Los grandes cambios en los países árabes podrían cambiar la situación en Palestina, particularmente recreando una relación entre los palestinos y el resto de los pueblos árabes, modificando así la correlación de fuerzas. Los procesos revolucionarios que atraviesan el mundo árabe no han evitado Palestina. Nada de extraño hay en esto: la cuestión palestina no […]
Los grandes cambios en los países árabes podrían cambiar la situación en Palestina, particularmente recreando una relación entre los palestinos y el resto de los pueblos árabes, modificando así la correlación de fuerzas.
Los procesos revolucionarios que atraviesan el mundo árabe no han evitado Palestina. Nada de extraño hay en esto: la cuestión palestina no es solo una lucha de liberación nacional, sino un punto de fijación de las contradicciones entre, de un lado, las voluntades hegemónicas de las potencias imperiales y, del otro, las aspiraciones de los pueblos árabes a la democracia, a la libertad y a la justicia social. El apoyo casi incondicional de los países occidentales al estado de Israel no puede ser comprendido más que en la medida en que se comprende a este último como una cabeza de puente del imperialismo en el corazón del Medio Oriente, región de enorme importancia económica y geoestratégica. Israel, al lado de las dictaduras árabes, es un pilar esencial del mantenimiento de un dispositivo regional favorable a las potencias occidentales. En el momento en que este dispositivo está vacilando, es indispensable repensar la cuestión palestina y contemplar las nuevas oportunidades generadas por los acontecimientos en curso.
Un aumento del aislamiento del estado de Israel.
Desde julio de 2005, la campaña «Boicot, Desinversiones, Sanciones» (BDS) se ha fijado por objetivo aislar al estado de Israel, particularmente en los terrenos económico, diplomático, académico y cultural. Israel, a imagen del África del Sur del apartheid, es en efecto tributario del apoyo diplomático y económico de las potencias occidentales. Pero se olvida demasiado a menudo que Israel es igualmente tributario, en su política de negación de los derechos nacionales de los palestinos, del apoyo (o de la pasividad) de los regímenes árabes. El contexto regional de hostilidad popular a la política del estado sionista necesita, en efecto, alianzas con las dictaduras capaces de ahogar toda forma de protesta y de frenar las reivindicaciones palestinas.
La política de Egipto hasta la caída de Mubarak era, a este respecto, ejemplar. Primer país árabe en haber firmado un tratado de paz con Israel (en 1979), Egipto ha jugado luego un papel central en la normalización de las relaciones entre los estados de la región e Israel, lo que le ha valido ser ampliamente recompensado, financiera y políticamente, por los países occidentales, con los Estados Unidos a la cabeza. Jordania siguió los pasos de Egipto quince años más tarde firmando a su vez un tratado de paz con su vecino israelí, mientras los derechos nacionales de los palestinos seguían siendo cotidianamente escarnecidos. Estos tratados de paz sellaron, en realidad, una verdadera sumisión política: así, es un Egipto a las órdenes de Israel y de sus padrinos occidentales el que ha aceptado participar activamente en el bloqueo de Gaza a partir de 2007.
Esta «arabización» de la lucha contra los palestinos no data de ayer. Jordania no esperó a Israel para masacrar a varios miles de combatientes palestinos en los campos de refugiados situados en la orilla oriental del Jordán, en septiembre de 1970. Los aliados árabes de Israel, reivindicados o no, tienen sus propios intereses en el aplastamiento de las reivindicaciones del pueblo palestino. Una victoria de este último en su combate contra el sionismo participaría en efecto de un cambio radical del dispositivo regional y pondría en peligro regímenes dictatoriales cuyo principal objetivo es que «nada cambie». Los derechos de los palestinos no tienen cabida en una región en la que Israel y las dictaduras están en paz.
Pero las cosas están cambiando. El régimen de Mubarak ha caído. Incluso si la revolución está lejos de haber triunfado en Egipto, los primeros efectos de la caída del dictador han comenzado a hacerse sentir. El bloqueo egipcio de Gaza ha sido parcialmente levantado, las exportaciones de gas hacia Israel han sido interrumpidas en varias ocasiones. Egipto ha aceptado apadrinar un acuerdo entre las diversas fuerzas políticas palestinas, incluyendo Hamas, etc. El gobierno Netanyahu, que fue uno de los últimos en apoyar a Mubarak, se inquieta del futuro de sus relaciones con Egipto y teme perder un precioso aliado. No hay duda de que la naturaleza de las relaciones con Israel será una cuestión política mayor en Egipto, en los próximos meses y años.
¿Una «re-regionalización» de la cuestión palestina?
Asistimos probablemente a un proceso de «re-regionalización» de la cuestión palestina. En los decenios que siguieron a la creación del estado de Israel, se trataba del «conflicto árabe-israelí» y no del «conflicto israelo-palestino». Los regímenes árabes impidieron la emergencia de una auténtica representación palestina en nombre de la «unidad árabe». Las guerras de 1967 y 1973, entre las que se produjeron las masacres de Septiembre negro en Jordania, marcaron el fin de una época: la lucha contra la política colonial de Israel se convirtió en algo exclusivo de los palestinos y de sus organizaciones, mientras que la política «palestina» de los regímenes árabes expresaba ante todo las rivalidades entre las dictaduras, apoyando cada una de ellas «su» facción palestina (Libia, Iraq, Siria…) o proponiendo «su» plan de paz (Egipto, Jordania, Arabia saudita…).
Esta «palestinización» de la lucha, si ha permitido a los palestinos emanciparse parcialmente de las tutelas árabes y dotarse de su propia representación, les ha debilitado en su combate, «cortándoles» del resto de los pueblos árabes. Fue el triunfo de las ideas defendidas por el Fatah de Yasser Arafat quien, contra el FPLP -en particular- que afirmaba, en los años 1970, que la liberación de Palestina pasaba por la caída de las dictaduras árabes (en primer lugar Jordania), reivindicaba la «no injerencia» palestina en los asuntos internos árabes (a cambio de la no injerencia árabe en los asuntos internos palestinos). La OLP, dirigida por el Fatah, consideraba que los palestinos podrían encontrar su lugar en el seno del dispositivo regional, en primer lugar al lado de las dictaduras y luego, a partir de los años 1980, al lado de Israel, con la consigna del «estado palestino independiente».
«Segunda fase de las independencias».
Los acontecimientos actuales cambian la situación: los palestinos no son ya los únicos en luchar contra un estado al servicio de las potencias imperialistas. Lo que vive actualmente el mundo árabe puede en efecto ser calificado de «segunda fase de las independencias»: tras haber conquistado la independencia formal, es decir la soberanía territorial y la salida de las autoridades coloniales, los pueblos árabes reivindican hoy la independencia real librándose de regímenes que siguen enfeudados a los países occidentales. La consigna de «Estado palestino independiente» es una reivindicación de tipo «primera fase», en la medida en que implica su aceptación y su reconocimiento por la potencia colonial, Israel. Formulada en el contexto de glaciación política consecutivo a la guerra de 1973, expresa, en última instancia, la integración de la cuestión palestina en el orden regional.
A partir de ahí, no tiene nada de extraño que la OLP, y luego la Autoridad Palestina, hayan imitado a los regímenes árabes, incluyendo sus peores excesos, y que Mahmud Abbas haya, también él, apoyado a Mubarak tras haber, en el congreso del Fatah de hace dos años, rendido un sentido homenaje a Ben Alí. La dirección «histórica» de la OLP, igual que el proyecto de estado palestino, aparecen cada vez más distanciados de las nuevas generaciones políticas emergentes y de las reivindicaciones de independencia y de soberanía económica y política reales que sacuden la región.
Una democratización del mundo árabe podría ,en efecto, conducir a una reabsorción del abismo existente entre la solidaridad popular con los palestinos y la hostilidad de las dictaduras hacia ellos, modificando considerablemente las correlaciones de fuerzas y permitiendo salir del estrecho marco de las soluciones «pragmáticas» y «negociadas». Conscientes de la importancia de lo que está en juego, los refugiados de Líbano, Siria y Jordania intentaron, el pasado 15 de mayo, «rodear» simbólicamente al estado de Israel. La violencia de la reacción de este último estuvo a la altura de la amenaza potencial: el mano a mano con los palestinos de Cisjordania y de Gaza le viene bien a Israel; la reafirmación del carácter auténticamente antiimperialista de la lucha palestina y su reinserción en la escena regional le inquieta, mucho más que la nueva farsa diplomática en preparación en la ONU.
Fuente: http://www.npa2009.org/content/la-palestine-aussi
Tomado de: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4252
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR