Traducido para Rebelión por Loles Oliván
Un querido amigo de Gaza me dijo que no había dormido durante días. «Estoy tan preocupado por Egipto que no me alimento más que de cigarrillos y café». Mi amigo y yo hablamos durante horas aquel día de principios de febrero. Hablamos de la Plaza Tahrir, del valor de la los egipcios en la calle y de los muchos intentos de Hosni Mubarak para cooptar la revolución popular. Estábamos tan consumidos por la agitación de Egipto que ninguno de los dos mencionó siquiera a Gaza.
El cerco de Gaza -y de la totalidad de Palestina- es una constante que une a la mayoría de los palestinos. Sin embargo, la solidaridad sincera que sintió el pueblo de la Franja de Gaza cuando los egipcios salieron a las calles el 25 de enero superó incluso la urgencia política en torno a la crisis humanitaria en Gaza. Los gazatíes de a pie estuvieron bailando toda la noche cuando Mubarak fue derrocado el 11 de febrero. A pesar de que el levantamiento del bloqueo es una de las prioridades palestinas, quienes enarbolaban banderas egipcias, quienes derramaban lágrimas y subsistieron a base de café y cigarrillos durante casi tres semanas, apenas se referían a la conexión entre el bloqueo y Mubarak. Si a Mubarak se le detestaba profundamente (su decisión de bloquear la frontera de Rafah en un momento crítico causó miles de víctimas), el vínculo que une a Egipto con Palestina es mucho más profundo que los pecados de un dictador senil o incluso que el terrible bloqueo.
La historia, en realidad, comienza mucho antes de 1948, el año de la Nakba palestina. Egipto y Palestina han reflejado en sí mismos desde hace mucho tiempo el estado del otro: en la derrota y en el triunfo, en la desesperación y en la esperanza. Los valientes jóvenes de Egipto son ahora los heraldos de la esperanza para su país, para Palestina y para toda la región, aunque las cosas no siempre hayan sido tan prometedoras. La Nakba representa la angustia de la conciencia colectiva de los árabes pero los palestinos y los egipcios fueron los más afectados.
En 1948, los ejércitos árabes acudieron a la batalla por Palestina con poco entusiasmo. Estaban mal equipados y no contaban nada más que con un mandato limitado de sus interesados dirigentes. La mayoría de las aldeas palestinas ya habían sido despobladas por las milicias sionistas. La resistencia local había sido aplastada sin piedad y los caminos de Palestina estaban llenos de refugiados exhaustos. Los árabes fueron derrotados. El pueblo egipcio se sintió indignado viendo que sus hermanos palestinos habían sido humillados y que Palestina se había perdido.
La derrota en 1948 causó una grave introspección en la sociedad egipcia. La crisis interna, la pobreza y la falta de justicia social ya no se podían ignorar. Después de la derrota del ejército egipcio en el sur de Palestina, Egipto rápidamente estalló en agitaciones y estuvo al borde de la revolución. Había pocos recursos para enviar a la numerosa población de refugiados de Gaza. Gran parte de la riqueza de Egipto la había dilapidado el rey Faruk con su propia familia. En realidad, la miseria de Gaza era una extensión del sufrimiento de Egipto y, de alguna extraña manera, la fallida intervención militar egipcia en el sur de Palestina tuvo mucho que ver con la revolución que siguió en Egipto en 1952.
Gamal Abdel Naser, que derrocó a la monarquía y se convirtió en el presidente de Egipto, era oficial del ejército egipcio en 1948. Cruzó a Gaza en tren desde el Sinaí para defender Palestina. Estaba estacionado en Faluya, un pueblo situado al norte de Gaza. Su unidad trató de recuperar en varias ocasiones algunas de las zonas perdidas del sur aun cuando el conocimiento militar señalaba la inviabilidad de tal esfuerzo. Cuando se descubrió que muchas unidades de las fuerzas egipcias estaban recibiendo suministros de armas defectuosas deliberadamente, la conmoción se extendió entre todo el ejército pero ello no fue suficiente para desmoralizar a Naser y a unos cuantos soldados egipcios. Permanecieron en el agujero de Faluya durante semanas y su resistencia se convirtió en una leyenda.
El edificio en el que permanecieron Naser y su unidad todavía sigue en pie en el interior del actual Israel. Está rodeado de vallas, como una viva pieza de arte surrealista. Naser regresó a Egipto después de un intercambio territorial -Faluya pasó al pequeño pueblo de Beit Hanun, al norte de Gaza, que estaba bajo control israelí en aquel momento-. La amargura, la ira y el dolor le acompañaron en su camino de regreso a El Cairo y también a través de Gaza.
Naser marchó hacia El Cairo y en 1952, junto con algunos oficiales del ejército, derrocó al rey y a su gobierno. Citó Palestina como una causa central para la rebelión. La derrota de Palestina había representado todos los males que afligieron a Egipto bajo el monarca y su familia real.
Los palestinos, especialmente los de Gaza, vieron en Naser un héroe y un libertador. ¿Y por qué no debería de ser así? Era el hombre al que saludaron cuando cruzaba Gaza con sus compañeros después de la batalla de Faluya. Cuando los oficiales pasaban con sus armas y la gran multitud de refugiados inundó las calles para saludarlos se vivió un singular momento de orgullo y esperanza. Los refugiados adoraban a Naser y colgaban su fotografía enmarcada en sus tiendas y en sus casas de barro.
Este no es más que un episodio que demuestra la relación intrínseca, casi orgánica entre Egipto y Palestina. La relación soportó muchas de las situaciones difíciles que siguieron, incluyendo la derrota de 1967 (cuando se perdió el resto de la Palestina histórica), la muerte de Naser y la firma de los Acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel. Sadat fue una anomalía, decían los palestinos. Camp David fue la excepción, sostenían. Mubarak no era Egipto. En efecto, el asedio se ha percibido como la deshonra de un legado que los palestinos están decididos a recordar con afecto. Egipto es sinónimo de historia compartida, de heroísmo, de sacrificio.
El 24 de marzo, Middle East Monitor informaba de que el ministro de Asuntos Exteriores egipcio, Nabil al-Arabi, había enviado un mensaje a su homólogo en Gaza unos días antes. En su carta señalaba que el levantamiento del asedio impuesto por Israel sobre Gaza -apoyado por el desacreditado régimen de Mubarak- era una prioridad para el nuevo gobierno en El Cairo: «Estamos trabajando para abrir la frontera de Rafah y facilitar la mejora de [las condiciones de] vida de los palestinos de la Franja de Gaza».
La posición de Al-Arabi es consecuente con los deseos del pueblo egipcio, una posición que nace de la solidaridad histórica entre ambas naciones. Por eso mismo no durmieron casi nada los palestinos durante 18 días, un período de espera que culminó en un extraordinario momento de alegría cuando los egipcios ganaron su libertad. En ese momento, Gaza fue El Cairo, Egipto fue Palestina y ambos pueblos fueron uno solo.
Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/
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