Esta residente en Cisjordania ha sufrido dos detenciones administrativas y es una de las más de 1.600 personas que, según entidades locales, cumplen penas sin que haya habido ningún juicio
En 2023 la joven Layan Nasir fue detenida por el ejército israelí. Tenía solo 21 años cuando la enviaron a la cárcel. ¿El crimen? Participar de un comité estudiantil en el que organizaban salidas a la montaña, vendían bocadillos y libros baratos para los alumnos más pobres. Aunque no hubo juicio, un juez militar la condenó a ocho meses por ser “un peligro para la seguridad”. A los dos meses, su familia, de tradición protestante, consiguió el dinero para pagar la fianza.
Dos años más tarde, volvió a ser detenida. Aquella vez, el ejército entró en su casa de la localidad de Birzeit (Cisjordania) durante la madrugada porque había ido a una manifestación. Aquella vez tampoco hubo juicio. Ni siquiera condena. Sufrió una detención administrativa que duró cuatro meses, hasta que el juez decidió soltarla. Estuvo incomunicada y sufriendo torturas a diario.
Ahora, a pesar de que ha dejado toda militancia, este domingo se enfrenta a un juicio porque el Estado de Israel sostiene que debe cumplir lo que le queda de condena por su primera detención, a pesar de que pagó la fianza. Le piden que cumpla la condena completa.

Nasir se ha convertido en el rostro de los más de 1.600 presos palestinos que, según la asociación Addameer, han sufrido detenciones administrativas y han acabado en la cárcel sin que haya habido ningún juicio. Ella es el rostro de la campaña que han lanzado diversas entidades españolas como Suds, Novact, Mundubat y Hèlia, que pide que se anule el juicio de esta joven y que se libere a todos los presos encarcelados injustamente. Nasir atiende a elDiario.es por videoconferencia desde su Cisjordania natal, a pocos días del juicio.
Este domingo podría volver a entrar en la cárcel. ¿Tiene alguna esperanza de que el juicio sea justo?
Para nada. Ninguna. Hoy [por el miércoles] mi abogado ha estado hablando con la Corte Militar y le han dicho que tengo dos opciones. Aceptar los ocho meses que me piden y entrar directamente a la cárcel el domingo o empezar un proceso largo, en el que iremos posponiendo el juicio una y otra vez, con la seguridad de que, cuando se acabe celebrando, me aumentarán la condena hasta llegar a superar, incluso, los dos años de pena.
¿Cómo?
Pues porque estamos en guerra. O sea, que no hay leyes que valgan y me pueden poner la condena que quieran. Por eso, mi abogado teme que llegue el domingo y lo que me pidan no sean ocho meses, sino vete a saber cuánto. Y claro, el problema es que la decisión la tendré que tomar en el mismo juzgado, al momento. No tendré tiempo de pensar.
¿Ha podido reflexionar ya sobre qué quiere hacer?
Todavía no. Esto lo sé desde hace solo unas horas. Y me acabo de enterar de que puedo ir a la cárcel este mismo domingo. Yo no sabía que esto pudiera ser una opción. Y todos los caminos son terribles. Por un lado quiero acabar ya con esto, porque estoy cansada. Muy cansada. Pero por otro lado me aterra pensar en volver. Todavía no he olvidado lo que me pasó en la cárcel. Fue lo peor que he vivido en mi vida.
¿Qué pasó en prisión?
La primera vez que entré fue en 2021 y la segunda en 2024. Y hubo una gran diferencia. La primera fue mucho más fácil, a pesar de que yo solo tenía 21 años. Entonces las cárceles tenían mejores condiciones gracias a la lucha histórica de los presos políticos palestinos. Teníamos muchas más cosas. Pero después de los hechos del 7 de Octubre, todo cambió. Nos lo quitaron todo y tienen las mismas condiciones que tenían en los años 50.
Mi primera vez pude tener visitas de mi familia, pude hablar con ellos por teléfono, había cuadernos y podía leer o pasar tiempo estudiando. Pero la segunda vez, no había nada. No podía hablar con mis abogados y no sabía nada de lo que estaba pasando fuera: no había ni radios.
Como consecuencia de eso, sus padres no supieron nunca en qué cárcel estaba y ni siquiera si seguía viva. ¿Cómo llevó usted esta falta de comunicación?
No saber nada de nuestras familias era lo que más nos angustiaba. Porque, ante la falta de noticias, te pones en lo peor. La situación podía ser tan grave que, a veces, las presas llegaban a interpretar los sueños como augurios de que algo malo les estaba pasando a sus seres queridos. Es curioso cómo piensas más en ellos que en ti. A mí me pasó también durante mi segunda detención.
Los soldados entraron a mi casa durante la noche, sin dar ningún motivo. Fueron muy agresivos y violentos y lo único que me asustó de verdad fue la idea de que les hicieran algo a mis padres. Apuntaron a mi madre a la cabeza con sus armas y a mi padre, que estaba durmiendo, le sacaron de la cama y lo llevaron afuera de la casa, también encañonado. No me importaba qué me pudieran hacer, solo quería que aquello acabara rápido, que me arrestaran y ya, pero que no les pasara nada a ellos.
Si en algún momento pensé en lo que me pudieran hacer a mí fue porque no quería que ellos lo vieran. Por eso me tranquilicé un poco cuando vi que le vendaban los ojos a mi madre.
Todo eran estrategias para tenernos débiles. Recuerdo, por ejemplo, la hambruna. Es una guerra psicológica contra las presas y presos políticos
Además de negarle la posibilidad de comunicarse, ¿qué más tuvo que sufrir en la cárcel?
Todo eran estrategias para tenernos débiles. Recuerdo, por ejemplo, la hambruna. Es una guerra psicológica contra las presas y presos políticos. La primera vez que la vi, pensé que aquello no podía ser la comida. Las porciones eran pequeñas y compuestas por algo que nadie comería voluntariamente.
Nos traían comida podrida, con moho y que hasta tenía burbujas, con sabor ácido. Y cuando nos quejábamos, se burlaban de nosotras, diciéndonos que así sabía la comida y que llevábamos tanto tiempo dentro que habíamos olvidado qué sabor tenían las cosas.
¿Podían quejarse de sus condiciones?
En realidad no. Hasta mirar a un soldado era motivo suficiente para castigarnos. El objetivo era que siempre tuviéramos miedo, que supiéramos que cualquier cosa nos podía pasar en cualquier momento. Por eso, cada pocos días entraban a las celdas durante la noche, nos pegaban y nos cambiaban de compañeras. No dejaban que cogiéramos confianza unas con otras.
Además, cuando entraban, nos levantaban, nos tocaban y nos pegaban con la excusa de buscar lo que pudiéramos tener escondido. Y nos castigaban siempre, hubiéramos hecho algo o no. Recuerdo un par de veces en que nos repartieron cosas. Una de ellas fueron cepillos de dientes y la otra ropa interior. Ambas están prohibidas dentro de la cárcel. Pues a las pocas horas entraron a las celdas y nos castigaron.
Un día llegaron los soldados y, por sorpresa, entraron en las celdas y empezaron a atacarnos. Al final, cuando ya nos habían arrinconado a todas, echaron bombas de gas y cerraron
¿En qué consistían esos castigos?
Depende. Nos pegaban, nos tiraban del pelo, a las mujeres que lo llevaban les arrancaban el hijab… Pero el peor fue un aniversario del 7 de Octubre. Llegaron los soldados y, por sorpresa, entraron en las celdas y empezaron a atacarnos. Al final, cuando ya nos habían arrinconado a todas, echaron bombas de gas y cerraron. Nos gasearon en celdas que no tenían ni puertas ni ventanas.
En esas celdas había ancianas, personas con epilepsia y enfermas. Pensábamos en cómo salir de esa situación, pero también en cómo ayudar al resto, quién debía ser la primera en salvarse. Y, cuando conseguimos salir, llegar al patio y respirar aire, allí estaban los soldados…
La primera vez que la metieron en la cárcel fue bajo la acusación de ser “una amenaza para la seguridad” por pertenecer a un comité estudiantil. ¿Por qué era tan peligrosa?
[Ríe] Ni yo misma lo sé. La organización estudiantil es normal y un derecho, pero no algo por lo que nos puedan acusar. No hacíamos formaciones militares ni de resistencia, nada que Israel hubiera prohibido. En la lista de cosas que hice, para sustentar la acusación, estaba que vendía bocadillos a un shekel [la moneda de Israel], mucho más baratos que los de la cafetería de la universidad, que es privada.
También vendíamos libros de segunda mano y organizábamos paseos por el campo. Pues todo eso, para Israel, es un delito. Es un delito hablarles a los estudiantes de palestina, garantizar que coman o que puedan estudiar.
Antes del 7 de Octubre era muy difícil que te enviaran a la cárcel sin juicio, aunque fuera injusto. Ahora es lo común
Ninguna de las dos veces que ha ido a la cárcel ha habido juicio. ¿Es eso frecuente?
Es una manera de reprimirnos una y otra vez. Cada día se recurre más a la detención administrativa [detención y encarcelamiento sin que haya juicio ni condena, normalmente sustentada por motivos de seguridad]. Suelen ser pocos meses, porque como no hay causa, no se llegará a celebrar nunca un juicio. Es una medida para asustarnos. Según Addameer hay 1.613 personas en esta situación a día de hoy. Y luego están los que ya han salido de la cárcel y han pagado, pero los vuelven a detener, que es lo que me quieren hacer a mí.
Antes del 7 de Octubre era muy difícil que te sucediera esto. Sí que había detenciones arbitrarias y presos políticos, pero era más complicado que te enviaran a la cárcel sin juicio, aunque fuera injusto. Ahora es lo común.
¿Sigue estando activa políticamente?
[Sonríe triste] … No.
Usted procede de una familia protestante. Como persona que ha sido torturada, ¿qué siente cuando Israel asegura que su guerra es solo contra el terrorismo islamista de Hamás, no contra el pueblo palestino?
Me han detenido, arrestado y torturado. Que digan lo que quieran, pero no les importa que seas cristiano o musulmán. Para ellos, todos los palestinos son iguales y por eso nos matan sin discriminar. El genocidio es en contra el pueblo palestino, sea de la religión que sea. Y el sufrimiento palestino siempre ha sido de musulmanes y cristianos, porque no es la primera vez que pasa. No es una causa religiosa, digan lo que digan.
Y eso es algo que todo el mundo puede ver, cada día, en directo. Todo el mundo ve el sufrimiento de la gente de Gaza. Ahora bien, lo que no se ve tanto es lo que pasa en las cárceles. La muerte lenta de los presos. Las cárceles son cementerios para gente viva. No hay comida, no hay jabón ni radios. No hay nada. Toda la gente se centra en lo que pasa fuera porque es terrible pero, por favor, no dejéis a los y las presas solas. No los dejéis a solas con los soldados.