Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Condoleezza, Condoleezza
Dadle una visa.
(Coro oído en la Plaza Tahrir)
Cualquiera que crea que la «transición ordenada» de Washington dirigida por el vicepresidente Omar Suleiman (alias Jeque al-Tortura, según manifestantes y activistas por los derechos humanos) puede satisfacer la voluntad popular egipcia también creerá que Adolf Hitler o José Stalin podrían habérselas arreglado con una cirugía estética.
Las jóvenes masas urbanas de Egipto que luchan por la paz, libertad, democracia, Internet, empleo y un futuro decente, así como sus homólogas en todo el mundo árabe, dos tercios de toda la población, lo ven claro.
Un «cambio verdadero en el que podamos creer» (versión egipcia) significa no sólo librarse de 30 años de dictadura, sino también de su torturador en jefe, quien casualmente ha sido hasta ahora un interlocutor clave de Washington, Tel Aviv y las capitales europeas y un exponente esencial de un régimen íntegramente podrido, dependiente de la explotación implacable de sus propios ciudadanos y beneficiario de la ayuda de EE.UU. para promover programas por los que nadie votaría en el mundo árabe.
La «transición ordenada» también podría considerarse un horrendo eufemismo para abstenerse de intervenir, algo muy diferente de un llamado explícito a favor de la democracia. La Casa Blanca se ha deshecho en una sucesión de galimatías descoloridos con la que trata de rescatar el concepto. Pero el hecho es que tal como el Faraón Mubarak es un esclavo de la política exterior estadounidense, el presidente de EE.UU. Barack Obama está limitado por imperativos geopolíticos y enormes intereses corporativos que ni puede soñar con contrariar.
Un curso acelerado sobre ‘estabilidad’
Para ir al grano: todo tiene que ver con el petróleo e Israel. Es la esencia de la política exterior de Washington durante las últimas seis décadas en lo que se refiere a Medio Oriente, los árabes y el mundo musulmán en general. Esto ha implicado que se mime a un surtido de dictadores y diversas autocracias y se hayan salpicado sus países de bases militares. Un ejemplo crucial es la historia de cómo la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA) derribó la democracia en Irán en 1953 [1]. Desde el punto de vista geoestratégico, la palabra clave para este estado de cosas es «estabilidad».
Egipto representa un papel estratégico muy especial. Es como el propio Obama describió el valor estratégico de Hosni Mubarak y su régimen cuando fue a El Cairo en junio de 2009 para presentar su mensaje de libertad al mundo árabe: «Ha sido un aliado incondicional en muchos sentidos para EE.UU. Ha mantenido la paz con Israel, algo muy difícil de hacer en esa región.»
Por lo tanto, como uno de los pilares de la «paz fría» con Israel, Egipto es un paradigma. Es un fenómeno bipartidista, en términos estadounidenses: republicanos y demócratas lo ven de la misma manera. Existe el Canal de Suez, por el cual fluyen 1,8 millones de barriles de crudo diarios. Pero ser «socio de Israel» en los acuerdos de Camp David de 1979 es lo que explica los miles de millones de dólares entregados profusamente a los militares egipcios y las tres décadas de apoyo incondicional a la corrupta dictadura militar de Mubarak (y sin lugar a dudas, la implicación de EE.UU. en esa vasta tienda de horrores está toda documentada en las cajas fuertes del régimen). Por una pista paralela, la «estabilidad» también se traduce en una detestable calidad de vida para casi la totalidad de los egipcios; los derechos democráticos de las poblaciones locales son siempre secundarios ante las consideraciones geoestratégicas.
Se ha hipnotizado a la opinión pública occidental con el statu quo geoestratégico dominante en Medio Oriente, es decir el eje Washington/Tel Aviv, para que acepte el mito de que democracia árabe equivale a fundamentalismo islámico, haciendo caso omiso de cómo todos los intentos de rebelión popular en el mundeo árabe han sido aplastados durante las últimas décadas. El gobierno israelí va más allá de esa ecuación: para Tel Aviv el fundamentalismo islámico equivale a terrorismo, por lo tanto, democracia árabe = terrorismo. En este marco, el mubarakismo es más que nunca un aliado esencial.
Yo o el caos
Sin embargo, el hecho de que el anterior presidente Anwar Sadat haya llegado a un acuerdo con Israel en 1979 a cambio de preciosos regalos de EE.UU. -un sistema perpetuado bajo Mubarak- no significa que Egipto e Israel se amen apasionadamente.
Por ejemplo, la televisión estatal egipcia difunde insistentemente la mentira flagrante sobre espías israelíes en las calles de El Cairo, disfrazados de periodistas occidentales; eso llevó a aterradores ataques concertados no sólo contra periodistas extranjeros sino contra egipcios que trabajan con ellos. Y, aunque no lo creáis, el mubarakismo ha tenido el descaro de incluir al Mossad israelí, junto con EE.UU., más Irán, Hizbulá y Hamás como co-participantes en una inmensa conspiración para derrocarlo.
Esto sucede mientras en realidad fue el Jihad Amn-Ad-Dawlah («Aparato de Seguridad del Estado») – la más siniestra de las agencias de seguridad del Estado, una unidad de contraterrorismo con vínculos extremadamente estrechos con la CIA, el FBI y el Mossad- el que lanzó a sus escuadrones de matones financiados por los compinches multimillonarios de Gamal, el hijo de Mubarak (quien después de todo no ha huido a Londres), a atacar a manifestantes y medios extranjeros por igual.
Para complementar la perversidad, Mubarak pasa a decir que «está harto» y que quiere irse pero no puede, porque de otra manera habrá caos – el caos provocado por los matones del propio gobierno; mientras tanto su número dos, Suleiman, culpa a la Hermandad Musulmana por los «disturbios».
Tanto como la revolución amenaza la supervivencia política de toda una clase gobernante en Egipto -incluida la actual junta militar de Suleiman, del primer ministro Ahmed Shafiq, del ministro de defensa mariscal de campo Mohamed Tantawi y del teniente general Sami Annan, jefe del estado mayor del ejército- los nuevos jóvenes protagonistas, porque representan una expresión de comunidades locales, no son manipulados por potencias extranjeras. Son protagonistas nuevos, más autónomos, pero imprevisibles, más dignos. Otro factor para hacer tambalear al mito de la «estabilidad» de EE.UU.
Lo que es más extraordinario es que estos nuevos protagonistas que emergen en el Magreb, el Mashreq y en Medio Oriente colisionan directamente con la obsesión israelí de mantener el status quo extremadamente desequilibrado (que incluye el genocidio a cámara lenta de Palestina), provocan un importante choque estratégico entre los intereses de EE.UU. e Israel.
El gobierno de Obama ha comprendido que el aspecto absolutamente crucial que debe ser resuelto es la tragedia palestina. Ahora ese gobierno es absolutamente impotente para encarar a un Israel bajo la aguda paranoia de estar rodeado de fuerzas «hostiles»: Hizbulá en el Líbano, Hamás en Gaza, y una Turquía ligeramente islamista cada vez más firme, un Irán «nuclear», un Egipto dominado por la Hermandad Musulmana…
La verdad os hará libres – tal vez
«Pero tengo una firme convicción de que todas las personas anhelan determinadas cosas: la capacidad de pensar y tener voz en cómo se rige su destino; la confianza en el imperio de la ley y la igualdad de administración de justicia; que el gobierno que sea transparente; y que no se robe a la gente la libertad de elegir cómo vivir. Estos no son sólo las ideas de América, son los derechos humanos. Y es por eso que vamos a apoyarlos en todo el mundo.»
Esto fue Obama en El Cairo en 2009. ¿Apoya realmente EE.UU. estos derechos ahora cuando los egipcios están dispuestos a morir por ellos?
Tanto como Obama fue a El Cairo a «vender» el caso por la democracia (y se puede decir que tuvo éxito), se podría apostar a que el establishment de Washington hará todo lo que pueda por tratar de «controlar los daños» en elecciones realmente democráticas en Egipto. Los mercados financieros y los políticos maquiavélicos (y no siquiera consideramos a los derechistas rabiosos) prácticamente imploran por que la Hermandad se convierta en una realidad alternativa para poder legitimar por fin el concepto de una dictadura militar egipcia eterna.
No ven que los verdaderos protagonistas en Egipto, las masas urbanas, de clase media – la gente que protesta pacíficamente en la Plaza Tahrir – saben perfectamente que el Islam fundamentalista no es la solución.
Las dos principales organizaciones de masas en Egipto son la Hermandad y la iglesia cristiana copta – perseguidas ambas por el régimen de Mubarak. Pero son los nuevos movimientos los que serán cruciales en el futuro, como ser los jóvenes activistas de 6 de Abril, asociaciones de trabajadores de oficinas y fábricas, así como el Nuevo Partido Wafd, un renacimiento del partido que dominó Egipto de los años veinte a los cincuenta, cuando el país tenía verdaderas elecciones parlamentarias y verdaderos primeros ministros.
Es difícil que la Hermandad obtenga más de un 30% de los votos en una elección libre y limpia (y cree firmemente en la democracia parlamentaria). No es hegemónica, y definitivamente no es la cara del nuevo Egipto. De hecho hay una fuerte posibilidad de que se desarrolle hasta ser algo similar al AKP (Partido de Justicia y Desarrollo) en Turquía. Además, según un reciente sondeo Pew, un 59% de los egipcios quiere una democracia parlamentaria, y un 60% se opone al extremismo religioso.
Egipto gana dinero esencialmente con el turismo, los aranceles en el Canal de Suez, las exportaciones de manufacturas y productos agrícolas, y con la ayuda (sobre todo militar) como ser los 1.500 millones de dólares anuales de EE.UU. La importación de granos es indispensable (motivo por el cual aumentan los precios de los alimentos, uno de los motivos esenciales para las protestas). Todo esto significa una dependencia del mundo exterior. El souk (bazar), con una gran comunidad cristiana copta, depende totalmente de turistas extranjeros.
Es justo imaginar que un gobierno democrático verdaderamente representativo abriría inevitablemente la frontera con Gaza y liberaría de facto a cientos de miles de palestinos. Y que esos palestinos, apoyados plenamente por sus vecinos en Egipto, el Líbano y Siria en la lucha por sus derechos legítimos, pondrían cabeza abajo la «estabilidad» de la región.
De modo que todo lleva a lo viejo. Para Washington bipartidista, hay «buenas» democracias (las que sirven los intereses estratégicos de EE.UU.) y democracias «malas» que votan «erróneamente» (como en Gaza, o en un futuro Egipto, contra los intereses estadounidenses).
Es el secreto sucio de la «transición ordenada» en Egipto – que implica que Washington sólo condena suavemente la sangrienta ola de represión del mubarakismo contra los manifestantes y los medios internacionales. Es considerada aceptable – mientras la dictadura militar se mantenga en el poder y se mantenga el frígido status quo. Además, el sacrosanto Israel salió con elogios para Mubarak; todo esto también significa que Tel Aviv hará todo por «vetar» a Mohamed ElBaradei como líder de la oposición.
¿Está hablando conmigo?
Después de todo Washington compró a Egipto y su ejército. Suleiman trabaja para Washington, no para El Cairo. Es otro significado de «estabilidad».
En realidad, a Washington nunca le preocupó la ley marcial en Egipto, la represión de las demandas sindicales, los abusos de los derechos humanos, para no mencionar el alto desempleo entre los jóvenes y graduados de las universidades que apenas sobreviven bajo un sistema de mega-corrupción. Durante años, la «estabilidad» mató literalmente a un Nilo de activistas sindicales, jóvenes idealistas, trabajadores por los derechos humanos y demócratas progresistas.
En un mundo sano -y si Obama tuviera la voluntad- la Casa Blanca respaldaría incondicionalmente el poder popular. Se podría imaginar, en términos de mejorar la imagen de EE.UU., que sería un éxito impresionante.
Para comenzar, borraría instantáneamente la percepción en la calle árabe de que la reacción al estilo de Frankenstein de Mubarak -ignorando totalmente a Obama- muestra cómo el dictador cree que puede salirse con la suya. Un ejemplo más de la irrelevancia de EE.UU. en Medio Oriente – la cola que menea al perro.
El desvergonzadamente presumido Mubarak debe haber pensado: ¿Si el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu puede humillar públicamente a Obama, por qué no lo voy a hacer yo?
La calle árabe es muy consciente de cómo el sistema de Mubarak fue sobornado para enviar gas natural a Israel a precios ridículos; cómo impone el bloqueo contra los civiles en Gaza; y cómo, sobornado por EE.UU., actúa como el gorila de Israel. Netanyahu roba tierra palestina o mata de hambre a Gaza, y Mubarak usa miles de millones de dólares de ayuda militar estadounidense para aplastar el poder popular – la calle árabe sabe que estos hechos son apoyados por Washington. Y luego derechistas despistados en EE.UU. se quejan y preguntan «¿por qué nos odian?»
Si Obama dijera a Mubarak que «ahora» quiere decir «ahora» -incluyendo no sólo a él sino a toda la pandilla en uniforme- enajenaría al híper-poderoso lobby sioconsevador. No sería nada de malo, considerando que después de todo el petróleo está en tierras árabes, que son al mismo tiempo el punto crucial de la política en Medio Oriente. Pero no sucederá. ¿Transición ordenada? Ten cuidado con lo que deseas.
Nota
1. Haga clic aquí. [En inglés]
* Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge». Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected] .
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MB05Ak01.html