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Ceuta y Melilla como telón de fondo

¿Para qué sirve el ejército?

Fuentes: Rebelión

El presente artículo recoge algunas reflexiones a propósito del aparecido en Libertad Digital (¿Para qué sirve el ejército?) firmado por el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES). GEES es un think tank [1] de profundas convicciones reaccionarias, que tiene a su vez vinculaciones con The Project for the New American Century (NAC) y The Foundation for […]

El presente artículo recoge algunas reflexiones a propósito del aparecido en Libertad Digital (¿Para qué sirve el ejército?) firmado por el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).

GEES es un think tank [1] de profundas convicciones reaccionarias, que tiene a su vez vinculaciones con The Project for the New American Century (NAC) y The Foundation for Defense of Democracies. Algunos de los ideólogos de NAC son Jeb Bush, Dick Cheney, Steve Forbes, Francis Fukuyama, Donald Kagan, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz.

Existe una vinculación muy estrecha entre el GEES y la institución ultraderechista FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales) perteneciente al PP. Al menos durante el gobierno de José María Aznar el GEES recibió importantes cantidades de dinero de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI).

El artículo en cuestión intenta abordar el debate sobre cuál debe ser el papel del ejército español en los sucesos de Ceuta y Melilla. En realidad, no sólo no aporta solución alguna sino que la que parece sugerir se inscribe en el pensamiento xenófobo y militarista de los ideólogos de la Casa Blanca.

De tener algún objetivo, el artículo se encamina únicamente a criticar la política del PSOE en la crisis abierta en el norte de África, con motivo de la brutal represión desatada contra los inmigrantes por parte de las fuerzas de seguridad españolas y también marroquíes.

Pero no es esa la visión del GEES, más bien todo lo contrario. De ser algo, Zapatero es un blando que despliega unidades militares sin permitirles actuar como corresponde a tropas de combate.

Los firmantes del trabajo desarrollan su opinión a partir de la máxima de que «una de las misiones esenciales de todo ejército es la defensa de las fronteras de la nación a la que sirve» para, a partir de ahí, calificar de «invasión» los intentos de los africanos por saltar la valla que separa Marruecos del paraíso europeo. Más aún, este «asalto» es el plan de Marruecos para «agredir a las dos ciudades [Ceuta y Melilla] por medios no armados convencionales […] una marcha verde sobre las dos ciudades».

No debe sorprender que GEES emplee idénticos términos que organizaciones de corte fascista, tales como Falange u otras similares, a la hora de hablar sobre la inmigración. Su xenofobia le lleva a alertar sobre el hecho de que «más de un tercio de los soldados de las guarniciones de ambas ciudades son de origen marroquí, musulmanes de religión y ni siquiera residentes en España pues cruzan la frontera todas las tardes para dormir en su hogar, que es Marruecos».

Esta afirmación, sin entrar a valorar lo que pueda tener de cierta, plantea una paradoja al parecer irresoluble para la derecha neoliberal: cuando las fuerzas armadas están compuestas por los propios ciudadanos, como parte de sus derechos y sus deberes políticos, pueden originarse conflictos tales como los ocurridos durante la Semana Trágica de Barcelona en 1909 (debido precisamente al envío de tropas a Marruecos para combatir por los últimos restos del imperio español) o, más recientemente, cuanto sucedió en la guerra de Vietnam con las tropas estadounidenses (de reemplazo), tanto durante la contienda como a su vuelta; para evitar eso, se fueron implantando los llamados ‘ejércitos profesionales’. En realidad soldados a sueldo, mercenarios, dispuestos a defender no ya su país sino aquello que ordenan los jefes.

Fue precisamente el PP quien abrió ese camino, y quien más empeño puso en reclutar soldados fueran de la nacionalidad que fueran, alejándose de lo que tradicionalmente la izquierda siempre defendió: la posibilidad, en caso necesario, de contar con milicias populares. De esa forma Cuba pudo enfrentar con éxito el intento de invasión de playa Girón, y del mismo modo los venezolanos se preparan para intervenir ante cualquier peligro bajo la forma del ‘pueblo en armas’ como mejor defensa de la revolución bolivariana.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, y ya evidenciada la contradicción del GEES, lo que parece resultar inadmisible es que «el gobierno socialista, que sigue sin entender para qué existen las Fuerzas Armadas, envía a patrullar la valla de alambres que intenta mantener la frontera de España con Marruecos. Y lo hace porque considera que nuestros soldados son un claro elemento de disuasión».

Por supuesto que un ejército desplegado es siempre un claro elemento de disuasión. Y ello aun en el supuesto de que no disparasen ni siquiera al aire, que no es el caso pues ya van una decena de muertos y un sinnúmero de heridos, que por supuesto los medios de propaganda españoles nunca reconocerán como responsabilidad de las tropas españolas (llámense ejército, guardia civil o policía nacional).

Y eso sí que es intolerable pues «nuestros soldados patrullan sin munición, sin autoridad para detener a los emigrantes que saltan ilegalmente a nuestro país y sin la misión de defender nuestra frontera. El gobierno los ha reducido a un fondo de foto y a ser testigos mudos de cómo quienes nos invaden, una vez que tocan suelo español en lugar de ser internados y deportados, son adoptados y mimados por nuestras ONGs».

Y es aquí donde se puede intercalar la frase que da título al artículo (y a esta reflexión), ¿para qué sirve un ejército? Si no puede solucionar por la vía de las armas una invasión de su territorio nacional. ¿Quién habló de que la inmigración fuera un drama social, un asunto de derechos humanos, que pueda ser solucionado por la vía de la razón sin el uso de la fuerza? Es decir, mediante la aplicación de una política que vaya a la verdadera raíz del problema.

Nada de eso, «los subsaharianos, no por pobres y hambrientos son menos invasores. Y no por desesperados responde a una estrategia más amplia de las autoridades de Marruecos». En realidad esta afirmación esconde el verdadero sentir de una derecha clasista y violenta: «los subsaharianos son invasores por ser pobres y hambrientos», ¿o acaso utilizan los mismos argumentos para definir la ocupación del territorio nacional por alemanes o jeques árabes en la provincia de Cádiz o en la Costa del Sol, por poner sólo dos ejemplos? De sobras son conocidas esas situaciones, que se dan en determinados reductos, pero debido al poder económico de esos sujetos no pueden ser considerados como invasores de nada. Incluso altos personajes del Estado corren a postrarse en cuanto uno de esos petromonarcas pone el pie en territorio patrio.

Los defensores del sistema capitalista no consideran a los pobladores de un territorio como individuos portadores de derechos ciudadanos. No hay ciudadanía en el libre mercado, ¿qué derechos habría entonces que respetarles a los inmigrantes si no tienen ni dónde caerse muertos?

Pese al militarismo creciente de nuestra sociedad convendría recordar a quienes tienen la desfachatez de denominarse ‘liberales’ o ‘herederos de la tradición liberal’ que, antes que nada, los estados son espacios donde se respetan los derechos de ciudadanía y no fortalezas medievales. Así fue, al menos teóricamente, desde la Revolución francesa. Una persona tenía ciertos derechos por encontrarse en un territorio donde estos eran contemplados y respetados de manera igualitaria y bajo un criterio de universalidad. Lo contrario corresponde al pensamiento reaccionario, el ancien regimen, donde el señor de un territorio, propietario de un castillo, decidía quien podía vivir allí y bajo qué arbitrarias normas.

Al menos durante la guerra fría el que más y el que menos entendió muy bien qué significaban el Pacto de Varsovia y la OTAN. Tras la caída de la Unión Soviética y la reconversión del brazo armado del capitalismo, comenzaron a presentarse los ejércitos como instituciones humanitarias encargadas de pacificar y llevar la democracia a todos los rincones. Y por ahí andan aún en los Balcanes, en Haití, por diversos rincones de África, en Iraq, en Afganistán y en tantos otros sitios.

Pero todo ello no es más que una mascarada, pues como bien dicen los del GEES «las alambradas nunca han sido ideadas para detener por completo un avance enemigo, sino que eran un obstáculo para ralentizar su marcha y poder ametrallarlo con cierta ventaja». ¿Ejército humanitario? ¿misiones de paz? Bien es cierto que a continuación se desdicen (con la boca pequeña) «no estamos pidiendo que se dispare contra los que intentan entrar por la fuerza de sus saltos en suelo español, pero si no se está dispuesto a concederle al Ejército una capacidad de actuación frente a esta invasión pacífica más valdría que no se empleara en la valla». Y en eso probablemente tengan razón. O yo al menos estoy dispuesto a dársela, lo mejor desde luego es que esa valla desaparezca, como desapareció el muro de Berlín y como debería ser derruida la muralla que amordaza Palestina y la que cerca los territorios ocupados del Sahara Occidental, y tantas otras.

Que al menos todo esto sirva para acabar con el beneficio con el que cuenta el ejército, capaz de aparecer frente a la sociedad como garante de las libertades y defensores de los derechos humanos. Sirva para ello también la irónica crítica que los sesudos analistas del GEES escribieron hace poco tiempo en otro de sus magníficos artículos: «lo que podemos estar seguros es que Bono habrá provocado un completo desarme político, doctrinal y moral de nuestra defensa. Así, el Ministerio de Defensa pasará a denominarse Ministerio de la Paz, las Fuerzas Armadas serán transformadas en una Agencia de Ayuda Humanitaria y nuestros sistemas de armas serán desprovistos de toda capacidad letal».

Nota:

[1] Un «think tank» es una institución investigadora u otro tipo de organización que ofrece consejos e ideas sobre asuntos de política, comercio e intereses militares. A menudo están relacionados con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas o de otro tipo.