Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Patrick Cockburn, considerado por los medios respetados como un veterano corresponsal en Oriente Medio, nos dice que el conflicto sirio representa «el fin de Sykes-Picot«, un acuerdo secreto de 1916 entre Inglaterra y Francia que dividió la región en esferas de influencia. Asimismo nos advierte, quizá sobre la base de sus viajes realizados exclusivamente por las zonas en poder del régimen sirio, que se avecina una horrible pesadilla.
Cockburn es uno de los muchos que, de forma sutil -y, por tanto, con mayor eficacia-, apoyan a Asad. Puede afirmarse que esto se debe, en parte, al estilo cuidadosamente elegido de eufemismos que utiliza. Cuando, por ejemplo, habla de las «manifestaciones salvajemente reprimidas» por Asad, está utilizando una frase que el pasado año se aplicaba a las manifestaciones en España, en las que «docenas» de personas resultaron heridas. Vds. ya deben saber que Asad utilizó no sólo armas automáticas sino también artillería pesada contra las pacíficas manifestaciones, hiriendo a miles y matando a cientos de personas, que quizá fueron afortunados al no encontrarse entre los secuestrados y torturados hasta la muerte.
Cockburn sabe que no se puede acudir a eufemismos para minimizar la importancia de Asad, por eso ofrece lo que aspira a ser una impactante versión de «esto es un inmenso caos». Desde luego el mensaje subyacente es que Occidente debe quedarse fuera del inmenso caos y que será desastroso armar a los rebeldes. Este falso pesimismo aparece como verosímil y respetable a través del uso de técnicas convencionales que alardean de una supuesta autoridad y experiencia.
A ese respecto, hay dos tácticas evidentes muy utilizadas por los analistas que están omnipresentes en las páginas de opinión sobre Siria.
En primer lugar, tenemos una pretenciosa referencia a la historia: Está muy bien demostrar que conoces el Sykes-Picot, pero ¿qué sentido tiene? ¡Como si el Sykes-Picot hubiera funcionado! Como si alguien pudiera trazar un mapa y decir «¡Por allí!» Si sólo hubiéramos tenido esas fronteras, ¡todo habría sido paz y armonía! Cockburn utiliza la referencia al Sykes-Picot para impresionarnos. Los cognoscenti están preocupados. Al parecer, afirma tal cosa de debido a que las fuerzas kurdas se están retirando pacíficamente de Turquía; las décadas de conflictos en Iraq siguen su marcha como siempre; y la «violencia siria se está derramando» hacia Turquía. Pero incluso la violencia siria en Turquía es mínima y no da ni la más ligera señal de ir a intensificarse. En cuanto a Sykes-Picot, se le puso fin en numerosas ocasiones, incluyendo 1921 (Anatolia), 1943 (Líbano), 1945 (Siria) y 1948 (Palestina).
En segundo lugar, tenemos el término, deliberadamente descuidado, de «apoderado».
Un apoderado no es sólo alguien que actúa en defensa de tus intereses; es esa persona, estrategia o institución cuya entera función en una transacción concreta es actuar como tú actuarías. Por esa razón es por lo que decimos que los apoderados están «autorizados», que significa que los actos de ese apoderado son considerados como si fueran los tuyos propios. Ya que los apoderados existen tan sólo en función de otro, las guerras por poderes cesarán tan pronto como los autorizadores dejen de entrometerse. Lo que se está insinuando es que la revolución siria es un mero artefacto de otras agendas, carente de toda legitimidad independiente.
No cuesta mucho ver qué es lo que hay más allá en esas afirmaciones de que los rebeldes son apoderados de Occidente o de los Estados del Golfo. En realidad, no sólo no están actuando como algún autorizador actuaría, no sólo no están actuando en función del interés de algún autorizador; en ocasiones, actúan en contra de esos intereses. Cada día oímos que no puede confiarse en los rebeldes porque no tienen ninguna agenda coherente y que, si disponen de armas avanzadas, la tendrán aún menos. El apoyo prestado ha sido consistentemente limitado y de mala gana. Se piensa que los islamistas radicales son demasiado radicales y que los moderados ni pueden ni están dispuestos a enfrentarse a ellos. Nadie se atreve a describir un futuro post-Asad, tan sólo se ponen en ocasiones a jadear a la vista de las masacres sectarias y Al Qaida; y a los laicos no parece gustarles mucho EEUU o Israel. ¿Piensan realmente Cockburn y todos los de su pelaje que si los rebeldes sirios fueran realmente los apoderados de las naciones ricas y poderosas seguirían aún lanzando cócteles Molotov utilizando trébuchets [artefacto medieval de asalto] y catapultas para lanzar bombas de gas? Pero la pregunta presupone que esos «expertos» se dignan seguir los acontecimientos que realmente se producen sobre el terreno en Siria. Nada apoya tal presunción.
Es más, ni siquiera Asad es un apoderado iraní. Los iraníes son crueles y calculadores, pero no son idiotas. No se meten en masacres sectarias y no les hacen muy felices las bandas de shabihas causando estragos a base de esteroides y alcohol haciendo alarde de sus empalagosos tatuajes con la imagen de Asad. Hizbollah, disciplinado y juicioso, responde más a la idea de un apoderado de Irán.
Es decir, el diagnóstico de «apoderado» no es nada más que una especie de esnobismo, la falta de disposición para creer que alguien, salvo los árabes laicos, bien vestidos y bien educados, pueda realmente pensar y actuar en nombre propio. Sin embargo, para muchos, el diagnóstico se convierte en la verdadera historia.
Y, ¿qué queda si los revolucionarios sirios no son apoderados en ningún sentido estricto de la palabra? Es de suponer que los gobiernos apoyan a la oposición porque confían en que ese apoyo va a beneficiar los intereses de sus naciones. Por tanto, apoyan a la oposición en interés propio y a pesar del hecho de que de no se puede depender de los rebeldes, al no ser nuestros apoderados, para que hagan lo que se les diga. ¿Es preciso tener que mencionar esto? No me extraña que a los analistas les guste tanto abusar del término «apoderado».
Y en cuanto a la frase «El atolladero se está haciendo más profundo y más peligroso aún que el de Iraq», podemos decir que es en verdad la que se lleva el triunfo.
¿Cómo es que ese «atolladero» es aún más profundo, con cero tropas de Occidente y sólo calderilla gastada, que el que absorbió cientos de miles de tropas (teniendo en cuenta los turnos) y billones de dólares? ¿Cómo diablos está demostrando que es más peligroso, dado que no se ha tocado ni un solo pelo de la cabeza de un solo soldado occidental? En cuanto al resto de la zona, para Israel es una broma, no así para Jordania y Turquía y más de lo mismo para Iraq, donde la violencia chií-sunní no se ha detenido nunca. En cuanto al Líbano, aunque hasta ahora cristianos y drusos no salen en la foto, hay un peligro real, pero nada parecido a una conflagración a nivel iraquí.
Efectivamente, el conflicto de Siria puede incendiar toda la región. China puede invadir Taiwan, las Filipinas y Vietnam. O quizá Siria y el Líbano estén a punto de superar la represión violenta y entrar en un futuro más brillante. Todo es posible, pero el hecho de invocar meras posibilidades no debería pasar por análisis.
El afán de Cockburn por encontrar espectros le lleva la incoherencia. Consideren las siguientes líneas:
«Hay cinco conflictos distintos que se han ido enmarañando en Siria: un levantamiento popular contra una dictadura que es también una batalla sectaria entre las sectas sunní y alauí; un enfrentamiento regional entre chiíes y sunníes, que es también un conflicto de décadas entre unos grupos dirigidos por Irán y sus enemigos tradicionales, especialmente EEUU y Arabia Saudí. Finalmente, a otro nivel, hay un renacimiento de la confrontación de la Guerra Fría: Rusia y China versus Occidente .»
Pero para Cockburn, la versión sencilla, dos partes luchando una guerra en un país con algún apoyo exterior, no sirve. Quiere que nos asustemos. Pero, ¿contaron Vds. bien? Se supone que son cinco conflictos distintos. Pero el primero «es también» el segundo, y el tercero «es también» el cuarto. Los conflictos no se han «enmarañado simplemente unos con otros». Son idénticos entre ellos, no son «distintos». Eso hace tres «conflictos», no cinco. En cuanto a la «batalla sectaria», Cockburn podría haberse fijado en que, a pesar de las fatwas políticamente motivadas emitidas por algunos de sus clérigos, los chiíes consideran a los alauíes, en el mejor de los casos, como herejes musulmanes y, desde luego, no como chiíes. Esto indica que el apoyo de Hizbollah e Irán a Asad es cualquier cosa menos «sectario», tiene más bien que ver con asegurar las rutas de suministros al Líbano. Pero la etiqueta sectaria es, desde luego, una buena forma de menospreciar la revolución siria, especialmente si sientes un afecto casi sectario por el gobierno secular de Asad.
Cockburn no tiene nada en este caso, por eso evoca un «renacimiento de la confrontación de la Guerra Fría». ¿Cómo podemos entender eso? Sí, podría ser una típica «confrontación de Guerra Fría», es decir, algo donde nadie se hace realmente daño. Pero eso no supone un atolladero mucho más peligroso por el que, presumiblemente, estemos llamados a contemplar algo mucho peor. Hay también oscuras referencias entre Irán y EEUU y los Estados del Golfo. Eso supone ignorar el hecho de que Irán no ha atacado realmente nunca a nadie, e incluso la más dura injerencia occidental en Siria no necesitaría de un ataque contra Irán. Ni Rusia ni China ni EEUU tienen remotamente nada parecido a intereses vitales, ni siquiera códigos ideológicos arraigados en Siria. ¿Está Cockburn insinuando que estas potencias podrían meterse en una lucha tipo coreano, en una guerra declarada por Asad? ¿Es una broma?
Cockburn ni razona ni aprovecha sus conocimientos y experiencia. Cualquiera que sea el motivo -aversión a los islamistas, fastidio por el fracaso a la hora de predecir acontecimientos, apego emocional al «antiimperialismo»-, ofrece prejuicios sin pruebas en traje de etiqueta.
Michael Neumann es profesor (emérito) de filosofía en la Universidad Trent, en Ontario (Canadá). Es autor de «What’s Left? Radical Politics and the Radical Psyche» (1988), «The Rule of Law: Politicizing Ethics» (2002) y «The Case Against Israel » (2005). Ha publicado asimismo diversos artículos sobre utilitarismo y racionalidad.