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Otra aportación al debate sobre la cultura del pop

¿Por qué hay tanta gente inteligente que escucha música de ínfima calidad?

Fuentes: Issue of the National Association Of Composers/USA Bulletin

Traducido para Rebelión por MIquel Bernadó

Es un enigma que me ha desconcertado de forma intermitente durante décadas. Pero como que hay muchos otros temas más importantes por solucionar, éste siempre se ha quedado aparcado. Estoy hablando de un misterio que conservo en la parte más profunda de mi conciencia pero que emerge de tanto en tanto, generalmente después de observar lo que parece ser una cierta contradicción particularmente aguda con lo que uno espera que sea el orden natural de las cosas. Probablemente tenga un cierto interés explorar lo siguiente : la música de calidad debería tener mayores audiencias. Y si podemos llegar al fondo de la cuestión, o por lo menos conseguimos una cierta comprensión del tema, pues mucho mejor : quizás algún día las músicas en las que depositamos tantas energías puedan ser escuchadas y apreciadas por más personas.

Algunos meses atrás, mientras asistía a una fiesta ofrecida por un buen amigo mío, este interrogante que tanto me persigue reapareció de nuevo, por lo que decidí prestarle cierta atención y compartir el tema con mis colegas compositores.Este amigo al que me estoy refiriendo es un individuo notablemente inteligente, profesor y doctor en economía; alguien con conocimientos amplios fuera de su campo estrictamente laboral, con buen criterio y gustos refinados en muchos aspectos. A pesar de todo, sus preferencias musicales son similares a las de mis estudiantes adolescentes de Secundaria : música pop y/o rock en todas sus variedades ampliamente difundidas por los medios de comunicación. Encontré otro compañero en la misma fiesta, un médico con el que ya había coincidido en otras ocasiones, que también parecía ser un gran aficionado al pop-rock, al menos por el «recital» de guitarra que nos ofreció en la misma fiesta. Otro amigo mío, un ingeniero extremadamente brillante, se puso a cantar con el acompañamiento del médico «guitarrista». Suficiente para mi. Demasiado, en realidad. Decidí que ya era hora de volver a casa pues había empezado a sentirme como un «marciano» en la reunión. Sin lugar a dudas, todos estos individuos eran notablemente inteligentes. Personas brillantes que gozaban de éxito y consideración profesional. Profesionales que hacen bien sus trabajos, tienen esposas, novias, familias, pagan sus impuestos, devuelven sus libros de la biblioteca en los plazos previstos, pagan sus peajes de autopista, votan, contribuyen en cierta manera a su comunidad… En definitiva estamos hablando de ciudadanos ejemplares. A pesar de todo, por lo que respecta a la música están (en mi modesta opinión) totalmente en otro mundo. Todo esto puede parecer irrelevante, supongo que sí, pero ejemplifica de alguna manera la incongruencia que detecto en el abismo evidente que separa sus opciones musicales de otras opciones que forman parte de sus vidas.

Y todo esto no afecta únicamente a este tipo de gente. Los medios públicos de comunicación (especialmente la radio), por ejemplo, no pueden dejar pasar unos pocos días sin que algún comentarista, probablemente joven, nos ofrezca una supuesta «crítica» o comentario del último e «imprescindible» «trabajo» discográfico de la correspondiente banda de rock. Estos comentaristas musicales radiofónicos acostumbran atribuir cualidades estéticas y sociales a música de calidad más que dudosa. Tales comentaristas son personas inteligentes, educadas y entusiastas que pueden promocionar de forma injustificada música de lo más simple, banal, vulgar o incluso deplorable. Bien, ahora debería reconocer que me estoy comportado como un inquisidor, y que la belleza está en el ojo del observador. Todo el mundo tiene derecho a escuchar lo que le venga en gana, y para este «comentarista» musical aludido la música significa todas esas cosas que exactamente él valora en su comentario ¿Pero POR QUÉ son justamente estos los supuestos valores? Eso es lo que tanto me desconcierta.

Un músico que llegué a conocer me hizo una vez un comentario que ha permanecido siempre con mí : «si usted ama la música, si usted realmente ama la música, usted apreciará toda la música, de un tipo o de otro, porque CUALQUIER música es mejor que NINGUNA música». Y esto ciertamente encierra una verdad. Mi madre, que se hizo mayor en una época y un lugar donde el buen material para la lectura era relativamente escaso, me contaba que de niña leía las etiquetas de las latas de conserva y de las cajas de la despensa, estrictamente para poder leer. Así, para los jóvenes y adolescentes que se encuentren en circunstancias o ambientes donde la buena música no es fácilmente disponible, cualquier música será ciertamente mejor que no escuchar absolutamente nada. Pero el misterio no se desvanece : ¿por qué el crecimiento en el gusto musical se detiene en un nivel adolescente en tantos ADULTOS cultos e inteligentes? Estas personas han evitado cuidadosamente cualquier contacto con músicas más valiosas, aunque seguramente conocen que hay un universo de experiencias musicales sofisticadas y de recompensas a su disposición. Han mejorado su criterio en otras cosas. ¿Por qué no en música? ¿Y por qué su gusto música elemental, rudimentario y simplista no les causa ningún reparo? Pocos adultos desearían esta situación para la lectura; pocos admitirían que el material a su disposición consistiera solamente en libros de «comics». Ciertamente, todos disfrutamos de tales historietas y de las tiras de los periódicos. A menudo son enormemente profundas e inteligentes. Pero tales «comics» no configuran EXCLUSIVAMENTE nuestras lecturas. Aún así, por extraño que pueda parecer, para muchos – quizás la mayoría – de los adultos, su colección de grabaciones, así como el contenido de sus ipod y mp3, consiste únicamente en lo que podríamos denominar pop-rock.

Estoy seguro de que la mayoría de los compositores actuales también disfrutamos con la música popular. Hay épocas y circunstancias en que preferimos evitar cualquier cosa «seria», cualquier cosa que requiera una atención significativa. No podemos (y no deberíamos) ser músicos «serios» a todas horas. Pero hay un mundo de calidad muy alta, de música accesible, que no es necesariamente rock, pop ni rap, que podriamos esperar que fuera objeto de atención por parte de gente inteligente, culta y educada. ¿Pero por qué esto no es así? Por supuesto que hay un lugar para todos los tipos de música, para todas las clases de gente. Desde luego que de los individuos que no han sido tan afortunados como nosotros (al recibir una formación y poder adquirir unos conocimentos), o tienen menos talento y sensibilidad musical, o carecen del conjunto de especificidades que conlleva el cultivo de este arte, no puede esperarse un conocimiento profundo y amplio de la música. Pero eso todavía no explica enteramente porqué gente que es tan inteligente, tan culta, tan educada o más que los profesionales de la música, se autolimite enteramente a escuchar música de la peor calidad. A menudo se atribuye esta situación a una escasa o nula educación artística. Quizás sea este un factor a considerar. Pero es importante efectuar algunas observaciones adicionales.

La música parece cumplir funciones muy diversas en las vidas de muchos no-músicos. Para muchas personas la música no es una forma de arte, del que disfrutar por medio de su sofisticación y conocimiento. Para estos individuos la música tiene un propósito catártico, lenitivo y casi «medicinal». Siempre que se ve a alguna persona joven moviendo compulsivamente la cabeza o los brazos en su coche parado en un semáforo, a veces de forma tan enérgica que las sacudidas consiguen mover el mismo coche, reconozco que no son las texturas interesantes, las armonías ingeniosas o la diversidad rítmica lo que les cautiva sino que más bien se trata de la energía brutal y del enorme volumen del sonido. La repetivitidad de la música que estan escuchando les abruma y entumece temporalmente su opinión crítica y su inteligencia, aunque les alivia de las preocupaciones o de las tensiones. Es una manera de relajarse, supongo, con el mismo resultado que produce el consumo de alcohol. Pero incluso el alcohol varía enormemente en calidad y, si no es consumido de forma consciente, puede hacer más daño que beneficio. Así pues, como con alcohol, una cierta moderación en el consumo de cierta música «popular» es también una sabia decisión.

Sin embargo también hay argumentos de tipo generacional. Mi generación, la del «baby-boom», está constituida por pesonas que coincidieron en sus años de formación con el advenimiento y crecimiento de la TV, del negocio del «entertainment» i . . . del rock. Para la mayoría de las personas de esta generación el rock es sinónimo de juventud. Y esta es una generación que parece haber decidido seguir siendo eternamente joven. De hecho, en muchos aspectos, ésta es la generación que, más que cualquier otra anteriormente en la historia, parece tener un sentimiento de control sobre sus vidas. Y quizás esta determinación por resistirse a crecer, a seguir conectados con el joven que fueron, explica el porqué tanta gente de mediana edad se aferra de forma obstinada a la música adolescente de su juventud. Así el resultado es una generación entera de adultos que han determinado no hacerse mayores, que rechazan «crecer», al menos en el aspecto musical.

Por lo que respecta al desarrollo y al papel de los medios de comunicación de la cultura de masas no podemos olvidarnos de los colosales esfuerzos de comercialización llevados a cabo por compañías discográficas, por grupos audiovisuales y por la industria del ocio para promocionar y perpetuar ciertas preferencias que les reportan pingües beneficios. Hay una enorme estructura económica que contribuye a mantener unos hábitos específicos de escucha, pues entre todos los miembros de la generación del «baby-boom» lo primero que cuenta es el gran número de consumidores. Por supuesto que los comerciantes se justificarán diciendo que solamente responden a los gustos del público y que la economía de mercado es el más democrático de los sistemas; es un argumento oído a menudo en defensa de muchas cosas – algunas indeseables – en nuestra sociedad. Pero innegablemente muchas personas tienden a considerar a estos empresarios y ejecutivos como árbitros de calidad. Nos guste o no, en una so ciedad capitalista los gigantes de los «media» son vistos generalmente como portadores de valores estéticos. Esta es la razón por la cual los espacios de «critica» y «valoración» de la música pop-rock en los medios de comunicación de titularidad pública (radio y televisión, principalmente) tanto me preocupan. Debería esperarse que tales medios públicos, a diferencia de los privados, aunque en realidad se trate de concesiones también de titularitat pública, mantuvieran un cierto nivel de calidad para sus públicos. Pero en una época de dura y extraña competencia incluso los medios públicos se dedican a complacer el gusto popular en lugar de ejercer una función educativa. Y es precisamente esta generación del «baby-boom» la que conforma el segmento mayoritario de las audiencias de radio y TV; personas exactamente iguales a los amigos que describí anteriormente: educadas, cultas, profesionales, inteligentes, honestas, brillantes, de mediana edad,. . . ¡entusiastas del rock! Quizás también esa atracción por una música rudimentaria, por música que es a menudo la expresión de segmentos de la sociedad relacionados con culturas pre-industriales, tiene un componente socio-psicológico. De la misma manera que el siglo XVIII los británicos, como consecuencia de su imperio, entraron en contacto con poblaciones indígenas de tierras remotas y descubrieron la fascinación que les producía el concepto del «buen salvaje», los profesionales contemporáneos procuran experimentar con una música poco sofisticada ciertas experiencias básicas y elementales que nunca han podido conocer.

Parece que hay una relación directa entre las condiciones sociales de ciertas personas y su atracción por lo primitivo; cuanto más educadas son estas personas, cuanto más privilegiada y sofisticada ha sido su formación, más atracción y valoración por todo lo menos sofisticado, música incluida. Y quizás sea, como sucedía con el culto del «buen salvaje», esta fascinación de parte de las personas más cultas o privilegiadas por los elementos menos desarrollados de la sociedad, una reacción en contra de su propia clase social. Aunque esta clase de reacción es más común en adolescentes que en adultos, estamos hablando sobre todo de la generación del «baby-boom», generación que, en algunos respectos, no ha salido todavía enteramente de la adolescencia.

Cuando yo mismo era un adolescente tocaba música en locales y salas de baile de Louisiana. Era un «rock-and-roll» de carácter regional así como un «rhythm & blues» que ha acabado llamándose finalmente «Swamp Pop» (respetado cada vez más por los yuppies de mediana edad en esta área de los USA). En aquel tiempo yo estaba ansioso por una escuela de música profesional en la que pudiera estudiar armonía y composición y formar parte de una orquesta, con preferencia a la pequeña y deficiente banda del Instituto que constituía la única oportunidad académica disponible. Un o dos otros músicos que yo conocía también sentían la necesidad de una educación musical mejor y de experiencias musicales más interesantes.

Tuvimos que interpretar mucha música de dudosa calidad. No podíamos «dar el salto» de ninguna manera. Nos parecía que era la típica actividad que llevan a cabo los músicos sin talento, ni iniciativa ni oportunidades de hacer algo mejor. Actualmente, sin embargo, con el dominio abrumador de los medios de comunicación por parte del «negocio» de la música pop-rock, músicos de este tipo son considerados auténticos artistas. Promocionados convenientemente por los «media» públicos y ensalzados desorbitadamente por adultos cultos e influyentes que podrían tener mejores criterios – en referencia a sus hábitos musicales – pero que (debido a la combinación de déficits personales, a necesidades psicológicas o a un romanticismo ingenuo para lo que evidentemente consideran expresiones directas y genuinas de tradiciones primigenias) no ejercen su influencia sino que contribuyen a la proliferación de una música lamentable que satura nuestro mundo actual. Es vergonzoso que muchas personas rechacen las mejores tradiciones y prácticas de artistas de talento en favor de música que en su mayor parte es el resultado de un puro amateurismo o bien lo menos sofisticado que se pueda pensar. En pocos otros aspectos de la actividad humana se da el rechazo del mejor para preferir el peor. Poca gente elegiría ser espectador de acontecimientos deportivos en los que participaran equipos formados por personas mal preparadas y entrenadas. Pocas personas comprarían ropa diseñada y hecha de cualquier manera por aficionados en un estilo chapucero; pocas personas preferirían que un procedimiento quirúrgico complicado fuera llevado a cabo por un médico autodidacta, o confiarían sus problemas judiciales un abogado bisoño. Por extraño que pueda parece, para personas inteligentes en muchos otros aspectos de sus vidas, cuanto más burda, zafia y rudimentaria sea la música pues mejor. Totalmente incomprensible.

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Publicado en la fuente original en primavera del 2001.

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