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Transferencias de población, robo de tierras y ghettos en bancarrota

Palestina: todo ha terminado

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Lo primero que escribí sobre Palestina lo hice hacia 1973 cuando empezaba a escribir una columna para una revista de Nueva York llamada el Village Voice. Se refería a una noticia publicada en New York Times acerca de un ataque de «represalia» hecho por la aviación israelí después de que un par de guerrillas de Al Fatah disparara contra una unidad de las fuerzas de seguridad israelíes. No estoy seguro de cuántos muertos hubo. Los aviones arrojaron gran cantidad de bombas sobre un campo de refugiados en Líbano y mataron aproximadamente a una docena de hombres, mujeres y niños.

Escribí un pequeño comentario destacando la habitual falta de inquietud moral en la noticia del Times sobre esta mortal represalia infligida a refugiados inocentes. Dan Wolf, el director del Village Voice, me llamó y me dijo que debería recapacitar. Creo que esta primera vez salió. Pero el involuntario acto de censura Dan me irritó y yo empecé a escribir gran cantidad de cosas acerca de la suerte de los palestinos.

Aquellos eran los días en que para los directores de los medios los palestinos tenían menos valor mediático que la planta Furbish y ningún político mantuvo nunca que esa atribulada planta no existiera de hecho como especie, que es lo que Golda Meir, la primer ministro israelí, dijo de los palestinos.

Volviendo atrás, hay que cavar un poco más profundamente para excavar qué es lo que los israelíes estaban haciendo realmente a los palestinos. Plantea hechos acerca del racismo institucionalizado, las confiscaciones de tierra, la tortura y caerá sobre tu correo electrónico una lluvia de insultos, como cuando en 1980 publique en el Village Voice una larga entrevista con el difunto Israel Shahak, el intrépido profesor de la Universidad Hebrea.

Es un tanto estremecedor ver ahora qué decía entonces Shahak y lo acertado de sus análisis y predicciones: «Las tendencias básicas se establecieron en 1974 y 1975, incluyendo las organizaciones de colonos, la ideología mística y la gran ayuda financiera a Israel por parte de Estados Unidos. Entre el verano de 1974 y el de 1975 fueron tomadas las decisiones clave, y desde entonces hay una línea recta». Entre aquellas decisiones, afirmaba Shahak, estaba «mantener los territorios ocupados de Palestina», un minucioso desarrollo de planes mucho más antiguos consumados en 1967.

Durante los ochenta, en las traducciones de artículos de la prensa hebrea que solía mandar Shahak los contornos del plan israelí emergieron gradualmente, igual que la quilla, nervaduras y maderas de un viejo barco: un sistema de carreteras que circunvalaría las ciudades y pueblos palestinos, y uniría los asentamientos judíos y lo puestos militares; grupos de asentamientos que cada vez se expandían más; un plan general de control del agua de toda la región.

No era difícil conseguir vívidas descripciones de las cada vez más intolerables condiciones de vida de los palestinos: la tortura de los prisioneros, los obstáculos que había ante el más sencillo de los desplazamientos, el hostigamiento a los campesinos y los niños en edad escolar, la demolición de casas. Mucha gente volvió de Israel y de los territorios ocupados con desgarradores relatos, aunque pocos de ellos llegaron a los principales periódicos o a un canal nacional de TV.

E incluso en los testimonios que lograron publicarse aquí [EEUU] lo que faltaba era cualquier reconocimiento del plan a largo plazo para borrar todas las molestas resoluciones de NNUU, aplastar las aspiraciones nacionales palestinas, robar su tierra y su agua, hacinarlos en enclaves cada vez más pequeños, en última instancia balcanizarlos con el Muro, que desde hacía muchos años estaba en proyecto. Es más, escribir acerca de cualquier tipo de plan general suponía provocar nuevos torrentes de improperios por las supuestas fantasía «paranoicas» de uno acerca de la mala fe de Israel, con muchas piadosas invocaciones al «proceso de paz».

Pero los sucesivos gobiernos Israelíes tenían un plan a largo plazo. Independientemente de quien estuviera en el poder, se construyeron las carreteras, se robó el agua, se arrancaron los olivos y árboles frutales (un millón), se demolieron las casas (12.000), se impusieron los asentamientos (300) y surgieron descaradas protestas de buena fe en la prensa estadounidense (incontables).

Mientras el nuevo milenio entraba arrastrando los pies, se hizo ciertamente imposible creer cualquier afirmación israelí de que estaba negociando, o siquiera de que quisiera negociar de buena fe. A estas alturas los «hechos consumados» en Israel y los territorios ocupados están tan enfocados como en uno de los cuadros surrealistas de Dalí.

En mayo de este año el primer ministro israelí, Ehud Olmert, vino a Washington y se dirigió a la comisión mixta del Congreso donde declaró: «Creía, y a día de hoy sigo creyendo, en el histórico y eterno derecho de nuestro pueblo a toda esta tierra». En otras palabras, no quiere reconocer el derecho de los palestinos siquiera a los horribles cantones que actualmente se consideran en su «reestructuración». ¿Por qué habría de creer Hamas una sola sílaba de las paparruchas de Olmert? Cuando Arafat y la OLP dieron inquietantes señales de estar ansiosos por llegar a un acuerdo, la respuesta de Israel fue invadir el Líbano.

En el plan de «reestructuración» de Olmert la «Barrera de Separación», que ahora está programado que sea la «frontera demográfica» permanente de Israel, se anexiona el 10% de Cisjordania, mientras fusiona a Israel amplios asentamientos y medio millón de colonos. Los palestinos pierden sus mejores tierras agrícolas y el agua. El gran Jerusalén de Israel acaba con toda la posible viabilidad de un Estado palestino viable y separado. Este mini-archipiélago palestino de cantones está encerrado en el este por la frontera de seguridad israelí del valle del Jordán.

La prensa de aquí, tímida e ignorante, aplaude la «reestructuración» de Olmert con apacible respeto. Mientras tanto una horrorosa tragedia histórica se encuentra en sus últimos capítulos. Con la connivencia de lo que irrisoriamente a veces se denomina la «comunidad internacional» -especialmente Estados Unidos y la Unión Europea- Israel está matando deliberadamente de hambre a los palestinos hasta su rendición como premio por haber elegido democráticamente al partido que ellos, los palestinos, habían elegido. Comunidades enteras están a borde de morir de hambre al haberle cortado Israel la comida y medicinas. El Banco Mundial prevé un índice de pobreza superior al 67% para este año. Un informe estadounidense publicado en Ginebra el 30 de mayo afirma que cuatro de cada diez palestinos en los territorios ocupados vive por debajo del umbral oficial de pobreza de menos de 2,10 dólares al día. La Organización Mundial del Trabajo calcula que el índice de paro es del 47% entre la población laboral palestina.

¿El final de la historia? Yo diría que la estrategia básica es la que había en 1948: transferencia de población, que se conseguirá haciéndoles la vida a los palestinos tan horrible que la mayoría de ellos se irán dejando unos pocos ghettos en quiebra detrás como recuerdo de aquellas insensatas esperanzas de un Estado palestino soberano.