Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Suena como el pastiche de un cuento del difunto y genial ganador del Premio Nobel de Literatura 1988, el egipcio Naguib Mahfouz. El Presidente de Estados Unidos Barack Obama ha enviado un emisario «secreto» para decirle al Presidente Hosni Mubarak que se abstenga de intentar un sexto mandato en las próximas elecciones, y lo ha hecho en el mismo día en que casi dos millones de personas le gritaban por las calles que se fuera. El Presidente de Egipto apareció en la televisión estatal para anunciar obedientemente al pueblo egipcio lo que el Presidente de Estados Unidos le dijo que hiciera.
Previsiblemente, la calle estalló de ira. Al Yasira (sí, la revolución está siendo televisada…) se limitó a pasar una pantalla partida, sin comentarios, para que todo el mundo escuchara los sonidos de la calle en El Cairo y Alejandría. «¡Márchate!». «¡Márchate, muestra algo de dignidad!». «¡Lárgate!». «¡Fuera!». Así pues, ahora ya es oficial; es la dignidad, orgullo y respeto -valores extremadamente apreciados en la cultura árabe- de Mubarak, contra la dignidad, orgullo y respeto de 80 millones de egipcios.
Llámenlo golpe de la Casa Blanca a favor del eslogan del momento de Washington: «transición ordenada». Como dijo Obama en su aparición en directo por la televisión global después de que Mubarak explicara detalladamente el mensaje trasladado por su mensajero: «Lo que está claro, como le he indicado esta noche al Presidente Mubarak, es que esa transición ordenada tiene que ser significativa, pacífica y debe empezar ahora».
Bien, como el mismo Mubarak prefirió interpretar, era el «caos» (manifestantes «manipulados por fuerzas políticas») contra la «estabilidad» (él mismo y su régimen). Algo se perdió en la traducción. ¿Quién está dispuesto a explicarle el significado de «ahora»?
El agente secreto
El «mensajero» de Obama para la última pantomima de Mubarak fue Frank Wisner, un ex diplomático y ex ejecutivo del American International Group (AIG), muy próximo al sistema oligárquico de Mubarak, y cuyo hermano, Graham, se ha dedicado a representar sus amplios intereses comerciales. Ha sido Wisner quien, en última instancia, ha venido haciendo lobby para el régimen de Mubarak entre los expertos en Oriente Medio de Washington, a diferencia, por ejemplo, del bipartidista Grupo de Trabajo de Egipto que dirigen el antiguo miembro del Consejo para la Seguridad Nacional, Elliott Abrams, y Michele Dunne, del Carnegie Endowment. Sin un solo ápice de ironía, el Departamento de Estado de EEUU ha anunciado que Wisner presionaría al régimen de Mubarak «para que emprendiera amplios cambios políticos y económicos», esos mismos que se ha negado a iniciar durante las últimas tres décadas.
Bien, el dictador se niega a huir como hizo el Shah del Irán frente a la revolución de 1979. Compárenlo con la abarrotada Plaza Tahrir en El Cairo celebrando un simulacro de juicio a Mubarak y emitiendo un veredicto de muerte en la horca. O la plaza gritando: «Oh, Mubarak, cobarde. Oh, agente de los estadounidenses», con una rima que suena muy bien en lengua árabe.
Según Intrade, una agencia de apuestas con sede en Dublín especializada en riesgos políticos, el 73,5% de su clientela cree que Mubarak se habrá ido ya a finales de mes. Eso puede ser una eternidad para la calle egipcia, que está empezando a olfatear demasiadas ratas sospechosas.
Todas las redes de los medios de comunicación corporativos estadounidenses han ungido al Premio Nobel de la Paz 2005 y ex director de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, Mohamed El Baradei, como el próximo hombre. Y se está examinando a una serie de oscuros personajes egipcio-estadounidenses como posibles miembros de un comité de sabios que podrían dirigir el período transitorio post-Mubarak.
Posiblemente, el aspecto más estimulante de la revolución egipcia es que no se trata de un grupo de poder intentando derrocar a otro grupo de poder rival. La calle no está designando, por el momento, a nadie. El Baradei podría ser una opción popular, pero sólo como dirigente estrictamente interino hasta conseguir que el paralizado país vuelva a ponerse en marcha y reestablezca un sistema transparente para que puedan celebrarse elecciones libres y justas.
El Plan A, por el que la calle está clamando -y que no es negociable-, es que Mubarak se vaya ahora -no hacia finales de año como ha prometido- junto con todos sus secuaces en el gobierno, y que después se dé comienzo al período transitorio encabezado por El Baradei.
El Plan B -una posibilidad que no está totalmente descartada- consiste en que el ejército se deshaga de Mubarak mediante un golpe de estado ordenado por el pueblo. El ejército instala un gobierno militar provisional y establece una fecha para celebrar elecciones presidenciales y parlamentarias. Esto sería una especie de táctica «a la turca» (el ejército turco lo hizo ya así hace años). Eso aumentaría el prestigio popular del ejército.
Una vez más, como en el caso del ejército turco, el ejército egipcio reconsidera a sí mismo como el guardián de la nación. Todos y cada uno de los gobernantes egipcios, desde la revuelta de los coroneles de 1952 que derrocó al Rey Faruq, han sido militares: los Generales Mohammed Naguib, Anwar Sadat y Mubarak, y el Coronel Gamal Abdel Nasser.
Me chiflan los hombres de uniforme
Así ocurre en Egipto, y es sobre todo el ejército, la institución más respetada del país -y posiblemente la menos corrupta-, la más cercana en el imaginario popular a la parafernalia de un estado de derecho, que refleja parcialmente la dinámica social y la diversidad geográfica de Egipto. Sin embargo, el ejército produjo también muchos de los más brutales agentes de la Mujabarat, los servicios de inteligencia.
Según está, puede haber razones para creer que hay de hecho una división dentro del establishment militar. Consideren los cuatro actores principales de todo el drama:
– El teniente general Omar Suleiman, el jefe de la inteligencia militar, el torturador suave de Mubarak ahora designado por éste vicepresidente. Su salud no es demasiado buena. No hay ninguna posibilidad de que la calle le acepte como reformador «democrático».
– El mariscal del aire Ahmed Shafiq, ministro de aviación civil, nombrado ahora primer ministro. Al igual que Mubarak, proviene de la relativamente elitista y mimada fuerza aérea. Cero en carisma popular.
– El teniente general Sami Annan, jefe del estado mayor del ejército de tierra. Ejerce el mando sobre 468.000 soldados, una mezcla de oficiales de los estados mayores y océanos de reclutas. Esa es la rama militar más cercana a la calle egipcia. Y de ahí fue de donde salió el comunicado exponiendo que el ejército no iba a disparar contra la gente en las calles.
– El mariscal de campo Mohammed Hussein Tantawi, ministro de defensa. Tiene el mando sobre 60.000 guardias republicanos. Una querida del Pentágono. El Secretario de Defensa Robert Gates le llamó el martes.
Es justo asumir que la prioridad de Annan hasta ahora ha sido preservar la imagen relativamente buena de su rama del ejército. Esto implicaría que, para él, el destino de la banda de Mubarak es secundario. Lo importante es preservar la institución del ejército.
Incluso aunque sea durante un momento fugaz, Suleiman es ahora el hombre más poderoso de facto en la junta del ejército egipcio. Está respaldado por una elite militar, por toda la maquinaria represiva y por la menguada y aterrada elite gobernante (los que aún no hayan escapado hacia Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos). Aunque de forma remota, cabe la posibilidad de que estos cuatro actores importantes lleguen a la conclusión de que el boss debe largarse para que el régimen pueda salvarse.
Lo que ha quedado ya desentrañado es el pacto que permite que una dictadura controle el poder: el vínculo de hierro entre el ejército y la maquinaria represora, su incondicional sometimiento al dictador y su falta de escrúpulos para disparar contra su propio pueblo. Eso fue lo sucedió en Irán en el verano de 2009, y por eso la revolución verde terminó aplastada.
Esos cuatro comandantes pueden también estar perdiendo un tanto el sueño si se ponen a pensar en el destino de los generales iraníes tras la caída del Shah; llegaron a un acuerdo con el gran ayatolá Ruhollah Jomeini, quien más tarde renegó de ellos y los persiguió, creando su propio ejército: el Cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos. Deben estar también pensando en el ejército turco, al que ahora, bajo el gobierno islámico light del Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan, se le ha impedido determinar en qué dirección debería soplar el viento político en Turquía.
Pero aún cabe la posibilidad de que Annan, así como Suleiman, Shafiq y Tantawi lleguen a la conclusión que es mejor que el ejército mantenga un cierto prestigio moral y su privilegiada relación con el Pentágono echando al faraón y convirtiéndose en un actor clave a la hora de moldear un Egipto post-revolucionario.
¿Qué es lo que abre la siguiente caja de los truenos? El ejército ha llevado a cabo un virtual pogromo de islamistas durante estás últimas tres décadas. No está muy claro si los altos comandantes se resignarán a trabajar con los Hermanos Musulmanes (HM) como socio político. A diferencia de éstos, defienden los acuerdos de paz de Camp David con Israel, y desde luego no quieren otra guerra en Oriente Medio. Pero, ¿serían capaces de respetar un posible referéndum popular en el que la mayoría pueda pedir que se revoquen esos acuerdos?
Mientras tanto, la elite militar parece ser la única arma disponible para conseguir que Mubarak entienda con rapidez el significado de la palabra «ahora». Incluso Abu Omar, ex imán en Milán, Italia, acusado de terrorismo por la CIA, secuestrado, «entregado» a su Egipto nativo y devuelto después a su hogar (vive en Alejandría), cree que así debe suceder: «La única solución realista para el país, de momento, es que los militares tomen el mando». Ahora.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge». Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/