Una placa en la entrada de Robben Island destaca una cita de su recluso más famoso, el preso 46664: «Se dice que nadie conoce verdaderamente una nación hasta que no ha estado dentro de sus cárceles. Una nación no debe ser juzgada por cómo trata a sus ciudadanos más importantes, sino a los más humildes».
Las palabras de Nelson Mandela suenan como una sentencia de muerte para el Estado del Israel actual.
Los cadáveres de 345 palestinos que «desaparecieron» cuando Israel invadió Gaza hace dos años han sido devueltos al Hospital Nasser de Jan Yunis. Están tan desfigurados que, hasta ahora, solo se ha podido identificar a 99 de ellos.
Maha Hussaini, que ha estado informando para Middle East Eye desde Gaza durante toda la guerra, ha detallado el angustioso proceso de identificación llevado a cabo por los familiares y los médicos forenses, que no disponen del equipo necesario para determinar cómo murieron estas víctimas.
Cuando Muhammad Ayesh Ramadan identificó los restos de su hermano Ahmed, desaparecido el primer día de la guerra, descubrió que el cuerpo estaba quemado, con seis o siete agujeros de bala y una incisión vertical que iba desde el pecho hacia abajo. A su hermano también le habían cortado uno de los dedos del pie.
Según los médicos palestinos, los médicos israelíes suelen amputar los dedos de las manos y los pies para obtener ADN. Aunque carecen de las herramientas necesarias para confirmar si a Ahmed le faltaba algún órgano, las marcas encontradas en su cuerpo sugieren claramente que fue utilizado como banco de órganos.
Otros cadáveres mostraban claros signos de tortura. Zeinab Ismail Shabat, de Beit Hanun, en el norte de la Franja de Gaza, descubrió que a su hermano Mahmud, de 34 años, le habían cortado el dedo índice, mientras tenía las manos atadas a la espalda, y que las marcas de las ataduras metálicas le habían dejado hendiduras en los pies. Su rostro parecía haber sido golpeado con tanta violencia que le habían fracturado el cráneo, y su cuello presentaba marcas de haber sido colgado.
«Estaba claro que había sido martirizado mientras lo tenían inmovilizado. Le habían quitado toda la ropa. Tenía un disparo en el muslo y pequeños trozos de madera en el pecho», dijo.
Violaciones y torturas
Las estimaciones sobre el número de palestinos que han muerto bajo custodia israelí en los últimos dos años varían. Los datos obtenidos por Médicos por los Derechos Humanos-Israel del ejército y los servicios penitenciarios israelíes sitúan la cifra en 98, pero el grupo afirma que probablemente se trate de un recuento muy por debajo de la realidad, ya que aún siguen desaparecidos cientos de detenidos de Gaza.
Los presos que han sobrevivido a la detención describen las formas más crueles de tortura. Según el testimonio de los detenidos recibido por la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, en noviembre de 2023, fuerzas especiales irrumpieron en una celda de la prisión de Ketziot y golpearon a los reclusos con porras hasta hacerles sangrar por la cabeza.
Centraron su inquina en Thaer Abu Asab, de 38 años, hasta que se derrumbó. Su cuerpo permaneció en el suelo durante una hora, sangrando y sin responder, hasta que lo sacaron de la celda y lo declararon muerto. Al día siguiente, el Shin Bet interrogó a todos los reclusos y los acusó de atacar a Abu Asab y de intentar inculpar a los guardias de la prisión por ello.
Un campo de detención en particular, Sde Teiman, se ha ganado una reputación infame por las violaciones, torturas y muertes.
Un antiguo recluso, entrevistado por el Centro Palestino para los Derechos Humanos (PCHR, por sus siglas en inglés), afirmó haber sido violado por un perro especialmente entrenado.
«Nos desnudaron por completo. Los soldados trajeron perros que se subieron encima de nosotros y me orinaron. Entonces, uno de los perros me violó; lo hizo deliberadamente, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo, y me introdujo el pene en el ano, mientras los soldados seguían golpeándonos y torturándonos y rociándonos con espray pimienta en la cara. La agresión del perro duró unos tres minutos; la represión en general duró unas tres horas».
Ibrahim Salem, que fue puesto en libertad en agosto tras casi ocho meses de detención, describió sus 52 días en Sde Teiman como su peor pesadilla.
«Te mantienes de pie sobre una pierna durante dos horas y luego te dicen: «¿Quieres que te ayude?». Y cuando dices que sí, te dicen que repitas: «Soy hijo de una puta, soy hermano de una puta», que digas «Netanyahu se folló a mi hermana, am Yisrael chai [el pueblo de Israel vive]. Ahora repite conmigo, ¡am Yisrael chai! ¡Am Yisrael chai! Cien veces»».
Le rompieron una silla en el pecho. Le electrocutaron los genitales. Otros prisioneros fueron violados por mujeres soldado.
En tales casos, el prisionero era inclinado sobre un escritorio con las manos colocadas delante de él, esposadas. La soldado, de pie detrás de él, le introducía los dedos y otros objetos en el recto. Cuando él reaccionaba o se echaba hacia atrás, el soldado que estaba delante de él le golpeaba en la cabeza y le obligaba a inclinarse de nuevo.
Hay suficientes informes contemporáneos sobre los abusos sistemáticos contra los palestinos en las prisiones y centros de detención israelíes como para llenar una pequeña biblioteca.
Grave crisis
Según un informe de noviembre del Comité de las Naciones Unidas contra la Tortura, Israel tiene una «política estatal de facto de tortura organizada y generalizada», que describen como «palizas severas, ataques con perros, electrocución, ahogamiento simulado, uso de posturas de estrés prolongadas y violencia sexual».
La propia Oficina del Defensor del Pueblo de Israel, que forma parte del Ministerio de Justicia, constató el hacinamiento extremo, el hambre y las palizas casi diarias que sufrían los presos palestinos, y señaló que las condiciones equivalían a «una de las crisis de detención más graves que ha conocido el Estado».
A pesar de esta avalancha de pruebas, sólo un soldado israelí ha sido procesado, recibiendo una condena de siete meses. Otros cinco soldados fueron acusados de abuso agravado y de causar lesiones corporales graves en Sde Teiman, después de que se filtraran las imágenes.
Esa filtración, por parte de una fiscal del ejército israelí, Yifat Tomer-Yerushalmi, causó indignación no por los delitos en sí, sino por el daño causado a la imagen pública del ejército israelí. La fiscal se vio obligada a dimitir, y los soldados acusados de violación celebraron recientemente una rueda de prensa en la que exigieron una indemnización por «daños a su imagen».
En la rueda de prensa celebrada frente al Tribunal Supremo de Israel, los soldados acusados, que llevaban pasamontañas, en un aparente intento de evitar ser procesados por la Corte Penal Internacional, se jactaron de seguir en libertad y declararon: «Venceremos».
«Intentasteis quebrarnos, pero olvidasteis una cosa: somos la Fuerza 100», dijeron, en referencia a su unidad antiterrorista.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se negó a condenar la agresión. En cambio, calificó la filtración como «quizás el ataque propagandístico más grave que ha sufrido el Estado de Israel desde su creación». Su preocupación era la imagen de Israel, no el hombre brutalmente agredido en pantalla.
Según Haaretz, el máximo responsable jurídico del ejército israelí evitó deliberadamente iniciar investigaciones sobre los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas israelíes, por temor a una reacción violenta de la derecha.
Alrededor de un millón de palestinos han sido detenidos por las fuerzas israelíes desde la guerra de Oriente Medio de 1967, «entre ellos 17.000 mujeres y niñas y 50.000 niños», según informó en 2021 la Comisión de Asuntos de Detenidos y Exdetenidos.
Esto supone uno de cada siete palestinos.
En busca de la pena de muerte
Mientras tanto, la cifra de palestinos en las cárceles israelíes ha ido aumentando de forma constante. Los grupos de defensa estiman que en noviembre eran 9.250; de ellos, más de 3.300 eran detenidos «administrativos», recluidos sin cargos ni ningún tipo de proceso legal.
Llamar prisioneros a estos detenidos es forzar el significado de la palabra. Son rehenes capturados por Israel cada noche en redadas, pero nadie en la comunidad internacional lo tiene en cuenta.
Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, ha centrado su mandato en convertir la vida de los prisioneros palestinos en un infierno. Redujo las raciones a niveles de inanición y denunció la sentencia del Tribunal Supremo en contra de ello, cuestionando si realmente se trataba de jueces «de Israel».
No contento con eso, Gvir está ahora impulsando un proyecto de ley en la Knesset para imponer la pena de muerte a los «terroristas que actúen contra el Estado».
Se trata de una formulación elegida para excluir a los judíos, ya que, en opinión de la extrema derecha, sólo los árabes practican el terrorismo. Uno de los patrocinadores del proyecto de ley, el diputado Limor Son Har-Melech, afirmó: «No existe tal cosa de un terrorista judío».
Israel abolió la pena de muerte por asesinato en 1954, pero la pena capital se mantuvo en los libros para los delitos relacionados con el Holocausto y el genocidio. Israel sólo ha ejecutado a una persona en toda su historia: Adolf Eichmann, el arquitecto del Holocausto, en 1962.
La pena de muerte se mantuvo para los tribunales militares en la Cisjordania ocupada, pero nunca se aplicó. Esto fue objeto de frecuentes debates, y los jefes del Shin Bet y del ejército se oponían regularmente a ella.
Hoy en día, este debate se ha desatado. El Shin Bet tiene ahora al frente a un sionista religioso, el general de división David Zini, que apoya el proyecto de ley, y el ascenso de Ben Gvir al poder ejecutivo ha transformado el panorama.
Lo que antes se consideraba una provocación de la derecha se ha convertido ahora en política oficial. Ben Gvir repartió dulces después de que el proyecto de ley superara su primera lectura, y todo apunta a que ahora se convertirá en ley.
El legado de Mandela
Al igual que en Sudáfrica, las cárceles israelíes también albergan a los principales líderes palestinos que podrían negociar el fin del conflicto.
Tenemos a Marwan Barghuti, un alto dirigente de Fatah que cumple cinco cadenas perpetuas y que es lo suficientemente popular como para sustituir a Mahmud Abás como presidente. Junto a él se encuentra Abdullah Barghuti, un líder militar de Hamás que cumple 67 cadenas perpetuas.
El comandante de Hamás Ibrahim Hamed cumple 54 cadenas perpetuas, mientras que Ahmad Saadat, secretario general del Frente Popular para la Liberación de Palestina, cumple una condena de 30 años. Otras figuras destacadas de Hamás que se encuentran en prisión son Hasan Salameh, que cumple 48 cadenas perpetuas, y Abas al-Sayed, que cumple 35 cadenas perpetuas.
Se ha lanzado una campaña internacional para liberar a Barghuti basándose en el mismo principio que llevó a la liberación de Mandela, que fue una de las principales reivindicaciones del movimiento contra el apartheid. Como afirmó el propio Mandela: «Solo los hombres libres pueden negociar. Los prisioneros no pueden involucrarse en acuerdos».
La liberación de Mandela se consideró en su momento un paso clave hacia la paz. A continuación, lideró las negociaciones que allanaron el camino para las primeras elecciones democráticas multirraciales del país en 1994, en las que su Congreso Nacional Africano obtuvo una victoria aplastante.
Algunos antiguos jefes del Shin Bet, ahora alejados del poder y sin apenas influencia, son conscientes de ello. Pero la dirección que está tomando Israel bajo el liderazgo de facto de Ben Gvir está sumiendo al Estado en una guerra permanente, tanto con los palestinos como con sus vecinos regionales.
Al mismo tiempo, la naturaleza de esta guerra está cambiando, pasando de ser una guerra basada principalmente en el territorio a una cruzada religiosa. Esto tendrá el mismo final que todas las demás cruzadas que intentaron colonizar Palestina.
Si la comunidad internacional realmente quiere poner fin a este conflicto ahora, antes de que se intensifique aún más, la liberación de todos los prisioneros palestinos debería convertirse en la demanda central de la campaña mundial de boicot y desinversión.
Hay en marcha una campaña con un lazo rojo para exigir la liberación de todos los presos palestinos detenidos. Debería instarse a todos los partidos políticos británicos a apoyar esta campaña, sobre todo el Partido Laborista.
Los hombres y mujeres que organizan, llevan a cabo y se regocijan con las palizas, violaciones, electrocuciones, torturas y muertes diarias bajo custodia deberían ser juzgados como lo fue Eichmann, porque son verdaderamente hijos suyos.
David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye, así como comentarista y conferenciante sobre la región y analista en temas de Arabia Saudí. Fue redactor jefe de asuntos exteriores en The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Con anterioridad, fue corresponsal en temas de educación para The Scotsman.
Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.


