Si el plan de paz para Oriente Medio del presidente Donald Trump es, como se esperaba, un intento de enterrar el derecho de los palestinos a un Estado, pediremos a nuestro Gobierno y a la comunidad internacional que lo rechacen tajantemente. Ningún plan de paz puede tener éxito a expensas de los derechos del pueblo […]
Palestina conmemoró el miércoles, 15 de mayo, el 71 aniversario de la Nakba o tragedia que supuso la expulsión de unos 780.000 palestinos de sus tierras ancestrales. Esa limpieza étnica -que se inició, en su etapa más dura, el 15 de mayo de 1948- corrió a cargo del batallón Alexandroni (integrado en las «Fuerzas de Defensa de Israel, FDI») y de fuerzas paramilitares, como la célebre Hanagá, compuesta por varias brigadas.
Testimonios de la época, que Israel se empeña en borrar, señalan que la operación se completó con «más de doscientas ejecuciones sumarias» de campesinos que se rebelaron contra esa expropiación «manu militari» y que prefirieron morir antes que asentarse en polvorientos campamentos que parecían una réplica de los campos de concentración. Los soldados israelíes arrasaron unas 500 poblaciones, entre ellas Lod y Ramla (centro del país), así como numerosas aldeas, pueblos y pequeñas ciudades de las regiones de Tiberiades y Galilea (norte de Palestina).
Según el censo de poblacional de 1922, elaborado por el Mandato Británico, Palestina tenía en aquel entonces 760.000 habitantes. De ellos, 590.890 (un 78,03%) eran árabes, 83.694 (un 11,06%, judíos) y 7.028, cristianos (un 0,92%). El resto estaba integrado por un amplio abanico de minorías de diverso origen y creencias.
La idea de crear un Estado de Israel en Palestina, en un territorio donde la inmensa mayoría de su población era árabe, surgió del ministro de AA.EE británico Arthur James Balfour, quien en una declaración que lleva su nombre y que fue publicada en 1917, expone su plan de agrupar a todos los judíos del mundo en un mismo lugar. Es a partir de ese momento cuando el pueblo judío empieza a regresar, en grupos cada vez más numerosos, a la Tierra Prometida, considerada por la Biblia un regalo de Dios.
Un estudio demográfico de 1945 refleja el «impacto del efecto llamada». La población de Palestina asciende en ese censo a 1,8 millones de habitantes. De ellos, 1,2 millones son árabes, 563.600 son judíos, 135.550 cristianos y 14.100 de otras procedencias.
En base a la Declaración Balfour, las Naciones Unidas aprueban el 29 de noviembre de 1947 la resolución 181 II que dicta la partición de Palestina en dos Estados: uno árabe (con el 46% del territorio) y otro judío (con el 54%) quedando Jerusalén como «corpus separatus», es decir, con el estatus de «ciudad internacional». Es a partir de ese momento cuando se inicia la limpieza étnica (1), que va acompañada de matanzas y torturas, para desalojar a los palestinos de «Canaán», «la tierra de la leche y la miel» que prometió Yahvé «al pueblo elegido».
El primer ministro israelí David Ben Gurión proclama la independencia de Israel, el 14 de mayo de 1948, y acto seguido pone en marcha el «Plan Dalet» para aplastar y expulsar sin contemplaciones a los árabes que siguen aferrados a las tierras que les cedió la ONU. Se acelera la Nabka o éxodo palestino, conocido en árabe como «Al-Hira al Falastiniya». Occidente calla porque sigue en «estado de choque» por el Holocausto. La masacre continua en Palestina.
Poco después, Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak salen de defensa de Palestina y se inicia una guerra (mayo 1948- marzo de 1949) que termina con un armisticio (no un acuerdo de paz) que es sumamente beneficioso para Israel, ya que Tel Aviv aumenta sus territorios en un 38% a costa de arrebatárselos, nuevamente, a los palestinos.
Pero el mazazo definitivo para Palestina no vendrá hasta 1967, cuando tiene lugar la guerra relámpago de los Seis Días. Las consecuencias serán gravísimas: Israel ocupa Cisjordania y la ciudad de Jerusalén, incluida la zona Este, donde los palestinos soñaban con establecer la capital de su Estado independiente.
Ha pasado casi un siglo desde el desmoronamiento del Imperio otomano, que formó una coalición con Alemania (la Alianza germano-otomana) de cara a la Primera Guerra Mundial. Con su derrota, las potencias ganadoras se reparten el sultanato otomano quedando, como hemos dicho, Palestina en manos del Reino Unido.
Con fecha de mayo de 2019, se calcula que en el mundo hay unos 13 millones de palestinos que descienden de sus abuelos y abuelas de la Nakba.
De ellos, 6,5 millones son refugiados, una minoría dentro de su país (Cisjordania y Gaza), y otro 90% reside en Jordania, Líbano, Siria y repartido entre varios continentes. La nación latinoamericana con más refugiados o descendientes de refugiados es Chile, que cuenta con una comunidad de unos 500.000.
Y mientras al otro lado del muro se apilan los cadáveres, Israel, la europea-estadounidense, celebra entusiasmada (palabra que significa tener a dios dentro), el Festival de Eurovisión para ahogar los gritos de «los terroristas». Nosotros (los españoles) acudimos allí con Miki Nuñez y su canción «La Venda». Qué buena indirecta para «quitarnos la venda de los ojos», reflexionar un poco acerca de lo que dice Jeremy Corbyn, y dejar nuestro ¡Y viva España! para cuando aquí y allá tengamos Justicia, con mayúsculas, no esa cosa que nos venden los políticos del «establishment» hábiles en trucos de magia para burlar al personal.
Notas
-1- Los hechos los describe Ilan Pappé (1954), historiador y activista político, en su obra «La limpieza étnica» (2008). Barcelona. Ed. Crítica.
Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
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