Dicen que la medicina hebrea actual dispone de un excelente arsenal terapéutico y de una ultramoderna tecnología. Y deben de decir bien, porque si no el primer ministro Ehud Olmert no andaría afrontando el riesgo de quedar afónico con el sonsonete impávido de que Israel no desea gobernar a los palestinos. Al parecer más que […]
Dicen que la medicina hebrea actual dispone de un excelente arsenal terapéutico y de una ultramoderna tecnología. Y deben de decir bien, porque si no el primer ministro Ehud Olmert no andaría afrontando el riesgo de quedar afónico con el sonsonete impávido de que Israel no desea gobernar a los palestinos.
Al parecer más que confiado en los otorrinolaringólogos del patio deambula un hombre que, a ojos vista, sigue la pauta de repetir sin cansancio una mentira hasta «convertirla en verdad», preconizada por los ideólogos del fascismo, fenómeno de infausta memoria para los judíos todos, algunos de los cuales (los sionistas) comparten con sus victimarios de antaño, los nazis, un fin inocultable: medrar sobre otros pueblos, sojuzgarlos.
Claro que no nos convencen como gratuitos actos de buena voluntad la liberación de 250 prisioneros decretada recientemente por el gabinete de Tel Aviv, ni la transferencia por primera vez en más de año y medio de parte de los cientos de millones de dólares que esa entidad adeuda a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) por concepto de tasas de aduanas e impuestos, fondos hasta ahora congelados en bancos israelíes. Y nos declaramos escépticos por el hecho de que los amnistiados pertenecen solo a Al Fatah y porque el dinero de marras está dirigido a la Presidencia, encabezada por Mahmoud Abbas, quien, se sabe, integra las filas de la mencionada organización.
Pero ¿qué tiene esto de malo para la causa antisionista?, ¿acaso Al Fatah no es una agrupación nacionalista como cualquier otra?, se nos podría preguntar, y con las interrogantes se estarían estableciendo las premisas de la respuesta. Si es nacionalista «como cualquier otra», ¿por qué no utilizar el mismo rasero con Hamas, por ejemplo? ¿Por qué bendecir a unos como genuinos mediadores, representantes de un pueblo al que «no se pretende gobernar», y contra otros arremeter de huracanado modo, matando a sus militantes en la Franja de Gaza, como ocurrió hace unos días?
¿Buena fe cuando se obvia que Hamas ganó unas elecciones democráticas, y que con la toma de Gaza no ha pretendido más que concretar un triunfo que se le hubiera podido escurrir de las manos, dado el apoyo occidental a la agrupación rival y al empecinamiento de ciertos miembros de esta en regir en solitario?
Nada, que a la alquimia de «sacar verdad de la mentira» los halcones de Tel Aviv suman otra treta colonial de añeja data, «divide y vencerás», de perillas en un contexto de enfrentamiento armado entre facciones palestinas, y que, de acuerdo con La Jornada, de México, se consuma con toda una maquinaria mediática presentando el conflicto como «un golpe de estado de los islamistas, fundamentalistas y terroristas de Hamas -los malos- contra los moderados y responsables de Al Fatah, que de repente (para Occidente) son los buenos».
¿Malos y buenos?
Para analistas como Claudio Testa, los colonizadores israelíes han establecido en Palestina un régimen de apartheid semejante al sudafricano, porque han ido desalojando de sus tierras a la población originaria, confinada en bantustanes (uno, el de Gaza, y otros tres en Cisjordania, delimitados por un muro dizque de seguridad que las personas conscientes llaman muro de la vergüenza).
Otra característica común sería que, a la manera de los racistas del Cono Sur africano, después de la Primera Intifada (1987) los sionistas han intentado pasar de la ocupación directa a la ocupación mediante un «intermediario» palestino, que creara la ilusión de autodeterminación y de gobierno propio. Persiguiendo ese objetivo se avinieron a negociar los Acuerdos de Oslo (1993) con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y especialmente con Al Fatah, el tradicional movimiento nacionalista laico.
Así, en el apasionado verbo de nuestra fuente, «se constituyó la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que no es un verdadero gobierno, porque gobierna sin plena soberanía, en un territorio ocupado». Si en descargo de la institución el comentarista señala que, «a pesar de eso, la cosa funcionó durante algunos años», concluye enfático que «finalmente entró en crisis irreversible con la Segunda Intifada (2000)».
Desarrollando esta lógica de exposición, tendríamos que, en una situación cada vez más difícil para sostener la legitimidad de un gabinete «elegido por nadie», a los sesudos del Imperialismo se les ocurrió, después de la muerte del prestigioso e histórico líder Yasser Arafat, la genial solución de convocar a unas elecciones para una legislatura palestina que formaría un Gobierno y de las cuales esperaban emergiera triunfante el partido ahora bendecido (Al Fatah), algunos de cuyos dirigentes podría haberse prestado para un juego del que el pueblo saldría más que mal parado.
Entre ellos, Mohamed Dahlan, cuyos partidarios estuvieron provocando al Gobierno resultante de los comicios, y atacando a la milicia de Hamas, mientras los jefes de este grupo buscaban un acuerdo y pedían a sus hombres abstenerse de la riposta violenta, hasta que se decidieron al contraataque, a guisa de defensa para muchos genuina.
Mas el tiro hizo añicos la culata. En enero de 2006 las masas se decantaron en abrumadora mayoría por el movimiento islamista, negado a lo que considera «traición de Oslo», y pusieron en entredicho el espíritu democrático de Israel, Estados Unidos, la Unión Europea, renuentes a aceptar el voto «errado».
Tras de mí, el diluvio, musitarían para sus adentros los predicadores de la democracia, empeñados no solamente en desconocer el resultado del sufragio que propiciaron, sino en castigar a los palestinos con un bloqueo económico y financiero que se hizo acompañar de una campaña de bombardeos, ametrallamiento, y de matanzas cometidas con delectación y sistematicidad «envidiables».
Sin embargo, la vida suele revestir el efecto bumerán. En reciente editorial, The New York Times reconocía que, si «el presidente Bush y el primer ministro Ehud Olmert han hecho todo lo que uno pueda imaginar -y lo que no, apuntamos nosotros- para aislar a Hamas, diecisiete meses más tarde Hamas es mucho más fuerte y Al Fatah es mucho más débil».
La «solución»
El golpe de estado devendría la solución del entuerto que quitaba el sueño a los imperialistas gringos y sus socios de correrías, los sionistas. El analista arriba mencionado cierra filas con quienes denuncian el hecho de que, con ese fin, «el candidato a Pinochet palestino, el agente de la CIA Mohamed Dahlan, nombrado por Abbas jefe del Consejo de Seguridad Nacional, recibe 60 millones de dólares de EE.UU., armas de Israel, y desarrolla la Fuerza de Seguridad Palestina (…) Pasa al terreno de las provocaciones y asesinatos. Pensaba que eso iba a instalar un clima de terror en Gaza, que allanaría el camino al golpe».
Pero el plan fracasó espectacularmente. Tan pronto la lucha se inició, los hombres de Dahlan se refugiaron en Egipto, en Cisjordania; los que se quedaron se rindieron. Y, como si fuera poco, testigos oculares tales un corresponsal del diario británico The Observer afirman al explicar la desbandada que «muchos miembros de Al Fatah apoyan las acciones de Hamas. Un ex miembro de alto rango de Al Fatah, Khaled Abu Helad», dijo que él «acogió positivamente la limpieza por parte de Hamas de los traidores y colabores de Al Fatah», e incluso que «varios oficiales en la guardia presidencial habían enviado sus tropas a casa cuando comenzó el combate».
Por tanto, no resultaría optimismo trasnochado, baldío, vislumbrar el escenario de un entendimiento. Porque el entendimiento ya se está dando en las cárceles, donde, hombro con hombro, los hombres de las organizaciones enzarzadas en encontronazos fratricidas planearon y escribieron el famoso «documento de los presos», el cual sentó las bases del difunto Gobierno de unidad…
Unidad que podría cristalizar, a juzgar por el testimonio de pupilas vigilantes como las del articulista Michael Warschawski, del Alternative Information Center, quien pone énfasis en que incluso después de la victoria sobre Al Fatah -o una parte de Al Fatah-, la dirección de Hamas ha reiterado que no pretende excluir del gabinete a los rivales. Unidad que vendría a frustrar definitivamente las tretas coloniales de gringos y sionistas, los cuales, en lugar de estar desbarrando sobre guerras civiles intangibles, debieran dedicarse a matar el tiempo, o bien papando moscas, o bien curando la voz al empecinado Olmert.