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Pedro Lemebel, con la vida en llamas

Fuentes: Rebelión

Los lectores jóvenes de Pedro Lemebel también lo recuerdan.

Justo una semana después de defender mi tesis de grado basada en la obra de Pedro Lemebel, temprano en la mañana mi madre me despertaba diciendo que Pedro había fallecido. Ilusamente prendí la televisión buscando algún programa o algún noticiero nacional que dijera algo de Pedro, sin embargo, todos continuaban su programación matinal habitual, no haciendo ninguna referencia a nuestra loca, marginal y subalterna. Me levanté y fui donde estaba mi madre que escuchaba la radio Nuevo Mundo, radio del dial AM perteneciente al Partido Comunista, que daba un programa especial de Lemebel, donde se retransmitían las crónicas leídas en el programa «Cancionero» realizado por allá en la década del 90´ en la ya extinta Radio Tierra. Esta última radio, de origen feminista, permitió a Pedro leer sus crónicas musicalizadas, y llegar a través de este medio a la mayor cantidad de personas posibles. Porque Lemebel nunca escribió para que su literatura sirviese de estudio para los teóricos literarios o para la estética, su literatura, respondía a un discurso minoritario, por eso el uso de la crónica, un discurso que difunde lo no oficial, lo no dicho, lo omitido, lo incontable. La obra de Lemebel nunca se sentó a conciliar con el oficialismo, ni con los criminales, ni con la burguesía, ni con la izquierda, que tantas veces lo rechazó con risitas, y se rieron de su voz amariconada gritando «y va a caer, y va a caer». Su obra se movilizaba por la urgencia de expresar un deseo político, el que tanto en su escritura como en sus performance movilizaban un quiebre con las dicotomías impuestas por la sociedad, validadas por la Dictadura y consensuadas en la transición o «demos-gracia» como él ironizaba

Nos resultó increíble con mi madre volver a oír las crónicas, y el solo hecho de volver a escuchar la obertura del programa y el ya clásico opening «invítame a pecar» nos remitió a ambos 18 años atrás cuando almorzábamos escuchando precisamente esa radio feminista que apenas se podía sintonizar, y yo siendo un niño me empapaba de los relatos de este hombre con voz afeminada, que hablaba de Don Francisco llamándolo «la virgen obesa de la tevé», o de la vez que fue a la opera con Gladys, o la historia de un niño, Margarito, que todos sus compañeros se reían de él porque había nacido con una alita rota, y le cantaban una canción que mi hermano me la cantaba a mí y yo a él, porque en ese tiempo (y todavía, por eso existe una ley de discriminación) ser como Margarito era algo gracioso, ser Margarito era una ofensa, todavía lo es, a los «Margarito» se los persigue y se los mata en nuestro país, por lo tanto en nuestras mentes de niños criados en una cultura androcéntrica y discriminadora, donde los discursos ficticios de género y sexo se han naturalizado sirviéndole al heterocentrismo y al sistema capitalista, el cantarnos «Margarito maricón puso un huevo en el cajón» era una de los mayores insultos que teníamos cuando «pendex». Así, de niño escuché tantos otros relatos donde se representaban personajes, clases, vidas y estilos propios de la realidad chilena. Una realidad que no estaba ni por debajo ni superando la ficción, la ficción era sencillamente veraz, y la realidad se contaba como ficción.

Nos resultó increíble también volver a escuchar la voz de Pedro, que paradójicamente había sido quitada por el cáncer que lo llevó a la muerte. Paradójico en el sentido que Pedro escribía por dar y ser voz, porque con el tiempo y a medida que entendí y tuve la oportunidad de estudiar los discursos urbanos de Lemebel, me di cuenta que estos se movían por los lados marginales de la vida y de la ciudad, prometiéndoles a todos los que encontraba en su camino darles una voz y visibilizarlos. Lemebel consiguió iluminar estos sectores marginales y exhumar de la oscuridad a todos los cuerpos que encontraba en su andar, a los pobres, a los enfermos, a los torturados, a los desaparecidos, a los muertos, a toda minoría en la que existiese un grado de subversión, partiendo por los homosexuales y travestis. Lemebel los sacó a todos de esa normalidad maldita que no eligieron, en la que unos mandan y otros obedecen. Esa normalidad en la que unos se imponen a costa de que otros desaparecen. El esfuerzo que hizo Pedro Lemebel en su obra consistió en dignificar a los humillados, a los perseguidos, a los olvidados, su esfuerzo radica en trastocar las jerarquías, en engrandecer lo marginal, en representar la voz de los oprimidos. Lemebel consiguió con su «ronca risa loca» dar constancia de las múltiples formas de dominación social, patriarcal y económica, no quedando privilegios ni crímenes, ni abusos sin ser expuesto.

Porque Lemebel se convirtió en la piedra en el zapato para los literatos convencionalistas, esos «historiadores» de la literatura que a través de arbitrariedades realizaron un canon literario donde la homosexualidad no es abordada, no tiene cabida y las obras que aparecen son reescritas desde otros temas, estigmatizando y obliterando la problematización homosexual. Puesto que los «historiadores» de la literatura chilena tienden a hegemonizar la cultura y la voz oficial y a través de sus proyectos críticos de periodización poder lograr construir un proyecto histórico oficial, donde la homosexualidad es marginada, y la «tía solterona cronista, en este álbum macho familiar del canon literario chileno» es hecha desaparecer. Así también, la obra de Lemebel se convierte en la música de fondo de la «larga mesa de reconciliación», ya que ante la nula justicia y la impunidad frente a los crímenes de derechos humanos, Lemebel buscó la justicia social, apuntando a los cómplices y a los criminales, encargándose también, de criticar al sistema económico que instauraron y nombró a las víctimas que dejó el Golpe, realizando así, un trabajo memorioso único desde la homosexualidad, que le permitió, amargar el «brindis de la impunidad» y convertir su obra en el «recado de amor al oído insobornable de la memoria». Por eso, su obra ya lo convierte en uno de los escritores más importantes del último tiempo, uno que no «tranzó su culo lacio» con el mercado, un escritor que trascenderá con su obra, ya que sin duda, su muerte no silenciará su discurso. Por eso la masividad en su funeral, porque Lemebel es pueblo, Lemebel era el representante de lo popular y de lo marginal en las torres de marfil de la escritura chilena, fisuraba el monopolio de la voz única, para romper el silencio de las personas, espacios y situaciones, normalmente condenados a la oscuridad del silencio , era el que le daba voz a la chusma, por eso Lemebel y su legado está inscrito en toda lucha social, en cada persona que hace justicia, en cada hombre y mujer que busca no desaparecer en este sistema voraz, porque la obra de Lemebel lleva impregnada con letras grandes y rojas un mensaje envuelto en las llamas de su vida que dice: «acá estoy yo, en nombre de los desaparecidos».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.