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Papá se va a la Yihad

Fuentes: Rebelión

Si tuviéramos que resaltar cuál ha sido el principal logro de las intifadas árabes que se iniciaron el 2011 en Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Bahréin o Siria tendríamos que responder sin ninguna duda que el haber quebrado el orden establecido. Porque remover las anquilosadas estructuras de esos regímenes dictatoriales corruptos y sanguinarios que pretendían eternizarse […]

Si tuviéramos que resaltar cuál ha sido el principal logro de las intifadas árabes que se iniciaron el 2011 en Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Bahréin o Siria tendríamos que responder sin ninguna duda que el haber quebrado el orden establecido. Porque remover las anquilosadas estructuras de esos regímenes dictatoriales corruptos y sanguinarios que pretendían eternizarse en el poder es algo que raya en lo sobrenatural.

Desafiar la autoridad de los reyes o dictadores es un sacrilegio imperdonable, una afrenta que merecía un severo escarmiento. De ahí la salvaje represión desatada para desmovilizar manifestaciones pacíficas que reclamaban libertad y democracia. En el caso de Siria el ejército de Bachar Al Assad empleó incluso tanques, aviones o helicópteros para aplastar a los «peligrosos terroristas que desestabilizaban el país».

A pesar del brutal castigo aplicado por el ejército, la policía, el muhabarat, la shabiha las protestas continuaban todos los viernes (el salat yuma) en las mezquitas. En Siria está prohibida la libertad de reunión. Poco a poco en las principales ciudades, Homs, Hama, Damasco, Deraa, Alepo, Banyas se fue extendiendo la Intifada en una clara demostración de coraje y valentía.

El número de víctimas de las masacres iba en aumento, semana tras semana se contabilizaban cientos de muertos, desaparecidos, encarcelados, torturados. Sin piedad los fusilaban a mansalva, les lanzaban bombas de napalm o armas químicas tratando de fumigarlos como si se tratara de una plaga de ratas. Para el gobierno sirio no existe el diálogo, no hay nada que discutir ni negociar con los sublevados. La única opción para que vuelva a imperar la paz y la tranquilidad es la militar, es decir, el exterminio.

Este clima de terror desató la guerra civil y el éxodo de millones de pobladores -la mayoría sunitas- que empezaron a huir a los países vecinos en un desesperado intento por salvaguardar sus vidas. Según las últimas estadísticas de la ONU ya son casi 3.000.000 de desterrados y 6.000.000 de desplazados internos. Una de las mayores emergencias de la ACNUR en toda su historia. Esta es una catástrofe humanitaria de primera magnitud a la que se ha destinado un presupuesto que supera los 6.500.000 de dólares anuales. Desgraciadamente este mes de octubre tendrán que rebajarse las raciones de comida pues se agotaron los fondos que envían los países donantes.

Los refugiados no se cansan de repetir que: «si con nosotros no se aplican los derechos humanos, que al menos se apliquen los derechos de los animales porque maltratar a un perro o un caballo en cualquier país civilizado está penado por la ley». Y lo peor de todo es la angustiosa situación de millones de personas tiradas en esos vertederos humanitarios del Líbano, Irak, Turquía o Jordania cuyo futuro se parece cada vez más al drama del pueblo palestino.

A pesar de las masacres y matanzas provocadas por el ejército sirio ningún país occidental se movilizó para detener este demencial holocausto. Despreocupados por completo se limitaban a enviar sus cartas de condolencia y hacer votos por una pronta resolución del conflicto. Conflicto que confiaban se resolviera a través de los cauces diplomáticos, es decir, con el eficaz concurso de los mediadores internacionales. Pero cuando se dieron cuenta de lo que se venían encima, ya era demasiado tarde. Si no llega a ser por la presencia de la ONU, la Cruz Roja y las ONGs, miles de personas hubieran perecido de hambre y enfermedades.

Se sabía de antemano que la única manera de proteger a la población civil era mediante una intervención militar de los Cascos Azules de la ONU, o de una fuerza de interposición de la Liga Árabe. Pero al no encontrarse un consenso al respecto se desestimó esta opción pues Rusia y China, los países amigos de Siria, ejercían el derecho a veto sobre cualquier fallo que atentara contra sus intereses.

Las imágenes que transmitían al mundo los canales de televisión sobre el desarrollo de la guerra produjeron entre los musulmanes sunitas un impacto emocional tremendo. Tales escenas de extrema crueldad; masacres y asesinatos a sangre fría o cuerpos descuartizados de niños, mujeres y ancianos les removieron las entrañas. Se habían sobrepasado todos los límites y no podían permanecer pasivos ante tamaña humillación. Resucitaban viejas rencillas y rencores, heridas aun sin cicatrizar desde tiempos inmemoriales. Entonces, los mufties y ulemas emitieron una fatwa declarando la Guerra Santa contra los infieles chiitas, sus encarnizados enemigos desde la batalla de Kerbala acaecida en el año 680.

Esta era el momento preciso, la coyuntura histórica que esperaban los islamistas para intervenir y no podían desaprovechar la oportunidad.

La llamada a la yihad surtió efecto deseado y miles de voluntarios de toda la Umma se dispusieron a sumarse a las filas del «ejército de Allah» para librar la guerra santa contra los apóstatas nusairíes (alauitas) y sus aliados cristianos, chiitas libaneses, los rusos e iraníes. A los guerreros muyahidines no les fue difícil entrar en Siria por los innumerables pasos clandestinos que existen en la frontera con Irak, Turquía, Jordania o el Líbano. La palabra revelada en el libro sagrado tenía que cumplirse: «Combatid todos contra los politeístas, igual que ellos combaten contra vosotros». Algo parecido sucedió en su momento en los Balcanes, en Chechenia, en Afganistán, en Irak, o en Libia. El buen musulmán debe demostrar su valentía en el campo de batalla pues Allah le tiene reservada la más valiosa de las recompensas.

Es difícil creer que los servicios secretos occidentales de la CIA, el Mossad, el M16 o SIS inglés, BND alemán, DGSE francés, que trabajan desde hace décadas en la zona, no estuvieran al tanto del cataclismo que se avecinaba. Porque ellos cuentan con medios tecnológicos (seguimiento satelital, rastreo de comunicaciones) y el personal especializado (espías, informantes o agentes infiltrados) capaces de detectar el más mínimo movimiento sospechoso. En todo caso los gobiernos y la opinión pública occidental se mantenían al margen indiferentes al dolor de la población civil que desesperada profería angustiosos gritos de socorro. El único consuelo que les quedaba era implorar la clemencia y misericordia de Allah.

Hasta que de repente y sin saber muy bien porqué de lo más profundo de las arenas del desierto llegaron a bordo de una caravana de jeeps unos extraños individuos vestidos de riguroso luto que exhibían en una mano el Corán y en la otra la espada justiciera de Allah, el seif al islam. Los «barbudos» o awfu al-liha, al grito de ¡Allah akbar! enarbolando la bandera de la shahada (la ilah illa Allah) prometieron brindarles protección y ayuda. A cambio debían acatar las leyes de la Sharia y jurar obediencia a las nuevas autoridades islámicas. «El que no crea en nuestros signos lo arrojaremos la fuego».

Los grupos yihadistas de diferentes denominaciones comenzaron a ganar terreno y sumar incondicionales. Desde el siglo XIX el imperialismo en sus delirios expansionistas ansiaba dominar Oriente Medio y Asia central pues sabía de antemano que allí se encontraban las reservas de petróleo más importantes del planeta. Gracias al control de los hidrocarburos y las rutas de abastecimiento el sistema capitalista ha podido alcanzar su extraordinario apogeo.

Es tal su codicia y rapiña que sólo hay que observar las intervenciones militares llevadas a cabo en los últimos cuarenta años en la zona: la invasión de Afganistán por la Unión Soviética en 1979, la guerra de Irán -Irak en 1981, la guerra del Golfo en 1991, la invasión de Afganistán (como consecuencia de los atentados cometidos por Al Qaeda el 11 de septiembre 2001 en New York y Washington) y la guerra de Irak en 2003 -con el posterior derrocamiento de Sadam Hussein- y ahora la guerra del Imperio USA contra el Califato EIIL en el 2014.

Tras la caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría EE.UU precisaba de un nuevo rival que ocupara el puesto de la Unión Soviética. O si no ¿cómo iba a justificar el gasto de su carrera armamentística y el desarrollo de su industria bélica?

EEUU y sus satélites pronto encontraron en el fundamentalismo islámico el enemigo perfecto que estaban buscando. Basta con analizar la cronología de los atentados cometidos por los grupos y células afines al Qaeda: Kenia, Tanzania en 1998, New York 2001, Bali 2002, Madrid 2004, Londres 2005. La potencia hegemónica como guardián de la paz y la seguridad mundial debía neutralizar la amenaza terrorista. Los estrategas del Pentágono diseñaron una nueva táctica lanzando ataques fulminantes por medio de drones capaces de abatir los blancos con un ciento por ciento de efectividad en remotas áreas de la península arábiga, Yemen, Somalia, Egipto, Irak, Sudán, Afganistán o Pakistán. Estos asesinatos selectivos, sin juicio previo, que tienen como finalidad eliminar a los cabecillas e ideólogos han causado cientos de muertos entre la población civil -«daños colaterales»- y que sin ningún reparo han sido legalizados por la comunidad internacional. Con toda certeza los drones serán el arma estelar en la actual ofensiva de la coalición imperial que combate a los yihadistas en Siria e Irak.

En las cárceles, como no podía ser otro lugar, fue donde se formaron las más importantes figuras del yihadismo. El actual líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri sufrió horripilantes torturas durante los tres años que estuvo preso en la cárcel de Tora, Cairo; al- Zarqawi, quien dirigiera hasta su muerte al-Qaeda Mesopotamia, pasó cinco años en la tétrica prisión de Juwaidah en Amman, el nuevo califa del EIIL Al- Baghdadi cumplió 4 años en la cárcel de Kambuka -sometido a los más duros castigos por las fuerzas norteamericanas que invadieron Irak en 2003. Se perseguía a cualquier persona que resultara sospechosa por su aspecto físico, su forma de vestir o sus ideas religiosas. Todos eran culpables de promover el fundamentalismo islámico o conspirar contra sus impíos gobernantes.

Los invasores americanos y sus aliados pensaban que iban a extirpar «la semilla del mal» aplicando los más aberrantes y brutales métodos de tortura. La cárcel de Abu Ghraib en Bagdad o el campo de concentración de Guantánamo en Cuba son el mejor ejemplo para comprender sus diabólicas intenciones (trabajo sucio que corría a cargo de los servicios secretos de Jordania, Egipto, Arabia Saudita, Yemen o EAU).

Desde luego que hay leyes físicas que se pueden aplicar perfectamente al comportamiento humano. Sólo basta con analizar lo que ocurre cuando se tira una pelota contra la pared, pues ésta rebotará con mayor o menor intensidad dependiendo de la fuerza con que se haya lanzado.

Tal vez la agonía de millones de seres humanos a la deriva y unos cientos de miles de muertos era algo que esos pobres miserables deberían asumir con resignación. Pero se equivocaron porque la dignidad humana no se puede pisotear de una manera tan humillante. El legítimo derecho a la defensa es parte inalienable al instinto de conservación de nuestra especie.

Poco a poco se fue organizando la resistencia armada con voluntarios y desertores del ejército sirio que conformaron los primeros batallones del ELS (Ejército Libre Sirio). El brazo armado de la gran Coalición Nacional Siria que se proyectaba como alternativa de gobierno una vez cayera el dictador Bachar Al Assad. Esta guerrilla de carácter nacionalista y secular pretendía reunir a las distintas sectas y confesiones, clanes y tribus existentes en el país y unificar la resistencia. Pero poner de acuerdo a sunitas, chiitas, cristianos, drusos o kurdos con intereses y conceptos religiosos tan dispares es una misión prácticamente imposible. Con la oposición dividida y sin unidad de acción las expectativas no podían ser más pesimistas.

Además, el apoyo bélico prometido por los EE.UU y las potencias europeas se limitaba al suministro de armas cortas y material defensivo. Así que muy pronto se vieron eclipsados por los grupos islamistas que recibían ayuda económica y armamento moderno procedente de Qatar o Arabia Saudita (cuna del Salafismo-wahabita) y donaciones de acaudalados magnates del Golfo Pérsico. Entre los diversas katibas o batallones de milicianos debemos destacar: el frente Al Nusra pro al Qaeda, los salafistas, los muyahidines del Estado Islámico de Irak y Levante, el Frente Islámico, los Hermanos Musulmanes, el movimiento Hazm Muyahidín y Nuruddin, Ahram al Sham, Khorasan (conformado por veteranos de Al Qaeda procedentes de Afganistán y Pakistán), filipinos del Frente Moro, chechenos, tunecinos, libios, además miles de musulmanes sunitas y conversos originarios de EE.UU y Gran Bretaña, España, Francia Alemania, Australia, la mayoría jóvenes pertenecientes a familias árabes que emigraron a dichos países. En Europa hay 44 millones de musulmanes y en EE.UU 2 millones. Lo incomprensible del caso es que no sólo se baten contra las tropas de Bachar Al Assad, sino también contra los otros grupos rivales. El Ejército Libre Sirio los considera mercenarios extranjeros ajenos a un conflicto y ellos a la vez los acusan de moderados al servicio de occidente (Sahwa).

La clave para reclutar nuevos adeptos ha sido la exitosa campaña propagandística emitida por los canales de televisión, Internet o teléfonos móviles. Con un discurso apocalíptico inspirando teología coránica justifican el imponderable deber de unirse a la yihad liberadora. A los aspirantes se les promete una aventura llena de emociones fuertes, mucha acción y el mayor regalo: el martirio. «Esta es una guerra santa en defensa de los valores del Islam y sólo un diluvio de sangre podrá purificar la tierra santa mancillada por el káfir (los infieles)».

Los yihadistas del EIIL han demostrado una increíble violencia y sadismo imponiendo la ley del terror en un macabro juego donde el culto a la muerte es el paradigma.

¿Y qué iban a hacer los jóvenes sirios hundidos en la marginalidad y el desempleo, que han perdido familiares y amigos? Siria está en la ruina, salvajemente demolida, y sin valores éticos ni morales. Envilecidos por el odio no tienen nada que perder y al menos empuñando kalashnikov pueden sentirse poderosos y hacer justicia por su propia mano.

Al llamado a la yihad no sólo acudieron los jóvenes sino también hombres maduros, mujeres, viejos y hasta niños. Yo fui testigo del caso del Dr. Ghassan Al Masri, residente en Amman y natural de Deraa, en el sur de Siria. Un hombre creyente y fiel a los principios islámicos que no podía soportar el drama que atravesaba su pueblo. Cuando por casualidad encontré a su hijo en la calle y le pregunté por su padre, este me respondió de la forma más natural del mundo: -«wuakad zahab al Baba ili al yihad» «papá se ha ido a la yihad». Poco tiempo después en el hospital donde el Dr. Ghassan trabajaba me informaron que él había caído en un combate cerca del paso fronterizo de Ramtha. Y lo más trágico es que un mes después su hijo mayor también corrió la misma suerte. Ambos recibieron certeros disparos en la frente de un francotirador del ejército sirio convirtiéndose en mártires de la yihad. http://youtu.be/0eWBwMumB7Q .

Tras la ocupación de Irak por los EE.UU y el derrocamiento de Sadam Hussein los antiguos mandos militares del baazismo organizaron la resistencia armada realizando múltiples atentados contra las fuerzas invasoras. Lentamente surgieron en medio del caos los grupos extremistas pro al Qaeda infiltrándose en las regiones donde contaban con el apoyo de las tribus y clanes sunitas. Cuando EE.UU inicia la retirada en el año 2011, creyendo que había cumplido con la misión pacificadora, se recrudeció el conflicto sectario por el odio que inspiraba entre los sunitas el gobierno del chiita Al Maliki. Tan sólo en este año 2014 más de 5.500 personas han perdido la vida en diversos atentados (coches bombas o comandos suicidas) cometidos por grupos paramilitares tanto sunitas como chiitas.

A partir del estallido del conflicto sirio el Estado Islámico de Irak y Levante (nacido a la sombra de al Qaeda y que se financia a base del secuestros, extorsiones, contrabando de petróleo, impuestos o el sakat) demostró su espectacular poderío tomando en marzo de 2013 la práctica totalidad de la provincia de Raqqa en Siria. Un golpe de efecto que le ha servido como reclamo publicitario para atraer a miles de adeptos y ganarse las simpatías de los musulmanes sunitas. «El ejército victorioso de Allah» continúa la ofensiva sobre las provincias de Ambar y Nínive y en el mes de junio tras lanzar un demoledor ataque capturan Mosul, la segunda ciudad de Irak. Acto seguido proclaman solemnemente el Califato de Siria y Levante -el sueño dorado de Osama bin Laden- entronizando al nuevo califa de todos los musulmanes Abu Bakr Al Baghdadi. Y para celebrar el advenimiento de una nueva era derrumban los hitos fronterizos impuestos por el colonialismo usurpador. Haciendo gala de una capacidad de fuego asombrosa avanzaron sobre Faluya, Ramadi, Tikrit, y Samarra (desplazando a 1,200.000 personas) quedándose a tan sólo 60 kilómetros de Bagdad. Ante tan devastadora arremetida miles de soldados iraquíes desertaron presas de pánico. De nada valieron los 25.000.000 de dólares que había invertido EE.UU a lo largo de la última década para entrenar y equipar a las fuerzas armadas iraquíes.

Todos estos sucesos muchos lo interpretaron como el anuncio del advenimiento del tiempo mesiánico o el Armagedón bíblico. El escenario no podía ser más escalofriante: ejecuciones en masa, cuerpos descuartizados, cabezas cercenadas, crucifixiones, degollamientos y una orgía de sangre sin precedentes.

Ante la gravedad de los acontecimientos el presidente Obama anuncia que EE.UU se dispone a intervenir en la zona junto a una gran coalición mundial, respaldada por más de treinta países y con el visto bueno de la ONU. «Tenemos que actuar con contundencia ante los crímenes y la limpieza étnica perpetrada en Irak por el EIIL contra las minorías cristianas y yazidíes. Hoy más que nunca está en peligro la paz y la seguridad de la civilización occidental – ¡Que Dios Bendiga a EE.UU! ¡Que Dios bendiga a nuestros soldados!» Igual que en la época de las cruzadas el imperio más poderoso de la tierra le declara la guerra al califato islámico, la bestia del apocalipsis.

La OTAN, cuyo deber es velar por la paz y estabilidad del mundo, desplegará todo el poder ofensivo a su alcance; las bases militares, el armamento más sofisticado o sus miles de soldados que le otorgan el dominio del espacio aéreo y, como si fuera poco, del mar Mediterráneo, el mar Rojo o el golfo Pérsico.

Para nadie es un secreto que la ofensiva aliada que apenas comienza no va más que a elevar la tensión y multiplicar el dolor y el sufrimiento. La población civil como siempre es la que pagará las nefastas consecuencias. Por lo pronto el EIIL amenaza con atacar los intereses de los gobiernos que participan en la campaña de exterminio. De inmediato se ha decretado la alerta roja y los ciudadanos occidentales residentes en Oriente Medio y en los países árabes deben tomar medidas extremas de seguridad. El riesgo a ser víctimas de secuestros o atentados es demasiado alto. Y no sólo en el exterior sino también en EE.UU y Europa pues los yihadistas cuentan con células durmientes y una legión de «lobos solitarios» dispuestos a lanzar ataques terroristas en el momento menos previsto. Queda totalmente prohibido viajar a países como: Pakistán, Yemen, Argelia, Mali, Siria, Egipto, Sudan, Somalia, incluso hasta el Líbano o Jordania. Tampoco es recomendable realizar viajes de turismo a los paraísos exóticos del Medio Oriente a no ser que estén protegidos por el ejército o el personal de seguridad. La psicosis y la paranoia dominarán una vez más nuestra vida cotidiana.

El enfrentamiento entre el islam y el occidente judeo-cristiano se encuentra en su punto más álgido. Los prejuicios raciales y confesionales lejos de disminuir, se disparan. A 1.500 millones de musulmanes se les ha calificado de «asesinos en potencia» «seres crueles y desalmados pertenecientes a una religión medieval que predica el odio», «una peligrosa gangrena que corroe el mundo». Del otro lado, Occidente representa la decadencia, el pecado, el vicio y el ateísmo. «Los herejes cristianos politeístas merecen ser condenados al yahannam (infierno)». Los esfuerzos por encontrar caminos de paz y armonía son cada vez más infructuosos.

¿Cómo se va a resolver esta compleja ecuación matemática: odio, venganza, rencor? ¿Tal vez enviando a la VI flota norteamericana con sus portaviones, destructores y submarinos?

Esta guerra promete ser muy larga y costosa y es posible que pueda extenderse un par de siglos tal y como aconteció en la época de las cruzadas. El imperialismo depredador es insaciable y no conoce límites. Si ayer fue en Afganistán, hoy es en Irak y Sira, mañana quizás sea Pakistán, en la India, en Irán, Somalia o Egipto.

Oriente Medio se ha convertido en el teatro del absurdo: Israel bombardea Gaza sin objeciones, EE.UU invita a Irán, «el monstruo del eje del mal», a que se una a la coalición internacional que lucha contra el EIIL; los kurdos colaboran con su enemigo más enconado, el ejército turco, EE.UU ataca a Siria, no para derrocar a Bachar al Assad, sino para combatir al yihadismo. Existen muchas variables y en este tablero de ajedrez no se sabe muy bien cuál será el próximo movimiento. Pero lo que está muy claro es que al rey Israel nadie puede intimidarlo.

Todo esfuerzo por pacificar la región será en vano sino se hace justicia con el pueblo palestino.

Lo que verdaderamente le conviene a EE.UU es que los chiitas y sunitas se destruyan entre ellos mismos -al estilo de la guerra Irán-Irak – que se agoten y se ahoguen en su propia sangre para que ninguno de los dos salgan victoriosos. De esta manera no representan ningún peligro y su destino será la fragmentación y el caos. Sólo se salvarán aquellos países que se acojan a la tutela de EE.UU que es la garantía de orden y la estabilidad gracias a su generosa ayuda económica y militar.

Ese creciente fértil regado por los ríos milagrosos el Éufrates, Tigris, el Jordán o el Nilo, donde se gestaron las civilizaciones más esplendorosas de la humanidad, hoy no es más que un campo de batalla donde se libra un feroz duelo entre oriente y occidente. Esta guerra no pretende tan sólo dominar las materias primas, el gas o el petróleo, sino también imponer los principios de la sociedad de consumo capitalista. El férreo sometimiento tecnológico a través de los medios de comunicación de masas no tiene otro fin que alienarlos y anular su identidad. Hay que elegir entre civilización o barbarie, entre ciencia o superstición, entre la razón o el fanatismo. La modernidad ha desacralizado el islam colocando en tela de juicio la fe o el din, incluso hasta la santidad del Profeta o la existencia de Allah.

Asistimos, pues, no sólo a un conflicto armado, sino a un conflicto de ideas, de conceptos, un conflicto cultural y religioso e ideológico donde a falta de intermediarios no hay ninguna negociación posible.

Para comprobar el estrepitoso fracaso de la política intervencionista norteamericana basta con recordar las palabras pronunciadas por el presidente George Bush hace ya más de una década: «América está en guerra. Combatiremos a nuestros enemigos en el exterior en vez de esperar que ellos lleguen a nuestro país» «la ocupación de Irak ha hecho del mundo un lugar más seguro y más libre. La historia me dará la razón» .

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.