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Aprendamos ya la lección para comprender de una vez lo que nos espera

Quiero decir…

Fuentes: Rebelión

Porque estoy en mi derecho quiero decir cosas que llevo tiempo callándome. No todas, porque para decirlas todas sería necesario escribir un libro y no estoy por la labor. No voy a perder más tiempo del necesario en hablar de gente que, de no ser por el poder que les ha concedido parte del pueblo, […]


Porque estoy en mi derecho quiero decir cosas que llevo tiempo callándome. No todas, porque para decirlas todas sería necesario escribir un libro y no estoy por la labor. No voy a perder más tiempo del necesario en hablar de gente que, de no ser por el poder que les ha concedido parte del pueblo, del que ellos abusan con notable desvergüenza, no merecerían ni una palabra, ni un gesto, ni una mirada, al no ser dignos de aprecio o sea, al merecer nuestro desprecio. Porque en los seres humanos lo valorable es su sinceridad, su honradez, su generosidad y su valentía. Cuando tienen poder para gobernar, cuenta la responsabilidad con que cumplan su compromiso con la ciudadanía; su respuesta a la confianza que quienes les votaron depositaron en ellos, y también con aquellos que no lo hicieron porque cuando quienes gobiernan lo hacen con mayoría absoluta, como es el caso que nos ocupa, tienen al pueblo en sus manos. Qué derroche de posibilidades, qué perdida de dignidad negarle el futuro, impidiéndoles el mayor derecho, no sólo de los pueblos sino de todos los seres humanos: la felicidad.

Escribo poco últimamente y hablo lo menos posible porque los discursos oficiales que escucho a diario parecen brotar a mi alrededor como los champiñones en otoño, como el vaho que oculta el horizonte, como los picotazos de una bandada de cuervos escapados de una pesadilla: «Los Pájaros» de Hitchcock. Me ha decidido a romper el silencio recordar el célebre verso de Blas de Otero «me queda la palabra» (de su poema «En el principio»):

EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Soraya Sáenz de Santamaría, en su función de vicepresidenta del Gobierno, hablaba de la situación en que se encuentra este país (no el reino de España sino la pobre gente de este país que posiblemente, si se pudiera escoger dónde nacer, hubiera preferido venir al mundo en cualquier otro lugar y en cualquier otro momento) y decía que en tan terrible circunstancia era imprescindible hacer recortes, bla, bla, bla… (lo mismo de siempre) porque, según su superior, el presidente del Gobierno, lo peor es peor que lo malo. ¿Y cómo negar estas evidencias? Es cuestión de palabras.

Hay que reducir salarios, hay que dejar a ciudadanos en el paro y la miseria, hay que eliminar los derechos adquiridos del estado del bienestar, hay que usurpar el dinero de impuestos pagados por años de trabajo y hay que dejar sin ayuda a los desvalidos, a los pobres (a los 11,5 millones de personas que están en riesgo de pobreza) y robar la esperanza a los más de 5 millones de parados, acrecentando día a día la desesperación de los jóvenes que se saben sin futuro.

Me pregunto ¿por qué las palabras de la vicepresidenta son como el agua estancada que crea mugre y epidemias por su misma composición en vez de discurrir arrastrando las piedras que obstruyen el camino? Sin tanta retórica: ¿por qué a los pobres y no a los ricos? Afirmo que porque les da la gana, porque lo dicta su ideología, la perversa mentalidad de la derecha. De la extrema derecha, si analizamos al pie de la letra estas palabras de Mariano Rajoy publicadas en El Faro de Vigo en 1983:

«….Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de «buena estirpe» superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia. (…) …ya nadie pone en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual. No solo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación (…) El hombre después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural de hombre viene descrita en el código genético. (…) Por eso, todos los modelos, desde el comunismo radical hasta el socialismo atenuado, que predican la igualdad de riquezas (…) son radicalmente contrarias a la esencia misma del hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por ello, aunque se llamen así mismos «modelos progresistas», constituyen un claro atentado al progreso, porque contrarían y suprimen el natural instinto del hombre a desigualarse, que es el que ha enriquecido el mundo y elevado el nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad rebajaría a cotas mínimas al privar a los más hábiles, a los más capaces, a los más emprendedores…de esa iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria, que es la única igualdad que hasta la fecha de hoy han logrado imponer…»

Se equivoca el Señor Rajoy. Se equivoca como casi siempre que habla. No he escuchado nunca de su boca palabras sabias, ponderadas, razonables, intelectualmente sólidas. Tampoco bondadosas, ni amables ni afectivas, dirigidas al pueblo. Sí, insisto, se equivoca. Científicamente, por lo que escribió en ese artículo, parece seguir en las antípodas del pensamiento moderno- antes de Cristo me parece poco- porque hoy, cualquier ciudadano medio, sabe ya lo suficiente sobre la evolución y el genoma del homo sapiens como para reírse cuando se refuta la igualdad con tanta desfachatez.

Todos los hombres y mujeres tenemos las mismas necesidades, padecemos enfermedades y dolores semejantes y acabamos inevitablemente en el cementerio. Eso sí, no todos los hombres y mujeres nacemos iguales, no por la «buena estirpe,» como él afirma, sino porque la consecuencia de tantos otros que piensan como él, esa «estirpe» que valoran sobre todas las cosas, hace que haya muchas mujeres que alumbren en un pajar con la ayuda de una vecina y otras en un hospital de «estirpe», con un médico de «estirpe», y que sus niños crezcan fuertes y sanos gracias a la comida y la sanidad de «estirpe», y estudien en colegios de «estirpe». Los otros, los de «mala estirpe», pasan hambre carecen hasta de agua y, en consecuencia, enferman y mueren prematuramente. Cuando sobreviven los devora la «estirpe», o lo que es lo mismo, el dinero y la avaricia de los ricos, el egoísmo y la desmedida ambición de banqueros y especuladores, la injusticia y la desigualdad. Su suerte está echada cuando vienen al mundo y se encuentran un salvaje capitalismo apoyado por quienes, con inaudita soberbia, gobiernan para la «estirpe»: tomando medidas demoledoras para los pobres y no para los ricos, explotando y reprimiendo a quienes no les queda más remedio que callar para poder comer. No son sólo palabras, también hay silencios que se convierten en acciones, en malas acciones. No, el señor Rajoy, presidente de este lamentable gobierno que nos ha tocado en suerte, sólo gobierna para la «estirpe» -con que se corresponde su ideología- a la que obedece diligentemente. Desprecia al pueblo. No nos quiere. Cuando se digna a dirigirse a nosotros, sus desgraciados súbditos, hace que nos sintamos tan humillados, tan torpemente maltratados… Aprendamos ya la lección para comprender de una vez lo que nos espera. Ellos van deprisa y, si nos descuidamos acabaremos sometidos, colonizados, vendidos y devorados por la «estirpe» del capital.

Nos queda la palabra -así lo afirmó Blas de Otero-, pero precisamente el que nos la quieran quitar es lo que más me duele. Por mi preparación profesional y los años que he dedicado a los medios de comunicación puedo gritar desde aquí, con conocimiento, que cada día es mayor la censura y que por muchos ardides que se busquen: despidos -disfrazados de vacaciones- de los profesionales que trabajan en prensa, radio y televisión, programas que desaparecen sin más porque pronto se cambiará la programación con el nuevo equipo, tertulias con participantes de idéntico perfil porque quien manda, manda… Por lo que sea, cualquier pretexto es válido, pero ya no se sabe dónde encontrar una información veraz. Nos damos cuenta igualmente del rastreo y acoso en las redes sociales, de los cortes, supuestamente técnicos, en toda clase de enlaces y líneas (teléfonos, internet, etc.)

Puedo seguir gritando, escupiendo a la cara de quienes tienen el cinismo de amenazar con ir a la cárcel a quienes salen a la calle para defender sus legítimos derechos constitucionales y a quienes les convocan, acusándoles de «desórdenes públicos» para justificar la indebida penalización; Culpando a los que se ha dado en llamar «antisistema», con el mismo énfasis con que la iglesia excomulga a los pecadores cuyos pecados ya no puede perdonar; Criminalizando a la izquierda y reprimiendo, sí, reprimiendo y reprimiendo en esta larvada dictadura, en este golpe de estado, que se ha dado al no dialogar en el Congreso con la oposición ni con representantes de otros partidos, al gobernarnos por decreto ley y al pretender mandar en aquello en lo que todos los hombres y todas las mujeres somos diferentes: en nuestras conciencias, por ejemplo en la Ley del aborto.

Esta cura de reflexión me ha dejado un poso de recuerdos (tal vez como consuelo), de palabras limpias escuchadas por seres queridos: hombres y mujeres que han sabido hacer la Historia, que han comprendido a los otros porque les sobraba imaginación y sensibilidad para ponerse en su lugar, de amigos luchadores que vencieron, aunque en el pasado no los valoráramos suficientemente y hoy muchos de ellos ya no estén para agradecérselo. Benditos sean los que supieron enfrentarse a una dictadura de mierda, limpiándonos de tanta porquería, infamia y mezquindad.

Soy de izquierdas. Lo digo con todo el orgullo del mundo. Gracias a la izquierda he aprendido a pensar, a ver e interpretar la realidad, a sufrir con los que sufren, a querer al pueblo, a respetar, a tolerar… Todo menos la represión, la explotación y lo que huela a fascismo.

Como soy de izquierdas, pido a la izquierda que lo sea verdaderamente, que pase a ser combativa, que defienda a los ciudadanos. Creo que el pueblo puede salvar al pueblo. Unido, con la fuerza que da la unidad y el tener la razón; con pasión, con rabia, con sentimiento y sin miedo porque mal que les pese somos muchos y nos tenemos los unos a los otros.

Como yo no tengo miedo, convoco a la ciudadanía, a hombres y a mujeres, a jóvenes y a viejos, a trabajadores y a parados a que salgan a la calle para gritar una sola frase:

«¡QUE SE VAYAN YA!»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.