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Palestina: la vida junto a los puestos de control

Fuentes: Ha’aretz

Traducido para Rebelión por L.B.

Los soldados israelíes del puesto de control de Haware, situado en la entrada sur de Nablús, gritaban órdenes en árabe: Ruck (¡camina!), wakf (¡alto!), Iftah (¡abre!). Docenas de mujeres, apretujadas entre las hileras de planchas de cemento, aguardaban cerca de media hora su turno para ser registradas. El uso erróneo que los soldados israelíes hacían del género masculino y su mala pronunciación era la última de sus preocupaciones. Lo que les preocupaba realmente eran los taxis que esperaban en el lado sur del puesto de control, a unos 200 metros de distancia, y que les conducirían a su casa. Los hombres permanecían alineados en una fila separada. Hombres y mujeres observababan en silencio cómo los tres soldados israelíes detenían a un muchacho entre los bloques de cemento. Mientras que dos soldados le apuntaban con sus rifles, el tercero le esposaba las manos por la espalda con esposas blancas de plástico.

En realidad, el pasado domingo fue un día relativamente tranquilo en el puesto de control de Haware. En cumplimiento de órdenes militares, los soldados israelies autorizaron el tránsito a las mujeres y a los varones de más de 30 años de edad. Los varones de menos de 30 años fueron retenidos durante horas detrás de los bloques de cemento -a pleno sol y sin agua. Cada joven tenía sus propias razones para querer entrar o salir de la ciudad de Nablús. Los soldados les explicaban que carecían de pases de entrada o de salida. Al final de la jornada algunos dieron media vuelta y desandaron el camino. A otros se les autorizó el paso. Y así se malogró una jornada entera de trabajo o de búsqueda de trabajo.

Debido a las alertas, de vez en cuando el puesto de control se cierra a cal y canto. Los activistas de Machsom Watch informaron que el pasado miércoles miles de personas -ancianos, niños, mujeres embarazadas-fueron retenidos durante largas horas bajo un sol de plomo. Un tanque permaneció apostado entre los israelíes y los palestinos, con su cañón apuntando a los civiles.

Tres mujeres se desmayaron y una de ellas precisó de atención médica. Los niños lloraban, personas extenuadas gritaban ¡Allah Akbar!. Los soldados se llevaron a algunos jóvenes que, según ellos, estaban agitando a la muchedumbre. A uno lo apalearon y a otro lo esposaron, pero por la tarde los liberaron a todos.

La irritada multitud se acercó a los asustados soldados, que arrojaron granadas de shock a un lado de la carretera. Justo antes de que oscureciera los israelíes abrieron la carretera, pero sólo para permitir el paso a los que residían en fuera de Nablús y deseaban abandonar la ciudad. Los soldados israelíes detuvieron a cerca de 70 personas, algunas de ellas desde las seis de la mañana, y no los pusieron en libertad hasta pasada medianoche. Se quedaron a dormir en la mezquita de Haware.

El puesto de control del lado este, en Beit Furik, que separa la aldea de otras cinco aldeas, también se mantuvo herméticamente cerrado durante ese día. Numerosos vecinos que deseaban regresar a sus casas fueron obligados a esperar durante horas. Cientos de personas se sentaron en el suelo para esperar. Esperaron. Una familia con un niño enfermo solicitó permiso para llevarlo al médico de Nablús, pero finalmente desistieron y regresaron a su aldea. Un hombre se desvaneció. La madre de un niño de cinco años vestido con pijama de hospital gritaba diciendo que estaba enfermo. Los niños correteaban de un lado a otro llevando agua desde la casa de un vecino hasta la gente que se desvanecía por el calor. Los soldados israelíes les dijeron a las mujeres de Machsom Watch que a esto ellos lo llaman «Tiempo fuera de la vida» .

Existen 12 entradas alrededor de Nablús. Todas están bloqueadas. Cuatro de ellas están manejadas por soldados que permiten el paso a pie a peatones y autorizan un tránsito mucho más restringido de vehículos hasta las 7:30 de la tarde. Una de las cuatro entradas, el puesto de control de Awarta, está destinado al tránsito de mercancías que entran y salen de la ciudad. El resto de las barreras están construidas a base de sucios terraplenes, bloques de cemento y jeeps militares. Las carreteras que conducen a esas barreras están cortadas y vigiladas de lejos por los soldados israelíes, que cada pocos días expropian los vehículos que transportan a la gente hasta la barrera para que la salven directamente saltando por encima de ella.

Este asedio constituye es una sentencia de muerte para lo que otrora fue la capital económica e industrial de Cisjordania. Hasta hace cuatro años, el mercado mayorista de frutas y verduras de la ciudad reportaba a Nablús cerca de 3 millones de shekeles al mes [90 millones de pesetas. N. del T.]. El mes pasado le reportó 33 shekels [990 pesetas. N. del T.] durante todo el mes. De las 52 fábricas existentes en la ciudad sólo continúan abiertas 18, y sólo a medio rendimiento.

Los palestinos disponen de muchas formas para restituirse la libertad de movimientos que los israelíes les han robado. Algunos montan en asnos, otros caminan durante horas. Algunos suplican a los soldados israelíes. Algunos tienen padres que, haciendo un ímprobo esfuerzo, les alquilan habitaciones en la ciudad para que sus hijos estudiantes no pierdan ninguna clase en la universidad. Otros se las ingenian para obtener pases de tránsito -a saber cómo-y algunos se abren camino escurriéndose por los olivares.

Algunos de esos métodos los utilizan aquellas personas que desean sacar un cinturón de explosivos de la ciudad. Por cada uno de éstos hay cientos de personas que recurren a esas estratagemas simplemente para continuar con sus vidas. Y por cada centenar de éstos hay millares que no pueden o no se atreven a emplearlos y cuyas vidas se van hundiendo paulatinamente en la más espantosa miseria, en el desempleo obligado, en la alienación, en la desconexión con su entorno… y en una cólera terrible.

En Israel la gente está convencida de que el «Tiempo fuera de la vida» de la población civil del interior profundo de Cisjordania es un método legítimo para prevenir ataques terroristas. En Nablús están convencidos de que es el ejército israelí quien está creando la infraestructura que produce personas dispuestas a suicidarse. Esta infraestructura es el resultado de los ataques israelíes casi diarios contra los barrios de la ciudad y contra los campamentos de refugiados, que hacen que aumente cada semana el número de civiles palestinos muertos, y es consecuencia también de sus puestos de control: de las mujeres desmayadas, de los niños deshechos en llanto, de las fábricas sin trabajadores, del tanque que apunta con su cañón a los ancianos.

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