Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Netanyahu seguramente se irá, pero será reemplazado por otro autócrata empeñado en la limpieza étnica de los palestinos.
Miembros del 34º Gobierno de Israel posan para una foto de grupo en el recinto presidencial en Jerusalén el 19 de mayo de 2015 [Getty images]
Se ha dicho que aquellos que no recuerdan las lecciones de la historia están condenados a repetir sus errores. Construida de ayuda y esperanza, esta expresión es tan familiar como simple: el conocimiento es la puerta a la transformación ligada con la información recibida. Y con ella el cambio por lo que esa información enseña es, necesariamente, el camino a seguir.
Noticias de último momento: no te engañes. Cuando por necesidad el coro de la historia selectiva encuentra su camino, estrecho e inflexible, no es más que un conveniente eco de una certera repetición.
De hecho, una y otra vez, la historia se repite. Cuando se trata de Israel, somos, si no algo más ingenuos, si no lentos, como los estudiantes que creen que el cambio por la magia es inevitable o, simplemente, que está a la vuelta de la esquina. No es, al menos, por su propia voluntad.
Si vamos a confiar en los informes, el reinado de Benjamín Netanyahu está ahora en su último tramo, ya que los fiscales y los políticos comprados se alinean en conjunto para mostrar que se hace «justicia» y se hace con facilidad y en una suave transición política. Como siempre el objetivo es eliminar la grandilocuencia, aunque conservando la misma vieja melodía supremacista.
Por lo visto, se trata de un poder con muchas atribuciones, eterno – durante casi una década – porque Netanyahu, como primer ministro, ha sido una nube tormentosa que ha chupado el brillo del sol dondequiera que su camino lo ha llevado. Desde el sur del Líbano hasta el Golán, desde Rafah hasta los pasillos del Congreso de los Estados Unidos, el suyo ha sido un temerario viaje beligerante construido de aventura nacionalista y poco más.
Nunca sonriendo en el vacío ha sido la cara fea de Israel, pero muy real en su marcha para expandir la ocupación, refundir y oscurecer la oposición, ya sean disidentes caseros o «beligerantes» creados de otros lugares.
«Como un golpe de tambor ininterrumpido y constante el odio supremacista, por su diseño, se abrió camino en todos los segmentos de una cultura israelí que ve la bondad como débil y blanda y la igualdad como algo mucho menos que equitativo».
Desde la masacre de Deir Yassin hasta el gemido de Sabra y Chatila, de Yenín al hálito final de los niños palestinos en Gaza privados de energía en las incubadoras, históricamente todos y cada uno de los actos de crueldad han sido etiquetados por Israel como una defensa necesaria frente a la astucia engañosa de los otros. En Israel ningún político puede abrirse camino al poder y sobrevivir sin el himno de la victimización perpetua. Se ha convertido totalmente en el tradicional canto tribal.
De hecho ningún líder israelí lo ha manifestado mejor ni ha sido más hábil para mantenerse en el discurso que Netanyahu, que durante décadas ha encontrado un enemigo al acecho en cada esquina, incluso cuando no existe tal lugar.
No se equivoquen al respecto: mientras Israel afirma que la autodefensa es una necesidad por la amenaza del siempre presente odio de los demás, si es que existe tal odio, es una práctica muy conveniente al gusto y diseño de Israel. Ciertamente la mentalidad de dominación dicta que la decencia es inalcanzable y la avaricia no conoce límites. En ambos frentes Israel ha sobresalido.
Durante 70 años las tropas israelíes dirigidas, ya sea en Tel Aviv, Brooklyn o Toronto, han dominado el arte del autoengaño. Como un obstinado ritual de iniciación, generaciones de israelíes han nacido envueltos en el mito de la mezquindad. No por el Holocausto, que fue muy real, pero con el convencimiento de que ningún discurso es suficientemente vil, ninguna prevención en el tiempo, ningún acto es demasiado extremo cuando se trata de invocar el talismán de la supervivencia
El odio de Israel no se limita en absoluto al puñado de líderes políticos, militares o los nuevos colonos que han florecido en una sociedad cuyo mantra es «no preguntes, no digas». Como un tambor ininterrumpido y constante, el odio supremacista ha llegado a todos los segmentos de una cultura israelí que considera débil al amable, blando al justo e injusta la igualdad.
Por generaciones de líderes israelíes, el mensaje, aunque a veces maquillado, ha permanecido esencialmente incansable y uniforme en su letanía.
En última instancia, aparte de la diferencia de sus nombres -ya sea Begin, el terrorista buscado de los años 30 y 40, Sharon, el criminal de guerra cubierto con la sangre de mujeres y niños en Beirut y, más tarde, de nuevo en Yenín, o Netanyahu, el orgulloso arquitecto de múltiples matanzas en Gaza- la diferencia engañosa ha permanecido constante en los pasillos del poder israelí.
Ante la ausencia de un cambio drástico, no esperen que algo cambie, pronto o en cualquier momento, si el actual primer ministro finalmente enfila su camino a su merecido lugar en el banquillo de los acusados.
De hecho, esperando en los rincones para asumir la gran mentira están, sin embargo, otros seres de una historia sombreada que comenzó con el romántico mito de los kibutzim que casi mágicamente florecieron en la arena y su camino evolucionó al inquietante cuento que hoy envuelve a Israel en un andrajoso ropaje de democracia.
Entre los que seguramente esperan su lugar en esta ruinosa carrera está la ministra de Justicia Ayelet Shaked. Recientemente descrita como una fascista clásica en la tradición de Mussolini, Shaked, del partido Hogar Judío ha sido durante mucho tiempo crítica de los derechos individuales o la igualdad bajo la ley israelí. Para ella la justicia es poco más que una puerta legislativa a la superioridad sionista, con viajes limitados sólo a la mayoría judía del Estado.
Sin nada que ocultar Shaked ha anunciado la necesidad de una «revolución moral y política» que ahogaría los derechos individuales universales bajo el dominio de los valores nacionales y sionistas.
Habiendo aprendido durante mucho tiempo que en Israel el camino hacia el poder político está sembrado con la explotación y el dolor de los no judíos, los delirios racistas de Shaked han hecho el abominable camino de los ataques a «infiltrados de África» en su conocida declaración de que Palestina debe ser destruida porque «todo el pueblo palestino es el enemigo, incluidos sus ancianos y sus mujeres, sus ciudades y sus aldeas, sus propiedades y su infraestructura».
Para que no haya dudas acerca de qué propuesta es la que impulsa a esta heredera al trono político israelí, su cáustica obra maestra en Facebook en 2014 terminaba con un abrazo público a nada menos que un absoluto genocidio «pidiendo la matanza de madres palestinas que dan a luz a pequeñas serpientes».
No hay que preocuparse, hay mucha competencia. También está Naftali Bennett, el exjefe de personal de Netanyahu que ha encabezado el partido Hogar Judío desde 2012. En varias ocasiones ministro de Educación de Israel, ministro de Asuntos de la Diáspora, ministro de Economía y ministro de Servicios Religiosos, Bennett es un ultranacionalista adorado por el movimiento explosivo y criminal de los colonos de Israel.
«Sin un cambio drástico, 70 años de historia deberían dejar poca duda sobre el futuro de Israel, tanto en la tierra que ocupa como en otros lugares, donde ha mostrado escasa vacilación en apoyo de otros regímenes que, como él, ven como fin deseado el poder abusivo como una virtud y un control absoluto y brutal».
No sólo se ha pronunciado repetidamente en apoyo a la anexión unilateral de Cisjordania, sino que además se opone a la creación de cualquier estado palestino… alardeó orgullosamente de que «haré todo lo que esté a mi alcance para asegurar de que nunca logren un estado». En esa nota, con la elección de Donald Trump, Bennett proclamó «La era del Estado palestino ha terminado».
Bennett, que alguna vez se jactó: «Ya maté a muchos árabes en mi vida y no hay absolutamente ningún problema con eso».
Retórica como ésta podría muy bien significar el fin del futuro político en un Estado racional que considera la violencia como la excepción final a la regla y no el fin mismo. Pero Israel, donde la bravuconería y el entusiasmo llevan consigo un seductor y atractivo futuro político, ayudó a transformar a Bennett del empresario de software de Manhattan en el fogoso héroe político tanto ante los ojos de los colonos como para los judíos seculares.
Altamente crítico de lo que consideró un tibio ataque de Israel en Gaza en 2014 -que mató a más de 2.200 palestinos, la mayoría de ellos civiles y cientos de ellos niños- Bennett es sólo uno más de una generación de apologistas israelíes que se ven más allá del alcance de la humanidad y mucho menos del alcance del derecho internacional.
De hecho, si la historia es una guía de lo que todavía está por venir, desde hace mucho tiempo Israel no ve el fenómeno de los compañeros de cama como algo extraño, sino como algo valioso de un matrimonio vil y venenoso que se extiende desde décadas atrás.
Así, el apoyo de Israel al apartheid sudafricano y rodesiano fue muy público, ya que proporcionó materiales para la construcción de armas nucleares o armas de asalto y helicópteros en violación de las sanciones impuestas por las Naciones Unidas contra ambos países. En otros lugares de África financió y capacitó a las fuerzas militares de brutales dictaduras: armó al ejército ruandés y la milicia hutu, responsables del genocidio de los tutsis.
En Sudamérica Israel apoyó a los escuadrones de la muerte guatemaltecos, a los contras, a Pinochet en Chile y a la junta militar en Argentina donde desaparecieron miles de opositores políticos, incluyendo numerosos civiles judíos.
En el sudeste asiático y la región del Pacífico ayudó a las dictaduras de Suharto y Marcos. En Irán los escuadrones de la muerte secretos del sah (SAVAK) recibieron entrenamiento de Israel y gastaron más de 150 millones de dólares en armas. Nunca conocido por su virtud desinteresada, Israel siempre resulta beneficiado. El sah fue uno de los primeros líderes en la región en reconocerlo como Estado.
Hoy, mientras la mayor parte del mundo retrocede a la vista de las violaciones, desplazamientos y masacre de cientos de miles de personas en Myanmar, Israel sigue entrenando y armando escuadrones de la muerte que han atacado y llevado el genocidio a la minoría musulmana rohingya del país.
Netanyahu seguramente se irá, ya sea este año o el próximo. En su lugar vendrá otro de la misma calaña larga e ininterrumpida de autócratas que ven los derechos humanos y el derecho internacional como barreras en su campaña para completar la limpieza étnica de los palestinos iniciada hace mucho tiempo, cuando la Nakba comenzó temprano en la mañana del 9 de abril de 1948.
¿Usted cree que tendrá éxito? No. ¿Creo yo que un cambio fundamental en un sistema alimentado por el apartheid y la ocupación de repente revertirá su raíz de odio constante por medio de una urna israelí que ha proporcionado desde hace tiempo un silencioso pretexto para crímenes atroces? Por supuesto no.
Sin embargo, en última instancia, tengo la esperanza de que con una resistencia decidida, a veces militante, por parte de los palestinos sobre el terreno, junto con el apoyo en crecimiento de una comunidad mundial que entienda bien que el silencio es complicidad, el cambio vendrá y vendrá de manera que repetirá en voz alta, «Desde el río hasta el mar…»
Al final no tengo ninguna duda de que la comunidad de las naciones se quedará sin excusas, si no de tiempo, para decir finalmente basta y hacerlo de una manera que asegure que millones de palestinos apátridas regresen a casa, por fin, para encontrar que las llaves viejas y oxidadas todavía pueden abrir las puertas a la igualdad, la libertad y la justicia.
Stanley L Cohen es abogado y activista de derechos humanos que ha hecho un trabajo extenso en el Medio Oriente y África.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/netanyahu-departure-170917074220221.html
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.