El nuevo término Pensar como país es muy difícil. Lo hicimos cuando se realizó la Colecta de la libertad en la que hacendados, campesinos, jubilados, obreros, todos participaron; ante las agresiones que ponían en pie de guerra a una nación en abril, y en Octubre. Lo hacían los cubanos que decían ¡Claro Fidel! como si […]
El nuevo término
Pensar como país es muy difícil. Lo hicimos cuando se realizó la Colecta de la libertad en la que hacendados, campesinos, jubilados, obreros, todos participaron; ante las agresiones que ponían en pie de guerra a una nación en abril, y en Octubre. Lo hacían los cubanos que decían ¡Claro Fidel! como si estuviese delante, mientras este discursaba y lo transmitían por la televisión (no se le llamaba así, pero se pensaba como país).
Pero la palabra país no es siquiera una de las que conforma el núcleo de la simbología revolucionaria de nuestra historia reciente. Y es que, junto con la República, fue sustituida por el sustantivo Patria -que alcanza su máxima expresión cuando en exclamación se le contrapone a la muerte-, y que es quien ha dominado la escena de la emotividad política.
País, por su parte, es de semantización fría, formal. Fue signo que cedió paso a un nuevo paradigma, un nuevo lenguaje. A pensar en términos -explícitos- de país no se dedicaron los sistemas de enseñanza o de propaganda oficial. Los aparatos ideológicos del estado no reprodujeron dicha categoría como centro de la formación patriótico revolucionaria asociada a la Revolución triunfante y a todo el aura de subversión en nombre del proletariado que se le intenta poner. ¿Qué significa entonces adoptar parte de lo que en el plano de lo simbólico hasta ahora no había tenido espacio?
Recuérdese que el lenguaje por sí solo no es nada, y la codificación y la significación emanan de la práctica social. Si bien a nivel lingüístico -puro y general- puede representar una descomposición dada por el abandono o sustitución del signo lingüístico propio de la Revolución, para insertar uno ajeno, no tiene que figurar lo mismo en cuanto a la práctica cultural cosmovisiva de la sociedad. Así, si semejante señal -el nuevo término empleado en consignas- no es percibida de la misma forma por la mayoría de las personas, poco significa -como parece ser este el caso-. De ahí que ante la inserción del signo país en eslogan de alcance nacional, no genere el efecto rechazo -a pesar de ser no codificado dentro de la caja tradicional del sistema-.
Resultado este, que aunque en primera instancia se presente como una «victoria ideológica», en realidad sugiere también la idea de la presencia de cierta inercia social. Y es que el hecho de que lo antes mencionado sea desapercibido a gran escala, evidencia la ausencia del sujeto cuya actividad codificaba y sostenía en términos diferentes de país, y sí en Patria. Es decir, la no reacción contraria ante la entrada de país, y la repetición dentro del aparato oficial, muestra la distancia entre la subjetividad social actual y el sistema generador de los signos tradicionales (Patria, Revolución, comunismo). Asimismo, muestra la ausencia de un sujeto, generador y reproductor del signo lingüístico de la Revolución, y que sea capaz de sentir la presencia de un nuevo engranaje categorial que pertenece a un discurso político que entró sin previa justificación o respaldo histórico, sin un mínimo proceso de inserción.
Y como el lenguaje no es por sí solo, no generará un nuevo mundo, sino que este hará su lenguaje -como diría Witgestein-. Por eso, país no vendrá con significado propio. Significado y significante, como contrarios solo separables en la abstracción del lenguaje, se comienzan a codificar según la lógica de aquellos que lo lanzan. Ahora país, pasa a resemantizarse por aquel que cuenta con el poder y capacidad movilizativa para difundir. Por eso, país, será pensado desde y para la égida de los intereses de la máxima dirección del PCC.
Fuente: http://www.desdetutrinchera.com/politica-en-cuba/pensar-como-pais-i/