A lo largo de décadas, los palestinos olvidaron una misión crucial. Centrados en el público occidental y superados por una maquinaria de propaganda israelí cada vez más sofisticada, no han conseguido ganarse los corazones y las mentes de los árabes del Golfo.
Muchas son las razones que se han dado para explicar la celeridad y el alcance de los recientes acuerdos de normalización entre algunos Estados árabes e Israel, sin que se haya producido el reconocimiento del Estado palestino por parte de Israel.
Entre los factores citados para explicar el entusiasmo demostrado por los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Baréin, Sudán y ahora Marruecos están la posibilidad de compra de armamento sofisticado de EE.UU., el intercambio de inteligencia con respecto a Irán, para mantener a raya las ambiciones geopolíticas del presidente turco y de los Hermanos Musulmanes, bloquear al equipo del nuevo presidente Biden y detener la inminente anexión israelí de Cisjordania.
A cambio, lo único que debían hacer era arrojar a los palestinos bajo las ruedas del metafórico autobús.
La posibilidad de que Donald Trump perdiera las elecciones presidenciales dio alas a su fervor. Eran conscientes de que nunca tendrían en la Casa Blanca a una figura tan comprensiva con su causa, que compartiera su visión no solo sobre Irán, sino también sobre la democracia y los derechos humanos (temas, para ellos superfluos).
A Trump no le preocupaban estos asuntos. Es un hombre de negocios que idolatra a los líderes autoritarios. A sus ojos, era el presidente estadounidense perfecto.
Además, se supone que la ola de normalización era uno de esos raros momentos de unanimidad regional y de perfecta sincronía entre gobernantes y gobernados.
Al fin y al cabo, los medios de comunicación están repletos de historias reconfortantes de nuevos acuerdos empresariales y de encuentros entre delegaciones de Israel y los Emiratos Árabes en particular. Y estos últimos han sido un actor clave en la culminación de todo el asunto. Todos los países que han reconocido a Israel son particularmente vulnerables a la presión diplomática ejercida por los Emiratos.
No obstante, la causa palestina sigue teniendo un componente sentimental en el mundo árabe, que no puede calcularse en términos monetarios. Los mordaces comentarios emitidos recientemente por el príncipe Turki al-Faisal (que dirigió los servicios de inteligencia saudí durante más de dos décadas y actuó como embajador ante EE.UU. y Reino Unido) revelaron las divisiones que siguen existiendo en el mundo árabe sobre la normalización de relaciones con Israel.
Durante una conferencia en Baréin, el príncipe Turki insistió en que la normalización entre Arabia Saudí e Israel solo puede producirse tras un acuerdo duradero de paz que implique la solución de los dos Estados para el conflicto israelí-palestino.
Pero este contraataque ha sido silenciado gracias a una empalagosa campaña de propaganda. ¿Cómo es posible que ocurra algo así? ¿Cómo puede ser que los derechos nacionales de los palestinos, que en otra época gozaban de un amplio consenso árabe, hayan sido relegados tan rápida y fácilmente al olvido oficial?
Todo está relacionado con el relato. En este caso, con la maestría con que Israel y sus aliados han manejado el mensaje sobre la normalización, sus iniciativas para cambiar la posición de los Estados del Golfo ante los palestinos y el aparente y trágico fracaso de estos a la hora de difundir su discurso más eficazmente en el Golfo.
Da la impresión de que la grave situación de los palestinos ha perdido apoyo entre algunas de las élites del Golfo. O al menos esto es lo que la hasbará* o diplomacia pública quiere que creamos.
La generación árabe más joven apenas recuerda la primera o la segunda intifadas, y mucho menos el apogeo del nacionalismo árabe.Para esta generación, el colonialismo es algo que se estudia en los libros.
Ese es el punto débil en el que se han basado las iniciativas de la hasbará. Las fuerzas armadas de Israel, el ministro de asuntos exteriores y grupos proisraelíes como el Comité Judío Estadounidense se han centrado los dos últimos años en dirigir su discurso hacia esta generación joven, presionando a las redes sociales en lengua árabe para que modifiquen su discurso sobre Israel.
Ese no es el caso del príncipe Turki, que tiene 75 años y recuerda bien aquellos días. No fue casual que en su discurso en Baréin llamara a Israel “la última de las potencias colonizadoras en Oriente Próximo”.
El problema es que entre la hasbará israelí y los medios de comunicación de los Estados árabes no sabemos realmente qué es lo que piensa la opinión pública del Golfo sobre estos acuerdos. Pero existen suficientes pruebas que inducen al escepticismo en cuanto al apoyo de las bases árabes a la normalización.
No es casualidad que los Estados árabes que han reconocido a Israel contraviniendo la Iniciativa Árabe de Paz estén regidos por líderes autoritarios y que en ellos la sociedad civil tenga pocas posibilidades de criticarlos abiertamente. En aquellos lugares en que disponemos de información sobre la opinión pública, sigue existiendo una simpatía generalizada hacia los palestinos, o al menos una oposición a la normalización mientras no se cree un Estado palestino.
La profesora e investigadora de políticas comparativas Dana el Kurd ha señalado, por ejemplo, la encuesta realizada por el Centro Árabe de Investigación, según el cual solo el 6 por ciento de los encuestados en Arabia Saudí apoyaba el reconocimiento diplomático de Israel [véase el cuadro sobre estas líneas]. En Kuwait, el 88 por ciento rechazaba dicho reconocimiento mientras el 10 por ciento se mostraba favorable al mismo. En Qatar, el mismo 88 por ciento era contrario.
Los Emiratos Árabes Unidos y Baréin no estaban incluidos en la encuesta, pero el Kurd explicó que los números telefónicos de los EAU “recibieron mensajes del gobierno por WhatsApp antes del anuncio [de la normalización], advirtiendo que no estaba permitida la oposición a la `política oficial´”.
En Kuwait, donde a pesar del gobierno represivo los usuarios de las redes sociales tienen más libertad para hablar que sus homólogos de EAU y Arabia Saudí, las organizaciones de la sociedad civil han realizado enérgicas campañas en línea contra de la normalización.
Cuando pregunté a un amigo árabe por la opinión de sus colegas de los EAU sobre la normalización me contestó que no se había molestado en indagar porque “no iban a decirle gran cosa por miedo a estar siendo vigilados”. Me explicó que muchos de sus amigos no se atreven a dar su opinión porque “tienen allí sus negocios y todo su dinero” y si disienten se arriesgan a ser deportados.
Aunque no existen datos sólidos sobre la reacción del Golfo ante la realidad de la normalización, existe desde hace tiempo (incluso desde antes de la Primavera Árabe) una sofisticada campaña mediática para que resulte más aceptable a ojos del mundo árabe. Dicho esfuerzo concertado en pro de la normalización está funcionando ahora a plena máquina.
Para volver al tema, dejen que les recuerde dos anécdotas.
La primera tuvo lugar en una cena de gala a la que asistí en casa del profesor Walid Khalidi en Cambridge, Massachusetts, hace algo más de diez años. En aquella ocasión, el eminente historiador palestino me contó que había dejado de escribir artículos de opinión en periódicos de habla inglesa porque le interesaba más corregir los malentendidos que encontraba en la prensa árabe sobre la cuestión palestina.
Le preocupaba que los palestinos hubieran olvidado al mundo árabe y que toda una nueva generación desconociera los detalles del conflicto árabe-israelí. Me da la impresión de que sus clarividentes temores se han hecho realidad.
La dirigencia palestina se había dirigido constantemente a las capitales occidentales y había descuidado a su patio trasero, no solo en términos de dónde poner el foco, sino también del propio mensaje. La misma talla no sirve para todos. El discurso que funciona bien en Washington no tiene por qué funcionar en Dubái.
El discurso anticolonial sobre derechos humanos y autodeterminación puede servir en los campus universitarios progresistas y en algunas cadenas de televisión, pero no funciona igual en todas partes. En los Estados del Golfo, donde los derechos individuales y de las minorías están muy restringidos, ya no tienen por qué ser evidentes las razones para apoyar a Palestina.
Y el rollo de que Israel representa el último bastión del colonialismo europeo en Oriente Próximo es difícil de vender cuando Israel ha logrado (durante años) recatalogarse a sí misma como la máxima “nación emergente”, un país al que emular, especialmente para las economías petroleras del Golfo.
La segunda anécdota es más reciente. Otra amiga árabe que acaba de mudarse del Golfo a Singapur me contó que cuando estaba en Dubái se apunto a la lista de correo del Middle East Forum de Daniel Pipe, pesando que era un foro equilibrado para el debate sobre temas de Oriente Próximo.
Cualquier observador informado, y cualquier palestino digno de ese nombre, sabe que el Middle East Forum (cuya misión declarada es proteger “los valores occidentales de las amenazas procedentes de Oriente Próximo”) difícilmente podría describirse como “equilibrado”.
Pero, por increíble que pueda resultar, Pipes ha conseguido (con la ayuda de grupos afines) hacerse un hueco y tener seguidores en el mundo árabe, ocupando un lugar que los activistas palestinos han descuidado.
Solo cuando, el año pasado, mi amiga recibió un correo electrónico del Forum, en el que solicitaban donaciones para el “Proyecto Victoria de Israel”, empezaron a sonar las alarmas. Ella me insistió en que viera el video que acompañaba al mensaje, según el cual el conflicto solo acabaría “cuando los palestinos se rindan”.
Se había dejado convencer por el falso sentido de “moderación” de Pipes, al igual que los árabes del Golfo. Como es lógico, ellos están mucho menos al corriente del conflicto que los propios palestinos. No pueden detectar los matices y los sesgos que manejan los grupos que parecen tener unos programas razonables, hasta que se quitan la máscara con iniciativas como el “Proyecto Victoria de Israel”.
La influencia de la hasbará israelí en el mundo árabe no se debe solo al fracaso de la estrategia palestina, sino también, según parece, a su éxito a la hora de determinar el punto de vista de ciertas élites del Golfo sobre el conflicto israelí-palestino. Se ha sofisticado mucho, hasta amplificar el mensaje de Israel en las redes sociales a través de “influentes” e, incluso, de toda una red de bots desplegados por fuentes de EAU.
También aparece como una forma de socializar de las élites: el compadreo que acompaña a cenas selectas, los debates en fundaciones de pensamiento, y el tono proisraelí que prevalece en gran parte de los medios de comunicación y de entretenimiento populares, desde la CNN hasta Fox News, Hollywood o Netflix.
Esa distorsión continua del modo de ver la realidad, privilegiando el relato construido por Israel sobre los palestinos, tiene ahora consecuencias en el mundo real. Y los políticos y empresarios del Golfo han demostrado recientemente el alcance de dicha disonancia.
Veamos, por ejemplo, el llamado “Acuerdo del Siglo” propuesto por Trump y escrito de tal modo que ningún líder palestino podría jamás aceptarlo. El plan cruzaba literalmente todas las líneas rojas palestinas. Ningún árabe conocedor de la geografía de Jerusalén (a menos que “conocer” signifique haber mirado los mapas de Google) podría creer de verdad en la posibilidad de establecer una capital palestina en Abu Dis que incluyera los sitios sagrados para los palestinos musulmanes o cristianos de la ciudad vieja de Jerusalén o cercanos a ella, de los que los separa un muro de hormigón de ocho metros y el Monte de los Olivos.
Los mismos niveles de ignorancia son aplicables al modo en que el plan legitima los asentamientos israelíes, anexiona el valle del Jordán y despoja potencialmente de su ciudadanía a las decenas de miles de israelíes árabes que viven en diez ciudades limítrofes.
No obstante, los embajadores de EUA y Baréin no tuvieron ningún escrúpulo en suscribirlos. Más prudentes fueron Arabia Saudí, Egipto y Jordania, que al conocer mejor la situación en el terreno, se negaron a asistir a la presentación del plan en la Casa Blanca.
Recientemente, una delegación de empresarios de EAU visitó la mezquita de Al-Aqsa y fue perseguida por indignados fieles palestinos. Estos tenían buenas razones para estar molestos, más allá de su percepción de la traición emiratí y la ignorancia o indiferencia de los Estados del Golfo. Los árabes vips cuentan con una entrada específica al recinto, la Puerta de las Tribus, controlada por el habiz; para el resto de fieles musulmanes hay otras nueve puertas.
Pero la delegación de EAU accedió al recinto de las mezquitas acompañado por la policía israelí por una de las puertas asignadas a los no musulmanes, administrada por Israel y causa de mucha fricción entre Israel y Jordania. Es posible que sus anfitriones israelíes confundieran a la delegación de los Emiratos, pero esta debería haber hecho sus deberes. Jerusalén, a pesar de las apariencias, sigue siendo una ciudad ocupada. Muchos palestinos, incluidos los habitantes de Gaza y Cisjordania, no pueden visitar el santuario.
Pero tal vez el error de juicio más extraño fue el cometido por el ministro de trabajo de Baréin, cuando afirmó que el reino no haría ninguna diferencia entre la importación de productos producidos en Israel y la de aquellos procedentes de los asentamientos de la Cisjordania y los Altos de Golan ocupados. Fue un paso en falso que obligó a [la capital de Baréin] Manama a retractarse. No hay necesidad de acusar de malicia a los bareinís cuando es tan evidente que algunos dirigentes del Golfo no saben realmente lo que hacen.
No obstante, la consecuencia más desafortunada de la normalización es que sirve para legitimar a la derecha israelí. No hay más que ver el gran número de periodistas de derechas y grupos de colonos que viajan a Dubai rompiendo todos los récords. Luego están los turbios acuerdos de negocios, sin olvidar a la realeza de EAU que participa como accionista en el club de futbol más racista y derechista, el Beitar Jerusalem, famoso por negarse a fichar jugadores árabes. Y es penoso, no hace falta decirlo, que la normalización sirva para pulir el prestigio de uno de los líderes más deshonestos de la historia de Israel. Se piense lo que se piense de sus políticas, Netanyahu no es Isaac Rabin ni Menájem Begín. Al menos estos últimos eran íntegros.
Yo soy favorable a la “normalización” si esta significa el establecimiento de dos Estados independientes que cohabiten en paz entre el río Jordán y el Mediterráneo, en el espíritu de la Iniciativa de Paz Árabe invocada por el príncipe saudí Turki.
Al mismo tiempo, los palestinos necesitan reconocer que sus mensajes no han conseguido calar en el corazón de los ciudadanos árabes del Golfo, especialmente en el de sus élites gobernantes, desde antes de la Primavera Árabe.
Corresponde a los palestinos redoblar esfuerzos para construir una coalición –una que no reproduzca las divisiones existentes en el mundo árabe– de aquellos gobiernos resueltos a lograr una resolución justa del conflicto y encontrar una forma de “vender” su causa que atraiga a las generaciones árabes más jóvenes y no solo al público joven occidental, a menudo más receptivo a su mensaje.
Ello resulta esencial porque, aunque Tel Aviv y Abu Dabi vayan ganando de momento la partida, los palestinos de ninguna manera van quedarse con los brazos cruzados y aceptar el proyecto del Gran Israel, o a “rendirse” ante el triunfalismo de Israel y los países del Golfo.
Nota del Traductor: Hasbará es el término utilizado para explicar las políticas de Estado y fomentar la imagen de Israel en el mundo. Básicamente se trata de un instrumento de propaganda sionista.
Victor Kattan es investigador de la Escuela de Derecho de la Universidad de Nottingham y asesor de Al Shabaka, fundación de pensamiento político palestino. Previamente fue profesor emérito del Middle East Institute de la Universidad Nacional de Singapur y miembro asociado de la Escuela de Derecho
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