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Presionar por la «normalización» del apartheid israelí

Fuentes: The Electronic Intifada

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

En 2002 la Liga Árabe propuso lo que se conoció como la Iniciativa Árabe de Paz para acabar con el conflicto israelo-palestino. Era una propuesta atrevida y sin precedentes que prometía a Israel una normalización total a cambio de una retirada completa de los territorios ocupados en 1967 y la creación de un Estado palestino. El plan pedía una «resolución justa» del problema de los refugiados palestinos. En términos prácticos esto significaba la renuncia del derecho al retorno a pesar de que según el derecho internacional éste es un derecho individual del que ningún Estado ni autoridad puede desposeer en nombre de los refugiados. La Iniciativa Árabe de Paz se basaba en lo que erróneamente se conoció como el «consenso internacional» para la resolución del conflicto israelo-palestino consistente en «dos Estados para dos pueblos» defendido tanto por la izquierda como por los patrones occidentales de Israel. Este plan suponía un raro frente unido entre los regímenes árabes, algo que unas décadas antes hubiera sido inimaginable, y que significaba un claro cambio en la política respecto a Israel.

La mera oferta significaba tanto una aceptación de facto de la implantación colonial sionista en la región como un sometimiento a su dominio militar. Por lo tanto, no era de sorprender que Israel no se precipitara a aceptar el plan. Su respuesta fue de completa indiferencia. Al fin al cabo, ¿por qué iba Israel a precipitarse a definir sus fronteras y a ceder partes de Jerusalén a un futuro «Estado» palestino cuando los gobiernos árabes legitimaban sin darse las actuales políticas de limpieza étnica por parte de Israel dentro de Palestina?

El plan se reiteró en la cumbre de la Liga Árabe de 2007 en Riyadh a la que sólo faltó Libia. Muammar al-Gaddhafi, que ha gobernado Libia durante los últimos 40 años, manifestó lealtad a los principios de la vieja guardia. Al explicar los principios del solitario boicot de Libia, su ministro de Asuntos Exteriores Abdel Rahman Shalgham argumentó que «todos los árabes consideran ahora a Irán su peor enemigo y han olvidado a Israel»; los árabes «siguen presionando a los palestinos para que acepten las condiciones del Cuarteto, nadie presiona a Israel». Libia tenía razón. Ha habido un cambio en las alianzas regionales por medio del cual una coincidencia de intereses une a occidente, los países árabes (ahora cada vez más identificados como «sunníes» en un discurso abiertamente sectario) e Israel contra Irán.

Históricamente a los Estados árabes les ha faltado un auténtico compromiso con los palestinos. Profundamente divididos, la causa palestina se ha utilizado a menudo como distracción del descontento por los problemas internos y para fomentar las agendas populistas de los dictadores árabes. Incluso antes de la creación del Estado de Israel, el rey Abdullah I de Jordania había expresado su compromiso con un Estado exclusivamente judío en Palestina. No firmó antes un acuerdo de paz con Israel por miedo a quedar aislado. Egipto (el país árabe más poblado) rompió en tabú en 1979, con lo que se fueron redefiniendo gradualmente los límites de lo que los autócratas regímenes árabes podía ceder sin poner en peligro su poltronas ante el descontento popular.

Egipto y Arabia Saudi, los más influyentes de estos países, dirigen ahora la campaña contra Irán. La amenaza de Irán a su dominio regional unida a una dosis de hostilidad anti-chií los ha llevado a considerar a Israel un aliado adecuado. Por otra parte, Israel está ansioso de aplastar a Irán, un oponente a su supremacía regional. En un discurso pronunciado el pasado mes de febrero ante la conferencia anual de la elite político-militar israelí en Herzliya, la ex-ministra de Asuntos Exteriores israelí Tzipi Livni clarificó este punto de vista: «Nosotros que estábamos acostumbrados a sentirnos aislados en Oriente Medio, con todo el mundo árabe en contra de nosotros, ahora miramos a nuestro alrededor y de pronto nos damos cuenta de que hay otros países al lado de Israel: países árabes, islámicos, que ya no consideran a Israel un enemigo, países que entienden que Irán es el enemigo principal, y lo consideran una amenaza no menor de lo que somos nosotros».

El presidente estadounidense Barack Obama está deseoso de sacar provecho de estas divisiones para facilitar el cambio de alianzas que formaría la base de un nuevo Oriente Medio. Actualmente su administración está desarrollando una estrategia global para consolidar esta incipiente alianza por medio de acciones significativas para disuadir a Irán y transformar la coincidencia de intereses en relaciones duraderas. La cuestión palestina, como principal arena del juego de poder de fuerzas regionales, es una vía principal para suplir el actual vacío. Y aquí es donde la Iniciativa Árabe de Paz vuelve a entrar en acción.

Uno de los cambios recientemente discutidos de esta inactiva es la adopción del modelo utilizado generalmente en las negociaciones entre israelíes y palestinos, el de los gestos de buena voluntad antes de establecer un acuerdo con todas las de la ley, o incluso negociaciones en absoluto «con todas las de ley». Como informó hace poco el diario israelí Haaretz, Estados Unidos espera que los países árabes den pasos hacia la normalización como gestos de buena voluntad hacia Israel. Obama lo hizo explícito en su conferencia de prensa del 18 de mayo junto con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, cuando el presidente afirmó que «los Estados árabes tienen que apoyar más y ser más audaces en buscar una posible normalización con Israel».

Los últimos 15 años de negociaciones entre Israel y a la Autoridad Palestina han demostrado de sobra el fracaso de este modelo. La buena voluntad o la colaboración total por parte de la Autoridad Palestina sólo ha llevado al fortalecimiento del sistema colonial de Israel. La campaña de normalización de la Liga Árabe contribuirá a aumentar la legitimidad internacional del régimen racista de Israel, y ello a pesar del abierto rechazo del plan por parte del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Irónico.

Los regímenes árabes aliados de occidente ya han dado pasos significativos hacia la normalización. Aplaudieron las dos últimas masacres israelíes, la de Líbano en 2006 y la de Gaza en 2009, al negarse a dar pasos decisivos para lograr un alto el fuego. Egipto y Arabia Saudí boicotearon una reunión de la Liga Árabe en enero, lo que dio tiempo a Israel para «acabar el trabajo» en Gaza. El pasado mes de abril el rey Abdullah de Arabia Saudí dio otro paso decisivo hacia una normalización total y se reunió con el presidente de Israel, el criminal de guerra Shimon Peres, en Nueva York. La máquina de propaganda saudí se apresuró a negar que esa reunión hubiera tenido lugar por temor a una reacción violenta. Con todo, la tendencia no ha sido uniforme: en respuesta al escándalo público que causó la masacre israelí en Gaza, Qatar cerró en enero una oficina comercial israelí a la que había albergado durante años como parte de los pasos hacia la normalización dados desde los Acuerdos de Oslo de 1993.

A la luz de estos esfuerzos dirigidos por los Estados para normalizar la limpieza étnica de Israel y la transformación de Palestina en un ghetto bajo un régimen racista de apartheid, ¿cómo podemos volver a los principios de justicia, igualdad derechos humanos? ¿Cómo podemos garantizar que a los refugiados se les concede el derecho de retornar a sus casas, que existe igualdad entre israelíes y palestinos, y, en última instancia, paz con justicia?

Cuando los gobiernos dejan de apoyar sistemáticamente estos principios y en vez de ello siguen agendas no democráticas, la gente normal debería tomar la lucha en sus propias manos. Las personas de conciencia de todo el mundo deberían redoblar los esfuerzos en favor del boicot, desinversión y sanciones (BDS) a Israel siguiendo el llamamiento hecho en 2005 por organizaciones de la sociedad civil palestina. En última instancia esto se convertirá en una poderosa fuerza capaz de contrarrestar los esfuerzos dirigidos por los Estados para legitimar el sistema de opresión de Israel. Israel está emprendiendo una batalla por la legitimidad y, como admitió recientemente Howard Kohr, director ejecutivo del AIPAC*, la campaña de BDS tiene posibilidades de cambiar las cosas a favor de la justicia. Estos esfuerzos de las organizaciones de base son especialmente oportunos en los países árabes y musulmanes donde todavía no existe un movimiento significativo con este fin en un momento en que sus déspotas gobiernos están blandiendo la bandera blanca de rendición ante Israel.

*El AIPAC es el principal lobby estadounidense pro-israelí (N. de la t.)

Ziyaad Lunat es un activista a favor de Palestina y co-fundador de la Iniciativa de Solidaridad con Palestina. Se puede contactar con él [email protected].

Enlace con el original: http://electronicintifada.net/v2/article10570.shtml