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"Podemos" en Cataluña

Plurinacionalidad ¿y nosotr@s qué?

Fuentes: Rebelión

Estoy segura de que a nadie le ha dejado indiferente la polémica de estos días desatada a raíz de la visita de Pablo Iglesias a Barcelona, la cual se ha dejado notar especialmente en Cataluña a través de las críticas que muchos sectores han lanzado a las palabras del líder de Podemos. Más allá del […]

Estoy segura de que a nadie le ha dejado indiferente la polémica de estos días desatada a raíz de la visita de Pablo Iglesias a Barcelona, la cual se ha dejado notar especialmente en Cataluña a través de las críticas que muchos sectores han lanzado a las palabras del líder de Podemos. Más allá del amplio margen de indefinición que el partido sigue dejando a la cuestión soberanista catalana, lo que más parece haber levantado ampollas ha sido la dedicatoria encubierta de Iglesias al parlamentario de la CUP, David Fernàndez, aprovechando el abrazo de éste con Artur Mas el pasado 9 de Noviembre, como arma arrojadiza contra la Esquerra Independentista. Días antes del mitin de la Vall d’Hebrón, la Candidatura d’Unitat Popular había hecho pública por su parte una carta dando a Iglesias la bienvenida a los Países Catalanes, y en la que le animaban además a comprometerse públicamente con la realización de un referéndum de independencia en Cataluña, a lo que éste a día de hoy aún no ha respondido, ni se espera que lo haga.

Los movimientos sociales de Madrid, especialmente aquellos que estamos trabajando desde hace tiempo en el municipalismo, siempre hemos mirado con mucha simpatía la labor de las CUP, que se han convertido en un referente de construcción popular para mucha gente. A pesar de ello, por otra parte siempre ha habido una cierta incomprensión o contradicción entre lo envidiable que nos parece el proyecto de las CUP y el posicionamiento independentista que plantean, que no siempre se entiende desde estas tierras. Y es que efectivamente, intentar importar modelos adaptados a otros contextos sería un error; lo que se necesita es hacer un análisis de nuestra realidad nacional concreta que, a poca gente se le escapa, es diferente a la catalana. Un vicio a trabajarse desde Madrid es el de no saber mirar con otros ojos hacia fuera, y con ello empezar a curarnos esa omnipresente perspectiva españolista que, en un discurso muy calculado de antemano, repitió de nuevo Pablo Iglesias el pasado domingo en Barcelona.

No pocas personas han sido las que estos días han tildado, con mayor o menor acierto, ese discurso de neolerrouxista, unionista o simplemente de ambiguo. Lo cierto es que en el desarrollo del mismo se le coló alguna frase que podría ser perfectamente copiada de la campaña del PP en contra de la consulta soberanista, hablando de que «unos levantan muros» mientras que él prefiere «tender puentes». Dejando esas subjetividades a parte, entiendo que Pablo Iglesias por su trayectoria conoce perfectamente lo que es y lo que representa el proyecto de la CUP, y que es capaz de entender perfectamente las implicaciones de un acto de desobediencia civil masiva como el que desarrollaron más de 2 millones de catalanes y catalanas el pasado 9 de noviembre, haciendo caso omiso a la sentencia del Tribunal Constitucional. ¡Qué bien nos iría si el resto de pueblos de Europa imitase la valentía de ese pueblo en uno de los mayores gestos de desobediencia de nuestra historia reciente! Por ello, creo que es evidente que reducir esta cuestión a la foto del abrazo con Mas, e incluso llegar a inventarse que la CUP tiene una especie de pacto de gobierno con CiU, no se puede entender como un simple error de cálculo en el discurso de Iglesias. Todo lo contrario, lo que se buscaba precisamente era marcar esa diferencia con la izquierda independentista despreciando su papel real, y su vez rescatar para Podemos el margen de voto unionista y ‘federalista’ que ha quedado huérfano tras la caída en picado del PSC desde 2010. Como planteamiento electoral y cortoplacista puede ser una buena estrategia para Podemos de cara a situarse en el tablero político catalán, más aún en pleno debate soberanista cuando difícilmente iban a arrebatar votos de otros sectores (para posiciones templadas desde la izquierda ya está ICV-EUiA). Hacer un discurso enfocado a atraer ese otro espectro de votos, que ciertamente se habían quedado electoralmente «desamparados», resulta relativamente fácil para un partido que además dispone de la maquinaria propagandística que le han facilitado ciertos medios de comunicación burgueses. Lo que habrá que ver es cómo van a jugar sus cartas los de Iglesias a partir de que se sitúen en el Parlament para poder combinar eso de «el derecho de los catalanes a decidirlo todo» con el «no queremos que os vayáis». Y aquí está el núcleo de la cuestión: no queréis que se vayan, ¿pero cómo vais a conseguirlo?

Durante años ha existido una palabra, utilizada hasta el desgaste, que parecía tener la solución a todos los problemas de la construcción nacional en el Estado español: federalismo. Un posicionamiento tradicionalmente defendido por la izquierda, desde el PSOE (que lo saca a relucir cada vez que se siente arrinconado por el soberanismo catalán), pasando por IU, hasta las diferentes vertientes de la izquierda revolucionaria española. Una palabra ésta, que funciona a modo de mantra pero sobre la cual nadie explica nunca cuál sería su posible desarrollo y que resulta tan sencilla de desmontar como el simple hecho de pararse a entender la definición misma del federalismo, que no es otra que la unión de varios sujetos (estados) soberanos. Pero, ¿de qué sujetos soberanos hablamos? ¿Qué estrategias se están desarrollando para conseguir esas diferentes soberanías? Si de verdad esa izquierda creyese en el federalismo, apostaría por un posicionamiento más claro en procesos soberanistas como el catalán, donde la palabra federalismo hace tiempo que la sociedad la ha tirado al basurero de la historia. En ese sentido, Podemos se expresa aún más ambiguamente; eso sí, al menos no nos engaña hablando de federalismo. Se habla de la ya conocida frase del «país de países», incluso se ha creado una Secretaría de Plurinacionalidad. Ahora bien, ¿cuáles son esos países y cómo se va a desarrollar la relación entre ellos? Aún entendiendo que la indefinición en este campo pudiera ser una táctica electoral, en algún momento tendrá que existir una respuesta a estas cuestiones, tendrán que explicarnos dónde se ponen los fundamentos para hacer viable esa estrategia plurinacional en el futuro y en base a qué se van a construir. Eso es poco más o menos lo que solicitaba la CUP con su carta. Sin lugar a dudas, este es un tema que va a dar para mucho si en algún momento se apuesta realmente por abrir el melón (los candados que diría Iglesias), no en vano la cuestión nacional es uno de los temas tabú sobre los que la Constitución del 78 quiso pasar un tupido velo, mientras posicionaba a las Fuerzas Armadas como garantes de la «unidad de la Patria».

Y toda esta cuestión, a nosotr@s desde Madrid ¿cómo nos afecta? Si me he animado a escribir estas líneas es porque desde mi punto de vista creo que Madrid tiene la llave (o una de las llaves) que puede ayudar a abrir el candado de la cuestión nacional en el Estado español. En ese sentido, somos varias las personas que estamos llegando a la conclusión de que el reconocimiento de Castilla como uno de esos pueblos del «país de países» puede ayudar a entender esta plurinacionalidad y evitar mayores confrontaciones. Una llave que puede contribuir a naturalizar el hecho plurinacional español y que sea vivido por la ciudadanía no como una contradicción sino como una riqueza. Mientras se mantenga la confusión (políticamente intencionada) entre Castilla y España, el ciudadano medio en Castilla sentirá como un agravio todo aquello que cuestione la territorialidad del Estado o la «cultura única» española (solo hay que ver el revuelo que se ha montado estos días en las redes sociales porque Serrat, españolista confeso, cantase en catalán en TVE el día de nochebuena). Objetivamente, las personas con capacidad de analizar políticamente la plurinacionalidad del Estado, no podemos negar la existencia de esa castellanidad, tan a menudo confundida con esa españolidad hegemónica de la que se benefician los partidos de la derecha española. A partir de ahí, incidir en la subjetividad colectiva es tarea de todas las organizaciones políticas.

Esta es sin duda una cuestión difícil, pues parece que para la izquierda revolucionaria en Madrid este sea un tema secundario y más ligado al sentimentalismo que no a un análisis objetivo de la diversidad nacional en el Estado español. Por otra parte, es también un planteamiento difícil de conjugar con algunas visiones mantenidas por las izquierdas soberanistas en otros territorios del Estado, cuando éstas han vivido durante décadas en una posición defensiva y construyendo un discurso de contradicción nacional (Cataluña vs España, Euskal Herria vs España, etc). No olvidemos en ese sentido que en la carta de la CUP a Pablo Iglesias se alegraban «de contar en España con partidos que se comprometen a respetar nuestra soberanía como pueblo«, en lo que entiendo personalmente que se demuestra un nulo análisis del fenómeno Podemos, anclado en esas teorías del pasado en las que la política estatal no iba con ell@s. Si lo de Podemos no es realmente un farol, y se plantea en serio la construcción de un estado plurinacional debería empezar a tomar con seriedad la cuestión castellana, y no sólo eso, sino ver qué forma y contenido se le va a dar a cada una de esas naciones en el «país de países», porque está claro que el modelo autonomista del 78 fue un parche mal puesto al que ya no le queda ningún margen de maniobra. Mientras un@s y otr@s, se lo van pensando nos toca a los movimientos sociales y a la izquierda rupturista ir construyendo ese posicionamiento territorial en Madrid y el resto de Castilla.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.