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Palabras pronunciadas en la despedida de duelo de la compañera Gladys Marín

Fuentes:

Santiago de Chile, 8 de marzo de 2005 Querida Gladys: Ante ti se inclinan hoy nuestras banderas, pero a partir de hoy tú te levantarás invicta como la bandera de todos nosotros y sabrás como siempre conducirnos hasta el triunfo final. Compañeros y compañeras: Amigos: Traigo el llanto y la pena de mi pueblo. Grande […]

Santiago de Chile, 8 de marzo de 2005

Querida Gladys:

Ante ti se inclinan hoy nuestras banderas, pero a partir de hoy tú te levantarás invicta como la bandera de todos nosotros y sabrás como siempre conducirnos hasta el triunfo final.

Compañeros y compañeras:

Amigos:

Traigo el llanto y la pena de mi pueblo. Grande fue la angustia entre nosotros cuando la sabíamos resistiendo la cruel enfermedad con el mismo valor, entereza y serenidad con que fue capaz de encarar a la tiranía y sus verdugos. Profundo es el dolor, honda la tristeza, que agobian a las cubanas y a los cubanos desde el pasado domingo cuando se nos dijo que se iba la hermana más querida, la más fiel defensora de mi patria asediada, la que jamás regateó su solidaridad firme, entera, desinteresada. Nuestra gratitud permanente a Gladys Marín.

Volvemos a escuchar ahora las palabras que Gladys pronunciara allá en La Habana hace apenas diez meses: «Los trabajadores y los pobres somos la mayoría en el mundo y nos levantamos cada día a ponerlo en movimiento. Abrimos las puertas, echamos a andar las máquinas, sembramos, cosechamos, hacemos el pan y las vestimentas. Construimos edificios, puentes y caminos. Estamos en las salas de clase y en los hospitales. De nuestras manos sale cuanto usa el ser humano en la tierra. En una palabra lo hacemos todo, pero salvo la pobreza y el cansancio, nada nos pertenece. Pero somos la inmensa mayoría y podemos cambiar el mundo. ¡Ya es hora! Hemos sufrido mucho, y nuestro sudor y nuestra sangre han enriquecido a unos pocos. Hay que luchar y luchar para alcanzar la dignidad aunque en ello se nos vaya la vida».

A esa lucha dedicó Gladys Marín toda su vida, desde que era una niña y no dejó de pelear nunca hasta el último instante. Siempre del lado de los trabajadores, los pobres, los humildes, los excluidos. Junto a ellos estuvo, siendo aun estudiante normalista, como alfabetizadora entre los pobladores del gran Santiago. Dio temprana prueba de su capacidad de dirección como Presidenta de la Federación de Estudiantes Normalistas y más tarde como dirigente en la Unión de Profesores de Chile.

Tenía apenas 16 años al ingresar a las Juventudes Comunistas de Chile de las que llegaría a ser su Secretaria General. Imprimió a la organización su incansable espíritu creador, y el auténtico humanismo y el amor que daba a todo lo que hacía. El muralismo juvenil, la nueva canción chilena y el movimiento de voluntarios por la Patria, con su amplitud y diversidad, con una apertura masiva siempre unida a muy valiosos aportes culturales, tuvieron en Gladys a la principal animadora.

Fue la Diputada más joven y llevo al Parlamento la voz de aquellos para quienes democracia, justicia y libertad eran objetivos por los que había que pelear de verdad hasta hacerlos realidad para todos y no apenas la engañosa retórica de hipócritas y farsantes.

Siempre fiel a su pueblo, cuando este finalmente consiguió llegar al gobierno, Gladys estuvo entre los más leales y firmes compañeros del Presidente Allende. Lo acompañó, sin recibir ventaja o retribución alguna, con su Partido, con los trabajadores y la gente humilde, en el titánico empeño de transformación y emancipación. Se esforzó como pocos para unir y sumar fuerzas en torno al Gobierno Popular para afrontar el golpe que fraguaban fascistas y fariseos.

Vinieron después los tiempos del espanto. La dictadura fue especialmente cruel con ella y su familia. Vencedora del sufrimiento personal Gladys encaró la brutalidad fascista, asumió las más riesgosas y difíciles tareas en la conducción de su heroico Partido que desde la más dura clandestinidad encauzó la resistencia y la rebeldía. Verdadera heroína Gladys pasó a ocupar un lugar de honor entre los libertadores de América.

Luchó mucho, luchó siempre con una dignidad sin manchas, con fidelidad absoluta, con entrega total a la causa de su pueblo. No conoció el temor ni el cansancio. Tampoco se dejó seducir por la inconsecuencia, o el oportunismo ni cayó jamás en el dogmatismo, ni la estrechez sectaria. Por encima de todo predicó y se empeñó por construir la más amplia unidad del pueblo.

Comunista ejemplar supo erguirse más allá de banderas y consignas hasta convertirse en ejemplo de todos los que creen y luchan por un mundo mejor. Chilena de pura cepa, chilena apasionada de un Chile al que siempre buscaba regresar, Gladys es ahora símbolo y arquetipo universal, fuente de inspiración de un combate sin fronteras.

Fueron profundos sentimientos de amor los que guiaron su vida. Amor a los trabajadores y al pueblo, amor a la justicia y la libertad, amor a la humanidad. La recordaremos siempre con su perenne sonrisa, su imbatible optimismo.

Son muchos los que lloran hoy en todo el Continente. Convertir el llanto en fuerza es a lo que nos convoca nuestra hermana querida, nuestra siempre presente compañera.

Entre las lágrimas alumbra su sonrisa. Es el sol que se mezcla con la lluvia y la hace luz. Señala el camino, el arco iris. Es el socialismo multicolor en el que Gladys vivió y en el que Gladys vivirá.

Avancemos hasta alcanzarlo. Caminemos con ella sin temor.

Hasta la victoria siempre.

* Presidente de la Asamblea Nacional de la República de Cuba