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Podemos no es totalitario

Fuentes: Rebelión

La derecha política y mediática está embarcada en una campaña de acoso político contra Podemos. Una de sus acusaciones favoritas es la de ser un partido político populista y totalitario que seguiría el modelo supuestamente dictatorial del gobierno venezolano. Diversos dirigentes socialistas e intelectuales afines han desarrollado también una crítica hacia esta fuerza política, con […]

La derecha política y mediática está embarcada en una campaña de acoso político contra Podemos. Una de sus acusaciones favoritas es la de ser un partido político populista y totalitario que seguiría el modelo supuestamente dictatorial del gobierno venezolano. Diversos dirigentes socialistas e intelectuales afines han desarrollado también una crítica hacia esta fuerza política, con su identificación con el populismo y su supuesto carácter antipluralista. Nos centramos en este plano político-ideológico, evaluando el sesgo tergiversador y sectario de ese descrédito infundado.

Se pueden mencionar dos textos significativos, de carácter teórico, publicados en el diario El País. Uno de José Álvarez Junco: «Virtudes y peligros del populismo» (11-11-2014), donde refiriéndose al populismo señala que «su afán por eliminar las cortapisas democráticas abre un peligroso camino a la tiranía». Otro de José María Ruiz Soroa: «El peligro de una sociedad sin divisiones» (9-1-2015), donde expone que «Podemos no reconoce diversas opciones sino que coloca fuera de juego a quienes considera sus adversarios, de forma que contradice el pluralismo democrático y en ese sentido preciso es totalitario». Como veremos, esas descalificaciones a Podemos, afirmando un carácter antidemocrático y autoritario, son injustificadas.

Este texto tiene cuatro partes. Primero valora la concepción de pueblo de Laclau, referencia intelectual del populismo de izquierdas. Segundo evalúa algunas opiniones críticas sobre Podemos en el plano ideológico y critica su vinculación, como un todo, con el Frente Nacional francés y el populismo neofascista europeo. Tercero, señala la diferenciación entre modo de hacer política y el contenido sustantivo que da sentido a cada movimiento popular, así como las grandes distancias entre populismo de derechas y de izquierdas. Por último, explica la superioridad ética y democrática de las fuerzas alternativas en España respecto de las élites dominantes. Un amplio análisis del populismo se puede ver en: http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/aanton/publicacion/otrasinvestigaciones/Acerca_populismo.pdf

La concepción de pueblo de Laclau y su influencia en Podemos

La teoría populista de Laclau (La razón Populista, 2013), referencia intelectual de algunos dirigentes de Podemos, tiene varios tipos de deficiencias: 1) al hablar de dos polos antagónicos, exclusivos y excluyentes entre sí, simplifica en exceso; 2) al exponer su concepto de hegemonía totalizadora puede eliminar el reconocimiento de la representatividad y los derechos de la minoría oligárquica que controla el poder; 3) al sobrevalorar el papel del discurso, las nuevas élites y la articulación de demandas populares, infravalora las características sociopolíticas y culturales, la experiencia relacional y las capacidades asociativas de los propios sujetos activos. Pero, sobre todo, 4) la ausencia de un discurso y un proyecto igualitarios y emancipadores y la reafirmación solo de una ‘lógica’ política de fuerzas emergentes frente a poder establecido, no permite aclarar lo sustantivo de un movimiento popular: su orientación y su función regresivas y autoritarias o progresivas y emancipadoras. Y esto es lo principal para definir una dinámica de movilización social y cambio político. La ambigüedad respecto del contenido sustantivo puede permitir introducir en esa clasificación de populismo todo tipo de movimientos contestatarios, muchos de ellos antagónicos entre sí, solo con ese rasgo común de enfrentarse al poder establecido.

Laclau señala la necesidad de una separación tajante entre un pueblo, cuya identidad y hegemonía se tienen que construir a través de la articulación de demandas populares, y la oligarquía de los poderosos. Es una posición constructivista, no determinista ni mítica. La lógica de conflicto social se enfrenta a la otra lógica de consenso, paz social y legitimación del poder establecido. Además, expone cierta flexibilidad en su concepción de pueblo al señalar su pluralidad interna y la importancia de valores universales que trasciendan cada singularidad étnica. En la última parte de su libro, vuelve parcialmente sobre sus pasos más rígidos e insiste en la existencia de distintos populismos, unos de izquierda, otros de derecha, incluso algunos estatistas, incrustados y dependientes del poder del estado. Y reconociendo una consecuencia de su teoría populista, para nosotros especialmente problemática, la indefinición del contenido sustantivo u orientación político-ideológica de un movimiento popular, plantea abiertamente que su superación es imprescindible como elemento fundamental para explicar el carácter (significante) tan diferente de los distintos populismos.

Así, llega a distanciarse claramente de los excesos totalitarios del etnopopulismo o nacionalismo extremo, expone la necesidad de reconocer al ‘otro’, dentro del campo popular, y se opone a las tendencias autoritarias y uniformadoras. Había sido contundente en la separación y el antagonismo del pueblo respecto de la minoría poderosa, manifestando incluso que ésta debía ser excluida de la comunidad (como clase hegemónica e identidad colectiva legítimas), en una expresión poco afortunada. No obstante, ahora, al aplicar el etnopopulismo esas fronteras separadoras y jerárquicas dentro del pueblo ve los peligros de esa posible exclusión de una parte de la población (una etnia, otra capa popular) en nombre de otra parte de la gente, que quiere ser hegemónica, en su acepción de totalizadora en la representación del todo social (como en el ejemplo de los nacionalismos yugoslavos que critica).

Igualmente, este autor matiza la rigidez de sus formulaciones ideales, de fronteras nítidas y un pueblo homogéneo. Y hace hincapié en la heterogeneidad interna del pueblo o el desplazamiento de las fronteras flotantes de los dos campos antagónicos, así como la existencia de contenidos universales que desbordan las fronteras étnicas y son comunes a una pluralidad de identidades. Incluso admite que existe una universalidad no solo de procedimientos (el mecanismo de la polarización o la democracia) sino también de contenidos sustantivos (por ejemplo, nosotros diríamos la libertad y la igualdad o los derechos humanos).

Laclau, aunque comete excesos respecto de la negación (identitaria) de la oligarquía, reconoce la diversidad interna del pueblo. El sujeto pueblo, según él, debe ser ‘construido’ a través de la conversión de las demandas democráticas en demandas populares globales, con el liderazgo y el discurso adecuados. No hay una concepción esencialista de pueblo que imponga el totalitarismo. Aunque tenga formulaciones extremas, busca el empoderamiento de la gente y su hegemonía respecto de la oligarquía, y establece fronteras claras aunque flotantes con ella.

Otro nivel es el relleno sustantivo que el populismo europeo de ultraderecha hace de la concepción de pueblo, de tipo esencialista y excluyente, y qué sentido le da a la polarización política y la hegemonía totalizadora, poniendo como enemigo del ‘nosotros’ (autóctonos) no al poder establecido sino al ‘otro’ (inmigrantes-extranjeros) u otros países (ultranacionalismo). Pero son aspectos completamente diferentes a las propuestas de Podemos o el populismo de izquierdas.

Por otro lado, aunque algunos dirigentes de esa organización reconocen su vinculación con ideas de Laclau, no supone que asuman su expresión más excluyente para definir su identidad. Tampoco se puede hablar del fenómeno Podemos, el conjunto de sus simpatizantes, activistas y órganos dirigentes, como fanáticos defensores de esa teoría completa, seguidores de experiencias políticas autoritarias y anuladores del pluralismo democrático. Menos todavía cuando, además, insisten en que el suyo es el modelo social y democrático de los países europeos nórdicos de corte socialdemócrata. El énfasis en un tronco común, el populismo, que les daría una constitución ética e ideológica autoritaria, similar al Frente Nacional francés, es una generalización abusiva que no permite un diálogo constructivo.

Hay que diferenciar dos planos: a) teoría populista (lógica política de polarización y hegemonía sobre demandas populares y democratización-participación), y b) movimientos populares reales y su diversidad. Laclau, en la formulación de la razón populista, comete excesos con una concepción excluyente de la oligarquía para alcanzar la hegemonía del pueblo, particularmente, en el plano discursivo e identitario. La aceptación de la lógica política de la polarización abajo-arriba y la hegemonía ganadora del pueblo frente a la casta no significa necesariamente que la dirección de Podemos defienda siquiera las formulaciones extremas de Laclau. Mucho menos, que sean sus posiciones clave para imponer, en la medida que tenga poder, una política totalitaria. Hay que recordar que su tercer eje fundamental es la construcción de la democracia frente a la oligarquía, en este contexto español y europeo, con la reafirmación de su vinculación y su representación de las dinámicas alternativas antiautoritarias y progresistas.

La principal insuficiencia de la teoría populista, valorada como cualidad por sus defensores, es la infravaloración de un desarrollo programático y teórico, así como el tipo de inserción en la dinámica sociopolítica. Considera que el sujeto social pueblo se construye con el simple desarrollo de las demandas populares dentro de esa lógica política. Sin embargo, ante la contingencia de su desarrollo, cada movimiento popular o élite asociativa, a la hora de su política práctica y su construcción e identificación sociopolítica, rellena esa ausencia con los elementos realmente existentes: experiencia popular, cultura cívica, tipo de élites, carácter del poder, discursos…

El aspecto vulnerable principal de la razón populista es la compatibilidad de ese modo de hacer política con dinámicas y proyectos diferentes en su significado profundo respecto de la igualdad, la libertad y la democracia. En las dinámicas sociales concretas se puede combinar con interacciones sociales y contenidos sustantivos (no solo discursos) igualitarios-emancipadores-democráticos o lo contrario (y mixtos e intermedios). Y con un importante papel del tipo de intereses y discursos de las élites, unas autoritarias u otras democráticas, aunque todas apelen al pueblo para conseguir legitimación social.

En consecuencia, la ambigüedad ideológica de la teoría populista deriva de su excesiva confianza en que de la espontaneidad de la gente van a surgir demandas progresistas conectadas con la emancipación y los valores generales de igualdad y libertad. Y que la actividad del discurso y las élites asociativas debe proporcionarles, fundamentalmente, solo una dimensión unificadora: las demandas populares.

No obstante, Laclau constata la diversidad de movimiento populistas reales. La construcción de una fuerza social es más compleja y repleta de mediaciones. Así, al desarrollar una trayectoria y un proyecto concreto, cada corriente política adquiere significados políticos antagónicos o distintos. Su identificación es doble: 1) su modo de hacer política y conquistar el poder, y 2) el significado y la orientación sustantivos de esa dinámica y sus actores. La aspiración al cambio del poder político-institucional está clara y es lo que pretende evitar el poder establecido, demonizando esa pretensión popular. Pero lo decisivo para valorar el papel y el sentido políticos de esa tendencia transformadora es lo segundo. Es decir, hay que evaluar el significado y la orientación de las demandas populares, el tipo de movimiento popular y élites, la cultura cívica y el carácter del poder al que se intenta desplazar. La lógica populista, en este caso, se queda en el modo, en la forma, cuando lo fundamental a valorar es el contenido y su interacción con la forma. En ese sentido, dirigentes de Podemos deben reafirmarse en sus prácticas e ideas democráticas y avanzar en un proyecto transformador y una dinámica emancipadora e igualitaria.

El supuesto carácter antipluralista de Podemos

Aunque más explícita en los primeros autores citados, otra valoración negativa de la orientación político-ideológica de la dirección de Podemos, como antipluralista y tendente al totalitarismo, la encontramos en Eugenio del Río, «¿Es populista Podemos?» (Página Abierta, 236, enero-febrero, 2015).

El comienzo del texto es un justo y emotivo rechazo al fascismo cruel, excluyente y totalitario de Le Pen y el Frente Nacional francés, referencia, según se dice, de los populismos europeos. Se destaca la nefasta experiencia de la ultraderecha europea, definida acertadamente por su totalitarismo (aparte de otros rasgos como el nacionalismo y la xenofobia). La búsqueda de complicidad emocional del lector, al extenderse al conjunto, es inapropiada ya que se realiza como introducción y marco de un documento dedicado a enjuiciar a Podemos, cuyas características se asocian con esa corriente reaccionaria y autoritaria. El desarrollo del texto vincula los planteamientos ideológicos de Podemos con los de esa experiencia totalitaria. Ambas experiencias se meten en el mismo saco y se pone el acento en sus rasgos comunes y su misma denominación. Señala en qué consiste la identidad populista y sus componentes ideológicos y políticos (dicotomía, autoritarismo hegemonista) que serían compartidos por ambas realidades, sin destacar los elementos antagónicos de fondo que hay entre ellas.

Admite la existencia de cierta diversidad entre distintos populismos. Pero su insistencia en calificar a Podemos como populista, el hacer hincapié en su conexión o pertenencia común al populismo europeo, cuando se acaba de denunciar (merecidamente) el totalitarismo del Frente Nacional francés y afirmar que es la referencia principal del conjunto, sirve para destacar la semejanza con esa experiencia odiosa y rechazable de la fuerza política española y descalificarla ideológicamente. Así, se induce al lector a la predisposición injustificada y prejuiciada contra ella, cuando el componente principal de su identidad se basa en una actitud emancipadora y democrática.

Por otro lado, el texto reconoce algunos méritos políticos de esa organización y constata consecuencias ‘estimulantes’ para el proceso político e institucional; en ese sentido señala una dinámica positiva, un campo práctico común.

En los textos citados se da un salto injustificado de emparentar al partido liderado por Pablo Iglesias con la dinámica política representada por Marine Le Pen, el Frente Nacional francés y el populismo de derechas del neofascismo xenófobo o ultra-conservadurismo europeo. Se apoyan en aspectos secundarios y discursivos, cuando la distancia sustantiva con ellos es todavía mayor que con el poder establecido o la casta.

La lógica interpretativa dominante en los medios de comunicación es la unir los ‘extremos’ (de derecha e izquierda) frente a la supuesta centralidad del establishment y el consenso liberal-conservador-socialdemócrata. Ambas tendencias, desde las dos orillas contrapuestas, presionan al poder establecido, pero ese emparejamiento desconsidera el aspecto sustantivo de que el significado y la dirección en que lo hacen, el por qué y el para qué, son de signo contrario. Su sentido político es antagónico: en un caso es reaccionario y opresivo, y en el otro, progresista y emancipador. Unos observan la complicidad con los poderes fácticos, aun con demagogia populista, y otros pretenden su transformación en beneficio real de las capas populares.

Con la selección y la exposición enfática de algunos rasgos comunes de Podemos con el populismo (muchos compartidos con otras corrientes liberales y socialistas, como el hiperliderazgo personal o la centralización organizativa) se asimila todo a una misma dinámica. Los rasgos autoritarios del populismo derechista se muestran para caracterizar al populismo; en ese conjunto se incluye previamente a Podemos, aunque sea democrático-radical, y su imagen queda descalificada con la misma crítica de antipluralismo.

La combinación de esa lógica con la dinámica sustantiva reaccionaria del Frente Nacional francés u otros populismos regresivos y excluyentes sí conforma una tendencia autoritaria. Pero es contraria al significado globalmente positivo, desde el punto de vista democrático, igualitario y emancipador, del movimiento cívico español y la representación social y política alternativa. Al insistir en nombrar a éste o una parte relevante del mismo con la misma denominación de populista, con similar sesgo autoritario, se produce una manipulación. El resultado es, por una parte, la descalificación de fuerzas alternativas democráticas, y por otra parte, la legitimación y el embellecimiento de las actuales élites dominantes, con su prepotencia autoritaria y su estrategia antisocial.

Se magnifican algunos rasgos negativos de Podemos y se asocian con ese modo populista, dicotómico y hegemonista. Pero la posición de promover la movilización popular frente a las élites dominantes y la aspiración a ganar la mayoría social, no necesariamente es simplificadora y totalizadora. Lo contrario sería renunciar al conflicto social, no confrontar con los poderosos y desistir de influir o conquistar el poder. Es decir, llevaría al reforzamiento del actual bipartidismo.

Desde posiciones de ‘centro’ o tercera vía se olvida que las buenas tradiciones de las izquierdas transformadoras no son comunes a las de las derechas, sino su más rotundo y persistente rechazo. El actual consenso liberal-socialdemócrata de la austeridad y la gestión política prepotente pretende descalificar la oposición popular crítica: intenta apropiarse de la representación de los valores democráticos, de fuerte sentido simbólico, cultural y de legitimación, y adjudicar los valores antidemocráticos y la vinculación con la extrema derecha a las fuerzas auténticamente igualitarias y de progreso. En consecuencia, hay que tener una actitud crítica rigurosa para impulsar la igualdad, la libertad y la participación cívica y democrática, y no caer en la deformación y el sectarismo. 

La identidad ideológica de un actor se construye con su carácter, su experiencia y su proyecto

El ‘modo de hacer política’, la ‘forma populista’, según la teoría de Laclau, supone la construcción del ‘pueblo como mayoría política nucleada en torno a un grupo subalterno’ en oposición al poder establecido. Pero, siguiendo con este autor, la definición de ese grupo subordinado y la naturaleza de su subordinación constituyen el factor del que depende el carácter ideológico de cada construcción populista: la naturaleza del «nosotros» y el horizonte de liberación propuesto. O sea, compartir esa lógica no conlleva necesariamente en Podemos una dinámica totalitaria (hegemonía excluyente) y sectaria (dicotomía y polarización extremas), aparte de demagógica, similar a la del populismo de derechas.

En España el campo sociopolítico popular se ha ido construyendo sobre la base de una ciudadanía indignada, democrática y progresista, con una fuerte cultura cívica y de justicia social, frente a un poder establecido antisocial y prepotente. Y los ejes del proyecto de Podemos y el resto de fuerzas alternativas suponen una profunda democratización política y una transformación socioeconómica contra la desigualdad y los privilegios de los poderosos, en defensa de los derechos sociales y laborales y de corte socialdemócrata clásico. La identidad resultante de esa tendencia ciudadana y el proceso igualitario y emancipador que conlleva se oponen al poder establecido y, especialmente, al conservadurismo y el populismo de derechas y su carácter reaccionario y totalitario. Hay una diferencia cualitativa entre la experiencia de Podemos (y Syriza) y la dinámica autoritaria del populismo excluyente, reaccionario y xenófobo dominante en Europa. El énfasis en calificar e identificar a esta organización alternativa con esa otra corriente política con tendencias antidemocráticas, aparte del enfoque erróneo de la realidad, crea una dinámica sectaria y debilita, precisamente, un proyecto real de cambio democrático. Sin embargo, hay que admitir que la realidad de Podemos es ambivalente y aunque la tendencia principal, política y cultural sea positiva hay cosas que criticar de forma constructiva para su mejora.

La identificación colectiva por el modo de hacer política es incompleta. La lógica política del conflicto social y la construcción de un sujeto emancipador y hegemónico (aunque no necesariamente totalizador) es compatible con distintos y antagónicos desarrollos políticos: autoritarios o democratizadores, opresivos o emancipadores, excluyentes o solidarios, jerárquicos o igualitarios. El contexto de confrontación entre poder establecido y ciudadanía activa, la cultura democrática del movimiento popular y la orientación sociopolítica progresista de sus élites, al combinarse en España con esa lógica dan un resultado diferente al de Francia, al aplicarse en el caso del Frente Nacional una tradición y un contenido reaccionarios, autoritarios y excluyentes.

Hay que distinguir entre ‘lógica’ y ‘contenido’ político. Lo primero es algo más que la ‘forma’. Lo segundo es el resto de características políticas, económicas y socioculturales según el carácter de los actores, el contexto y su orientación o finalidad. El modo de hacer política, aunque no es estrictamente formal, no es el elemento identificador principal o exclusivo de la naturaleza de una fuerza política. Lo distingue del ‘poder establecido’, con su interés por el consenso (acatamiento o legitimación del poder) y su control del orden social, la neutralización de la justa indignación y resistencia popular. La dinámica de movilización popular frente al poder es un rasgo compartido con distintas corrientes sociopolíticas que ponen el acento en el conflicto social, no en la paz social. Esta mirada polarizada es diferente a la visión unitarista e indiferenciada (o fragmentada) que tiende a llevar una actitud favorable hacia el consenso o la armonía social, con sometimiento o resignación de la parte subordinada.

En España ese enfoque sobre la relativa polarización sociopolítica y el empoderamiento cívico es realista. Ha servido para conectar mejor con un proceso de confrontación democrática de una amplia ciudadanía progresista frente al poder establecido antisocial y autoritario. La experiencia del movimiento cívico español y el fenómeno Podemos consiste en la activación ciudadana frente a los poderosos y la construcción de la unidad y hegemonía popular para ganar la mayoría en las instituciones. Esta realidad tiene un significado antagónico respecto del caso francés del Frente Nacional. Dicho de otra forma: el carácter reaccionario, regresivo y excluyente del populismo neofascista francés está más próximo a la dinámica antisocial y prepotente del poder establecido francés (y español) que a la trayectoria emancipadora, igualitaria, democrática y solidaria de la ciudadanía crítica y activa española y su expresión electoral en fuerzas alternativas y de izquierdas.

El populismo es, sobre todo, un ‘modo’ polarizado de acción política. El populismo de ‘izquierdas’ pretende ser emancipador de los de abajo y defender la democracia frente a los de arriba y la opresión de la oligarquía. Es sustancialmente diferente al populismo de ‘derechas’: imposición de la exclusión del ‘otro’ por el ‘nosotros’, o de los ‘enemigos’ por los ‘amigos’ (o del eje del mal por el del bien). En cada caso, los conceptos de polarización y hegemonía tienen un significado completamente distinto e incluso antagónico entre sí. La lógica política no se puede separar (solo analíticamente) del carácter de los actores, su trayectoria y sus objetivos. Y hay que comprobar si todos ellos avanzan en la igualdad, la libertad, la solidaridad y la integración, o bien en la desigualdad, el autoritarismo, la segregación y la exclusión.

No obstante, al hacer abstracción del carácter de ambos polos (y lo intermedio y mixto), su sentido político, su dinámica y su orientación, se deja de lado lo principal para definir el significado o la identidad de una fuerza o movimiento concreto. Dada la experiencia europea de esa doctrina (Frente Nacional francés, neofascismo europeo), al tildar de populista a Podemos se le traspasa a esta organización la afinidad con toda la carga negativa (incluida la emocional), totalitaria y reaccionaria del populismo de derechas. Es verdad que algunos miembros de Podemos sostienen ideas de populismo de izquierdas, pero también afirman su oposición total al populismo de derechas, a sus tendencias totalitarias. Todavía es más forzada esta vinculación distorsionadora cuando solo se deriva de constatar la existencia de unas ideas llamadas populistas en varios dirigentes o, simplemente, de algunas formulaciones extremas de uno de sus intelectuales de referencia.

En el plano discursivo, a efectos de expresar una ‘hegemonía’ representativa (totalizadora), una parte se puede apropiar del todo y no reconocer a otra parte. Nominalmente no existe. Es una práctica habitual poco democrática y antipluralista, pero que no hay que confundir con la exclusión total de los derechos de esa parte no mencionada y la imposición totalitaria de su destrucción política (o física). Por tanto, entre una falta de reconocimiento solo discursiva y otra de exclusión institucional, social y económica absoluta media un trecho relevante y hay que verificar en qué medida y dimensión se produce la exclusión real para establecer su gravedad. El hecho de que Podemos diga que aspira a la hegemonía representativa de la ciudadanía descontenta (el pueblo) y se dirija contra el PP, sin mencionar al PSOE, no supone que vaya a ilegalizar al resto de partidos, eliminar el pluralismo democrático, apropiarse de todo el poder y legitimidad institucional e imponer el totalitarismo. Es una generalización abusiva cargada de prejuicios ideológicos y políticos.

Superioridad ética e ideológica de las fuerzas alternativas

El establishment defiende el mantra del consenso y la paz social para asegurar su continuismo en el control del poder económico y político. Reaccionan visceralmente contra un modo de hacer política basado en la participación popular en el conflicto social y que busca un cambio de ese equilibrio desigual. Para los poderosos esa pretensión transformadora contra las ventajas y privilegios al poder establecido, siempre es totalitaria, restringe ‘su’ libertad de seguir dominando. Aunque existen experiencias históricas con rasgos populistas de derecha (el nacional-socialismo, o el neofascismo actual), cuyo acceso al poder supuso la implantación del totalitarismo, podemos afirmar que no toda pugna popular frente al poder establecido lleva necesariamente un contenido totalitario o excluyente, ni tampoco liberador. Depende de su sentido ético.

Es evidente que la visión liberal indiferenciada (y la postmoderna fragmentada) de la sociedad y el consenso social y político han servido para legitimar una prolongada hegemonía de unas oligarquías basadas en una fuerte desigualdad y una posición de subordinación popular. En otros casos, con relevante participación cívica se han conformado sociedades democráticas, integradas y menos desiguales.

El populismo europeo dominante, por su carácter reaccionario, regresivo y autoritario, está más emparentado con la derecha conservadora y las élites dominantes de la UE. Podemos es afín al conjunto de movimientos sociales y fuerzas alternativas, democráticos y de izquierda, empezando por el movimiento 15-M y las mareas ciudadanas hasta la Izquierda Plural y Syriza. Poner a Podemos bajo el mismo el rótulo de populismo que al Frente Nacional francés o al neofascismo europeo, cuando son antagónicos en su significado sustantivo fundamental, tergiversa lo fundamental de la realidad, que es su diferencia. Sirve para descalificar y neutralizar las dinámicas alternativas progresistas y democratizadoras; supone sectarismo ideológico y político hacia unas tendencias emancipadoras y anti-oligárquicas. Sobredimensiona los errores de las posiciones críticas por la izquierda o alternativas y prioriza su rechazo. Al mismo tiempo, relativiza las deficiencias y el necesario cuestionamiento de las estrategias impopulares del poder establecido.

En la teoría populista el para qué se infravalora, y Podemos tiene todavía un limitado desarrollo programático. Pero no se puede decir que el presente y el futuro de esa organización y su impacto institucional están tan abiertos o indefinidos como para permitir una evolución en sentido totalitario o reaccionario. El discurso y el proyecto de Podemos, de sus dirigentes, sus activistas y sus bases sociales, es mucho más progresista (claramente a la izquierda o con los de abajo) que las clases gobernantes actuales, incluida la cúpula socialista (que estaría con los de arriba y con posiciones comunes con la derecha). Y así lo ven sus potenciales electores, muchos con una leve pertenencia ideológica respecto de este eje izquierda-derecha, pero definidos frente a los poderosos y corruptos.

En España se ha fortalecido el carácter social, progresista y democrático de la ciudadanía indignada, a través de su experiencia contra la austeridad y los recortes sociales y la prepotencia política de las élites gobernantes, así como por su cultura cívica y de justicia social. Se ha consolidado una ciudadanía activa con una participación democrática en la protesta social y la acción sociopolítica con unos objetivos clave: democracia, derechos sociales… El discurso de Podemos ha enlazado con ello y está más claro y es más democrático y progresista que la gestión del bipartidismo del PP y PSOE. Es decir, su inserción en este contexto de pugna sociopolítica contra este poder establecido antisocial y prepotente, así como las características progresistas del movimiento popular y las élites asociativas, son la base de este fenómeno y le imprimen gran parte de su carácter. El significado del discurso del cambio y de ganar las instituciones para implementarlo tiene un sentido liberador y de progreso, frente a las tendencias realmente autoritarias y regresivas existentes. Por ello y para ello han tenido un importante respaldo cívico a su representación.

Los ejes iniciales de su programa (Más derechos, más democracia), su oposición a la casta por sus políticas de recortes y austeridad, su prepotencia y su corrupción, junto con sus proyectos de transformación socioeconómica, de orientación socialdemócrata clásica, y política, democratizadores y participativos, añaden a esa forma de hacer política un perfil nítido social y democrático. La polarización sociopolítica y la hegemonía cultural, con el objetivo de ganar la mayoría en las instituciones, adquieren un sentido emancipador. En el plano político e ideológico son más progresistas y respetuosos con los derechos humanos y sociales que el partido socialista y no digamos que la derecha. Y conllevan una dinámica democratizadora, más firme y consecuentemente opositora, contra las tendencias autoritarias, antisociales y reaccionarias de las élites dominantes.

La ambigüedad ideológica, en términos clásicos de izquierda-derecha (y centro), de su esquema político es relativa. Es oportuna para evitar la asociación con el partido socialista y su gestión antipopular, desligarse de las peores tradiciones comunistas o burocráticas y atraerse apoyos de sectores descontentos con la deriva regresiva del bipartidismo y auto-ubicados ideológicamente en el centro o la derecha. Pero sus objetivos de defender y representar las demandas de los de abajo, con mayor igualdad y democracia, lo vinculan con lo mejor de las izquierdas transformadoras.

En definitiva, la reafirmación en la defensa de la gente, hoy expresada en una ciudadanía indignada y crítica, y la incorporación de la cultura cívica de los derechos humanos, sociales y democráticos, presente en la ciudadanía activa y el tejido asociativo español, le dan a estas fuerzas alternativas un perfil igualitario y emancipador frente a la dinámica prepotente y antisocial de las élites poderosas. La representación de esa dinámica de cambio político hacia un modelo más social y democrático confiere a las fuerzas alternativas una mayor legitimidad ciudadana. La vinculación parcial con el populismo, incluido el nombre, no les beneficia, sino que les perjudica, ofreciendo un flanco débil ante sus adversarios, con inmenso poder mediático.

La lógica del conflicto social frente al actual poder establecido y la construcción democrática y participativa de un sujeto popular que aspira a representar a la mayoría social, deben estar íntimamente imbricadas con las demandas populares progresistas, su experiencia y su cultura cívica, el respeto a su diversidad interna y un proyecto igualitario y emancipador. En ese sentido, Podemos y las fuerzas alternativas en España, construidas sobre una base popular progresista necesitan reforzar su talante democrático y la dinámica emancipadora. Pero, comparativamente, mantienen una superioridad no solo política sino también ética e ideológica respecto de la derecha y la socialdemocracia, cuya gestión gubernamental impopular ha incumplido sus compromisos sociales y ha demostrado la fragilidad de sus valores cívicos y democráticos.

Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

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