Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Dos muchachos palestinos lloran la muerte de un familiar en el hospital al-Shifa de Ciudad de Gaza, 20 de julio de 2014. (Foto Mohamed Asad/APA Images)
Israel declaró que la invasión terrestre de Gaza iba a ser limitada, lo que nos llevó a pensar que los tanques avanzarían sólo unos cuantos metros en la Franja. Así sucedió durante los dos primeros días. Poco imaginábamos que Israel planeaba llevar a cabo todo tipo de masacres y una extensa limpieza étnica. Pero el objetivo de Israel era el de aniquilar la zona sin olvidarse del pueblo que en ella reside.
Las cosas empezaron a ponerse muy feas alrededor de las diez de la noche del sábado 19 de julio. Los aviones no tripulados israelíes se abatían en picado cada vez más bajo zumbando con toda intensidad. Los tanques avanzaban. Los helicópteros Apache y los aviones de combate F-16 bombardeaban proporcionándoles cobertura. Y fue entonces cuando empezaron a machacar salvajemente el barrio de Shujaiya, situado al este de Ciudad de Gaza.
Los bombardeos eran constantes. Podía oírlo todo desde mi casa. Ni siquiera alcanzaba a seguir el ritmo del número de explosiones y de los lanzamientos de artillería.
Cientos y cientos de familias evacuadas, que dejaban sus vidas y hogares detrás, buscando refugio en cualquier sitio que pareciera ofrecer un poco de calma, aunque en Gaza no hay lugar alguno donde puedas estar seguro.
Caminaban por las calles con sólo sus hijos en brazos tratando de escapar de la muerte. Algunos llegaron incluso a intentar refugiarse en la pala de un buldócer. Muchos deambulaban sin destino alguno, sin saber adónde dirigir sus pasos.
Una inmensa bola de fuego
Muchos de los que huían acabaron congregándose en el hospital al-Shifa, donde tuvieron que ver llegar los cuerpos de sus familiares, de sus amigos, de sus vecinos.
No acierto a describir esa noche. Me faltan las palabras, me falta la respiración. Gaza parecía una inmensa bola de fuego mientras Shujaiya ardía por los cuatro costados.
Toda Gaza estaba a oscuras. Los cortes de electricidad estaban durando veinte horas al día, incluso más. Podíamos escuchar los ataques inmisericordes contra Shujaiya, la gente gritando, el fuego crepitando por doquier.
Todo lo que teníamos era una radio que nos permitía conocer lo que ya sabíamos pero intentábamos rechazar, empeñados en mantener un último hálito de esperanza hasta que nos viéramos forzados a enfrentarnos a la verdad: los vecinos de Shujaiya estaban siendo asesinados.
Cada noche contábamos las horas y no veíamos el momento de que el alba empezara a abrirse camino iluminando el cielo e inundando Gaza de sol. Pero no esa noche. Confiábamos en que el sol se tomara su tiempo, que pudiéramos retrasar al máximo lo que la luz iba a revelarnos.
Nos temíamos lo que había sucedido pero lo que la luz mostró estaba más allá de toda devastación.
Más allá de la naturaleza
No podíamos reconocer Shujaiya. Era como si un tsunami de proyectiles se hubiera estrellado contra la zona. O un terremoto abrasador. Algún desastre de la naturaleza. Pero lo que había realmente sucedido estaba más allá de la acción de la naturaleza o incluso de la humanidad. Era la Nakba de 1948 otra vez más, con escenas similares a la masacre de Sabra y Shatila de 1982. También te inundaban la mente y el corazón los recuerdos del exterminio de la Operación Plomo Fundido de hace cinco años y medio.
La Cruz Roja propuso un alto el fuego humanitario en Shujaiya para que el personal paramédico pudiera retirar las docenas de muertos y los cientos de heridos. Israel rechazó al principio el alto el fuego, después lo aceptó y de nuevo lo rompió bombardeando la zona y disparando contra el personal médico y las ambulancias.
Los servicios de emergencia pudieron sacar 72 cadáveres palestinos, quedando diseminados sus cuerpos por las calles. Más de 400 heridos fueron trasladados al hospital. Los médicos dicen que las cifras de muertos y heridos podrían aumentar de forma dramática. Los periodistas internacionales y locales, el personal paramédico y los doctores rompían a llorar sin poder creer lo que veían. Una masacre inimaginable. Me temo que vamos a quedar marcados para el resto de nuestras vidas.
Civiles huyendo de la barriada de Shujaiya, al este de Ciudad de Gaza.
20 de julio de 2014. (Ashraf Amra/APA Images)
Imágenes de la devastación y destrucción empezaron a circular esa mañana. Pero lo que era terriblemente penoso, hasta el punto de dejarme sin respiración, eran las escenas de los padres trasladando a sus niños muertos y heridos llorando de un modo que hubiera podido mover montañas.
¿Cuándo se va a reconocer a los palestinos como personas, como seres humanos, como civiles? ¿Cuándo van nuestros niños a tener derechos humanos y a poder sentirse a salvo?
¿Autodefensa?
¿Pueden imaginar la devastación de un padre que sostiene a su niño muerto entre los brazos? ¿Pueden imaginar su pérdida? ¿Pueden comprender lo avergonzado y culpable que se siente de no haber podido protegerle?
Es por eso, por esa razón, por la que me he prometido a mí mismo que nunca voy a tener niños aquí. No voy a traerles a este mundo para no poder protegerles. No quiero tener que ver cómo matan a mis niños. Es demasiado penoso contemplar cómo mueren otros niños y cómo lloran sus padres; no podría soportar tener que pasar por eso mismo.
¿Cómo es que el mundo puede considerar que arrasar toda una zona y a las personas que en ella viven es «autodefensa» y algo «a lo que tienen derecho»? ¿Cómo puede considerarse que los niños son «militantes» y «terroristas»?
La mezquita cercana empezó a llamar para una campaña de donativos y eso me hizo sentirme aún más impotente. ¿Qué es lo que puedes ofrecer a quienes han perdido sus seres queridos, sus hogares y la vida que una vez conocieron?
Deseé poder darles mi corazón para suavizar de algún modo su dolor, pero no podía, por eso me uní a una trivial campaña de donaciones. ¿Cómo puede el dinero o las cosas materiales compensarte de algún modo por la pérdida de tus hijos?
Y entonces fue cuando me empezaron a fluir las lágrimas, a inundarme, lágrimas muy calientes que me quemaban las mejillas.
El martes, el ministerio de sanidad, en su sede de Gaza, informó de que había ya más de 600 palestinos asesinados y 3.700 heridos desde que empezó la actual ofensiva de Israel contra la asediada Franja de Gaza, incluyendo los 72 asesinados y 400 heridos de la masacre de Shujaiya.
La gente se vio rociada de proyectiles lanzados desde los tanques mientras se encontraban durmiendo en sus camas, en sus hogares. Algunos pudieron huir, el resto murió bajo los escombros.
Adiós a la humanidad
Siento despedirme hoy de mi humanidad, de mi alma, y lloro por ellas; le digo adiós a la fallecida nación árabe y a todos esos miserables dirigentes árabes, pero a ellos no voy a guardarles luto. Adiós también a las organizaciones de los derechos humanos; nunca han servido para proteger los nuestros. Con informes y documentos no se protege a niños inocentes.
Tampoco quiero ya saber nada de todas las agencias de ayuda humanitaria en Gaza, por utilizar la sangre de los palestinos como estratagema de propaganda para recoger millones en «donativos». Adiós también a la humanidad de la denominada comunidad internacional.
Omar Ghraieb es periodista y bloguero en Gaza. Su blog es gazatimes.blogspot.com. Su Twitter: @Omar Gaza.
Fuente: http://electronicintifada.net/content/why-i-vowed-not-have-children-gaza/13614