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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XXXVI)

Fuentes: Rebelión

Transición: idioma inglés (V) Me fascinó cuando comencé a entender la trama de las novelas que leía, cuando entendía un párrafo que leía de un tirón se me llenaban los ojos de agua y el corazón me latía al estilo batucada, las palabras que no entendía las anotaba en un cuaderno y al final de […]

Transición: idioma inglés (V)

Me fascinó cuando comencé a entender la trama de las novelas que leía, cuando entendía un párrafo que leía de un tirón se me llenaban los ojos de agua y el corazón me latía al estilo batucada, las palabras que no entendía las anotaba en un cuaderno y al final de la lectura acudía al traductor, nunca me gustó buscar su significado en el instante porque le perdía el hilo al párrafo o a la hoja. Además una palabra no es tropiezo cuando se lleva la armonía de la lectura, más adelante uno intuye el significado y lo entiende. Con la lectura volví a mi infancia y adolescencia porque mi mente comenzó a dejar de pensar en lo mismo todo el tiempo, en la misma depresión y hostigamiento de los recuerdos de frontera y de mi desencanto con este país.

No hallaba que diera la hora de almuerzo para sentarme a leer por lo menos 20 minutos y la hora de salida para llegar al apartamento y continuar. Leía en inglés durante el día y por la noche antes de dormir en español. Mi mente volvía a viajar ¡y en dos idiomas!, ¡en dos mundos distintos! Como no tenía idea que una persona indocumentada puede tramitar su permiso para utilizar el servicio de las bibliotecas públicas, compraba los libros nuevos, hasta hace tres años que descubrí una tienda de libros usados, ¡soy clienta fija! Y hasta hace dos que me atreví a ir a una biblioteca a preguntar por los requisitos, todos los latinos que conocía me habían dicho que no se podía por mi condición de indocumentada, ¡farsantes! Por dormida y creer en lo que me decían no fui antes a averiguar. ¡De lo que me estaba perdiendo!

Cuando esto sucedió le pedí de favor a mi hermana que ya no me acompañara a las entrevistas de trabajo porque quería intentarlo sola, ella siempre iba de traductora. Y así fui perdiendo el miedo y conversaba con las personas en los parques, en la tienda, en la gasolinera, un saludo casual antes me reprimía porque mi silencio era sepulcral, los conocidos de mi hermana se sorprendieron cuando un día en una fiesta hablaban en inglés y yo decidí participar, aplaudieron todos emocionados, pero solo fue en esa ocasión que lo hice porque sigo creyendo que si hay una reunión de personas que hablan el mismo idioma materno y entre ellos alguien que no habla inglés, no hay razón por la cual excluirla de la conversación. No hablo en inglés cuando estoy con latinos, no me gusta, lo utilizo cuando realmente lo necesito.

Hay una diferencia abismal entre los anglos, europeos y gente de otros continentes y los latinos, la gente de otros lugares ni cuidado le ponen al acento con el que uno habla o si pronunció correctamente la palabra, lo que hacen es corregirlo si uno se los pide, muy amables enseñan la pronunciación con paciencia de docentes, en cambio los latinos o los hijos de latinos nacidos aquí, son lo peor que existe, aparte de que son más racistas que los anglos, se hacen los desentendidos cuando uno no pronuncia bien el inglés, nos escrutan con esas miradas de superioridad que tiene la mayoría que nace en este país de padres latinoamericanos, lo mismo con quienes llegaron a este país y ya hablaban inglés desde antes, el inglés que hablamos los indocumentados dista mucho del que se enseña en las escuelas, lo nuestro es al pedalazo, lo del día a día y lo que se entienda.

Me encanta el inglés que hablan los emigrados que llegan a aprenderlo a este país, porque mantienen sus acentos, la esencia de sus idiomas maternos, con el tiempo he ido conociendo e identificando las nacionalidades de las personas por su dejo al hablarlo. Un polaco habla distinto a un turco o a un ruso. El chino del coreano, un hindú de un árabe. Un argelino de un marroquí. Y me encanta esa diversidad. Los del sur del continente distinto a los centroamericanos.

Para el invierno del 2008 iba conduciendo rumbo al trabajo, nevaba fuerte y el tráfico iba lento, todo estaba cubierto de blanco, las chimeneas humeantes, los transeúntes vestidos con sus largos abrigos, sus guates y sus bufandas, mientras los observaba por la ventana una canción asomó en la estación radial y presté atención a la letra, me hizo llorar y sentir algo agudo en el pecho, qué canción tan hermosa, pensé. Era Imagine de John Lennon. Ésa fue la primera canción en inglés que entendí completamente y que sentí en cada fibra de mi ser.

Realmente enfrentar mi negación al idioma y atreverme a abrir la puerta puso frente a mis ojos el mundo que yo me negaba a ver, aprender a vivir en otro idioma, sentir en otro idioma, pensar en inglés, al principio fue tan difícil porque siempre pensaba en español cuando conversaba con personas que hablaban inglés y me tomaba tiempo hacer la traducción en mi cerebro para luego hablarlo. Pero con todo el tiempo que me tomaba lo intentaba. Nunca me intimidé con los latinos ni con los hijos de estos nacidos aquí, tampoco los vi como un reto, simplemente los ignoré. Yo a lo mío que era aprender inglés.

Cuando decidí hablarlo, porque primero era de comprenderlo al escucharlo y luego leerlo porque se escribe y se pronuncia distinto, opté por buscar una forma que me divirtiera y entretuviera, algo que captara mi atención y que significara esfuerzo, resolví hablarlo al revés, así mi cerebro ponía empeño en no olvidar las palabras, y así lo hablé con mi hermana y con la jutiapaneca que reían a carcajadas cuando me escuchaban, aquello parecía un trabalenguas, y aparte de divertirnos mi memoria trabajaba. Aun lo hablo así con ellas que son las únicas con las que me nace, seguimos riendo del ingenio.

El inglés fue la transición del mi país de llegada al de residencia. Fue el umbral de una puerta, lo que había dentro y fuera de mi cárcel. Tenía que decidir entre quedarme encadenada o salir. Lo que estaba adentro ya lo conocía, el reto era descubrir lo nuevo que con el inglés llegaba a mi vida. Aun bebía hasta perder el sentido e intentar dormir por lo menos tres horas al día, aun me sentía completamente en Guatemala, aun quería regresarme todos los días, aun hacía planes para que «a fin de año me regreso sin falta», pero el inglés ayudó a que volviera a disfrutar de la lectura y que mi mente viajara a otros mundos. A que en algo mínimo pero que me atreviera a explorar en lo desconocido que tenía este país, con el entorno al que pasé cinco años detestando porque entre mi victimización y mi cólera y mi frustración y los recuerdos de frontera, no había espacio para la revelación, para la transición. Para el país de residencia.

(Continúa.)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.