Desde que se descubrió el primer pozo de petróleo en el Medio Oriente, los ojos del Reino Unido, Francia y EE.UU. se afincaron sobre el mundo árabe y, hasta hoy, esa es la clave principal para entender todo lo que ocurre en esa zona. La lucha por el control de los recursos energéticos y de […]
Desde que se descubrió el primer pozo de petróleo en el Medio Oriente, los ojos del Reino Unido, Francia y EE.UU. se afincaron sobre el mundo árabe y, hasta hoy, esa es la clave principal para entender todo lo que ocurre en esa zona. La lucha por el control de los recursos energéticos y de las vías para su distribución marca el ritmo de la vida en esa parte del mundo, como antes fue la lucha por el dominio de aquellas rutas comerciales.
En la actualidad, al cúmulo de problemas sociales y políticos que enfrentan los pueblos de esta región, se suman los efectos de la crisis económica global que tiende a agravarse y que ha catalizado el descontento y los estallidos populares en Egipto, Túnez, Bahrein, Arabia Saudita, Yemen, Siria y Libia, con repercusiones y alcances distintos.
En estas aguas revueltas, no han faltado los pescadores que desde hacía mucho tiempo preparaban sus redes y anzuelos. EE.UU., al frente de los arponeros, encontró el momento para continuar los planes iniciados en Iraq en el 2003. Libia fue la próxima en caer en la red, ahora van por Siria, para después tirar de una vez del pez gordo: Irán.
Del petróleo libio ya se ha hablado bastante, y aunque las empresas yanquis le dieron ventaja a las francesas, Washington consiguió quitarse el siempre impredecible obstáculo Gaddafi, lo que representa un dolor de cabeza menos a la hora de mirar hacia África y un alivio táctico para la Casa Blanca, sus aliados europeos y árabes e Israel.
Siria es ahora la meta. ¿Pero hay petróleo en Siria como para justificar tal ofensiva? Sí, hay, aunque en este caso, esa no es la causa. Pescar a Siria significa eliminar el fiel de la balanza que mantiene el frágil equilibrio de fuerzas que existe hoy en la región, y en esa cuerda muchos se han montado.
Dividamos la zona en dos bandos como recurso metodológico para tratar de exponer en líneas generales lo que sucede hoy en esa región y apreciar la complejidad que le confieren a la zona la interrelación de numerosos variables culturales, políticas y económicas con los intereses propios y externos que allí se dirimen.
Arabia Saudita y el grupo de monarquías árabes sunnitas del golfo Pérsico, junto a Jordania y el moribundo gobierno de Yemen, tienen al «chiísmo iraní» y al «nacionalismo sirio» como los principales enemigos de sus gobiernos, a pesar de que todos dicen defender la causa palestina y oponerse al sionismo israelí, banderas de lucha también de Teherán y Damasco.
Pero lo más interesantes es que este bando es estrecho aliado de Washington, el principal apoyo de Tel Aviv. Así que EE.UU. utiliza a su antojo la causa palestina y evita rosar con ella a su gendarme sionista; mientras que manipula los intereses locales de estos regímenes árabes en función de sus necesidades geoestratégicas. No por gusto la ribera árabe del golfo Pérsico es una gran base militar estadounidense donde radica su Comando Central y las compañías petroleras de ese país hacen buen dinero desde allí.
Solo así se entiende el oculto entusiasmo de muchos de estos países cuando Bush decidió ocupar Iraq y desembarazarse de Saddam. Aquel frenesí se multiplicó este año cuando Obama y Sarkozy decidieron convertir a Libia en polvo y perseguir a Gaddafi. Solo que esta vez aviones árabes fratricidas participaron en una operación que nunca buscó apoyar los reclamos justos de una parte de la población libia que seguirá marginada del poder.
Egipto y Túnez, miembros de este selecto bloque, están un tanto al margen de los acontecimientos regionales por sus convulsas situaciones internas, aunque Washington se empeña en traerlos a su redil nuevamente.
Turquía es tal vez la excepción en la zona. Gobernada por un partido islamista moderado, es miembro de la OTAN, aliado de Washington y con cercanos vínculos con Israel. También estrecha sus relaciones con Irán, aunque mantiene serias diferencias con Siria y busca ampliar su peso en la zona, para lo cual sabe que debe lucir imparcial.
El otro bando está formado por Irán, Siria, Hezbollah y HAMAS, que, aunque tienen profundas diferencias religiosas, culturales y políticas, apuntalan su alianza sui géneris con el enfrentamiento a enemigos comunes: Israel, EE.UU y sus aliados locales.
En Siria radican diversas organizaciones palestinas, incluida la dirección política de HAMAS; y es parte de la cadena de apoyo que parte desde Teherán para HAMAS en Gaza y Hezbollah en el Líbano.
HAMAS y Hezbollah constituyen para Irán sus primeros anillos de defensa frente a Israel, mientras que Damasco es el segundo, por esta razón Siria es hoy un tema prioritario en las agendas regionales y de EE.UU.
La situación interna que vive Siria ha sido inflamada por las acciones de los servicios especiales de EE.UU., sus aliados e Israel. La idea es obligar al régimen de Bashar Al Asad a ceder posiciones hasta lograr su derrocamiento. El guión incluye presiones políticas, sanciones económicas, campañas mediáticas, planes de subversión interna y amenaza militar, para lo cual ya los amigos locales de EE.UU. activaron su Liga Árabe.
Si cae Siria, la correlación de fuerzas en la región se desplazará a favor de EE.UU. y las monarquías sunnitas, mientras que en Tel Aviv los halcones suspirarán aliviados. La causa palestina, la verdadera, sufrirá un golpe brutal; en el Líbano la calma será una quimera; y en Irán los preparativos para la guerra se acelerarán más de lo normal.
Paralelamente, Rusia y China verán desplazarse hacia el oriente las fronteras de influencia de EE.UU. pues el próximo plan táctico estaría dirigido contra Irán. Este país cuenta con grandes recursos energéticos y controla la ribera sur del mar Caspio y las orillas orientales de los golfos Pérsico y de Omán. Esto explica, entre otra larga lista de elementos, la actitud de Moscú y Pekín en el Consejo de Seguridad, cuando evitaron, hasta el momento, una condena y eventual acción armada de la OTAN contra Siria; y a la vez, alejaron por algún tiempo las brazas encendidas que amenazan a Irán.
Las posturas de Rusia y China en la ONU podrían impulsar a Irán a trazar nuevas estrategias sobre su programa nuclear, asunto en el que también Turquía, paradójicamente, podría jugar un papel mediador, dados sus estrechos vínculos con Teherán, EE.UU. y la Unión Europea.
Por lo pronto, EE.UU. y Occidente se afilan sus colmillos con el curso de los acontecimientos en Siria y calientan los misiles mediáticos contra Teherán. Las nuevas acusaciones estadounidenses sobre un supuesto plan terrorista iraní contra el embajador saudita en Washington serían risibles si no presagiaran nuevas cruzadas.
La historia reciente ha demostrado la plena coordinación que existe entre las acciones mediáticas, diplomáticas, económicas, políticas, legales, subversivas y militares de EE.UU., por lo que en Irán a nadie sorprenderá una nueva oleada de presiones y sanciones. No obstante, el hueso iraní será duro de roer y tal vez, como en Siria, las bombas le den paso a la guerra sucia y a las acciones de desestabilización. Esperemos para ver.
Omar Rafael García Lazo es periodista cubano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.