Cuba es un archipiélago situado en el Mar de las Antillas, y si Cristóbal Colón al descubrirla, mejor sería decir al encontrarla, el 27 de Octubre de 1492, expresó que «esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieran», para muchos otros visitantes extranjeros, a lo largo de la historia posterior y hasta los […]
Cuba es un archipiélago situado en el Mar de las Antillas, y si Cristóbal Colón al descubrirla, mejor sería decir al encontrarla, el 27 de Octubre de 1492, expresó que «esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieran», para muchos otros visitantes extranjeros, a lo largo de la historia posterior y hasta los momentos actuales, ha seguido siendo un punto de la geografía que atrae, enamora, encanta y, en muchos casos, impele al compromiso con sus destinos, su suerte y proyección en el mundo. Esa ha sido su buena suerte.
También ha existido la mala suerte, por ejemplo, de que los colonizadores españoles se comportaran tan bárbaramente crueles con su población nativa, que la exterminaron completamente y con ella desaparecieron su legua y todos los atributos de su identidad. Cercenaron para siempre lo fundamental de nuestra raza autóctona, el hombre, y luego trasplantaron la raza africana, que en el devenir se convirtió tan propia como la india y española. Seguramente los genes deben estar presentes en parte de nuestra población actual, y también nos ha quedado, como legado histórico, algo de su creación pictográfica en cavernas y restos óseos y objetos primitivos variados, cuya búsqueda continúa, a fin de preservarlos en museos y en la visión y memoria de las generaciones presentes y futuras. Tal vez nos acompañe un halo espiritual representado por la bondad y esos manantiales vírgenes del corazón que fueron parte consustancial de aquellos primeros habitantes de Cuba.
Oleadas de mala suerte también llegaron de parte de corsarios y piratas, y traficantes aventureros foráneos, al igual que ocurrió en otras partes de América, y en especial la derivada de las apetencias de grandes potencias, una de las cuales se hizo concreta con la toma de la Habana por Inglaterra.
Luego llegó la conquista neocolonial, disfrazada de ayuda para la independencia, por parte de los Estados Unidos, que inauguró un largo período de dependencia y rapiña halconeana, que terminó con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Sin embargo, aún queda como un zarpazo a la plena soberanía cubana, ese enclave llamado Base Naval de Guantánamo, que usurpa a la fuerza EE.UU, y que, para mayor ofensa, ha convertido, adicionalmente, en prisión de fama abominable.
Prisioneros de todas partes, un remedo de la caza de esclavos traídos en embarcaciones negreras desde África, fueron traídos a la Base Naval, en vuelos secretos de aviones, atravesando medio mundo, en una operación inusitada de secuestro transnacional, para luego ser sometidos a torturas y detenciones prolongadas, y mantenidos en un limbo o infierno legal, que son escarnio del derecho internacional reconocido. No obstante, el engendro persiste a pesar de que Obama prometiera cerrar este campo de concentración en su marcha presurosa hacia la elección presidencial. Después de dos años en el poder, el olvido se cierne sobre presos que languidecen y padecen durante largos años. Son los derelictos de la mala suerte.
Pero en fin, aquí está Cuba, símbolo, para la mayor parte del mundo, de resistencia, de rebeldía, de dignidad, de libertad y justicia, y de un internacionalismo solidario a toda prueba al servicio de todos los pueblos.
Claro que a Cuba la sigue acompañando el fantasma de la mala suerte del pasado. La vieja apetencia de los Estados Unidos por apoderarse de ella mediante compra, anexión o invasión en otros tiempos aún pervive. Y como nada de eso lo pudo conseguir realmente gracias a la resistencia heroica de los cubanos, desde hace más de cincuenta años han enfilado los cañones de la agresión contra Cuba, de todos los tipos habidos y por haber, y han concitado a todos los aliados, grandes o pequeños, para que arremetan contra Cuba con un odio feroz, empleando las mañas del vilipendio, la calumnia y la mentira; pero también las agresiones manifiestas o solapadas, han perjudicado y perjudican su normal desarrollo político y socioeconómico.
Han sido muchos los extranjeros, de todas partes del mundo, que desde campos diversos han enriquecido la historia de Cuba. Algunos combatieron con las armas y derramaron su sangre en nuestras luchas libertarias. Otros la defendieron con las ideas y pusieron su pensamiento humanista, científico, filosófico y político a favor de su causa. Un amor inextinguible los unió o los unen a una tierra que siempre se ha hecho querer por el carácter de su pueblo y el encanto de su naturaleza prodigiosa. En la lista figuran grandes hombres y hombres comunes, muchos de los cuales llegaron a formar parte definitiva del armazón esencial sobre el que se sustenta el cuerpo de la nación cubana. No importa que sus actos hayan sido grandes o pequeños, lo importante es que la entrega existencial de todos se haya incorporado a la cultura y modo de ser del pueblo cubano.
Como referencia citaré el ejemplo de Alejando de Humboldt, erudito, naturalista y descubridor, investigador, geólogo y humanista. Nació en Berlín, Alemania, el 14 de septiembre de 1769. Ha trascendido por sus vastos estudios y descubrimientos en numerosos campos. Durante su periplo de cinco años por el continente americano, Humboldt permaneció en Cuba unos cuatro meses, tres durante su primera visita en diciembre de 1800 y uno durante la segunda ocurrida en abril de 1804.
Los estudios realizados en Cuba aportaron conocimientos sobre geografía, las comunicaciones, la flora y la fauna, la topografía, el clima, los suelos y, en particular, sobre el cultivo de la caña y la fabricación de azúcar. También desarrolló una teoría sobre la formación de las Antillas y la constitución de las Antillas, y confeccionó un mapa de puertos y ciudades. En 1827 publicó Ensayo Político sobre la Isla de Cuba, obra de extraordinaria importancia debido a la objetividad en que da a conocer, por primera vez, la naturaleza y la sociedad de Cuba a europeos y cubanos. La misma fue reconocida por José de la Luz y Caballero como fuente de inspiración para sus estudios filosóficos y pedagógicos, por lo cual le confirió el título de «Segundo Descubridor de Cuba».
De mis visitas a Alemania, y en especial la realizada a la Universidad Alejandro Humboldt de Berlín, recuerdo la tarja colocada en su entrada, que en nombre de la República de Cuba rememora y rinde homenaje imperecedero al ilustre sabio, refrendando su significación como segundo descubridor.
En Cuba se le rinde tributo de muy variada forma, y sólo baste señalar la distinción que significa el nombre dado al Parque Nacional Alejandro de Humboldt, símbolo mayor de nuestra naturaleza situado en la parte oriental del país, declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Hemos citado dos ejemplos conspicuos de visitantes extranjeros, Colón y Humboldt, calificados con los títulos de primer y segundo descubridores respectivamente de Cuba. Pero suman decenas o cientos los extranjeros que forman parte, quizás más raigalmente, de la nación cubana, incorporados al cuerpo y alma del pueblo cubano, de tal modo que forman parte de nuestro ser y razón de ser de la identidad cubana. Miles de visitantes, que han formado parte de millones más, han establecido con Cuba relaciones que pueden calificarse como filiales o fraternas, en que lazos y sentimientos de simpatía, amistad, convivencia, solidaridad, compañerismo, identificación, valores compartidos, etcétera, han signado el prodigio y el misterio de lealtades y compromisos capaces de resistir todas las pruebas.
Uno de estos ejemplos, que sirve para dar título al presente artículo, se conserva en forma de tarja en la Avenida del Puerto frente a la Bahía de La Habana y a la fortaleza Morros-Cabaña. Desde el muro que la sostiene, se divisa al frente, más allá de las aguas de la bahía, las vetustas fortalezas y la escultura monumental, de mármol blanco de Carrara, El Cristo de La Habana de la escultora Dilma Madera, inaugurada el 25 de diciembre de 1958 y que se eleva a 151 metros sobre el nivel del mar..
La figura de Jesús aparece de pie, con una mano en el pecho y la otra en alto, en actitud de bendecir, mira hacia la ciudad y tiene una altura de veinte metros sobre la base de tres metros. Pesa 320 toneladas y está compuesta por 67 piezas.
Pero en fin, en las aceras de la Avenida del Puerto cercana al mar, ubicados en un sitio donde es posible observar el paso de buques de gran porte pero también de las pequeñas lanchas de pasajeros que transportan a los vecinos a ambos lados de la bahía, nos encontramos con la tarja que brinda testimonio de un hecho trascendente por su simbolismo. En ella están inscritos los detalles sobre su protagonista y su acción:
«GEORGUI GEORGUIEV 1976- DIC 20 -1977
Capitán de la Marina búlgara, 4 de junio de 1930-13 de mayo de 1980. Navegante intrépido que en gesto de amistad tomó como principio y fin de un viaje en solitario de un año alrededor de la tierra.»
¿No es algo para recordar este acto noble y altruista del navegante búlgaro, realizando un viaje alrededor del mundo, acompañado sólo de sí mismo, y con la idea fija de regresar después de un año al mismo punto de La Habana, Cuba, desde donde saliera un día, sin saber que sólo le restaban cuatro años de vida? ¿No constituye este un acto de amor infinito que merece perdurar y ser recordado en el porvenir?
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