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¿Qué es lo que impulsa a Israel?

Fuentes: heraldscotland.com

Traducido para Rebelion por Marwan Pérez

Probablemente el aspecto más desconcertante del asunto de la flotilla de Gaza haya sido la justa indignación expresada por el gobierno israelí y el pueblo.

La naturaleza de esta respuesta no está siendo difundida en la prensa británica, pero incluye desfiles celebrando el heroísmo de los comandos que asaltaron la nave y manifestaciones de escolares dando su incondicional apoyo al gobierno contra la nueva ola de antisemitismo.

Como alguien que nació en Israel y vivió con entusiasmo el proceso de socialización y adoctrinamiento hasta mediados de mis años 20, esta reacción es demasiado familiar. Entender la raíz de esta furiosa actitud defensiva es clave para comprender el principal obstáculo para la paz en Israel y Palestina. Se puede definir esta barrera como la percepción oficial y popular judía israelí de la realidad política y cultural que los rodea.

Varios factores explican este fenómeno, pero tres son excepcionales, están interconectados, y forman la infraestructura mental en la que se basa la vida de un individuo judío sionista en Israel, y de la que es casi imposible apartarse – que conozco muy bien por experiencia personal-.

(1) La primera y más importante supone que la Palestina histórica es, por derecho sagrado e irrefutable, una posesión política, cultural y religiosa del pueblo judío representado por el movimiento sionista y después por el Estado de Israel.

La mayoría de los israelíes, los políticos y los ciudadanos, entendemos que este derecho no puede ser plenamente ejecutado. Aunque los sucesivos gobiernos fueron lo suficientemente pragmáticos para aceptar la necesidad de entrar en negociaciones de paz y luchar por algún tipo de compromiso territorial, el sueño no ha sido abandonado. Mucho más importante es la concepción y la representación de una política pragmática como un acto de generosidad internacional en última instancia y sin precedentes.

Cualquier descontento palestino, o para el caso internacional, a cada oferta ofrecida por Israel desde 1948, se ha considerado como una insultante ingratitud ante los principios complacientes e ilustrados de la «única democracia en Oriente Medio». Imagine que el descontento se convierte en una lucha, a veces violenta, y que se empieza a entender la justificada ira. Desde niños en edad escolar, durante el servicio militar y más tarde como adultos ciudadanos israelíes, la única explicación que hemos recibido para las respuestas árabes o palestinas, es que nuestro comportamiento civilizado se encuentra con la barbarie y el antagonismo de la peor especie.

Según el relato hegemónico en Israel hay dos fuerzas maliciosas. La primera es el viejo impulso antisemita del mundo en general, un error infeccioso que supuestamente afecta a todo el que entra en contacto con judíos. Según esta narrativa, los modernos y civilizados judíos fueron rechazados por los palestinos simplemente porque eran judíos, no porque les robaron la tierra y el agua, expulsaron a la mitad de la población en 1948, les impusieron una brutal ocupación en Cisjordania, y últimamente un asedio inhumano a la Franja de Gaza. Esto también explica por qué la acción militar parece el único recurso: si los palestinos son vistos como decididos a destruir Israel a través de un impulso atávico, la única forma concebible de hacerles frente es a través de la fuerza militar.

(2) La segunda fuerza es también un fenómeno viejo-nuevo: una civilización islámica decidida a destruir a los judíos como fe y como nación. Los más importantes orientalistas israelíes, apoyados por los nuevos académicos conservadores en Estados Unidos, ayudaron a articular esta fobia como una verdad académica. Estos temores, por supuesto, no pueden sostenerse si no están permanentemente alimentados y manipulados.

De aquí surge el segundo rasgo de interés para una mejor comprensión de la sociedad judía israelí. Israel se encuentra en un estado de negación. Incluso en 2010, con todas las alternativas y los medios internacionales de comunicación y de información, la mayoría de los judíos de Israel siguen siendo alimentados a diario por los medios de comunicación que les esconden las realidades de la ocupación, el estancamiento o la discriminación. Esto es cierto sobre la limpieza étnica que Israel cometió en 1948, que convirtió en refugiados a la mitad de la población de Palestina, que destruyó la mitad de las aldeas y ciudades palestinas, y dejó el 80% de su patria en manos israelíes. Y es dolorosamente obvio que incluso antes de la construcción de muros y vallas del apartheid alrededor de los territorios ocupados, el israelí medio no lo sabía, y no le importaban los 40 años de violaciones sistemáticas de los derechos civiles y humanos de millones de personas bajo la directa y e indirecta legislación de su estado.

Tampoco han tenido acceso a informes honestos sobre el sufrimiento en la Franja de Gaza en los últimos cuatro años. De la misma manera, la información que recibieron sobre la flotilla se ajusta a la imagen de un Estado atacado por las fuerzas combinadas del viejo antisemitismo y los nuevos fanáticos islámicos que vienen a destruir el Estado de Israel. (Después de todo, ¿por qué han enviado a la élite de los mejores comandos del mundo a hacer frente a indefensos activistas de derechos humanos?)

Como historiador joven en Israel durante la década de 1980, fue esta negación lo que primero me llamó la atención. Como investigador profesional decidí estudiar los eventos de 1948 y lo que he encontrado en los archivos me llevó a un viaje lejos del sionismo. No convencido por la explicación oficial del gobierno de su asalto contra Líbano en 1982 y su comportamiento en la primera Intifada en 1987, comencé a darme cuenta de la magnitud de la fabricación y manipulación. Ya no podía suscribir una ideología que ha deshumanizado a los palestinos nativos y que ha impulsado las políticas de despojo y destrucción.

El precio de mi disidencia intelectual fue predicho: la condena y la excomunión. En 2007 salí de Israel y de mi trabajo en la Universidad de Haifa para ser profesor en el Reino Unido, donde las opiniones que en Israel se consideran de locos – en el mejor de los casos-, y de traición pura -en el peor-, son compartidas por casi todas las personas decentes en el país, tengan o no alguna relación directa con Israel y Palestina.

Ese capítulo de mi vida – demasiado complicado para describir aquí – constituye la base de mi próximo libro, Fuera de la trama, que se publicará este otoño. Pero en resumen, se trataba de la transformación de alguien que había sido un sionista israelí ordinario y corriente, y se produjo por la exposición a una información alternativa, una estrecha relación con varios palestinos y los estudios de postgrado en Gran Bretaña.

Mi búsqueda de una auténtica historia de los acontecimientos en el Oriente Medio supuso la desmilitarización de mi mente. Incluso ahora, en 2010, Israel es en muchos sentidos un Estado colonial prusiano: una combinación de políticas colonialistas con un alto nivel de militarización en todos los aspectos de la vida. (3) Esta es la tercera característica del estado judío que hay que entender si se quiere comprender la respuesta israelí. Se manifiesta en el predominio del ejército sobre la vida política, cultural y económica dentro de Israel. El ministro de Defensa Ehud Barak era el oficial al mando de Benjamín Netanyahu, el primer ministro, en una unidad militar similar a la que ha asaltado la flotilla. Este contexto es profundamente significativo para entender la respuesta sionista del Estado, lo que ellos y todos los oficiales perciben como el enemigo más temible y peligroso.

Probablemente se tiene que haber nacido en Israel, como yo, y pasar por todo el proceso de socialización y educación – incluyendo el servicio en el ejército – para comprender el poder de la mentalidad militarista y sus nefastas consecuencias. Y se necesita el contexto para entender por qué toda la premisa en la que se basa el enfoque de la comunidad internacional para el Oriente Medio, es completa y desastrosamente equivocada.

La respuesta internacional se basa en la suposición de que las concesiones palestinas, más afables a un diálogo permanente con la elite política israelí, llevarán a una nueva realidad sobre el terreno. El discurso oficial en Occidente es que una solución muy razonable y posible – la solución de dos estados – está a la vuelta de la esquina si todas las partes hacen un último esfuerzo. Tal optimismo es irremediablemente un error.

La única versión de esta solución aceptable para Israel es que la domesticada Autoridad Palestina en Ramallah y Hamas en Gaza firmen lo que nunca pueden aceptar. Una oferta para encarcelar a los palestinos en enclaves sin estado a cambio de poner fin a su lucha. Y así, incluso antes de que se discuta una solución alternativa – un estado democrático para todos, lo cual apoyo – o explorar una solución de dos estados más plausible, se tiene que transformar radicalmente la mentalidad del pueblo y la versión oficial israelí. Esta mentalidad es la principal barrera para una reconciliación pacífica en el terreno de la fractura de Israel y Palestina.

¿Cómo se puede cambiar? Ese es el mayor desafío para los activistas dentro de Palestina e Israel, para los palestinos y sus partidarios en el extranjero y para cualquier persona en el mundo que se preocupe por la paz en el Oriente Medio. Lo que se necesita, en primer lugar, es reconocer que el análisis aquí presentado es válido y aceptable. Sólo entonces se puede discutir el pronóstico.

Es difícil esperar que la gente vuelva a estudiar una historia de más de 60 años con el fin de comprender mejor por qué la agenda internacional actual en Israel y Palestina es errónea y perjudicial. Pero sin duda se puede esperar que los políticos, los estrategas políticos y periodistas reevalúen lo que han llamado eufemísticamente «el proceso de paz «desde 1948. También necesitan también que se les recuerde lo que realmente ocurrió.

Desde 1948, los palestinos han estado luchando contra la limpieza étnica de Palestina. Durante ese año, perdieron el 80% de su patria y la mitad de ellos fueron expulsados. En 1967, perdieron el 20% restante. Están fragmentados geográficamente y traumatizados como ningún otro pueblo en la segunda mitad del siglo XX. Y si no hubiera sido por la firmeza de su movimiento nacional, la fragmentación habría permitido a Israel apoderarse de toda la Palestina histórica y empujar a los palestinos al olvido.

La transformación de un modo de pensar es un proceso largo de educación e iluminación. Contra todos los pronósticos, algunos grupos alternativos dentro de Israel han iniciado este largo y sinuoso camino de la salvación. Pero mientras tanto hay que detener las políticas israelíes, como el bloqueo de Gaza. No cesarán ante condenas tan débiles como las que escuchamos la semana pasada, ni el movimiento dentro de Israel es lo suficientemente fuerte como para producir un cambio en un futuro previsible. El peligro no es sólo la continua destrucción de los palestinos, sino una política suicida constante de Israel que podría conducir a una guerra regional, con consecuencias nefastas para la estabilidad del mundo en su conjunto.

En el pasado, el mundo libre se enfrentó a situaciones tan peligrosas como las de Sudáfrica y Serbia, tomando decisiones y sanciones fuertes y firmes. Sólo una seria y permanente presión de los gobiernos occidentales a Israel les enviaría el mensaje de que la estrategia de la fuerza y la política de opresión no son aceptadas, ni moral ni políticamente, por el mundo al que Israel quiere pertenecer.

La diplomacia de las negociaciones y «las conversaciones de paz», permite a los israelíes proseguir sin interrupción con las mismas estrategias, y cuanto más se avance, más difícil será deshacerlo. Ahora es el momento de unirnos con el mundo árabe y musulmán y ofrecer a Israel un boleto a la normalidad y la aceptación, a cambio de una partida sin condiciones de las ideologías y prácticas del pasado.

La salida del ejército de la vida de los oprimidos palestinos en Cisjordania, el levantamiento del bloqueo a Gaza y detener la legislación racista y discriminatoria contra los palestinos dentro de Israel, podría ser medidas positivas hacia la paz.

También se debe examinar con seriedad y sin prejuicios étnicos el retorno de los refugiados palestinos de una manera que respete su derecho fundamental de la repatriación y las posibilidades de reconciliación entre Israel y Palestina. Cualquier plan político que pueda prometer estos logros debe ser bienvenido, apoyado, e implementado por la comunidad internacional y las personas que viven entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo.

Y entonces las flotillas que hagan su camino a Gaza serían de turistas y peregrinos.

Ilan Pappe es profesor de historia en la Universidad de Exeter, y director del Centro Europeo de Estudios sobre Palestina. Sus libros incluyen La limpieza étnica de Palestina y una historia moderna de Palestina. Su proximo libro, «fuera de la trama» (publicado este mes de octubre por Pluto Press), donde explica su ruptura con la corriente principal israelí y sus consecuencias.

Fuente: http://www.heraldscotland.com/comment/guest-commentary/essay-of-the-week-what-drives-israel-1.1032971