Tony Judt. Algo va mal. (traducción de Belén Urrutia), Taurus ensayo, 2010.
Tony Judt es un brillante y lúcido historiador del siglo XX, nacido en 1948, que murió el 2010 por una enfermedad degenerativa mortífera. Su enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica, está considerada como una de las más devastadoras enfermedades neurológicas. Su vida es un ejemplo de dignidad, tanto desde el punto de vista de su trabajo como historiador como de la manera cómo afrontó su trágico destino. Seguro que vale la pena leer sus memorias recientemente publicadas.
Su línea como historiador está dentro del excelente planteamiento de Immanuel Wallernstein de un ciencia social histórica ligada a una posición éticopolítica. Es decir, que un científico social debe pronunciarse y definirse en la narración de los hechos que presenta. Judt lo hace con su decidido apoyo a la construcción de los Estados del Bienestar, siempre desde una perspectiva razonablemente igualitarista y democrática. Denuncia la infamia de la política neoliberal que desmonta estas conquistas cargándolas sobre las espaldas de los trabajadores. El libro que nos ocupa es un buen ensayo de divulgación de un experto en el tema sobre la construcción y el posterior desmantelamiento de los Estados del Bienestar, básicamente en EEUU y en Gran Bretaña. Nos da abundante información empírica que como buen historiador conoce para apoyar su planteamiento. Pero Judt falla, a mi modo de ver, al empeñarse en defender la socialdemocracia como supuesta única opción de la izquierda democrática. El historiador, que ha estudiado en profundidad la disidencia en la Europa del Este en otros lugares, concluye que la experiencia comunista es un fracaso histórico. Esto es cierto, pero también es parcial no considerar el papel de los movimientos comunistas en la lucha de clases que tuvo como consecuencia este Estado del bienestar basado en un sistema fiscal progresivo que justamente defiende. Trivializa también las corrientes de la nueva izquierda que aparecen a partir de los años 60 en Europa y en EEUU reduciéndolo a la defensa de un liberalismo radical de jóvenes universitarios de procedencia burguesa. Esto nos hace perder excelentes contribuciones teóricas y prácticas para pensar en el futuro de la izquierda.
Su tratado de los malestares del presente los presenta como consecuencia de un mundo perdido, que era el que gobernaban las políticas socialdemócratas, en la que había una buena consideración ciudadana de lo público. Pero aparecen muchas preguntas: ¿Si queremos ser justos no tendríamos que enmarcar esta riqueza en la división entre países centrales y países periféricos, que son los que en cierta parte lo hacen posible a costa de su explotación? ¿No tendríamos que analizar más a fondo el precio ecológico que ha supuesto esta riqueza? ¿Cuál ha sido la responsabilidad de las políticas socialdemócratas en el mantenimiento de esta división y en la destrucción del medio ambiente? ¿Y en las guerras de países africanos? Son preguntas dispersas pero que llevan a cuestionar la política socialdemócrata como proyecto emancipa torio. ¿No sería mejor considerar que la socialdemocracia, igual que el comunismo ha fracasado como proyecto emancipatorio? ¿No sería más conveniente considerar que es necesario y urgente construir otro proyecto aceptando lo que hay de aprovechable en la experiencia histórica de todos los movimientos inicialmente emancipatorios? Pero Judt insiste en mantener la palabra socialdemócrata, vinculado a una experiencia política que ha conducido a plegarse totalmente al neoliberalismo y a desaparecer como alternativa. No quiere utilizar la palabra socialismo para no asustar a los ciudadanos. No quiere criticar abiertamente el capitalismo para no levantar el fantasma del comunismo y el recuerdo del socialismo real. Pero el problema es que no hay opciones: socialismo es la única palabra que recoge este movimiento emancipatorio contra la lógica del capitalismo. De otra manera mantenemos la ilusión socialdemócrata de que el capitalismo es economía de mercado y es conciliable con la democracia y con el Estado del Bienestar. Pero creo que es Wallernstein el que nos plantea el análisis más lúcido del Capitalismo como Sistema-Mundo en el que domina la lógica de la acumulación y tiene el Estado como instrumento para conseguirlo. El problema no es el mercado, el problema es la acumulación de capital como motor del sistema. ¿Dónde aparecen, por ejemplo, las multinacionales? Efectivamente el Estado cristaliza la lucha de clases y es ambivalente pero si no combatimos la lógica del capitalismo y sus centros de poder el Estado del Bienestar no es posible más que coyuntural mente, como de hecho lo ha sido. Hay también en Judt una confusión propia de la socialdemocracia entre liberalismo como sistema parlamentario y democracia en su aspecto fuerte. Este segundo sentido también es incompatible con la democracia. De hecho la socialdemocracia ha contribuido, tanto como los partidos de derecha, a crear una casta burocrática de políticos y sindicalistas burocráticos que también han perjudicado mucho el movimiento democrático real. Y en la construcción de un Estado muy alejado de los ciudadanos.
Estas críticas, de todas maneras, no son para cuestionar el libro sino para enriquecer el debate que el mismo autor nos presenta. El trabajo está escrito con un estilo abierto, poco dogmático y muy crítico, que contribuye precisamente a ser un buen material para la reflexión colectiva de la izquierda. Personalmente me ha gustado mucho más la primera parte, la más histórica y concreta, que la segunda. En ésta hay un moralismo, a veces poco político, que Judt utiliza para intentar equilibrar el excesivo posibilismo en su defensa de la socialdemocracia. Es, en resumen, un documento más, necesario y útil, a partir del cual pensar la necesaria reconstrucción de una nueva izquierda democrática, que sólo puede se socialista en el sentido amplio de la palabra. Pero no deja de ser, a mi entender, un buen libro para una mala apuesta. La socialdemocracia, cómo el comunismo o el anarquismo son proyectos históricos que, con sus luces y sus sombras, han fracasado como alternativa. Hay que inventar algo nuevo y la palabra más clara y más sencilla para dar una continuidad con la tradición de la izquierda, de la que tampoco podemos renegar, me parece que es la de socialismo.
Como nota final quizás vale la pena reflexionar a partir de lo dicho sobre el debate abierto en la convocatoria de las mesas de convergencia contra la política neoliberal. ¿Es que habría que renunciar a integrar a gente de la talla de Judt porque al declararse socialdemócrata nos parece demasiado pactista y poco radical? Socialdemocracia es sólo una palabra que tanto puede referirse tanto a la máscara de los socialliberales cómo a aquellos que defienden unas reformas que cuestionen la lógica del capitalismo, que es la de la acumulación pura y dura de capital. Hoy más que nunca comprobamos que el bien común y el capitalismo son evidentemente incompatibles y todo el que esté en esta batalla debe ser bienvenido, como lo sería Tony Judt si estuviera vivo.
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