La muerte de un joven palestino de 17 años en la madrugada del 15 de abril eleva a siete los palestinos muertos en episodios violentos en Cisjordania en los últimos dos días. A comienzos de esta semana los aviones israelíes bombardearon con tres misiles la localidad de Jan Yunis, al sur de la Franja de Gaza. Los palestinos van muriendo poco a poco, asesinados o de hambre, miseria y dolor, hasta que ya no les quede esperanza ninguna ni futuro por el que luchar.
Ellos siguen resistiendo bajo las bombas del todopoderoso Israel, Estado genocida al que poco o nada le importan ya las vidas de un pueblo vecino masacrado constantemente. Ese Estado que nació de un genocidio previo parece replicar lo que sufrió en sus propias carnes y, tal y como una ola se lleva la arena de la orilla mar adentro, parece que quiere hacer lo propio con un pueblo humillado y herido durante tantos años.
La noche del martes Israel volvía a atacar Gaza. Otra vez. Y una vez más, los grandes medios de comunicación de nuestro país hacían mutis por el foro. Hablan de Ucrania, de las posibilidades de que Putin use armas químicas o nucleares. Hay documentales de Putin y Zelenski (que parece más presidente nuestro que Pedro) en prime time, para que sintamos como nuestras unas guerras que poco o nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia y con los intereses generales de una ciudadanía agotada tras una dura pandemia en la que muchos perdieron su trabajo o cerraron sus pequeñas empresas.
En Twitter vemos cada día bombardeados de unos y otros lugares. Pero, ¿por qué empatizamos más con unos muertos que con otros? Los medios nos hacen seguir a pies juntillas lo que sus intereses mandan. No nos importa más un niño ucraniano que un niño palestino, pero nos hacen creer que sí, que solo lamentemos los muertos de un lado, porque es una manera de legitimar sus intereses económicos y geopolíticos.
Decía Eduardo Galeano que «ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa… Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo». Ahora les queda su nada, porque ni siquiera cuentan con el apoyo internacional. Es precisamente este silencio nuestro cómplice el que permite que sigan ocurriendo estas agresiones constantes al pueblo palestino setenta años después de que Israel decidiera ocupar sus territorios. Como Saturno devoraba a sus niños, Israel devora a su pueblo vecino sin contemplaciones, sin que nada ni nadie pueda frenar su hambre voraz.
Una vez más, desayunamos mirando vídeos de ataques a civiles palestinos como si fueran las noticias meteorológicas. La normalización del horror produce monstruos y sociedades individualistas a las que les importan poco los muertos de otro territorio porque bastante tienen con huir de sus propias miserias.
Amnistía Internacional lleva tiempo denunciando los horrores de esta otra invasión. Sus últimas investigaciones hablan de que Israel impone un sistema de opresión y dominación a la población palestina en todas las zonas bajo su control y a las personas refugiadas palestinas, a fin de beneficiar a la población israelí judía. Y concluye: esto constituye apartheid y está prohibido por el derecho internacional; es una violación del derecho internacional público, una violación grave de derechos humanos protegidos internacionalmente y un crimen de lesa humanidad en virtud del derecho penal internacional.
Sin embargo, el derecho internacional es aleatorio y responde a sus propios intereses, que normalmente no se corresponden con los de una mayoría social, sino con el beneficio de unos pocos, que sacan tajada de cualquier guerra o conflicto.
Yo sí lloro a Palestina porque lloro la iniquidad y la injusticia. Muchos lo hacemos aunque nuestros pesares tengan poca o ninguna importancia. Pero es importante que el pueblo palestino, como cualquier otro, reciba nuestro consuelo y apoyo por mínimo que sea. Porque aunque nuestros dirigentes miren hacia otro lado cuando les conviene, como ha hecho recientemente el PSOE con el pueblo saharaui, solo una sociedad empática con los problemas de los demás será una sociedad justa y democrática.
Ahora se pide que se aplique la justicia penal internacional con una rapidez pasmosa contra Rusia, pero nadie pagó por los asesinatos cometidos en Irak, como no lo hacen ahora desde Israel. Aún no se ha hecho justicia con el cámara José Couso, tras 19 años de haber sido asesinado por el ejército estadounidense durante la invasión de Irak en 2003. Como sucede también hoy, las guerras las organizan otros y los muertos los ponen los pueblos. Sus intereses económicos son a costa de nuestras vidas. Además, la comunidad internacional ha rechazado en numerosas ocasiones el boicot a Israel, mientras alegremente aprieta el botón de las sanciones a Rusia, mostrando así una desproporción evidente.
La justicia internacional es caprichosa y responde a sus propios intereses ante un pueblo que mira hacia otro lado, o hacia el lado que le obligan a mirar. Ojalá nuestra mirada sea subversiva y revolucionaria y se dirija hacia el ángulo muerto al que nadie se atreve a mirar.
Artículo publicado originalmente en https://blogs.publico.es