Israel no sólo ataca los recintos sagrados musulmanes, también castiga iglesias, capillas y monasterios de las diferentes comunidades cristianas.
No transcurre un día sin que las hordas del régimen de Tel Aviv nos deparen un happening grotesco de los suyos, mayormente en Gaza, pero también en Cisjordania. Un día vemos a un oficial “explosionado”, como se dice ahora, un edificio de viviendas en Gaza, para dedicárselo a su hija de dos años el día de su cumpleaños (esos regalos tan simbólicos y culturalmente expresivos que no son ni comida, ropa o un viaje nunca los he podido entender) y otro, a un soldado con vis cómica arrojando contra el suelo juguetes y utensilios domésticos en una tienda, también de la franja de Gaza.
Una de las últimas, que nos harán olvidar mañana mismo con otra sandez similar, la de entrar en una mezquita de la localidad cisjordana de Yenín y dedicarse a berrear plegarias religiosas judías con un micrófono a todo volumen. Parece que eran tres, uno de ellos muy interesado en que el altavoz estuviera bien dirigido hacia las casas de los palestinos de alrededor y se pudiera escuchar con nitidez al borrego que se había subido al minbar o púlpito y se arrancaba ora por plegarias del Shemá Israel (“Escucha, oh Israel”), ora por jaculatorias relacionadas con la fiesta del Janucá, que se estaba celebrando precisamente en esos días. En un vídeo, incluso, se ve a otro –cuentan que eran tres- diciendo “en el nombre de Dios el Clemente el Misericordioso, aquí las fuerzas de defensa de Israel”, en un ingenioso y tronchante disloque de la frase habitual con la que los musulmanes comienzan el recitado del Corán, hacen un discurso público y otras muchas cosas.
Los portavoces militares del régimen se han apresurado a anunciar que los tres sujetos han sido sancionados. No tenemos muy claro en qué consisten estas sanciones. Disuasorias, desde luego, no son, porque hemos visto comportamientos similares por parte de la tropa de cabestros que sustenta este persistente ejército de ocupación en ciudades y aldeas palestinas, a lo largo de las últimas décadas. Incluso en la mezquita de al-Aqsa, en Jersualén. Irrumpen, desparraman los libros religiosos por el suelo y la emprenden a culatazos con el mihrab (“nicho u hornacina adonde han de mirar quienes rezan”) o pisotean las alfombras. A veces, se dedican a tirotear las bóvedas y las paredes. Son así de ocurrentes, sobre todo en los campamentos de refugiados. Y, en concreto, en Yenín, conocida desde hace tiempo ya por la tendencia de sus habitantes, tanto en la ciudad como en el campamento de refugiados, a plantar cara las incursiones de las turbas sionistas. Estas se ceban con celo profesional en las áreas que les presentan resistencia. Que se lo digan a determinados barrios de la ciudad de Gaza, Bait Hanun y la propia Yenín.
Pero, y esto es algo que intentamos hacer entender a los círculos cristianos occidentales que apoyan con tanto entusiasmo a Israel, no sólo obran así con los recintos sagrados musulmanes: también con las iglesias, capillas y monasterios de las diferentes comunidades cristianas que siguen existiendo en tierras palestinas. En Gaza se han cargado la iglesia de San Porfirio, una de las más antiguas del mundo, asesinando además a decenas de personas que se refugiaban en sus sótanos. En Cisjordania se cuentan por millares las agresiones a sacerdotes y monjas, así como las restricciones a las procesiones o la irrupción, como en las mezquitas, en iglesias. En especial por parte de los ultraortodoxos y los colonos (en numerosas ocasiones son ambos, colonos ultraortodoxos), que se han convertido en una especie de camisas pardas del régimen nazisionista. Ellos aterrorizan, obligan de un modo u otro a los palestinos, indefensos, a abandonar sus propiedades y van cumpliendo el gran sueño del sionismo clásico de colonizarlo todo. Luego viene el Estado “bueno” (así, en mayúsculas) a condenar los excesos de “determinados incontrolados” e imponer sanciones y bla bla bla, porque Israel es un estado democrático y esas cosas no se pueden hacer. Pero ya las han hecho y hala, eso no se puede cambiar.
Hay un sacerdote que cuando pasó de las sesenta veces que le escupieron –esto es cosa de los ultraortodoxos, que hacen campeonatos entre ellos con estas prácticas, ya les contaremos un día por qué- no se molestó en continuar con el cómputo. También escupen a las monjas, da igual que sean europeas, palestinas o africanas, a los palestinos que van en las procesiones y hasta a los obispos, popes y archimandritas. Les da igual. Si el ejército, criminal y sangriento, bombardea un hospital gazatí regido por la Iglesia anabaptista mundial, con sede en Londres, y acaba con la vida de decenas de civiles indefensos, ¿por qué no iban sus soldados a jugar al karaoke de hits hebreos en una mezquita o sus colonos porfiar por ver quién le da en la cofia a la monja de en medio que recién ha salido del convento? Mucha gente en occidente, alienada por la maquinaria informativa sionistoide, no se lo cree, o piensa que se trata de excesos cometidos por unos pocos. Pero no: se trata de una estrategia continuada desde hace décadas para desposeer a los palestinos, obligarles a desistir y quedarse de una vez por todas con todo el territorio de Palestina.
El hecho de que un puñado de uniformados israelíes entone una plegaria hebrea, una de las más utilizadas por los judíos practicantes en todo el mundo, en una mezquita de un lugar que sigue resistiendo tiene una significación especial. Otro mensaje más de entre los muchos que lleva enviando el gobierno y ejército de facinerosos que padecen los palestinos en Gaza y Cisjordania. El “Escucha, oh Israel” incide en la afirmación de la unicidad divina y la aceptación de los mandatos de Dios a través del pueblo de Israel. Esa es la clave, “el pueblo de Israel”, el elegido, el que tiene el derecho –la obligación dirían los ultraortodoxos- de hacerse con ese territorio que se les ha concedido por decreto divino. Proclamarlo a pleno pulmón para que te oigan los aterrorizados habitantes, encerrados en sus casas para evitar que un bárbaro de estos les pegue un tiro, supone un recordatorio más de quién decide los destinos de la grey. Por desgracia, los palestinos están acostumbrados a este tipo de retórica.
El grupo andaluz Medina Azahara sacó allá por 1980 una canción que todavía hoy sigue gozando de fama, “Paseando por la mezquita”. A ellos, como a la gente normal, cuando pasamos cerca de una iglesia, una sinagoga, una pagoda, un mandir o una mezquita misma, se nos pueden ocurrir muchas cosas, pensamientos positivos, negativos o, lisa y llanamente, nada; pero sólo a animales como esos se les ocurre entrar para hacer apología de una religión contraria a la que se consagra en tales recintos. A los buenos de Medina Azahara, con el cuerpo “destrozao”, se les ocurrió que aquel lugar, quizás, podría representar “una esperanza nueva de ver surgir en el cielo unida nuestra bandera”. Algunos podrán ver en los edificios religiosos un símbolo de esperanza, de opresión, de humillación, de orgullo, de referencia a un pasado histórico de grandes, como podía ser el caso, quizás, de Medina Azahara. Se pueden ver muchas cosas, como todo en esta vida. Incluido la más que contrastada habilidad de un régimen político e ideológico racista y anti humano para hacer gala, una vez más, de su maligna e intensa estupidez.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/palestina/paseando-mezquita-yenin