La antropóloga argentina Rita Laura Segato llegó al mundo de la violencia contra las mujeres por casualidad. El tema no le interesaba especialmente, pensaba que se trataba de una cuestión privada, una «anomalía histórica» destinada a desaparecer. Corrían los años 90 y ya enseñaba en la Universidad de Brasilia. La ciudad padecía unos índices de […]
La antropóloga argentina Rita Laura Segato llegó al mundo de la violencia contra las mujeres por casualidad. El tema no le interesaba especialmente, pensaba que se trataba de una cuestión privada, una «anomalía histórica» destinada a desaparecer.
Corrían los años 90 y ya enseñaba en la Universidad de Brasilia. La ciudad padecía unos índices de violación desproporcionados y, acompañadas por la Administración, un grupo de académicas feministas se decidió a investigar. Segato fue al grano: quiso hablar directamente con los violadores. Fueron años de entrevistas a presos con su equipo de estudiantes.
«Nada de lo que digan les va a favorecer en su condena», les aclararon en esas conversaciones. Y los violadores hablaron. «No entiendo, yo tengo mi mujer, tengo mis novias, el viernes voy con mis amigos al burdel, no entiendo qué pasó ahí», decía uno de los testimonios.
«El mismo violador, preguntado sobre su acto, se mostraba incapaz de entenderlo, era ininteligible para su propia conciencia», cuenta la autora más de dos décadas después. De ahí la conclusión de que los crímenes no eran para conseguir algo, no tenían un fin instrumental: «Surge esa idea que me acompaña a Ciudad Juárez y a los crímenes de guerra, que es ver que ahí se está diciendo algo».
Violencia
Es jueves por la tarde y, en la librería madrileña Traficantes de Sueños, un público compuesto mayoritariamente por mujeres, donde se oyen diversos acentos, escucha atento a la autora de Las estructuras elementales de la violencia.
Resuenan las últimas violaciones colectivas en Brasil en la cabeza cuando Segato rememora esa primera investigación en Brasilia y narra cómo después comprobó y extendió su hipótesis en Ciudad Juárez. De ahí surgieron dos textos: La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: territorio, soberanía y crímenes de segundo estado y Las nuevas formas de guerra y los cuerpos de las mujeres.
Confiesa Segato que querría dejar el tema de la violencia atrás, pero la violencia no cesa. «Tenemos que pensar -nos desafía- por qué a pesar del accionar de las instituciones, la promulgación de leyes, el habernos dotado de un vocabulario, la violencia no tiene fin. No se supera con los clásicos clichés, llamándola crímenes de odio o hablando de morir por el hecho de ser mujeres: el tema no se agota nombrándolo, esto es perjudicial porque se deja de pensar: hemos pasado a repetir burocráticamente conceptos y definiciones, pero no hemos salido del lugar».
Salir del lugar, volver inteligible lo ininteligible. En Las estructuras elementales de la violencia, Segato afirma que las violaciones son medios de expresión, expresan potencia, la expresan ante la víctima, pero sobre todo la expresan frente a los pares: «El mandato de masculinidad obliga al hombre a comprobar, a espectacularizar, a mostrar a los otros hombres para que lo titulen como alguien merecedor de esta posición masculina: necesita exhibir potencia». Y, al menos en Occidente, matiza la antropóloga, «poder y sexualidad están muy relacionados entre sí».
La dominación
«No es lo que pensamos, que está un sujeto en la calle y pasa una mujer linda, y se siente estimulado sexualmente, y la testosterona se le salta y se va encima y entonces se da el gusto. Ningún relato de los que conocimos tiene estas características: el placer no está presente, la dominación sí».
Por eso Segato defiende que hablar de crímenes sexuales desorienta, pues las violaciones son «crímenes por medios sexuales, pero no son crímenes para la sexualidad».
El acceso sexual es una forma de castigo, de dominación: «No hay placer, sino gozo dominador». Y es un acto expresivo dirigido a otros, pues «la persona más importante para un hombre es otro hombre, se constata todo el tiempo, todos los días».
Explorando en la literatura previa sobre el fenómeno, Segato descubrió datos reveladores: las sociedades racistas y consumistas tienen mayores tasas de violación y, cuando son los jóvenes quienes las ejecutan, son también más cruentas, «porque la adquisición de este título de ser capaz de crueldad y traspasar los límites es central en estos grupos».
Así, Segato inicia una vía que la aleja de lo que considera el gran error del feminismo: centrarse en el eje vertical de la violación, la relación entre victimario y víctima. Una reducción que, en su opinión, responde a un problema mayor: «Haber guetificado todo aquello que nos pasa a las mujeres, pensar que la violencia es un problema de las mujeres cuando nos habla de toda la sociedad. Aceptar la expulsión de todo lo que pasa a las mujeres, que se convierta en un tema minoritario y no entender que ahí hay luz para entender la época, la civilización, la sociedad, la economía e, inclusive, la marcha del capital».
Adentrándose en esta senda, Segato llegó a Ciudad Juárez en 2004, invitada por activistas mexicanas. Aquello de lo que hablas, le dijeron, encaja totalmente en lo que está pasando en México, donde el mandato de la masculinidad se sufre en los cuerpos de las niñas.
Años después, en Guatemala, le preguntaron cómo enfrentar las formas de violencia «que participan de la desposesión, que son el brazo armado de los procesos de despojo. Una de las formas de detener estas violencias es deconstruir el mandato de masculinidad: el capital no podría cumplir sus objetivos sin ese mandato de otros pares que demandan pruebas de coraje, pruebas que se ejecutan sobre el cuerpo de las mujeres. La masculinidad tiene que ser demostrada, si no es demostrada no existe. Y ése es el problema de la humanidad».
Ese mecanismo operaría en una guerra difusa, de actores paraestatales, que persiguen el ejercicio del control social, que se extiende desde México, América Central, Colombia, hacia al Sur, según la autora.
La profanación colectiva de los cuerpos es una de sus armas: «Se especializa el discurso de la crueldad, imponer su voluntad y espectacularizar su soberanía jurisdiccional. No son crímenes que puedan estar referidos a la interpersonalidad, no se perpetran como respuesta a un deseo, sino para formar parte de una organización mafiosa. Son crímenes bélicos cuyo escenario es público; crímenes expresivos de mafias que dialogan entre sí».
Una «pedagogía de la crueldad», como la conceptualiza la autora, que alcanza el máximo de su eficacia cuando actúa por medios sexuales, supone el «asesinato moral» del sujeto, despojándole de la jurisdicción sobre su propio cuerpo que, también la cultura occidental, designa como cosa, como objeto de despojo y rapiña.
Y responde a un proyecto histórico, defiende Segato: «Para esta fase del capital es indispensable que las personas se vuelvan menos empáticas, que sean menos vinculadas. Que el sufrimiento del cuerpo que tengo al lado no vibre en mí. Que se anule la solidaridad que es consecuencia de la empatía. Nos están entrenando para ser menos empáticos y tolerar el presente».
Un presente desigual, con una concentración en pocas manos de la propiedad del planeta: «El poder tiene que expresarse por medio de la espectacularidad de la crueldad sobre el cuerpo y el territorio, modo de expresión del control sobre las personas en una fase de dueñidad, de señorío».
¿Cómo enfrentar las violencias? ¿Cómo truncar el proyecto de dominio que se escribe sobre los cuerpos de las mujeres y desarmar el pacto masculino? «Es indispensable que las mujeres construyan su pacto, formen su cofradía, se muestren también articuladas», reflexiona Segato, quien celebra iniciativas como el #niunamenos en Argentina, o las movilizaciones de denuncia en Brasil.
Pero no es suficiente: «Tendríamos que mostrar al hombre su infelicidad, quizás el rédito de la masculinidad sea más ilusorio que real».
Segato advierte de que «las personas están tan atrapadas en el discurso de la acumulación que no registran el carácter lúgubre de la vida que viven».
Y concluye que «quienes alertamos del camino sin salida de la acumulación, del productivismo, de la competitividad, de la relación con las cosas por encima de la relación con las personas no hemos sido capaces de crear una retórica de valor para nuestro proyecto histórico. No hemos sido capaces de mostrar que hay cosas más interesantes, hay cosas más festivas, hay cosas más alegres, hay formas menos lúgubres de existir».
Violaciones colectivas en Brasil
Interrogada por las recientes violaciones colectivas en Brasil, la autora tiene una certeza: «El modelo del pacto masculino se aplica como un guante a las violaciones que han sucedido en Brasil. Esos hombres celebraron el daño sobre esa niña dormida y sangrando, lo viralizaron y luego otros hombres celebraron por internet ese daño, esa capacidad de daño que sería la quintaesencia de la masculinidad -entendida por toda esa gente en ese paradigma de presente-, el ser masculino dueño de dañar, expresando potencia».