yo añado: mientras no se derribe el mito fundante del sionismo sobre las tierras vacías, no habrá paz posible, entendiendo paz básicamente como reconocimiento de justicia, apropiaciones indebidas y la causa de la tragedia palestina, con amenazas de ampliar en desgracias este estado de situación, basado en «combate al terrorismo», «inserción de regímenes democráticos», en fin, ya conocemos las características de este discurso. Las consecuencias directas son: criminalizar el derecho a la resistencia palestina -ahora se suma la resistencia libanesa-, deslegitimar las acciones democráticas de los palestinos. No reconocen las autoridades elegidas por su pueblo, avasallan y arrestan sin destino conocidos a los parlamentarios y ejecutivos, descalificando aún más la soberanía palestina. Y aquí quiero decir que les cabe a los propios palestinos solamente juzgar a sus dirigentes, si son consecuentes y fieles ó no a los destinos y el bienestar de su pueblo.
Lo que debemos aprender es la soberanía que nos corresponde a a cada uno sobre nuestros cuerpos, nuestras almas, el suelo que habitamos y los bienes legítimos que nos corresponden. La soberanía sobre lo mío es = a la soberanía del otro sobre lo suyo. Creo que por la falta de esta sabiduría y el correspondiente ejercicio de la misma, nos exterminamos los unos a los otros.
Soy una creyente: creo que las conciencias no acaban con la desaparición física, mucho menos con las formas violentas «de hacer desaparecer». La misma generación ó generaciones posteriores -lo que en política, economía, historia se llaman comúnmente neo- toman como bandera de reivindicación las cosas no resueltas en el pasado. Es su deber volverlos a la vida y actuar de acuerdo a ellos. Generaciones venideras sienten el deber de hacer justicia con sus antepasados exterminados ó negados en sus derechos.