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El déficit constituyente del 78

Padres vírgenes y constitución de perejil

Fuentes: Rebelión

La mayoría de los ciudadanos españoles que hoy viven no han aprobado la constitución que nos rige. En 2008, la población española con menos de 49 años superó el 50 por ciento del total de ciudadanos y ciudadanas del país (llegó casi al 52). Ésas son las personas que en el año 1978 no pudieron […]

La mayoría de los ciudadanos españoles que hoy viven no han aprobado la constitución que nos rige. En 2008, la población española con menos de 49 años superó el 50 por ciento del total de ciudadanos y ciudadanas del país (llegó casi al 52).

Ésas son las personas que en el año 1978 no pudieron votar porque no tenían la edad suficiente o porque no habían nacido, ni ellos ni sus padres, en muchos casos.

Todas ellas y ellos, más de 24 millones de personas, vivimos, por tanto, acatando una constitución cuya redacción, cuyos principios, nunca nos fueron consultados.

Los hijos de los hijos de los que la llegaron a votar cada vez somos más y los padres cada vez son menos. Los padres de la constitución, quiero decir, ya que la norma fundamental aprobada en España en 1978 tiene padres, pero no tiene madres, ninguna, y padres, siete, aunque desde hoy, siete de diciembre de 2009, ya sólo le quedan cinco vivos.

Llegará un día en que no quede ninguno. Ninguno de nosotros tampoco. Y ninguno de los problemas que tanto miedo causaba a los padres y a los amigos de los padres que redactaron aquella constitución con la que las españolas y los españoles soñaban con salir de la dictadura político-social que unas cuantas familias ejercían sobre la amedrantada España del 78.

América Latina vive desde finales del siglo pasado una efervescencia constituyente que está renovando una doctrina constitucional que llevaba dos siglos casi congelada.

Los pueblos expoliados por las multinacionales del mundo que se llama rico a sí mismo para evitar llamarse explotador han apoyado varios procesos constituyentes en los que el derecho constitucional se ha renovado.

En España seguimos con la veneración postiza al conjunto de normas que redactaron en comandita aquellos siete padres vírgenes que concibieron sin conocer mujer -a la inversa que la madre de Cristo-.

Nada justifica hoy, que ya al fin son mayoría en el país los que han nacido y vivido siempre en democracia, los que no tienen miedo al regreso de ninguna guerra civil, los que entienden que las mujeres también tenemos ideas políticas, los que comprenden que una constitución no se puede redactar a oscuras ni en privado, sino con la total participación de los que la deben vivir y respetar, puesto que ella es la norma de convivencia que deciden darse a sí mismos, nada justifica hoy que no se abra el proceso constituyente, del que pueda surgir una forma de gobierno sin privilegios de ningún tipo para reyes y sin vasallos.

Todos iguales ante la ley y ante las posibilidades de ser juzgados por nuestra conducta. Todos iguales con transparencia en las cifras del dinero que recibimos cada uno y cada una del estado. Todos iguales ante la oportunidad de ser jefes o jefas de estado.

La constitución de los siete padres vírgenes concitó el voto de casi 18 millones de personas, de las que 15.700.000 dijeron que sí, muchos sin haberla leído, -lo sé, porque algunos sin saber leer si quiera -me consta, los conozco-. Dijeron sí. Es todo lo que pudieron decir, no se les invitó a nada más. La tomas o la dejas. Sí o no. Y el sí les iba dibujado en forma de única puerta posible a la libertad.

Para algunos de nosotros, esta puerta resulta estrecha hoy. Y ahora somos muchos más los que tenemos ideas sobre cómo nos gustaría que fueran las normas fundamentales de convivencia de nuestra sociedad. Muchos más los que entendemos que las normas no nos las pueden dar -escribir, dictar- siete padres de un mundo que ya no existe. Muchos más los que entendemos que los procesos constituyentes son procesos abiertos y con participación o se quedan en meras imposiciones constituyentes.

Muchas y muchos de esos 15 millones de votantes no sólo votaron con miedo y con ignorancia, es que además hoy están muertos. Como muertas están sus razones, su coyuntura, los peligros que temían, el caro consenso que fijaron como necesario, la herencia franquista de jefatura de estado que no se atrevieron a tocar.

Y aquí estamos los vivos, condenados a curarnos de lo que ellos sufrieron y sufriendo nuevos males que nadie cura. Interrumpiendo embarazos políticos con perejil. Todavía. Acatando una regulación del Estado que no hemos elegido. Una constitución no es garantía de democracia, es sólo un conjunto de principios, que se vuelven democráticos cuando se construyen democráticamente. Con referéndum al final, sí, pero no sólo, también con participación desde el comienzo. No hay que dar constituciones a los pueblos, hay que permitir que se la den ellos mismos, eso las hace democráticas. Con participación, información, formación y transparencia. Y eso no lo tuvimos, no lo hemos tenido, ni lo tenemos. Y vamos camino de que también nos cueste cuarenta años. No hay mucho que celebrar hoy, a menos que alguien considere admirable el paternalismo constitucionalista y de perejil.

Rebelión ha publicado este artículo con autorización de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.