Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
10.9.05.- Anteayer la portada de Haaretz proclamaba: «Médicos: Arafat murió de SIDA o envenenando». El SIDA aparecía en primero lugar.
Durante docenas de años, los medios de comunicación israelíes han llevado a cabo, con inspiración gubernamental, una campaña concentrada contra el líder palestino (con la única excepción de Haolam Hazeh, la revista de noticias que yo edité). Se vertieron millones de palabras de odio y demonización sobre él, más que sobre cualquier otra persona de su generación. Si alguien pensaba que esto acabaría después de su muerte, estaba equivocado. Ese artículo, firmado por Avi Isasharof y Amos Harel, es una continuación directa de esta campaña de difamación.
La palabra importante es, por supuesto, «SIDA». A lo largo del artículo largo no hay ningún rastro de pruebas para este alegato. Los reporteros citan » fuentes del aparato de seguridad israelí». También citan a los médicos israelíes «quiénes lo oyeron de los médicos franceses»; un método original para un diagnóstico médico. Incluso un respetado profesor israelí halló la prueba concluyente: no fue publicado que Arafat se hubiera sometido a un test de SIDA. Ciertamente, un equipo médico tunecino le hizo el test en Ramallah y el resultado fue negativo, pero ¿quién creería a los árabes?
Haaretz sabe, por supuesto, cómo protegerse. En alguna parte del artículo, lejos del titular sensacionalista, aparecen las nueve palabras: «La posibilidad que Arafat tuviera SIDA no es alta». Haaretz está bien. En lenguaje militar: su culo está cubierto. Por comparación, El New York Times que publicó una historia similar mismo día trató los argumentos sobre el SIDA con desprecio.
Algo muy simple prueba la falsedad de la acusación: si tuviera de hecho siquiera la base más tenue, el gran aparato de propaganda del gobierno israelí y la clase dirigente judía de todo el mundo lo habrían trompeteado por las azoteas, en lugar de esperar 10 meses. Pero, como asunto de hecho, no hay ninguna evidencia en absoluto. Es más, los escritores se ven obligados a admitir que los síntomas de Arafat eran completamente incompatibles con el cuadro de SIDA.
Así ¿de qué se murió?
Desde que asistí a su tumultuoso entierro Ramallah, me he abstenido de dar mi opinión sobre la causa de su muerte. No soy médico, y mis docenas de años como editor de una revista de periodismo de investigación me han enseñado a no expresar acusaciones que sea incapaz de demostrar en un tribunal.
Pero, puesto que ahora a todos los diques se les ha abierto brecha, estoy preparado para decir lo que está en mi mente: desde el primer momento, estuve seguro de que Arafat había sido envenenado.
La mayoría de los médicos entrevistados por Haaretz testificaron que los síntomas apuntan hacia envenenamiento, y, de hecho, es incompatible con cualquier otra causa. El informe de los médicos franceses que trataron Arafat durante las últimas dos semanas de su vida afirman que ninguna causa conocida sobre su muerte fue descubierta. Ciertamente, las pruebas no encontraron cualquier rastro de veneno en su cuerpo; pero las pruebas sólo se efectuaron para los venenos usuales. No es ningún secreto que muchos servicios de inteligencias en el mundo han desarrollado venenos que no pueden descubrirse en absoluto, o cuyos rastros desaparecen en un tiempo corto.
Hace algunos años, los agentes israelitas envenenaron al principal líder de Hamas, Khaled Mash’al con un ligero pinchazo en una céntrica calle de Amán. Su vida sólo fue salvada porque el rey Hussein exigió que Israel inmediatamente proporcionara el antídoto. (Como una indemnización ampliada, Binyamin Netanyahu aceptó liberar de la prisión a otro jefe de Hamas, el Jeque Ahmed Yassin que fue asesinado varios años después de su retorno a Gaza por medios más convencionales: un proyectil aerotransportado.)
En ausencia de síntomas de cualquier enfermedad conocida, y puesto que claros indicios de envenenamiento estaban presentes, la probabilidad más alta es que Yasser Arafat fuera envenenado, de hecho, mientras tomaba la cena cuatro horas antes de que los primeros síntomas aparecieran.
Puedo testificar que los dispositivos de seguridad alrededor del Ra’is eran muy flojos. En cada una de mis docenas de reuniones con él en países diferentes yo estuve siempre asombrado de la facilidad con la que un asesino potencial podría haber hecho su trabajo. Su protección siempre era superficial, sobre todo comparada al modo en que los primeros ministros israelíes son defendidos. Hacía comidas en compañía de extraños, abrazaba a sus visitantes. Se sabe que frecuentemente aceptaba dulces de extraños y que también aceptaba medicinas de visitantes y que las ingería en situ. Después de sobrevivir a docenas de intentos de asesinato, e incluso a un accidente de avión, vino a adoptar una actitud fatalista, » todo está en las manos de Alá». Pienso que en el fondo de su corazón, creía realmente que Alá lo conservaría hasta la realización de su misión histórica.
¿Si fue envenenado: realmente quien le envenenó?
Primero, la sospecha recae, por supuesto, en el aparato de seguridad israelí. De hecho, Ariel Sharon declaró en varias ocasiones que pensó matarlo. El asunto surgió en reuniones ministeriales. En dos ocasiones durante los últimos años mis amigos y yo estábamos tan convencidos de que eso era inminente, que fuimos a la Mukata’ah de Ramallah para servir como «escudos humanos» para él. Convencidos de que el asesinato de Arafat causaría mucho daño a Israel. En uno de sus entrevistas, Sharon declaró que nuestra presencia había impedido su liquidación allí.
La verdad es que Sharon se abstuvo de asesinar a Arafat principalmente porque los americanos lo prohibieron. Tuvieron miedo de que el asesinato despertara una gran tormenta en el mundo árabe y exacerbara el terrorismo antiamericano. Pero esta interdicción puede haberse aplicado solo a una acción abierto.
El asunto de Mash’al demuestra que los servicios de inteligencia israelíes tienen los medios para envenenar a personas sin dejar rastro alguno. El envenenamiento sólo fue descubierto porque los perpetradores fueron cogidos in fraganti.
Sin embargo, una probabilidad, por muy alta que sea, no es ninguna prueba. Por el momento, no hay ninguna prueba de que Arafat fura envenenado, de hecho, por los servicios israelíes.
Pero si no lo hicieron los israelíes ¿quien? Los servicios de inteligencia norteamericanos también tienen la capacidad necesaria. El presidente Bush nunca ocultó su odio por Arafat, un líder obstinado que no se sometió a sus dictados. Fue rápido en abrazar a Mahmoud Abbas. Aun ahora, los emisarios norteamericanos que visitan el Mukata’ah, significativamente se abstienen de poner coronas en el patio de la tumba del Ra’is.
Pero los intereses americanos, tampoco, constituyen una prueba. Uno puede pensar en varios otros sospechosos, incluso del mundo árabe.
¿Benefició la muerte de Arafat a Sharon?
Aparentemente, no. Mientras Arafat estuviera vivo, el apoyo norteamericano a Israel sería ilimitado. Pero a continuación de su muerte, el presidente Bush se ha ido saliendo de su senda de apoyo a su sucesor. El triste desastre norteamericano en Irak obliga a Bush a buscar logros en otra parte del «Amplio Oriente Medio». Él presenta a Mahmoud Abbas como un símbolo de los nuevos vientos que soplan como resultado de la política norteamericana en el mundo árabe y musulmán. Para convencer al público palestino que apoye a Abbas, Bush está ejerciendo una nueva clase de presión sobre Sharon. Quizás Sharon está anhelando en secreto los viejos buenos días de Arafat cuando la vida era simple y un enemigo se vestía para la ocasión.
Pero una persona que quiere – como Sharon ciertamente hace – romper el pueblo palestino en pedazos e impedir el establecimiento de un Estado viable en Palestina, cueste lo que cueste, sólo puede estar contento con el fallecimiento de Arafat, que unió a todo el pueblo palestino. Él tuvo la autoridad moral para imponer orden y lo revitalizó con fuerza y empatía, con sabiduría humana y trucos, con amenazas y seducción.
Hay mucha gente en Israel que esperaba que sin él la sociedad palestina se rompería y se separaría, que la anarquía destruiría sus propias bases , que la facciones armadas se matarían entre sí y con la dirección nacional. Ciertamente se alegran de que Arafat esté muerto y rezan por el fracaso de Mahmoud Abbas.
Arafat me aseguró una vez que nosotros dos veríamos la paz en vida. A él se le impidió ver ese día. Él que causó esto – quienquiera que sea – no sólo ha pecado contra el pueblo palestino, sino también contra la paz, y por consiguiente contra Israel.
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Una extraña fiesta de Cumpleaños
Ayer, en la víspera de mí 82 cumpleaños, tuve una fiesta muy rara. Las emociones fueron altas, las lágrimas fluyeron como nunca antes lo habían hecho, hubo un largo desfile largo. Todo el asunto tuvo lugar en un pueblo de Cisjordania llamado Bil’in.
Ciertamente, las lágrimas fueron originadas por el gas lacrimógeno. La emociones fueron altas porque fuimos atacados violentamente por la Policía de Frontera. El desfile fue en protesta ante el Muro de Separación que corta la mayoría de las tierras del pueblo para agrandar el enorme asentamiento de Modi’in Llit.
Desde hace meses, los activistas israelíes por la paz israelíes se han unido a los lugareños todos los viernes en una marcha de protesta al emplazamiento del Muro, convirtiendo Bil’in en un símbolo de la resistencia no-violenta, durante meses. El lugar ha sido nivelado, pero el Muro propiamente, no se ha construido todavía en este sector. La manifestación de la última semana fue atacada por el ejército con una brutalidad especial, por la que decidimos regresar con fuerza esta semana.
Éramos más de 200 de nosotros; manifestantes de todo el país, pertenecientes a varios movimientos por la paz. Antes de ponernos en camino, ya habíamos oído en la radio que el pueblo había sido invadido a alba, que un toque de queda había sido impuesto y que choques violentos estaban teniendo lugar. Puesto que se habían bloqueado todas las rutas regulares hacia el pueblo, tuvimos que acercarnos desde una dirección inesperada.
Dejando nuestros autobuses en el límite del asentamiento, empezamos nuestra marcha a través de un paisaje típico palestino; colinas empinadas cubiertas de piedras resbaladizas de todos los tamaños, olivares, espesos y secos arbustos y espinos. La temperatura alcanzaba los 30 grados a la sombra, pero no había ninguna sombra a la vista. No me gustó caminar por allí cuando era soldado, y ahora, 57 años después, me gustó aún menos.
Durante dos horas interminables subimos y bajamos y nos resbalamos una y otra vez, ayudándonos. Éramos un grupo variopinto; jovenzuelos de ambos sexos y personas mayores entremezclados. Cuando casi estaba en las últimas, alcancé el lugar del Muro, una herida luminosa, larga que se enrolla como una serpiente por el valle. Rachel, ninguna polluela de primavera tampoco, tenía la experiencia asustadiza de sus piernas que simplemente se niegan a acatar las órdenes de su cerebro. Era incapaz de moverse. Pero después lo hizo, también.
El primer contingente cruzó la cinta y subió a la siguiente colina hacia el pueblo, donde fueron rodeados por la Policía de Fronteras delante de la mezquita. El contingente trasero y yo fuimos detenidos por soldados y por la policía que nos recordaron que éramos culpables de entrar en una «área militar cerrada». Usando amenazas y tentativas, y notando nuestro estado lastimoso después de la activa marcha por encima de las piedras, ofrecieron llevarnos tras la Línea Verde en su vehículo blindado, concediéndonos el estado de «detenidos». Salvo quienes estaban a punto de desmayarse, nos negamos.
La vida está llena de sorpresas. De repente un jeep del ejército se acercó y nos ofreció agua fría. Puesto que en ese momento todos estábamos en varias fases de deshidratación, aceptamos. (Me imaginaba a un soldado ofreciéndole una taza de agua fría a una muchacha y preguntándole «con o sin gas»?)
Así fortificados, nosotros nos dispersamos entre los olivos y empezamos a caminar hacia el pueblo. Era una subida muy empinada por encima de las piedras, peor incluso que la de antes. A medio camino, fui alcanzado por dos jóvenes oficiales del ejército. ¿»No consideraría usted regresar con nosotros»? preguntaron educadamente. Lo rechacé con igual civismo. Y entonces pasó algo increible: Me dijeron adiós y desaparecieron.
Escalé y alcancé el pueblo justo cuando sentí que no podía dar un paso más. Acercándome a la mezquita, me fui encontrando con el olor picante del gas lacrimógeno. Ya tenía media cebolla en mi mano; por alguna razón, las cebollas que generalmente causan en las personas el vertido de lágrimas tienen una interacción misteriosa con el gas lacrimógeno y lo hacen gas casi soportable. Tuve cogida en mi mano una todo el día.
A nuestro contingente se le dio la bienvenida con mucho entusiasmo por parte de nuestros camaradas que ya habían llegado a la mezquita, así como por los lugareños. La escena se parecía un campo de batalla; los jeeps blindados estaban corriendo alrededor, la percusión regular de granadas de sonido y botes de gases lacrimógenos eran una música de fondo, apenas percibida, y de vez en cuando una cortina de gas nos llegaba a los patios inmediatos.
¿Cómo proceder? Habíamos alcanzado el pueblo contra viento y marea, Habíamos demostrado nuestra solidaridad, la radio había anunciado los acaecimientos todas las horas. Sin embargo, decidimos que el trabajo no estaba completo. Habíamos venido a marchar hacia el Muro junto con los lugareños, y quisimos demostrar que incluso la ocupación brutal del pueblo no lo impediría. Por lo que nuevamente nos pusimos en marcha, de la misma manera que habíamos venido. Muy curiosamente, el lugar para el Muro estaba abandonado. Marchamos a lo largo de él durante unos centenares de yardas y subimos de nuevo hacia el pueblo y resbalamos en las mismas piedras que ya habíamos maldecido antes.
Si pensamos que ya estaba, estábamos equivocados. Mientras estábamos esperando delante de la mezquita a los vehículos palestinos de transporte, de repente rugió a una larga columna de jeeps blindados que se desplegaron alrededor de nosotros. Saltaron fuera soldados, blandiendo sus armas y disparan gas en todas las direcciones. Era una muestra bastante innecesaria de fuerza, sin mediar provocación, que, por supuesto, se encontró con una granizada de piedras de la adolescencia del pueblo.
A la larga salimos de allí, llevados por chóferes palestinos por caminos interiores, y alcanzamos nuestros autobuses. Allí me arrepentí solo de una cosa: el día antes había comprado unas botellas de vino para celebrar mi cumpleaños en el autobús en el viaje de regreso. Oyendo las noticias por la mañana y esperando violencia, pensé que ésta no era ninguna ocasión apropiada para semejante celebración. Sin embargo, yo estaba equivocado. Los activistas, muertos de cansancio pero de espíritu elevado después de haber logrado la misión, parecían bastante preparados para celebrarlo, pero el vino se había quedado en casa.
Ahora yo me enfrento con la tarea de beberme yo mismo ocho botellas de Merlot francés.