Hojeando un libro de historia del arte descubrí por casualidad un cuadro del pintor flamenco del siglo XVI Pieter Brueghel el Viejo intitulado «el triunfo de la muerte». Rabioso me pregunté: ¿Por qué dejar que la muerte triunfe? Esto no puede ser. Me opongo rotundamente a la resignación y el olvido. El 6 junio de […]
Hojeando un libro de historia del arte descubrí por casualidad un cuadro del pintor flamenco del siglo XVI Pieter Brueghel el Viejo intitulado «el triunfo de la muerte». Rabioso me pregunté: ¿Por qué dejar que la muerte triunfe? Esto no puede ser. Me opongo rotundamente a la resignación y el olvido.
El 6 junio de 1982 el ejército de Israel por orden del primer ministro Menahem Begin invadió el sur del Líbano en respuesta a los innumerables ataques llevados a cabo por la guerrilla palestina -disparo de morteros y de cohetes katiuska incluidos- que amenazaba con despoblar la frontera norte. Esta operación bautizada «Paz para Galilea» tenía la finalidad de eliminar las bases de la OLP encabezadas por Yasser Arafat.
Otro de los detonantes de la invasión, según medios extraoficiales, fue el atentado que sufrió el 3 de junio del 1982 Shlomo Argov embajador de Israel en Londres y que lo dejó gravemente herido. Una acción perpetrada por un comando palestino afín a Abu Nidal que provocó la indignación del gobierno de Tel Aviv. En un principio, los chiítas libaneses se mostraron favorables a la intervención pues para ellos los palestinos no eran más que unos «comunistas apóstatas» que ofendían el buen nombre de Allah y su profeta. Luego, cuando se dieron cuenta que los judíos pretendían quedarse indefinidamente en su territorio, fundaron el grupo de resistencia armada Hezbollah con el apoyo de Irán.
El Ejército del Sur del Líbano al mando del comandante Saad Haddad- aliado de Israel escoltó a las tropas del Tzahal camino de Beirut persiguiendo a los 16.000 fedayines, morabitun nasseristas y sirios que intentaban escapar a la campaña de exterminio. La «operación contraterrorista» -como la denominaban los judíos- debía cumplir al ciento por ciento con los objetivos propuestos. Los bombardeos de la aviación, la artillería o carros de combate eran tan devastadores que al final de la contienda la cifra de víctimas entre la población civil y los combatientes superó los 18.000 muertos y 30.000 heridos.
Dos meses después del inicio de la ofensiva la OLP cede a las demandas de Israel y firma un principio de acuerdo ante el enviado especial de Ronald Reagan, el diplomático Philip Habib. En este documento la OLP se comprometía a abandonar el Líbano si a cambio les dejaban embarcar con todo su armamento, pertrechos y sus efectivos con rumbo a algún país árabe amigo. Además, exigían que se garantizara la seguridad de la población civil palestina con el envío de una fuerza de interposición internacional. Los libaneses pensaban que con esta decisión se alcanzaría definitivamente la paz pero se equivocaban. También los refugiados de Sabra y Chatila respiraban aliviados y comenzaban a reconstruir sus casas destruidas por los violentos ataques del ejército de ocupación. En Beirut no había agua, ni electricidad, las infraestructuras estaban colapsadas (puentes, oleoductos, aeropuertos, carreteras, hospitales, escuelas) y reinaba por doquier el caos y la miseria.
El 1 de septiembre de 1982 14.000 soldados de la OLP y de Siria fueron evacuados desde el puerto de Beirut en barcos griegos con destino a Túnez. El 10 de septiembre la fuerza multinacional, integrada por norteamericanos, franceses, italianos y británicos, sorpresivamente abandona el Líbano. A partir de ese momento los refugiados palestinos quedaron indefensos y no tuvieron más remedio que confiar en la palabra empeñada por los garantes internacionales Reagan, Mitterrand y Pertini que les prometieron que sus vidas serían respetadas.
Pero en el Líbano se libraba una sanguinaria guerra civil marcada por las rencillas y venganzas. Los paramilitares de la falange cristiano libanesa tenían fama de ser crueles y sanguinarios. Su máximo líder Bashir Gemayel -principal aliado de Israel en el Líbano- los sionistas le encargaron la misión de hacer el «trabajo sucio» y resolver por las buenas o por las malas el llamado «problema palestino». Bashir, favorecido por la situación política inestable, la crisis económica y el desgaste de la guerra civil es elegido por el congreso candidato único y nombrado el 23 de agosto de 1982 -bajo la recomendación de los judíos- presidente del Líbano.
El acuerdo que se firmó entre la OLP, Israel y el gobierno del Líbano, bajo la supervisión de EE.UU, especialmente subrayaba que los refugiados y los sunitas libaneses podían vivir tranquilos mientras no alteraran el orden establecido. A principios del mes de septiembre del 1982 el Ministro de Defensa israelí Ariel Sharon denunció que «los campos de refugiados se habían convertido en un nido de guerrilleros terroristas de la OLP». Encima un acontecimiento extraordinario iba a trastornar aún más el turbulento panorama: el día 14 de septiembre de 1982, víctima de un violento atentado en la sede el Partido Falangista en el barrio de Achrafieh, muere asesinado por una bomba el presidente electo Bashir Gemayel y 26 de sus correligionarios. De inmediato se culpó a los palestinos y sus aliados nasseristas del magnicidio. Los miembros de la Falange, presos de una ira incontenible, se aprestaban a vengar a su amado líder.
Ariel Sharon, al enterarse del asesinato de su incondicional amigo, envía una avanzada del ejército sionista a Beirut oriental, donde había acordado no intervenir. Los israelíes bloquean completamente los campos de refugiados pues la inteligencia judía afirmó que más de 2.000 guerrilleros de la OLP permanecían allí escondidos. El día 16 de septiembre Sharon pactó con Elie Hobeika, jefe de seguridad de Bashir, en el Cuartel General de la Falange que sus tropas serían enviadas a patrullar los campamentos de refugiados con el fin de limpiarlos de «terroristas palestinos». En esos instantes el mando militar de ese sector de Beirut estaba a cargo de los israelíes y por lo tanto ellos eran los responsables de lo que le sucediera a la población civil.
De inmediato unos 150 milicianos de la Falange entrenados disciplinadamente por los israelíes, quienes les proveyeron de armamento y pertrechos, entran en Sabra y Chatila. Los kataeb armados hasta los dientes con ametralladoras, hachas, cuchillos y machetes venían a saciar su sed de venganza. Enloquecidos sacaban a las gentes de sus casas y sin compasión los fusilaban contra las paredes. Otros se dedicaban a torturar sádicamente a sus víctimas; sobre todo, a violar a las mujeres o a las niñas para rematarlas degollándolas. Las bestias insaciables reían alborozadas contemplando el dolor ajeno sin importarles si se trataban de bebés, niños, mujeres o ancianos. Muchos agonizaban entre escalofriantes estertores mutilados, castrados o cosidos a puñaladas. En esta feria de los horrores a muchas mujeres les cortaban el pecho, a las embarazadas les abrían el vientre para extraerles los fetos y aplastarlos contra el asfalto. La orgía de sangre se prolongó, según los testigos, por más de 36 horas. Estaban borrachos y poseídos por el demonio, los perros rabiosos querían arrasar con todo y al segundo día hicieron acto de presencia las excavadoras derribando las humildes casas donde entre alaridos los supervivientes suplicaban clemencia. La sangre corría a borbotones, ríos de sangre que se desbordaban por las acequias de los campos de refugiados, a tal punto que más bien parecía la fiesta del aid al- Adha -que se celebra 70 días después de terminar el ramadán- cuando se sacrifican los corderos y se baña con su sangre la tierra para refrendar el pacto de sumisión a Allah. Al caer la noche el ejército israelí desde sus posiciones de vanguardia lanzaba bengalas para iluminar los campos y facilitar así la gloriosa operación de «limpieza antiterrorista». Lo que no se sabe es qué pasó con las cientos de personas que sacaron en camiones de los campamentos. Jamás se volvió a tener noticias de ellos pues desaparecieron sin dejar huella.
Algunos oficiales israelíes escandalizados le informaron a Sharon sobre las macabras escenas que presenciaban. Pero el Ministro de Defensa hizo caso omiso a los requerimientos pues estaba muy ocupado en compañía del alto Estado Mayor y no tenía tiempo para nimiedades. Al fin y al cabo si unos árabes mataban a otros árabes ese no era su problema.
El genocidio de Sabra y Chatila sin duda alguna fue una retaliación, una brutal venganza de los cristianos falangistas por el asesinato de Bashir Gemayel y las matanzas que se desarrollaron en poblados cristianos durante la guerra civil. Una de éstas fue la Damour atribuida a los guerrilleros de la OLP, los soldados sirios y libaneses nasseritas o morabitunes, en la que Elie Hobeika perdió a parte de su familia y a su novia con la que estaba a punto de contraer matrimonio. Desde ese entonces juró que bebería la sangre palestina en el cráneo de un fedayín.
Tras la masacre el ejército libanés se dedicó a ocultar las pruebas y con la ayuda de la Cruz Roja a enterrar en fosas comunes los cadáveres de las víctimas. En todo caso la presencia israelí se extendió durante más de tres años y los ataques contra los campamentos de refugiados palestinos no cesaron. La persecución no sólo de los judíos sino también por parte del ejército libanés, de los Kataeb, los milicianos de Amal, el Ejército del Sur del Líbano, o de Hezbollah ha sido inmisericorde. Basta con echar una ojeada a las operaciones de castigo que se llevaron a cabo en: Burj el Barajneh, Rashiddyeh, Sabra y Chatila (1985-1988), Nahr el Bared, Bourj ash-Shamali, Ain al Helue donde sembraron la muerte y la destrucción.
Hoy Sabra y Chatila pertenece al término municipal del Gobeiri (gran Beirut) En Sabra ya no hay refugiados palestinos y todos se han concentrado en Chatila (bajo la administración de la UNRWA). Su población se estima en unas 30.000 almas hacinadas en apenas 3 kilómetros cuadrados y que se reparten entre palestinos, musulmanes libaneses, chiítas libaneses e innumerables inmigrantes procedentes de India, Pakistán, Filipinas o Bangladesh. El paisaje de los campos está jalonado de construcciones ruinosas y medio derruidas en las que todavía permanecen imborrables las huellas de los disparos y las bombas.
En una de esas casas perdida entre esas laberínticas callejuelas nos encontramos, -gracias a los buenos oficios del ingeniero Ali Jatib (graduado en Cuba)-con el señor Ahmed Ali Al Jatib quien fue testigo directo de la masacre de Sabra y Chatila. El señor Ahmed haciendo un gran esfuerzo para recordar esos hechos tan dantescos en los que perdió a su padre, madre, cuatro hermanos, tres hermanas y la abuela, en total a 10 miembros de su familia, nos concedió esta entrevista. Vídeo: http://youtu.be/FXotGxFgens. No es de extrañar que, como tantos otros refugiados palestinos de Chatila, el señor Ahmed se encuentre psicológicamente hundido. Nos dijo que no puede dormir, que sufre de insomnio crónico, que le asaltan las pesadillas y ni siquiera se atreve a salir de noche por esas estrechas callejuelas en las que se le aparecen los fantasmas de los muertos bañados en sangre. Con razón nos comentaron que la mayoría de los supervivientes prefieren callar pues temen que los falangistas puedan tomar represalias contra ellos o sus familiares.
En Sabra y Chatila continúa el duelo, un duelo perpetuo que hiela el alma.
Y lo peor de todo es que nadie ha sido arrestado o juzgado todavía por este infame genocidio. Lo más aberrante es que muchos de los responsables hoy son respetables hombres de negocios, políticos u oficiales del ejército que disfrutan de una vida acomodada en Beirut, Tel-Aviv o en Jerusalén.
Nadie quiere hacerse responsable de este espantoso crimen, todo el mundo niega las evidencias y prefieren echarle la culpa al otro; los judíos señalan a los falangistas, los falangistas acusan a los judíos y entre los dos al ESL. En el año 2001 las familias afectadas por la masacre interpusieron una querella criminal ante la justicia belga contra Ariel Sharon, pero ésta lamentablemente no prosperó pues los jueces aducen que no pueden procesarlo pues ninguno de los muertos era ciudadano belga. Sharon murió sin rendir cuentas por sus crímenes como sin duda morirán sus cómplices.
Pero la lucha para que se haga justicia no puede detenerse, hay que seguir insistiendo ante los tribunales internacionales o la Corte de la Haya porque los crímenes de lesa humanidad no prescriben. Es imposible que pueda quedar impune tal monstruosidad, tantos miles de muertos y desaparecidos, torturados, tantas familias rotas, tanto dolor y amargura. Es inconcebible.
Para los refugiados de Sabra y de Chatila, igual que las de los otros 12 campos existentes en el Líbano, no existe el proceso de paz. La mayoría no reconoce al gobierno de la ANP al que califican de traidor por sentarse a negociar con el enemigo sionista. Sólo queda resistir, resistir y resistir hasta la completa liberación de Palestina con Jerusalén como capital.
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