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¿Por qué es importante Kobane y la posición de Turquía al respecto?

Fuentes: Rebelión

La política exterior turca en los últimos 12 años de gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) diseñada en sus principales directrices por el académico y político Ahmet Davutoglu, ha situado al país euroasiático en una posición central en el ámbito de las relaciones internacionales, con una […]

La política exterior turca en los últimos 12 años de gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) diseñada en sus principales directrices por el académico y político Ahmet Davutoglu, ha situado al país euroasiático en una posición central en el ámbito de las relaciones internacionales, con una política multilateral, multidimensional y proactiva basada en la estabilidad y la cooperación, desde su natural área de influencia histórica, cultural, religiosa y geográfica (Oriente Medio, Balcanes y Cáucaso) hasta otras regiones «olvidadas» como África desde 2005, Latinoamérica desde 2006, y Asia Oriental desde 2010, sin dejar nunca de lado alianzas estratégicas prioritarias con las grandes potencias, en especial con EE.UU y con Rusia. Mucho ha cuidado el ejecutivo turco sus relaciones en la región a la vez que lograba un proceso de modernización y democratización sin precedentes en el ámbito interno. Sin embargo, en la actualidad, principios fundamentales de dicha política tales como el de «cero problemas con los vecinos» o el de «diplomacia humanitaria» han quedado en papel mojado con el nuevo posicionamiento en relación con la crisis siria y kurda. Ahora, el Estado se encuentra en una compleja y nueva encrucijada que amenaza la integridad y la coherencia de dicha política exterior a la vez que puede socavar la estabilidad y la seguridad nacional que tanto rédito ha otorgado al partido en el gobierno en los últimos años, en especial con el proceso de negociación con el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK, por sus siglas en turco). Sin entrar a valorar las diversas acusaciones que pesan sobre el AKP de haber apoyado directamente a los extremistas del Estado Islámico (IS, en sus siglas en inglés), hay un hecho objetivo irrefutable sobre el terreno y por el que varios millones de kurdos en el país se han levantado: la ciudad de Kobane, a pocos metros de la frontera turca, se haya sitiada por los abanderados de la vanguardia extremista del islamismo militante, el autoproclamado «Estado Islámico» y ante ello el gobierno turco ha cerrado la frontera a los voluntarios kurdos de Turquía que acudían en defensa de la ciudad. Tan sólo la semana pasada, la represión de las protestas dejaron al menos 35 muertos, principalmente en la región de Diyarbakir. En el corazón de Estanbul, ciudad habitada por unos 2 millones de kurdos, la policía intervino con determinación para evitar que Taksim volviera a erigirse como bastión de respuesta antigubernamental. 

Como siempre, cuando las secciones internacionales de los mass media se centran en una o en otra crisis o conflicto en especial, arrecian las quejas e incluso las teorías conspiratorias entre algunos sectores de la opinión pública, que suelen clamar sobre el doble rasero de algunos casos en este sentido. En efecto, Kobane no es la única ciudad afectada por el IS. Tampoco se acabó el sitio de Gaza, ni la construcción de colonias en Cisjordania por Israel con el cese momentáneo de su cobertura mediática. Ni el golpe de estado militar en Egipto en 2013 dejó de serlo por la ausencia de noticias al respecto. Sin embargo, Kobane no es tan sólo una ciudad más asediada por los extremistas del IS, donde según Staffan de Mistura, enviado especial de Naciones Unidas para Siria, quedan cientos de civiles atrapados -la mayoría ancianos- y donde podría producirse otro Sebrenica (ciudad bosnia donde miles de musulmanes fueron masacrados por tropas serbias).

Kobane representa mucho más en estos momentos. La ciudad siria de mayoría kurda supone -en el tiempo-un punto de inflexión clave en las negociaciones entre Ankara y el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) y posiblemente en la cuestión kurda en general, a la vez que -en el espacio- se trata de una cuestión elemental de acción humanitaria y de derechos humanos que Turquía no debe obviar. Si bien el ex primer Ministro Recep Tareq Erdogan -ahora Presidente de la República- realizara esfuerzos significativos en estabilizar más el país entablando negociaciones directas en marzo de 2013, el gobierno, dirigido por su partido desde 2002, parece haberse enquistado en una disyuntiva que debe resolver en cuestión de horas: permitir la toma de Kobane y una más que probable masacre de kurdos, en ese caso, ante sus ojos, o actuar, de una u otra forma -pero de manera convincente- en defensa de Kobane y del resto de poblaciones afectadas por el IS en la frontera con Turquía de cara a seguir adelante con el proceso de paz kurdo. Sin duda, para mantener la estabilidad en el país y proseguir adquiriendo relevancia en el ámbito internacional, el gobierno de Ankara no debe subestimar el desafío que supondría un nuevo levantamiento kurdo y, en este sentido, sería un grave error seguir ignorando el malestar entre su población y permitir al IS arrasar Kobane. No cabe aquí la irrealista política de «cero problemas con los vecinos» y, obligados a elegir, avanzar hacia la reconciliación con los kurdos parece, a (casi) todas luces, la mejor opción.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.