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Abbas Ali perdió a toda su familia cuando un misil israelí irrumpió en el salón de su casa

Rabia y dolor en el Líbano

Fuentes: ANMCLA Líbano

Abbas no forma parte de ningún grupo armado ni milita en la resistencia libanesa. Es un simple comerciante, que vivía con su familia en Sour, una ciudad al sur del país. Pero todo cambió hace dos semanas, cuando un misil israelí destruyó el salón de su casa y acabó con la vida de su esposa […]

Abbas no forma parte de ningún grupo armado ni milita en la resistencia libanesa. Es un simple comerciante, que vivía con su familia en Sour, una ciudad al sur del país. Pero todo cambió hace dos semanas, cuando un misil israelí destruyó el salón de su casa y acabó con la vida de su esposa y sus tres hijos. En el Líbano, hay cientos de casos como él. Sin embargo, hay algo que ningún misil puede abatir: el espíritu de dignidad de un pueblo, que Abbas condensa en un gesto desafiante, con el que enfrenta el dolor y la rabia ante el genocida ataque de Israel.

 

 

La muerte llegó sin llamar a la puerta

 

Hace menos de dos semanas, la vida del señor Abbas Ali cambió para siempre. La muerte entró por el salón de su casa, sin llamar a la puerta. En un ataque de misil, p erdió a toda su familia. Una más de las miles de acciones criminales del brutal ataque de Israel contra el Líbano, que durante 33 días seguidos ha destruido deliberadamente el país, bajo la complicidad criminal de los gobiernos occidentales.

En un instante, Abbas perdió a sus seres queridos, todo cuanto era preciado en la vida. Nada podrá justificar ante sus ojos la brutalidad de la nación agresora, ni devolverle la mayor ilusión de su vida: vivir para educar a sus hijos, esperar en compañía de su esposa la llegada de los nietos, agradecer a su dios al final del día. En la foto, tomada el día de su desgracia, familiares y amigos le acompañan en su dolor indecible.

La familia estaba reunida en su casa, en Sour, ciudad costera y portuaria al sur del país, que cuenta con imponentes restos de la presencia imperial romana y que ha sufrido los bombardeos israelíes, al igual que una gran parte de localidades del país . Juntos veían televisión y comentaban los hechos del día. Abbas se levantó para buscar algo en la cocina y en ese momento cayó un misil israelí en la sala y los mató a todos. El se salvó, pero lamenta no haberse quedado en la sala con su esposa y sus tres hijos, para acompañarles en su suerte.

 

Así quedó la casa de la familia del Sr. Abbas tras el impacto del misil. Más de 15 mil edificios en el país han sufrido la misma suerte, bajo los bombardeos masivos de las fuerzas aéreas de Israel en todo el territorio nacional. Un crimen masivo de guerra, un acto colosal de terrorismo de Estado, que sus aliados y sus medios quisieron vender al mundo como el legítimo derecho a defenderse de Israel.

Israel comenzó las hostilidades contra los pueblos originarios de estas tierras hace ya casi un siglo , cometiendo actos terroristas contra la población civil, en nombre de un falso derecho de autodeterminación. En 1948, logró que las potencias coloniales avalaran sus pretensiones de usurpar las tierras del pueblo palestino, haciéndoles pagar un crimen que no habían cometido. Ese mismo año, comenzó la primera guerra contra el Líbano, y desde entonces las hostilidades unilaterales se han sucedido permanentemente. También a ellos les cobran una deuda ilegítima, que pertenece exclusivamente a la herencia europea, y que hasta hoy se cobra Israel a los pueblos árabes, con la cooperación entusiasta del gobierno imperialista de EEUU y la cínica y criminal complicidad de la mayoría de gobiernos occidentales.

 

Esta es la sala donde Abbas compartía sus experiencias y esperanzas con los miembros de su familia, hasta que un misil israelí de fabricación estadounidense los enterró a todos. Al fondo, se encuentra la cocina, que apenas sufrió los efectos de la onda expansiva de la explosión. Abbas lo daría todo por haber compartido con ellos ese resguardo inesperado. Pero ya es tarde. Ellos se quedaron en el salón y sufrieron el más cruel e injusto de los destinos. La muerte inexplicable, el asesinato indiscriminado de personas inocentes por un Estado belicoso e imperialista, que en

sus actos criminales atenta contra los valores humanos que precona su cultura milenaria.

 

Vecinos y familiares muestran restos del misil que trajo la muerte a la familia del Sr. Abbas. M isiles como ese han traído la muerte de más de 1.200 libaneses, la mayoría personas comunes y corrientes, que llevaban una vida humilde como la familia de Abbas. Una tercera parte de las víctimas eran niños y niñas, con todo un futuro por delante. Un futuro que para ellos, ya no llegará.

El dolor que alimenta la rabia

Con el rostro abatido, Abbas muestra a sus seres queridos. Su esposa se llamaba Zeinab. La familia procedía de Sri Lanka, un país isleño al sur de la India. Vivían del comercio. No eran parte de ningún grupo de la resistencia, ni manifiestan una identificación especial con sus objetivos. Simplemente esperaban en casa con sus hijos a que la guerra terminase, mientras se adaptaban a una economía de guerra.

El hijo menor del Sr. Abbas se llamaba Abdallah. Ya Abdallah no recorrerá alegremente las calles aledañas jugando con sus amigos, ni le ayudará las tardes en el comercio, a la vuelta de la escuela. El hijo mayor se llamaba Wafaa. Ya Wafaa no seguirá trabajando con su padre, ni compartirá ratos de playa con sus amigos. La hija se llamaba Zein. Ya Zein no podrá ayudar a su mamá, mientras le contaba como era la vida en su país natal.

Todos murieron al instante. El impacto del misil genocida acabó con todo. Abbas ya no tiene con quien compartir el rato delante del televisor o a quien traspasarle el negocio, ni quien le cuide cuando la vejez llegue a sus puertas. Ya sus hijos no volverán. Pero a Abbas le queda algo que ningún misil teledirigido podrá jamás destruir.

La dignidad puede más que cualquier misil genocida

 

Con una mano, Abbas señala los 4 miembros de la familia asesinados por el ejército agresor. Con la otra mano, muestra el signo de la Victoria. En el Líbano, hay cientos de casos como el del señor Abbas. Hay miles de familias cuidando a sus familiares heridos, centenares de miles con sus casas destruídas y sin hogar al que regresar. En el Líbano, hay mucha rabia y mucho dolor por el genocida ataque de Israel.

Pero con su gesto, Abbas muestra que la política criminal del Estado y gobierno israelíes contra todo un pueblo enfrenta un enemigo colosal, que ningún misil puede destruir. Un arma que se fortalece con la injusticia y la masacre: el espíritu de dignidad de un pueblo. Es la semilla incorruptible que alimenta la resistencia contra un poderoso enemigo, que en esta ocasión perdió no sólo en el frente de batalla. Perdió también en el escenario de la razón, como perdió en el frente de la opinión pública mundial, que repudia masivamente su actuación criminal. Perdió también ante la historia, porque una atrocidad se responde con las armas de la razón y de la justicia. No se retribuye con otra atrocidad, y menos aún contra pueblos que nada tuvieron que ver, o contra personas inocentes que encontraron la muerte en la vulnerable tranquilidad de su hogar.

Ahora, los pueblos del mundo deben ponerse a la altura de la victoria de la resistencia libanesa contra la potencia agresora, levantándose contra las complicidades de los gobiernos que avalaron la masacre israelí. Deben obligarles a seguir el ejemplo de mandatarios dignos como Hugo Chávez, que de la denuncia de la masacre pasó a la acción. Deben juntos desbaratar los planes para un nuevo «Medio Oriente», diseñados en los laboratorios del imperialismo genocida e implementados con los aparatos bélicos de sus «aliados«, en su guerra permanente contra la humanidad.

Los pueblos del mundo deben convertirse en verdaderas vanguardias de las luchas de los pueblos en resistencia, porque en el futuro que prevén los enemigos del pueblo libanés, todos podemos amanecer un día enfrentando el mismo destino que los hijos de Abbas. Y cuando has perdido lo que más querías, por la agresión injustificable de un vecino genocida, ya sólo queda la dignidad.