PSOE y Unidas han registrado varias enmiendas a la ley de memoria. Una de ellas aboga por ajustar la interpretación de la ley de amnistía conforme al derecho internacional convencional y el derecho internacional humanitario. De este modo, según el texto de la enmienda, «los crímenes de guerra, de lesa humanidad, genocidio y tortura tienen la consideración de imprescriptibles y no amnistiables”. Hasta el momento, los tribunales siempre han alegado la ley de amnistía para no juzgar los crímenes del franquismo. Por eso hoy continúan impunes, muchos de ellos cometidos en la Transición
En un principio, la futura ley de memoria democrática solo abarcaba hasta el año de la aprobación de la Constitución, 1978. Con las enmiendas acordadas por los partidos que conforman el Gobierno, ahora el plazo se amplía hasta 1982, que es, por ejemplo, hasta donde llega la ley andaluza. Esto, en la práctica, no ha supuesto aún el reconocimiento a familias de víctimas como las del caso Almería, según denuncian ellas mismas. O el caso de Manuel José García Caparrós.
La matanza de Vitoria, el 3 de marzo de 1976, es otra de las historias que quedaron impunes. Actualmente está siendo investigada en la causa que instruye la jueza María Servini en Argentina por los crímenes del franquismo. La causa está abierta porque en España ha sido imposible, hasta el momento, juzgarlos. Recuperamos un extracto del libro Yo también soy víctima. Estampas de la impunidad en la Transición (Atrapasueños, 2018) tras el procesamiento por parte de la justicia argentina del exministro Rodolfo Martín Villa, que anunció un recurso.
Según publicó eldiario.es el pasado año,cuatro expresidentes del Gobierno de España –Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy– defendieron en una carta el papel del exdirigente durante la Transición. Así viven más de 40 años después las familias y afectados por la matanza.
Por cierto, aquí ha habido una masacre
Frente a la estación de autobuses de Vitoria, junto a los raíles del tranvía, hay un bus urbano que lleva hasta las puertas del barrio de Zaramaga. Dentro, dentro de ese autobús, una mujer da el pecho a su bebé, de pie, apoyada con su espalda sobre el cristal de la ventanilla. El autobús para frente al centro comercial Boulevard. Calle Reyes de Navarra adentro. Una lavandería, una carnicería, una tienda de ropa, un mercado, una persiana cerrada marcada con el dibujo de un violinista, un bar de esquina, La Paloma. Dentro, dentro de ese bar, varios parroquianos pasan la tarde jugando. Aún cuelga el cartel de la temporada 2017 de la peña quinielística. “Normas, tres euros a la semana. Si no se está al día, expulsión. No se reparten dividendos hasta final de la temporada”. Fuera, sobre el bar, un mural gigante cubre toda la fachada, nueve pisos de alto. Se puede leer, de manera desordenada: “Por el pan y libertad”. “Manifiesto de la clase obrera». “Generalización de la lucha a otros frentes. Barrios, estudiantes, capas populares”.
Unos metros más adelante, una plaza y una iglesia, la iglesia de San Francisco de Asís, epicentro de la masacre del 3 de marzo de 1976. Dentro, dentro de esa iglesia, la Policía lanzó gases lacrimógenos, hubo golpes y caos, mientras se celebraba una asamblea de trabajadores y trabajadoras tras una jornada de huelga exitosa. Fuera, la guerra. Disparos, más golpes, más caos. Cinco muertos: Romualdo Barroso Chaparro (19 años), Francisco Aznar Clemente (17 años), Pedro María Martínez Ocio (27 años), José Castillo García (32 años) y Bienvenido Pereda Moral (32 años). Dos muertos más días después en protestas solidarias: Juan Gabriel Rodrigo Knafo (19 años) en Tarragona y Vicente Antón Ferrero (18 años) en Basauri. Más de un centenar de personas resultaron heridas, la mitad de ellas de bala.
¿Cómo viven víctimas y familiares 42 años después? ¿Hubo un juicio? ¿Hubo responsables? ¿Hubo justicia? Santiago Durán sufre insuficiencia respiratoria. Norberto Múgica fue herido de bala. Agustín Plaza tuvo una lesión ocular. Félix Placer, el párroco, lo vio todo desde dentro. José Luis y Andoni Martínez salieron corriendo al hospital. Son hermanos de Pedro Mari, el primero que cayó a balazos de la policía. Antoni Txasko perdió un ojo un día después tras una brutal paliza. Todos tienen hoy más de 60 años. Todos ellos conversan, sentados en una línea semicircular de sillas, en la sede de la Asociación 3 de Marzo, ubicada en un local justo enfrente de la iglesia. Dentro, dentro de la asociación, cuelga una foto de los compañeros fallecidos, siempre presentes en su lucha contra la impunidad. “No olvidamos”, dice un cartel. El caso, que concluyó con su sobreseimiento en España, está en manos de la única jueza que está investigando el franquismo, María Servini de Cubría, en un lugar a 10.296 kilómetros de Vitoria llamado Argentina.
Félix Placer (párroco): Yo fui testigo directo de los hechos. Y, además, tuve un seguimiento continuo del proceso. Se iban sucediendo asambleas en fábricas, pero las reuniones asamblearias estaban prohibidas por ley. Tras el cierre de las empresas, se recurrió a las iglesias, entre ellas esta, la iglesia de San Francisco, en el barrio de Zaramaga, un barrio eminentemente obrero en aquella época, muy representativo de la clase obrera. Esta iglesia reunía las condiciones especiales asamblearias, y fue el lugar elegido con muy buen criterio y con la autorización eclesiástica. No hubo violencia de ningún tipo y soy testigo directo de aquello. Se entró en la iglesia con el permiso concedido del párroco Esteban Alonso, fallecido ya. Y yo recuerdo aquello como algo ejemplar, unas asambleas participativas, democráticas, donde confluían personas de todas las fábricas… Y esa fue una de las causas profundas de que se atacara, la ruptura democrática. Las huelgas se hacían con normalidad, cada cierto tiempo. La coordinación la llevaban las comisiones representativas y luego ponían en común todo con un líder. Y se preparó para el 3 de marzo una huelga general en una ciudad muy conservadora, de curas y militares, y entonces sin conciencia obrera. Una ciudad que pasó en muy poco tiempo de 70.000 habitantes a 140.000. Ahora tiene 250.000.
Agustín Plaza (herido): Fue un paro total y absoluto, un éxito total.
Félix Placer: Por eso fue como un shock traumático. Pero fue llevado con una elegancia y democracia participativa asombrosas. Ese día, desde la mañana, se preveía que algo iba a pasar. En la Avenida del Generalísimo Franco [hoy Avenida de Gasteiz] ya hubo disparos, ¿recordáis, no?
Andoni Martínez (hermano de Pedro, uno de los fallecidos): A un chavalillo le dieron por la mañana donde la gasolinera.
Félix Placer: La gente se refugió en las iglesias, en la de San Mateo y en la de los Ángeles.
Andoni Txasko (herido): Yo me refugié en la de los Desamparados.
Félix Placer: Incluso la Policía quiso entrar a la de los Ángeles, pero se lo impidió el párroco y no pasó la cosa de ahí.
Andoni Txasko: En la nuestra entró y nos sacó el párroco por una puerta trasera, que si no, no sé lo que hubiera pasado, pero entraron por la mañana ya.
Félix Placer: Sí, ya había mucha tensión, estaba el ambiente enardecido. Sabían que algo podía pasar y estaba convocada la asamblea aquí, en la iglesia de San Francisco, a las cinco de la tarde. Yo llegué a las cinco menos cuarto o así, entré y en ese momento la policía cerró la entrada.
Andoni Txasko: La policía dejó premeditadamente que la gente entrara, tenía conocimiento de que se iba a celebrar la asamblea y estaba apostada en los alrededores, dejó que la gente entrara y una vez que la gente estaba dentro es cuando la rodeó.
Andoni Martínez: Estaba prácticamente abarrotada, unas 4.000 personas.
Santiago Durán (herido): A las cuatro y cuarto estaba casi llena.
Hoy la iglesia está cerrada. Andoni Txasko, acompañado del joven Julen Díaz de Argote, quien suele hacer de guía por los lugares de la tragedia a estudiantes y colectivos que piden conocer la historia, abre primero un candado y luego la puerta, de hierro, pintada de verde. La llave se resiste. Pero abre finalmente. “Todo está igual», asegura Txasko. La sala principal, el lugar elegido para celebrar la asamblea, está cerrada al paso con una valla. Detrás, varias filas de bancos de madera miran a un portal de belén. El espacio recuerda más a un polideportivo que a un lugar sagrado. Cuelgan estrellas del techo, sostenido con vigas de hierro. “Esto es una exposición de belenes permanente. A nosotros nos gustaría convertirlo en museo de memoria y derechos humanos de todas las víctimas”, añade Txasko. Resulta inevitable pensar en cómo se habrían sentido las miles de personas que estaban dentro de ese mismo lugar hace 42 años, en lo que pudo parecerse a una ratonera. La luz entra por ventanas rectangulares y algunas otras con forma de ojo de buey. Huele a iglesia, a cerrado, a viejuno. Hay telarañas. Un memorándum aprobado por el Parlamento vasco en 2008 muestra la violencia de los hechos, aunque no incide en la premeditación en la que insisten las víctimas:
“Minutos después de las cinco y diez comenzó el asalto al templo por parte de la policía, llevado a cabo mediante lanzamiento de gases dentro del recinto. Ello provocó el pánico y la salida desordenada de los miles de reunidos en el mismo, huyendo de los efectos de las bombas lacrimógenas y de los golpes de los cordones policiales que les esperaban en las puertas y salidas improvisadas. Los otros miles de concentrados en los alrededores del templo arrojaron todo tipo de efectos a su alcance contra la policía, tratando de atraer la atención hacia sí y, de ese modo, propiciar una salida en condiciones de los que estaban dentro de la iglesia. En todo caso, y por los testimonios de testigos, declaraciones oficiales y efectos intervenidos, no se sostiene la versión de que los obreros fueran armados de ningún tipo de recurso previo, y solo se puede acreditar que utilizaron improvisadamente lo existente en las inmediaciones (vg. piedras, cascotes, ladrillos) para actuar con la intención que se ha descrito. A su vez, los mandos policiales declararon después haberse visto ‘cogidos entre ambas masas opuestas de manifestantes en actitud amenazadora y agresiva’, y haber agotado los medios antidisturbios disponibles. Lo constatable es que la Policía Armada recurrió finalmente a sus armas reglamentarias contra los obreros –una posibilidad ya advertida por los policías que se encontraban en el desalojo– y que el resultado de ello fue la muerte de cinco trabajadores, de los que estaban tanto dentro – saliendo– como fuera de la iglesia”.
Félix Placer: Fue un cuadro dantesco, se intentó que la policía no interviniera. Se habló con el obispo, que estaba informado por parte de la delegación del gobierno de que había orden de desalojo de la iglesia. Para eso tenía que entrar la policía y, según el Concordato entre el Estado y la Iglesia, la policía no podía entrar porque era un recinto sagrado, salvo en caso de urgencia. Pero dime qué caso de urgencia había ya, una asamblea de mujeres, de hombres, de gente hablando, críos, no había urgencia.
Andoni Txasko: Niños que habían ido con sus padres también.
Santiago Durán (herido): Yo tenía 17 años y recuerdo a los chavalicos junto a la sacristía. Los metían allí y se entretenían.
Félix Placer: Es que había mucha normalidad. Todo el mundo se comportaba como hasta entonces se había hecho. Lo que cambió fue la orden gubernamental proveniente de Madrid, de Fraga [entonces ministro de la Gobernación] y compañía, de disolverla. A costa de lo que fuera. Y entonces el obispo ordenó mandar “un prudente silencio”. Un prudente silencio. Esa fue la reacción episcopal de Francisco Peralta, a quien no se le ha retirado la medalla de la ciudad, ¿no? Porque todavía hay miedo.
Andoni Txasko: Los empresarios también habían dicho que se había creado un pequeño soviet, una insurrección y que había que actuar de manera contundente. Todo da a entender que la represión estaba preparada. Y luego vino lo que vino con la jerarquía de la Iglesia. Ya solo le faltaba al obispo poner la alfombra roja.
Félix Placer: El obispo se enteró perfectamente y pudo impedirlo, pero no lo hizo. Se calló y dejó actuar. Un prudente silencio. ¿Y qué ocurrió? Lo que era de temer. A las cinco y cinco entraron unos diez policías armados con botes de gas y comenzaron sin más a disparar y ni hubo desalojo ni nada. Imagina el pánico que se creó.
Agustín Plaza: A mí me empezaron a llorar los ojos, a picar la garganta, te daban arcadas y al final te tenías que salir a la fuerza porque no aguantabas. Hubo gente que aguantó y se metió en la sacristía. Yo tenía síntomas de ahogo y tuve que salir por la ventana.
Félix Placer: Había una especie de pasillo policial de 50 metros, la gente iba saliendo y la policía aporreando.
Santiago Durán: Cuando tiraron los botes, primero entré en la sacristía, que no sé ni cómo entré. Logré salir al cuarto de hora. Me asomé a la ventana y vi la redada que había fuera, y pensé que prefería morir dentro que salir. Fui de los últimos en salir, medio drogado. Y me ha dejado una lesión pulmonar de por vida.
Andoni Martínez: La situación que se creó era para haber muerto ahí unos cuantos.
Félix Placer: Los muertos se produjeron fuera porque la policía armada empezó a disparar. Yo lo vi, lo vi directamente desde la ventana, vi perfectamente a un policía con una pistola disparando directamente, enfocado a donde cayeron.
Andoni Txasko: Ellos reconocen en una parte de las grabaciones que habían tirado mil tiros y en otra dos mil.
Agustín Plaza: Ni sabían.
Félix Placer: En la grabación aseguraban que estaban dando la mayor paliza del siglo, dicho por ellos mismos.
Todo lo que decían entre ellos pudo ser escuchado a través de las ondas radiofónicas. Y fue grabado. En la ruta del memorial, aún dentro de la iglesia, se puede ver un vídeo con testimonios de aquel momento. Se pueden escuchar extractos de esas grabaciones. Y el pasado, tan pasado, es presente. La angustia crece por momentos:
–Si nos marchamos de aquí se van a escapar de la iglesia, ¿eh? Cambio.
–A ver ese fuego qué ha sido. ¿Hay heridos? Cambio. De momento de los nuestros no hay ninguno. Cambio. Bueno, está bien, está bien.
–[La iglesia] Está repleta de tíos, repleta de tíos, entonces fuera tenemos rodeado el personal. Vamos a tener que operar las armas. Sacarlos como sea. Cambio.
–Procedan a desalojar la iglesia, a palo limpio. Cambio.
–Esto está muy mal, vamos a recurrir a las armas de fuego. Cambio.
–Desalojen la iglesia como sea. Cambio.
–Esto es la guerra en pleno. Se nos está terminando la munición, las granadas, y se nos están liando a piedras, que es imposible defenderse con ellos.
–Toda la gente con un pañuelo blanco quiere decir que allí hay heridos a manta, ¿entiendes?
–Hemos contribuido a una de las palizas más grandes de la historia. Cambio.
–Por cierto, aquí ha habido una masacre. Cambio.
Andoni Txasko: Pues en el juicio quedaron sobreseídos los sumarios diciendo que no se sabía quién había disparado. Esa es la paradoja y la gran burla de la justicia.
Félix Placer: Imagina toda esta zona completamente rodeada, la policía disparando, la gente corriendo, ciento y pico heridos de cierta consideración.
Agustín Plaza: Dieron hostias a punta pala.
En los muros de la iglesia aún se observa algún impacto. Hay también una mancha roja. “¿Eso es sangre?, pregunta mucha gente que viene a visitar la ruta del memorial”, comenta Díaz de Argote. Esto, afortunadamente, es un resto de pintura. “Antes había un pequeño foso –prosigue Txasko–. Dicen que quería imitar el Arca de Noé. Pero luego lo rellenaron de tierra. Y quitaron unos pinos que había alrededor”. Al otro lado de la plaza, hoy llamada 3 de marzo, hay un colegio. Una mujer sale comiendo una manzana. En el patio juegan algunos niños y niñas. Se escucha una música relajada de fondo. Aquí huele a vida.
Andoni Martínez: Nosotros trabajábamos los tres hermanos en Forjas Alavesas. Y ninguno pudimos entrar en la iglesia. Ya estaba acordonada la zona.
José Luis Martínez (presidente de la asociación, hermano de Andoni y de Pedro, uno de los muertos): En concreto, yo no grabé la cinta de la policía, pero la podía haber grabado porque mi mujer estaba a punto de dar a luz y lo estaba oyendo todo en casa en directo. Oí todas esas burradas. Y a las seis menos cuarto o así me llamaron por teléfono. “¿Qué tal estás?”. Bien. Era un cura que había sido profesor nuestro, jesuita. Y me dice: es que hemos oído que uno de tus hermanos… Y colgué. Ya sabía que había pasado algo. Me fui al hospital. Hubo que cortar cantidad de barricadas, vamos, como si hubiera sido la guerra. En la entrada del hospital se agolpaba la gente preguntando por familiares. Y la policía tirando botes de humo, pelotas… Hasta que por fin pude entrar. Cuando entré, estaba mi hermano Andoni y la novia de mi hermano. Y me dijo: “A Pedro lo han matado». Queríamos enterarnos, saber más, pero no nos dejaban pasar ni ver nada, que si estaba en el depósito, que si tal. Y, por fin, un conocido del barrio que era celador nos coló a los dos y nos lo enseñó.
Andoni Martínez: Abrió el frigorífico.
José Luis Martínez: Estaba desnudo de cintura para arriba.
Andoni Martínez: Tenía en el pecho unas vendas de esas elásticas.
José Luis Martínez: Yo creo que no tenía nada. Tenía un orificio.
Andoni Martínez: Se veía la entrada.
José Luis Martínez: De entrada, que no tuvo salida. Le atravesó los pulmones, la columna… todas las zonas vitales, sin salida. Tenía novia y él no había podido entrar a la iglesia y se fue a un piso justo enfrente, al lado del mural. Ahí vivía la novia, en el quinto piso. Y se fue con ella a ver todo el ambiente cuando la policía empezó a pegar y a desalojar. Y me figuro lo que hizo viendo que los de dentro estaban asfixiándose…
Hay un monolito justo en el lugar donde fue abatido Pedro. “Ahí se escribió con su sangre la palabra justicia. Y este monolito se puso en el décimo aniversario”, cuenta Txasko, acompañado en todo momento de Sweet Pea, la que había sido perra guía de su compañera, Amaia, recientemente fallecida. “Siempre que intentábamos poner algo, la policía lo quitaba. Hasta que ese año se puso con cemento rápido, por lo que fraguó pronto; y para cuando vinieron a derribarlo no pudieron porque ya estaba endurecido”, ríe en una de las escasas sonrisas que escapan de la conversación. Es un puño alzado de metal, símbolo de la lucha obrera, con cinco varas, una por cada fallecido aquel 3 de marzo. «Lo hicieron sus compañeros de Forjas Alavesas, que estaba en el Boulevard, lo que hoy es el centro comercial”, explica Díaz de Argote. A la espalda del monolito, sobre los cristales de una tienda de informática cerrada, resaltan cinco pósters en blanco y negro. Son los rostros de los cinco muertos. En violeta, unas letras pintadas sobre la pared dicen: “Las mujeres trabajadoras luchan”. Han pasado pocos días del histórico 8-M.
José Luis Martínez: Nos dijo una vecina que un policía le disparó y cayó allí mismo. Fue el primero. Ya lo llevaron muerto al hospital…
[Silencio]
…Y que no se me olvide decir y recalcar que el hecho fue premeditado. Porque sabiendo como sabían el horario de la asamblea, tendrían que haber rodeado la iglesia e impedir la entrada. Pero dejaron que entrara todo el mundo para dar un escarmiento. No es que la policía tuviera que defenderse, es que lo tenía previsto.
Félix Placer: Lo estaban buscando.
Andoni Txasko: En las grabaciones dicen ‘No te muevas porque si no, se nos escapan’. Al día siguiente íbamos cuatro amigos viendo cómo se había quedado la zona, porque cuando la gente se enteró de que habían matado a cinco obreros, se desató todo. Se destroza mobiliario urbano, troncos en la calzada, coches cruzados… Y ese día 4, sin haber ningún tipo de incidente, la policía nos rodeó y se ensañó con nosotros. De los cuatro, dos fuimos al hospital. Yo tenía miedo de que me alcanzara algún porrazo, algún pelotazo en los ojos, porque ya tenía en uno una lesión desde la niñez y me había librado de la mili por ello. De hecho, sin esa lesión tendría que haber estado en ese momento en la mili. Me tapé, me tiré contra la pared para cubrirme, les pedí que pararan, que me llevaran detenido a pesar de saber que yo no había hecho nada. Y fue decirles eso y me sujetaron por los brazos para que no pudiera taparme. Uno de los golpes me dio de lleno en el ojo bueno. Pero no se quedaron contentos todavía. ‘No veo nada, no veo nada’, les decía. Pero no tenía dolor. Me dejaron anestesiado del golpe. Veía una nube blanca y me dijeron ‘cabrón, hijo de puta, comunista’. Me pusieron un alambre entre las manos y me mandaron tirar de lo que supuse era un poste de luz o teléfono colocado en una barricada. Y ahí me dejaron. Se fueron. No sabía si estaba sangrando porque no veía nada. Subí a un piso, me pusieron agua fría. No sé si entonces había hielo. Y en un coche, como pudieron, los compañeros del piso me llevaron al hospital. Estaba todo lleno de obstáculos, barricadas, piedras.
En el hospital me dijeron que la cosa era grave. Estuve un mes y luego fue un peregrinaje de hospitales, en Madrid, en Barcelona, acabé en la clínica universitaria de Pamplona. En un mes me hicieron dos operaciones. Al final fueron siete u ocho pero iban a peor y a peor, por lo que perdí el ojo y me pusieron una bola interna para conservar el movimiento y una prótesis ocular externa por estética. Lo que pasa es que tuve una infección y una expulsión de la bolsa interna, y ahora solo tengo la prótesis externa. Hace solo unos días me operé el párpado porque va perdiendo elasticidad. Yo tuve la fortuna de haberlo contado pero cinco compañeros perdieron la vida. La intencionalidad es manifiesta. El 3 fue el día de mayor represión, que continuó el 4 y el 5… Y también con anterioridad. Incluso en las grabaciones de la policía el día del funeral les piden mantener la calma ante las ganas que tienen de seguir reprimiendo. Y el colmo de los colmos fue cuando vino Fraga rodeado de todo el séquito, acompañado de Rodolfo Martín Villa [ministro de Relaciones Sindicales durante los hechos y del Interior desde julio], a decir que venía a Vitoria a hacer justicia, a detener a los cuatro revoltosos que quedaban organizando esto, que la culpa había sido de los que echaban a la gente a la calle y que esto serviría de escarmiento. Lo que querían era acabar con todo el movimiento huelguístico que se estaba dando en España, no solo pidiendo derechos laborales y dignidad en los puestos de trabajo sino los derechos y libertades de las que carecíamos. Iban contra los que habían establecido aquella transición de la dictadura a la democracia por arte de magia, y como en Vitoria se fue contra ese esquema, pues era molesto y actuaron como actuaron y lo reconocen claramente.
Agustín Plaza: Es que la gente se vio con un poder de decisión que no había tenido hasta entonces, podía valorar, opinar, participar y tomar decisiones. Y a diferencia de Vizcaya, en Álava era un movimiento obrero joven. Y eso permitió que la gente participara en las asambleas abiertas, con un sistema horizontal, nadie negociaba al margen de los trabajadores y a eso tenía miedo el aparato del Estado, la patronal. Temían que este movimiento se extendiese. Hubo partidos que quisieron controlar el movimiento y frenarlo, y la gente no lo permitió. Fue una victoria aplastante. Aquí había gente que venía de la migración, de Castilla, Galicia, Extremadura… Y que no podían pagar ni el alquiler. Se vivía muy ajustado, en la miseria. Salarios de pobreza total. Yo ganaba 7.000 pesetas al mes en Fortis España. Trabajaba de ajustador.
Santiago Durán: Raro era el bloque de pisos que no tenía una o dos familias en huelga. Yo me acuerdo en mi casa que éramos 14 vecinos. Mi madre hacía comida para todos. No es como ahora, que ahora no conoces al vecino.
Agustín Plaza: Había mucha solidaridad y el papel de la mujer fue determinante. Había una caja de resistencia con la que se recaudaba dinero para ayudar a los trabajadores en huelga que lo estaban pasando mal. Y eso suponía una inyección para las familias que tenían muchas dificultades para pasar el mes.
Norberto Múgica (herido): Había que poner dinero cada semana.
“En el invierno de 1976 el movimiento huelguístico en Vitoria requería el apoyo económico. Tras meses de huelga indefinida, las familias con trabajadores o trabajadoras en huelga habían agotado ya casi todos sus recursos. Solo la caja de resistencia mantenía los mínimos de subsistencia y la huelga en pie. La imaginación colectiva puede ser una poderosa herramienta al servicio de la solidaridad. Muchas mujeres de Vitoria estaban en huelga entonces, y muchas más tenían a sus compañeros en el paro. Alguien, tal vez una mujer mientras se manifestaba por las calles de la ciudad, propone ¿por qué no organizar un partido de fútbol femenino y cobrar una entrada para la caja de resistencia? Dicho y hecho”. Estas palabras pueden leerse en un cartel junto a un futbolín de madera ubicado dentro de la iglesia. Quienes juegan en este futbolín no son hombres. Son mujeres, diversas mujeres: unas con pelo corto, otras con pelo largo. Unas con camiseta azul y otras con camiseta roja. “Mujeres huelguistas y compañeras de huelguistas disputaron el partido –aclara el cartel–. Se dice que ganaron las primeras por un tanto de diferencia. No hay consenso al respecto. Lo que es seguro es que la caja de resistencia aumentó su fondo aquel día”. Sobre uno de los cuatro laterales del futbolín espera una pelota, también de madera. La bola lleva grabado el rostro de Fraga.
Dentro de la iglesia luce también una escultura que lleva por título Las campanas de la conciencia, un continuo repicar que clama justicia. De ella fue entregada una réplica a Lluís Llach por la canción que compuso aquel mismo 3 de marzo: Campanades a mort.
Andoni Txasko: No olvidemos que estamos a cien días de la muerte de Franco, las ganas de romper con el franquismo eran tremendas. Confluyeron estudiantes, trabajadores, amas de casa, agricultores, el comercio… La gente sabía lo que era la pobreza, la penuria, la persecución ideológica y todo eso explota el 3 de marzo.
Norberto Múgica: Conmigo trabajaba Barroso el padre, que era de Extremadura.
Andoni Txasko: A la madre le habían quitado el molino en Brozas, que era el medio para subsistir.
Santiago Durán: Yo vine con tres años, creo, también de Extremadura, de un pueblo al lado de Trujillo.
Norberto Múgica: Yo trabajaba en Esmaltaciones San Ignacio, se hacían sartenes. Ahora ya está cerrada esa empresa. Ahí trabajaba Barroso y le asesinaron al hijo con 19 años.
Andoni: José Castillo era de Salamanca. Y Pereda, de Burgos.
Santiago Durán: La gente estaba muy predispuesta para la movilización. Impensable hoy, que te piden para comer y dices ‘que te jodan’.
Agustín Plaza: Ayudó hasta la Organización Internacional del Trabajo.
Félix Placer: Vitoria fue como el escenario elegido estratégicamente para hacer ver la ruptura democrática en aquel momento. Para decir que no había nada que hacer. Y fue elegida a propósito por ser del País Vasco y por este componente de migración. En segundo lugar, el capitalismo y el neoliberalismo era lo que tenía que imponerse, nada de movimiento obrero. Por eso hubo una colaboración entre políticos y empresarios. Y, tercero, había que mantener la ideología de derecha. Era como decir eso, que aquí no había nada que hacer. Y lo malo es que lo consiguieron.
Agustín Plaza: La Transición ha sido nefasta. Todo el aparato del Estado se mantiene: la Iglesia, el Ejército, el aparato judicial, el poder económico… No hay un cambio. Sigue todo en las mismas manos. La única diferencia es que hay sindicatos, partidos y se puede votar. Pero ahora el poder lo tienen cuatro. No se ha hecho una limpieza de todo el aparato franquista y fascista. En la policía y en la guardia civil sigue habiendo elementos fachas que controlan. Hay mierda a tope del franquismo por todos lados.
Andoni Txasko: Después de los asesinatos, la recomendación del Gobierno fue: ‘Bueno, vamos a admitir a los despedidos de las empresas y a los detenidos más revoltosos nos los llevamos a Carabanchel’. Lo que pasa es que los empresarios dicen que no, que no se caen de un burro y es cuando les mandan a un juez, al que le dicen que tiene que dictar un laudo de obligado cumplimento para que las empresas readmitan a los despedidos. Y las empresas dijeron entonces que sí para no dejarles con el culo al aire, porque hubiera sido otra victoria de los obreros decirles: ‘Mira, tú me has despedido pero yo he conseguido que me readmitas’. No, no. De motu proprio no, dirían las empresas, sino porque me ha obligado el gobierno y el juez. Y las reivindicaciones salariales y sociales se consiguieron todas pero luego ha venido Paco con las rebajas. Y hoy estamos en peor situación que en el 76 porque le han dado la vuelta.
Agustín Plaza: Antes un trabajador era fijo a los 15 días. Ahora llevan 10 o 15 años trabajando y son temporales. Y la sanidad, la educación… Ahora mismo estamos mucho peor que en el 76, sí, y hay más razones para una huelga general que nunca. El tema de Cataluña, el tema de las pensiones… Bilbao está siendo un ejemplo de lucha ejemplar.
En la ruta del memorial, Julen Díaz explica cómo eran aquellas calles: “El arqueólogo Josu Santamarina hizo su trabajo de fin de grado sobre el barrio y vio que era un barrio que se había hecho desde arriba, desde los poderes civiles franquistas de la época, y que se había intentado crear en Zaramaga un poblado dentro de Vitoria. La burguesía se había ido a vivir a la zona del Ensanche y no quería que las ideas que estaban trayendo los obreros se trasladaran a la vieja ciudad de Vitoria. Las casas se orientaban todas hacia el centro del barrio y habían intentado crear las máximas infraestructuras de la época –iglesias, un centro de salud…– para que fueran a Vitoria lo menos posible. El viento a Vitoria suele venir del norte y todo ese humo de Forjas Alavesas que estaba ahí en el bulevar entraría, así que hicieron casas muy juntas, prácticamente como una muralla. Usaron esas casas para que parasen todo el humo, eran las casas más baratas”.
Un árbol tapa la J de la palabra Justicia, pintada en otro mural, sobre un bloque de pisos. Las letras imitan bolsas de cuadros. Son las bolsas que usaban las mujeres en la ciudad pidiendo dinero para poder sobrevivir a las huelgas. Debajo, en otro cartel, la Fraternidad. Cinco hombres con mono azul se dan las manos, pintadas en rojo, como si fuera una cadena. No tienen cabeza y a los de los extremos les falta un brazo. Quiere decir que la lucha –la cadena– continúa más allá.
Santiago Durán: Pues seguimos luchando y luchando porque siempre ha habido alguien que ha ido tirando del carro, quejas, movilizaciones… La Asociación 3 de Marzo [que se constituyó en 1999] se ha movido mucho. Si nos hubiéramos quedado quietos, pues nada. Pero todos los años hemos tenido un apoyo muy importante, sobre todo, de la izquierda abertzale. Aunque aquí hay gente de todos lados. Gente que desinteresadamente se sigue dejando la piel. Y aunque poco a poco van llegando satisfacciones, no se ha conseguido la justicia final.
Andoni Txasko: El apoyo de la sociedad ha sido total desde el principio, no solo de la izquierda abertzale. De la sociedad de Gasteiz y de Euskal Herria, e incluso de otras partes del Estado. Pero siempre ese apoyo y todas las iniciativas han ido cayendo en saco roto a la hora de reclamar justicia a las instituciones. No obstante, hemos conseguido cambiar el relato, no a nivel oficial en Madrid pero sí a nivel popular. Hemos conseguido que se sepa que aquello no fue una actuación terrorista por parte de la clase trabajadora sino una actuación terrorista por parte de fuerzas de seguridad del Estado, que fue a fulminar un movimiento obrero y por las libertades. ¿Cómo nos sentimos? Nos sentimos con rabia, impotencia. Lo que queremos es justicia, luchar contra la impunidad, que los responsables paguen por aquellos crímenes. Yo tengo la gran invalidez, nos ha dado cuatro duros, que es lo que menos nos importa. Y nada más.
Agustín Plaza: La mayor motivación que tenemos es la lucha por recuperar la memoria histórica de aquellos hechos porque fue un acto de terrorismo y peleamos para que se nos considere no víctimas de abusos policiales, sino víctimas del terrorismo. Es decir, que se nos considere como el resto de víctimas del terrorismo. Somos gente con conciencia obrera, militante, participábamos en las asambleas, éramos gente luchadora y eso te genera un conciencia que al final te motiva para seguir peleando por la justicia, la reparación y la no repetición y que a estos franquistas se les juzgue como a todo el mundo porque son los máximos responsables políticos de aquella actuación. Aquella actuación no fue algo casual. Con aquella actuación querían terminar con una lucha que temían que se extendiera por el resto del Estado. Y tuvieron que pegar un escarmiento.
Andoni Txasko: Lo peor es la impunidad que maneja el Estado. 42 años después estamos reclamando un juicio a los responsables, nos están dando informes que no nos admiten en determinadas leyes de víctimas porque le están dando credibilidad a la versión oficial de entonces, que la hacen suya. Nos dicen que aquello fue una insurrección y que lo que hicieron fue recuperar el orden perdido, por cierto, un orden franquista. Le están dando valor a eso. Menos mal que ya no somos terroristas, sino protagonistas de una lucha justa. Pero a la hora de perseguir al responsable eso no ha lugar, ni aquí ni en Argentina, ni en Bruselas ni en ningún sitio. De momento.
Norberto Múgica: Pero ahí siempre chocas con el tema de la amnistía.
Andoni Txasko: Pero no debía ser así porque la legislación internacional dice que los crímenes de lesa humanidad o el genocidio ni prescriben ni pueden ser amnistiados.
Norberto Múgica: Hemos chocado con la izquierda y la derecha.
Agustín Plaza: La justicia de La Manada demuestra cómo está el aparato judicial…
Santiago Durán: Cuando estaba el PSOE en el poder tuve yo el primer pleito con el Estado y el señor [Juan Alberto] Belloch [ministro de Justicia e Interior con Felipe González] me dijo que el culpable fui yo, que apedreé a la policía.
Norberto Múgica: Siempre nos hemos topado con algunas historias.
Andoni Txasko: Y no somos nosotros los que lo decimos, que lo han dicho los relatores de la ONU.
Agustín Plaza: Argentina y Chile nos están dando lecciones de democracia. Y a Fraga le hicieron un busto.
José Luis Martínez: Y Martín Villa también fue condecorado. Yo me lo encontré en la puerta del Congreso. ‘¿Te acuerdas de Vitoria?’, le dije. Hablamos poco. Él decía que no tenía ningún remordimiento ni cargo de conciencia, que actuaría de la misma manera que entonces.
Andoni Txasko: Se lo dijo a la hermana y al hermano de dos asesinados.
José Luis Martínez: El tío explicando que no tenía ningún problema con Argentina. Con toda la desfachatez del mundo decía que lo que habían hecho estaba bien, y nos dijo que prefería ser juzgado por esto que por corrupto. Así que me llevé un alegrón cuando fui a Madrid y pude decirle por videoconferencia a la jueza Servini lo que pasó, porque al menos alguien me ha escuchado.
Andoni Txasko: Yo me acuerdo de la cara de incredulidad de las que estaban tomando testimonios cuando fui a Argentina a declarar.
José Luis Martínez: Mis padres, sin embargo, nunca llegaron a entender que les dijeran que su hijo era un terrorista. Se han muerto sin que nadie les pidiese perdón. ¿Qué va a pasar? Pues en eso estamos.